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Dana
Más allá de la emergencia: extender el apoyo mutuo tras la DANA
La actualidad de la dana sigue marcando el ritmo de las vidas de buena parte de la gente en el País Valencià así como del debate público y de la agenda mediática. Se trata de una realidad muy cambiante, donde las tareas de limpieza y provisión de alimentos han dejado paso progresivamente a aquellos garajes aún llenos de lodo o a la necesidad de nuevo mobiliario en muchas de las viviendas afectadas. Las medidas de apoyo a los agentes económicos, la salud mental de las poblaciones afectadas o la imperiosa apertura de todos los colegios públicos son otras tantas de las urgencias que han ganado protagonismo con el paso de las semanas. Y estas, a su vez, dejarán paso a otras nuevas que descubriremos en las próximas semanas.
En este contexto, queremos preguntarnos cómo es posible sostener y extender por los territorios las iniciativas solidarias y de apoyo mutuo nacidas en las primeras horas tras el trágico suceso. En este artículo tratamos de apuntar algunas cuestiones que nos parecen fundamentales para esta discusión. Como telón de fondo, nos preocupa la cuestión de la producción de institucionalidad popular. Esto es, la capacidad de los movimientos sociales de crear nueva institucionalidad en el marco de la crisis vivida, basada en unos principios y prácticas de horizontalidad y justicia social.
El propio asociacionismo de los territorios afectados empieza a salir del shock que han vivido. En las últimas semanas hemos podido leer en los medios locales sobre el nacimiento de diferentes asociaciones y plataformas de afectados
Para desarrollar estas ideas, nos parece fundamental tomar en consideración algunas notas. Por una parte, la evidencia disponible sobre redes de apoyo en situación de catástrofe, sabemos que estas empiezan a decrecer con el paso de las semanas. Esto ya está ocurriendo en València, en la medida en que la gente “ha vuelto” necesariamente a sus vidas cotidianas y los cuerpos del Estado han tomado el centro del escenario. Aún así, se puede aprender de experiencias previas, que se han consolidado después de las diferentes crisis o emergencias que hemos sufrido en los últimos años.
Encontramos ejemplos muy interesantes en algunas iniciativas comunitarias de recuperación de las montañas y los bosques, que surgieron del voluntariado local activado alrededor de un gran incendio. También en los múltiples bancos de alimentos que siguieron su actividad pasado lo peor de la crisis de la Covid19. Por otra parte, el propio asociacionismo de los territorios afectados empieza a salir del shock que han vivido. En las últimas semanas hemos podido leer en los medios locales sobre el nacimiento de diferentes asociaciones y plataformas de afectados en diversos municipios.
Opinión
Dana La solución no vendrá del populismo, sino de la intervención popular en los asuntos públicos
En estos dos meses hemos vivido momentos y experiencias muy alentadoras. La autorganización en el Parque Alcosa por parte del vecindario e impulsada por el Kolectivo es un ejemplo. Han ocupado y organizado un supermercado popular. Han dirigido muchas iniciativas de apoyo que han llevado a cabo diferentes organizaciones de la ciudad. Han sido ejemplo: la ayuda mutua y la cooperación es una vía de subsistencia y, aún en estas condiciones, también de relación social placentera y efectiva. No ha sido la única muestra. El trabajo de DANA Suport Mutu, a través del cual se han coordinado diferentes espacios autorganizados de la ciudad de València, para conectarlos con las necesidades de las vecinas de las zonas afectadas, ayudando a organizar el impulso solidario. O incluso la del PCE que han sido capaces de mantener en el tiempo gracias su actividad gracias, intuímos, a sus sedes locales sobre el terreno. Todas, y nos dejamos muchas, son experiencias a las que debemos atender para poder contribuir al problema planteado: la extensión y consolidación de las redes de apoyo mútuo y de la institucionalidad popular.
A pesar de la importancia que han tenido, no sería epistemológicamente honesto, ni estratégicamente útil, acogernos a un relato triunfalista. Si bien estas, junto a la pulsión hacia la vida y la solidaridad fraterna que se ha vislumbrado dentro de la sociedad, son el elemento esperanzador de toda esta catástrofe; las mismas han sido limitadas y, quizá, buena parte de ellas con escasa capacidad de perdurar.
Desde que a las pocas horas de la explosión climática la gente comenzara a cruzar en masa aquel puente bautizado como el de la solidaridad, parecía claro que este movimiento espontáneo no se podría sostener durante mucho tiempo. Aún así no fue una cuestión puntual. Pese a los intentos de las autoridades autonómicas por refrenarlo, ese impulso se mantuvo vivo durante varias semanas. Fue muy útil en su momento, cuando el simple cuerpo y el mero desplazamiento de fango ya producía por sí mismo un efecto visible sobre el terreno y, también, sobre el ánimo de los directamente golpeados por la riada. Pero poco a poco perdió capacidad de impacto. La cantidad había de dejar paso a lo preciso. La voluntariedad a la coordinación. Del impulso solidario a la autorganización deliberativa. Si bien algunas organizaciones y experiencias, como las que se mencionan, pudieron mantener en algunos lugares el pulso; el puente de la solidaridad, poco a poco, recuperó su viejo nombre.
En l’Horta Sud, también en algunos municipios de la Ribera, poseen un gran tejido asociativo festivo, deportivo o cultural, pero apenas se cuentan organizaciones vecinales o comunitarias con capacidad de generar este tipo de respuestas locales
¿Por qué han funcionado estas y otras iniciativas semejantes? La respuesta principal apunta a la existencia de un tejido asociativo previo, de base, que ha sido capaz de articular respuestas a la devastación producida. Este hecho remite a la cuestión del capital social que existe en los territorios. Dichos agentes eran conocedores de los recursos vecinales con los que contaban y mantenían alianzas previamente generadas. En l’Horta Sud, también en algunos municipios de la Ribera, hay municipios que poseen un gran tejido asociativo festivo, deportivo o cultural. En cambio, apenas se cuentan organizaciones vecinales o comunitarias con capacidad de generar este tipo de respuestas locales.
De todo esto se desprende una línea de acción a medio-largo plazo, como es la promoción de la organización vecinal en los territorios afectados, y no solo en ellos, con legitimidad social y capacidad para llegar a su vecindario. En un mundo frágil y vulnerable como en el que vivimos esto es fundamental. Y es especialmente importante en las zonas más vulnerabilizadas, como pueden ser les Barraques de Catarroja o el Raval de Algemesí. Al margen de la intervención de las administraciones locales, ¿Qué papel podemos jugar aquí los movimientos sociales de la ciudad y de otros territorios adyacentes? ¿Cómo podemos extender la auto-organización sin actuar como paracaidistas en lugares que nos son ajenos?
Debemos exigir, entre otras cosas, la reapertura en condiciones de los centros educativos, el incremento de los recursos destinados a trabajar la salud mental o que se garantice el acceso y el mantenimiento en la vivienda
Además, hay que tener en cuenta que estas experiencias dieron una respuesta efectiva y acorde a todo lo que se vivió en esas primeras horas. Pero este marco de actuación ha ido mutando y han emergido nuevas necesidades. Así pues, la sostenibilidad de las iniciativas comunitarias en el tiempo pasa en buena medida por ocuparse e intervenir sobre las diversidad de demandas de los vecindarios. En este ámbito, nos parece fundamental la capacidad de reivindicar unos servicios públicos ajustados a la situación post-dana y unas políticas públicas expansivas. Debemos exigir, entre otras cosas, la reapertura en condiciones de los centros educativos, el incremento de los recursos destinados a trabajar la salud mental o que se garantice el acceso y el mantenimiento en la vivienda.
Son algunos de los campos de lucha que emergen en los territorios afectados. Ahora bien, no se trata solamente de demandar más y mejores servicios públicos. También de empujarlos y dinamizarlos, de acercarlos a la comunidad o de ser gestionados directamente por ella, con los recursos públicos que sean necesarios para ello. En este sentido, el asociacionismo local debería poder trabajar, tanto si cuenta con el apoyo necesario de los centros de salud como si no, para organizar espacios comunitarios de apoyo mutuo vinculados a la salud mental. Sin ir más lejos, como ya está ocurriendo en alguna de las zonas afectadas. Así mismo, es injusto pensar que la realidad y las propuestas de futuro de los centros educativos después de la DANA no cuenta con un protagonismo central de las AFA’s, que han sido un actor crucial en su reapertura.
El reto es complejo. Entretejer esa fuerza social que hemos visto, con aquellas prácticas autoorganizativas que han sido capaces de generar una actividad de fuerte impacto transformador
En fin, por un lado tenemos un tejido popular dinámico, capaz de activarse y dar respuestas potentes, pero puntuales, en contextos muy determinados. Por otro, organizaciones voluntariosas, pero atomizadas y con escasa capacidad de actuar más allá de las microgeografías que dibujan sus límites. Ya sean pequeños espacios vecinales o intervenciones muy sectorializadas. No deberíamos conformarnos con habitar pequeños márgenes ni confiarlo todo a la espontaneidad. Tampoco haríamos bien cayendo en la nostalgia. La búsqueda de soluciones rápidas y excesivamente intuitivas puede ser peligrosa. Aspirar a recuperar esas grandes organizaciones del movimiento obrero que articulaban la vida en todos sus ejes puede resultar tentador, pero por el camino olvidaríamos que estamos, más bien, ante un relato simplificador de partida. Y ante un contexto social muy diferente de llegada. Es, creemos, una idea romántica. Poco más.
El reto es complejo. Entretejer esa fuerza social que hemos visto, con aquellas prácticas autoorganizativas que han sido capaces de generar una actividad de fuerte impacto transformador. Ser capaces de generar autonomía más allá de aquella que impone la propia fragilidad social. Muchos de los ejemplos de autogestión vecinal parten de situaciones de extrema necesidad. También algunas de las analizadas en este artículo. La clave es hacer de estas un modelo que vuelva a adueñarse del sentido común de la sociedad y, para ello, se hacen imprescindible dos cosas. Por un lado, revertir el proceso de individualización cultural y material en el que vivimos; esta vez ha sido una catástrofe la que ha mostrado, de manera abrupta y por la necesidad de compartir los trabajos de limpieza y provisión de alimentos, la importancia de los otros en la configuración del yo. Por otro, producir lugares de creación comunes con impacto transformador.
Sphera
Afectados por la dana Saliendo del fango
La gente debe reconectar con sus iguales y, al mismo tiempo, encontrar útil y acogedora la acción que genera en esos lugares de reconexión. Que habitar la comunidad proporcione bienestar, y que desde este, podamos recuperar nuestra capacidad de agencia. El mundo puede cambiar a mejor o a peor y ello no depende de algún tipo de determinismo historicista. La actuación conjunta de la especie humana escribirá buena parte del futuro. Como hemos dicho, en un mundo neoliberal cada vez más frágil y sacudido, la organización colectiva es un imperativo. Que las clases populares recobren esa conciencia de su capacidad transformadora cuando actúan de manera conjunta es fundamental.
La reconstrucción de la comarca puede ser un buen comienzo para este planteamiento. Los comités de reconstrucción que recientemente ha propuesto la Koordinadora del Parke caminan en esta dirección. También otros espacios de deliberación que puedan ayudar a rehabilitar al tiempo que se reapropian de casas, calles y plazas. Es decir, de la producción y de la reproducción de la vida. Y que estos también tengan subjetividad suficiente para poder confluir con esas mismas experiencias en otros barrios o pueblos. Capacidad creativa democrática e identidad para confluir.
En esta misma línea, la Fundació Horta Sud está apostando por una estrategia de reconstrucción de las zonas afectadas a partir del apoyo, especialmente económico, al tejido asociativo afectado de la zona. Se trata de una reconstrucción desde abajo, desde los espacios de vida, encuentro y activismos que existen en el territorio. Pasada la emergencia, es hora de disputar la reconstrucción: tejido asociativo y económico, acceso a la vivienda, servicios públicos o la propia vida cultural. Solamente con el, necesario, “Mazón dimisión” que retumba en la capital del Túria no va a ser suficiente. Se hace necesario, en fin, recuperar la agencia, y situar el proceso de reconstrucción sobre las manos de la gente que habita las zonas afectadas.