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Egipto
Ashraf Omar continúa en prisión provisional por dibujar
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El 22 de julio de 2024, en plena madrugada, la policía egipcia irrumpió en la casa de Ashraf Omar, caricaturista político del medio digital AlManassa. Lo sacaron a la fuerza de su apartamento en las afueras de El Cairo tras golpearlo, registrar su hogar y destrozarlo todo. Se llevaron su tablet, su ordenador portátil, su teléfono móvil y 339.000 libras egipcias, una suma que nunca fue incluida en los informes oficiales. Estuvo en paradero desconocido durante 60 horas hasta que fue presentado ante la Fiscalía de la Seguridad del Estado. Desde entonces, su vida se ha convertido en un limbo carcelario, con prórrogas indefinidas de su prisión preventiva bajo acusaciones sin pruebas.
En el único interrogatorio al que fue sometido, la fiscalía lo enfrentó a sus propias caricaturas. Aquellas que ya habían sido publicadas en AlManassa y bocetos que encontraron en su tablet que nunca vieron la luz. Lo interrogaron sobre sus intenciones, su visión política y sobre por qué había decidido publicar en este medio. La detención de Ashraf Omar no es un hecho aislado, sino un episodio más dentro de la campaña sistemática del régimen de Abdelfatah al-Sisi para silenciar cualquier disidencia.
En el caso de Omar, Basel Ramsis considera que su detención es “un mensaje a AlManassa”, medio en el que trabajaba y que ha sido blanco recurrente de las autoridades
Basel Ramsis, cineasta y escritor egipcio, señala la dificultad para conocer los criterios de represión del régimen: “En realidad, es muy difícil conocer los criterios de represión contra la gente de izquierda o las fuerzas democráticas. No sabemos cuáles son las líneas rojas, es muy difícil determinarlo”. En el caso de Omar, Ramsis considera que su detención es “un mensaje a AlManassa”, medio en el que trabajaba y que ha sido blanco recurrente de las autoridades.
Desde 2013, el régimen egipcio ha recurrido sistemáticamente a la prisión preventiva indefinida para silenciar la disidencia. “Desde 2013, hay personas que llevan 11 o 12 años en la cárcel sin juicio y sin visitas de abogados”, denuncia Ramsis.
La detención de Ashraf Omar no es un caso aislado. Periodistas, caricaturistas, escritores y artistas han sido encarcelados bajo cargos ambiguos como “pertenencia a una organización terrorista” o “difusión de noticias falsas”. La vaguedad de estas acusaciones permite prolongar indefinidamente la prisión preventiva sin necesidad de pruebas. “Ashraf es un caso entre miles. Hay personas de las que ni siquiera sabemos su nombre y que llevan años en prisión sin ningún tipo de apoyo”, explica Ramsis. “En realidad, ni siquiera las organizaciones de Derechos Humanos tienen una lista clara de los detenidos ni de las acusaciones que enfrentan”.
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El fondo de sus ilustraciones
La venta de recursos estratégicos a potencias extranjeras o la construcción de la Nueva Capital Administrativa, temas que Omar abordaba en sus caricaturas, son un reflejo de la desconexión entre el gobierno y la ciudadanía. Mientras el Estado invierte miles de millones en infraestructuras al servicio del régimen, la población sufre cortes de electricidad diarios y una crisis económica asfixiante. “Antes existía un refrán que decía: 'Nadie duerme sin cenar'. Ahora hay millones de egipcios que duermen sin cenar. Y esa es la realidad”, apunta Ramsis.
El impacto de esta represión no se limita a Egipto. La detención de Omar ha generado un efecto de solidaridad entre caricaturistas de todo el mundo. Se ha lanzado una campaña internacional en la que se solicita la colaboración de artistas para enviar caricaturas en apoyo a Omar. Estas ilustraciones serán publicadas en las redes sociales de AlManassa y se utilizarán en eventos de protesta. La intención es clara: demostrar que, aunque el régimen intente silenciar a sus críticos, la voz de Omar resonará más allá de los muros de su celda.
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Con cada nueva detención, el gobierno envía un mensaje de miedo. Sin embargo, la solidaridad internacional es un recordatorio de que la censura nunca podrá extinguir completamente la verdad. “Enero de 2011 terminó como proyecto, pero dejó algo muy importante: la sensación de que pudimos hacerlo, de que fuimos capaces”, concluye Ramsis. El caso de Ashraf Omar no es solo la de un caricaturista encarcelado, sino la de un país entero donde la voz de la disidencia se paga con la violencia, la tortura y la cárcel.