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Su nueva película se basará en una conocida novela japonesa de 1937 que analiza de manera emotiva, a través de un joven y su tío, la forma de vivir de las personas. Un año antes, Miyazaki sorprendía al mundo al comunicar que pretendía hacer una nueva película animada a sus 76 años. Y sorprendió, sobre todo, porque ya había anunciado su retirada definitiva. Otra vez.
El 6 de septiembre de 2013, en una sala de prensa con más de 600 periodistas expectantes, el director de películas como El viaje de Chihiro, La Princesa Mononoke o Mi vecino Totoro, sentenciaba: "Soy consciente de que en el pasado he anunciado varias veces mi retirada, por lo que quizás muchos pudierais pensar 'oh, vamos, otra vez...'. Pero en esta ocasión es la definitiva".
El mítico directo japonés tenía entonces 72 años y aludía a problemas físicos y al cansancio para reafirmar que, esta vez sí, dejaba los lápices y la magia de su cine animado tradicional, el que durante 30 años había emocionado a Japón y al mundo. Con este anuncio parecía poner fin a una era, pues además venía después de estrenar El viento se levanta, una película marcadamente personal con continuas alusiones veladas a la despedida.
Un hombre singular
Hayao Miyazaki es un hombre singular, como lo es su genialidad artística. De ideales marxistas en su juventud, con los años ha ido matizándolo pero nunca ha dejado de lado la reivindicación social y medioambiental, como bien puede apreciarse en sus películas, plagadas de detalles y temáticas de fondo constantes sobre el cuidado de la naturaleza, el protagonismo de la mujer, el poder del pueblo frente al poder y la importancia del trabajo y el esfuerzo para cumplir las metas vitales. Eso sí, Miyazaki nunca ha tratado de adoctrinar con sus ideas y siempre las ha presentado de forma honesta para que el espectador pudiera formarse una opinión por sí mismo. De ahí que en sus obras no haya personajes marcadamente malvados, ni buenos sin dobleces, sino que todos tienen matices morales que los hacen más interesantes.
Como buen artista fuera del sistema –aunque, debido a su éxito, dentro de él– siempre ha seguido sus propias reglas. Creó un estudio de animación propio –Studio Ghibli– para poder hacer las películas que quisiera sin depender de otros, y desde ahí conquistó el corazón de los espectadores sin hacer mucho caso a las modas. Desde Nausicaä del Valle del Viento (1984) hasta El viento se levanta (2013) ha tocado muy diferentes temas, pero su ideario se ha mantenido intacto en lo fundamental.Seguramente sea uno de los directores más fieles a sí mismos de la escena internacional, y de los que tiene una filmografía más heterogénea en forma, fondo y calidad. No hay una sola película de Miyazaki que se pueda calificar como “mala”. Y esto lo pueden decir muy pocos en una trayectoria de casi 50 años de profesión, 11 películas dirigidas por él mismo, y decenas de obras con su colaboración fundamental en el guion, la animación o la idea del proyecto.
Peleado con las nuevas tecnologías y firme defensor de la animación tradicional, el optimismo que imprime a sus filmes contrasta con el pesimismo de sus declaraciones, brutalmente sinceras y que siempre llaman la atención. Se negó a ir a recoger en 2003 el primer Oscar de Hollywood que ganó por El viaje de Chihiro como protesta por la guerra de Irak. Años después acudió a Los Angeles a recoger su segundo Oscar, esta vez honorífico, y en su discurso vino a decir que la animación tradicional estaba muerta, muy a su pesar.No quiere saber nada de Internet, de smartphones ni de tablets –a un periodista que usaba una le llegó a decir que el movimiento que hacía al pasar el dedo sobre la pantalla le parecía masturbatorio–; dijo del director debutante Hiromasa Yonebayashi –un animador con 15 años de experiencia en su estudio– que le eligieron porque no había otro, no por su talento; protagonizó un encontronazo público con su propio hijo, al que se negó a ayudar en su debut como director de la película Cuentos de Terramar porque no lo consideraba preparado; y no son pocas las quejas de sus colaboradores por su exceso de celo a la hora de trabajar y llevar a cabo sus ideas hasta el extremo sin delegar funciones –llegó a retocar personalmente 80.000 dibujos de los 144.000 de los que constó La Princesa Mononoke hasta lesionarse literalmente la mano–. La de Hayao Miyazaki es una historia de absoluta pasión por su trabajo. Por eso quizás ha querido retirarse tantas veces y nunca lo ha cumplido.
Una retirada a tiempo
Su primera tentativa de jubilación prematura fue tras finalizar la La Princesa Mononoke en 1997. Su producción fue un exceso en todos los sentidos, y dejó exhausto a Miyazaki y a todo su equipo. Tenía solo 56 años, pero acabó realmente extenuado y sintió que con ella había culminado su carrera. El enorme éxito de la película –la más taquillera de la historia de Japón hasta entonces– y las ganas de reconciliarse con sus trabajadores, con la profesión y consigo mismo, le llevaron a realizar El viaje de Chihiro, tras la cual volvió a anunciar que se retiraría.
El viaje de Chihiro superó incluso el éxito de La Princesa Mononoke, y le dio el reconocimiento internacional que se le había negado antes. Pero no fue eso lo que le hizo volver, sino que su estudio preparaba la película El castillo ambulante con el ahora reconocido Mamoru Hosoda –director de La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars, Wolf Children o El niño y la bestia– al frente, pero su inexperiencia le apartó del proyecto, del que se hizo cargo el propio Miyazaki convirtiéndolo en otro éxito.
Con nuevos aires de retirada, volvió a una temática más infantil con Ponyo en el acantilado, con la que además quiso eliminar todo rastro digital y dedicó cuatro años a que su película fuera totalmente hecha a mano, utilizando una cantidad ingente de dibujos que hicieran fluir el movimiento como en los viejos tiempos, y sin las pequeñas ayudas digitales que le habían incorporado en sus últimas producciones para agilizar ciertos procesos. Era 2008 y dijo que sería su último trabajo.
Enamorado de la aviación tras vivir entre aeronaves de guerra su infancia –su familia tenía un negocio de repuestos para ello durante la Segunda Guerra Mundial–, Hayao Miyazaki recobró las ganas de dar su último esfuerzo a la producción de una película basada en su pasión. Así creó El viento se levanta, una carta de despedida en forma de film basado en la vida de Jiro Horikoshi –a su manera–, uno de los ingenieros aeronáuticos más importantes de la historia.Tras el que sí parecía su anuncio definitivo de retirada pasaron cosas que descolocaron a todos: Studio Ghibli anunció que cesaba temporalmente su actividad principal en 2014, y Miyazaki se dedicó a realizar un cortometraje de animación por ordenador –algo inédito en él– casi como pasatiempo, pero en 2016 ya se le había quedado pequeño el trabajo y proponía hacer un largometraje.
Hace poco se supo que quería hacer la nueva película como un regalo para su nieto. También se puede deducir que su regreso tiene que ver con la delicada situación económica de Studio Ghibli –algo más que una simple marca: el estudio que él creó en 1985 para desarrollar su carrera y que ha mantenido activo contra viento y marea durante más de 30 años–, que siempre ha dependido de sus películas para subsistir y mantener unas ideas de producción de calidad artesanal que se han perdido en la industria por su alto coste económico.
Cabe pensar que esa idea romántica no ha muerto en el corazón de Hayao Miyazaki, un artista veterano descreído de la sociedad y del tiempo que le toca vivir, pero con el alma de un niño que aún cree que puede cambiar el mundo.
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Hayao es el maestro, como me.encantaria ser un personaje de sus historia poder estar en los paisajes que crea la historia wao simplemente genial.
Mi sensei, te admiro mucho y cada una de tus películas ha hecho que mi vida sea diferente y cambie para ser mejor persona, no te imaginas cuantas lagrimas he soltado de la emoción de ver una y otra y otra ves cada una de ellas y aún así hace que mi corazón se emocione como la primera vez, Miyazaki eres el mejor