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Opinión
Trump, los árabes y las trampas de Oriente Medio: jugando a los dados en Gaza
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Arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.
La conferencia de prensa del presidente estadounidense Donald Trump con el primer ministro del régimen de Tel Aviv Benjamín Netanyahu fue un auténtico “bombazo”. Trump nos había acostumbrado a una barbaridad dialéctica por día desde antes de tomar posesión de su cargo, hace unas semanas. Sin embargo, el 5 de febrero, hay que reconocerlo, batió su plusmarca. Tanto que llevamos días hablando del asunto por todos los rincones del planeta y seguiremos así un buen tiempo. Hasta que vuelva a superarse con una sandez de mayor calibre, si bien después de lo de Groenlandia, el Canal de Panamá y ahora Gaza, ha puesto el listón muy alto.
Todos sabemos que la propuesta de “convencer” a los gazatíes para que abandonen la Franja y se desperdiguen por los Estados (árabes) vecinos, seguido de una especie de administración militar por parte de Washington y la conversión del territorio en una nueva “Riviera”, representa más una herramienta de negociación al alza que un plan serio y realista. No vemos al ejército de Estados Unidos desplegándose por Gaza ni haciendo labores de prospección para las grandes constructoras y cadenas hoteleras (mayormente las de Trump) ni exponiéndose a posibles ataques de milicias palestinas. Aunque echasen a casi todos los habitantes, alguno quedará; y conociendo a la gente de Gaza, con su manía de llevar la contraria a los ejércitos ocupantes, ya sean sionistas o gringos, resistir, resistir, resistirán. Por lo pronto, los contingentes estadounidenses se preparan para salir de Siria, o reducir su presencia allí, y otro tanto en diversos lugares de Oriente Medio. Llevar a más soldados a la región no parece ir en consonancia con sus pretendidos programas de contención de gastos. Solo, así lo ha dicho en contadas ocasiones, transportará su arsenal a sitios donde se le pague bien. En Gaza no se sabe quién les va a pagar. ¿O sí?
Palestina
Limpieza étnica Protestas en todo el mundo contra los planes de limpieza étnica para Gaza
Porque lo más terrible de las declaraciones de Trump, ante un Netanyahu que parecía el fámulo rendido del nuevo amo del mundo, admirado y sobrecogido pero sobre todo encogido, son los subapartados. En una sola jornada debió de repetir cuatro o cinco veces que Egipto y Jordania acabarán cediendo y aceptando desplazados palestinos dentro de sus fronteras. Tanto el general al-Sisi en el primero como el rey Abdalá en la segunda han rechazado categóricamente el transfer; sin embargo, Trump ha insistido en que pasarán por el aro, como ya lo hicieron cuando trasladó la embajada de su país a Jerusalén en 2017, proclamó en 2019 la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ocupados a Siria, o aprobó los proyectos de expansión y nuevos asentamientos del proyecto sionista en Cisjordania. Chitón en los países árabes. Sabe de lo que habla: en Egipto, al-Sisi, su “dictador favorito”, es el mayor beneficiario, tras Israel, de las ayudas militares de EE UU. El aparato represivo militar y policial de su gobierno (unos 60.000 presos políticos) se apoya en la financiación externa y las armas que le llegan desde sus padrinos estadounidenses y aliados, incluidas monarquías del Golfo como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. El sistema opresivo erigido por al-Sisi desde 2013 no habría sido posible sin este apoyo o el del FMI e instituciones financieras internacionales teledirigidas por Occidente que se dedican a mantener a determinadas economías en un estado de respiración asistida…. hasta que aprietan un poco y los dejan caer. La imagen de Gadafi apaleado y asesinado por milicianos de la oposición en Sirte, 2011, pesa mucho en la memoria de los sátrapas árabes. Y recordemos que el dictador libio, firme colaborador de la Unión Europea en la lucha contra la emigración irregular y el terrorismo, según decían especímenes como Berlusconi, Sarkozy o el ínclito Aznar, cayó tras una intervención de la Otan.
Cuando te llevas mal con el amigo americano, de repente, salen concentraciones populares por aquí, coroneles díscolos por allá, los productos básicos escasean y la moneda nacional se desploma frente al dólar
Al-Sisi sabe lo que le espera como lleve la contraria y siga diciendo por ahí que no admitirá a un solo repatriado palestino en la península del Sinaí. Su policía mantiene firmes a los egipcios con mano de hierro, sin dejarles siquiera organizar manifestaciones simbólicas ni a favor de los palestinos ni mucho menos en pro de reformas políticas. Pero cuando te llevas mal con el amigo americano, de repente, salen concentraciones populares por aquí, coroneles díscolos por allá, los productos básicos escasean y la moneda nacional se desploma frente al dólar. Y al final o empleas mano dura, para lo cual necesitas que te armen desde fuera después de hacer las concesiones preceptivas, o la cosa pinta fatal. El gran problema para al-Sisi es que albergar a cientos de miles de personas, casi un millón según los cálculos de la Casa Blanca, puede dar lugar a un levantamiento general en un país donde la mitad de la población (unos 120 millones) vive en el umbral de la pobreza y muy pocos llegan a fin de mes. Mayor es incluso el dilema para Abdalá, que depende igualmente del apoyo político, diplomático y financiero de Washington pero, por el contrario, no dispone de espacios geográficos apropiados y tiene una población reducida en comparación con la egipcia (11 millones). Jordania, con una extensión (90.000 kilómetros cuadrados) inferior a la de Castilla y León, no dispone de zonas aisladas, amplias y desérticas como las del Sinaí, colindante con Gaza, o los páramos de la frontera egipcio-libia. Por si fuera poco, más de la mitad de sus súbditos son palestinos y un nuevo aluvión, a distribuir por las principales ciudades y aldeas, ha de provocar por fuerza un terremoto social. Pero está en la misma tesitura que El Cairo: Trump sabe que tiene bazas para doblegarlos. Tanto si ceden como si se niegan, las consecuencias han de ser gravosas. Aunque alguien —“tenemos el dinero en Oriente Medio”, añadió Trump— ponga las cantidades necesarias para transportar a los gazatíes, alojarlos en “edificios” —el sujeto no habló de tiendas de campaña como en las expulsiones de palestinos en el 48 y el 67— y satisfacer sus necesidades básicas, estamos hablando de un dispendio colosal. Porque, además, hay que costear las labores de reconstrucción en Gaza y acondicionar la costa para el megaproyecto turístico que, dicen, pretenden realizar.
Washington asusta a los del Golfo con el “coco” iraní pero como siga abusando de las hipérboles y buscando conflictos con muchos rivales al mismo tiempo, caso de las disputas comerciales con China, Teherán va a terminar pareciendo un mal menor
Y ahí nos encontramos, desde una perspectiva árabe, con otra incógnita: cuánto hay que poner y a cambio de qué. El quién lo sabemos: Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos en primer lugar. En 2017, Trump llevó a cabo su primera salida al extranjero a Arabia Saudí. Anunció que iría porque Riad estaba dispuesto a invertir 450.000 millones de dólares en territorio y empresas estadounidenses. Ahora, recién iniciado su segundo mandato, sostiene que puede hacer lo propio; pero hay que pagar más. El príncipe heredero, Muhammad ben Salmán, ha comunicado su disposición a invertir 600.000 millones de dólares en cuatro años, más que el PIB de Egipto y Jordania juntos. Los nostálgicos de la política internacional basada en los equilibrios, la diplomacia sutil y las negociaciones a puerta cerrada se sentirán decepcionados, pero es la nueva manera de hacer política de la gran potencia mundial. Tiene mucho de cínico y descarnado pero, al menos, sirve para dejar en evidencia a los esbirros. Y no esconde una visión neocapitalista y ultrautilitaria de las relaciones internacionales: la consagración de un mundo entendido como centro comercial multiusos A los saudíes, y los emiratíes, les encantaría mantener su doblez discursiva: en público, se muestran preocupados por lo que ocurre en Gaza y anuncian ayudas para la reconstrucción (sin echar a la gente antes); en privado, confirman su apoyo al gobierno de Netanyahu para que siga devastando la Franja y termine “de una vez” con Hamás y los islamistas palestinos. Cuánto tendrían que poner sobre la mesa para costear los proyectos, incluidos los intereses, del mercader de Nueva York, eso no lo saben. Si todo esto no va a desembocar en un lío fenomenal que ponga Oriente Medio patas arriba, tampoco. Washington asusta a los del Golfo con el “coco” iraní pero como siga abusando de las hipérboles y buscando conflictos con muchos rivales al mismo tiempo, caso de las disputas comerciales con China, Teherán va a terminar pareciendo un mal menor.
Palestina se habría convertido hace tiempo en un coto exclusivo de la vorágine sionista de haber sido por determinados regímenes árabes. Sólo el tesón e incansable pundonor de los palestinos lo ha impedido. Las estupideces sobre la Riviera y “el brillante porvenir”, aun preocupantes, se las han tomado a chirigota en Gaza: han sobrevivido a la devastación durante 15 meses y no se han ido, ¿por qué iban a hacerlo ahora? Difícilmente saldrán por su propia voluntad. Muchos, refugiados de los éxodos del 48y el 67, saben lo que significa el desamparo de los campamentos y los habitáculos insalubres. Por mucho que los saudíes y emiratíes pongan el oro y el moro, sus vidas en el Sinaí o en el desierto jordano de Ard al-Sawwan serán miseria y dejación, no la vida próspera que falsamente promete Trump. Para este, la desolación de Gaza parece deberse a una plaga divina o una torcedura del destino, no la acción criminal de un ejército de ocupación. Se trata de un chiste, tan tragicómico como el del despreciable ministro de defensa del régimen israelí, Israel Katz, cuando pide “que la gente de Gaza disfrute de la libertad de movimiento y la libertad de migrar, como es costumbre en todo el mundo”. El chascarrillo podría complementarse añadiendo que los gazatíes, en su libertad para emigrar, podrían establecerse en Haifa, Yafa o Safad, todas ellas localidades de la Palestina histórica ocupadas hoy por el proyecto sionista. Pero eso no hace gracia a la turba sionista.
Trump ha ordenado ya el cese de las aportaciones estadounidenses a la Unrwa, primer paso para asfixiar a Gaza una vez que se suspenda la tregua y, como es de temer, se retome el cierre de Gaza, que ha estado vigente de forma discontinua desde 2005. Eso bastará, según los estrategas sionistófilos, para forzar la salida de cientos de miles de personas. Y si no se van, da igual: se pudrirán lentamente, ante la mirada errática de la llamada comunidad internacional. Casi todo el mundo se ha escandalizado pero nadie ha dicho: “Aunque no sepamos si este (cretino) dice las cosas por decir o no, nos oponemos frontalmente y haremos lo que esté en nuestra mano para evitar esta injusticia”. Trump, suponemos, no está empeñado en hacer literalmente lo que ha dicho; le basta con obtener el visto bueno de sus aliados árabes a un nuevo cerco sobre Gaza, acelerar el tratado de paz de Arabia Saudí con el régimen de Tel Aviv y asegurarse de que las petromonarquías le compren más armas. Pero este planeta se merece un poco más de dignidad.