Cómic
Julie Doucet: “Cada cómic es un experimento, no me gusta ceñirme a categorías asignadas por otros”

Julie Doucet, icono del cómic alternativo y feminista de los años 90, publica ‘El río’, su nueva novela gráfica que constituye un hito editorial, dado que llevaba un cuarto de siglo alejada del medio.
Julie Doucet - 1
Julie Doucet. David F. Sabadell

Si hace unas semanas teníamos la oportunidad de hablar con un grande del cómic, François Schuiten, cuyos nuevos trabajos han puesto fin a un prolongado paréntesis creativo, otro tanto cabe decir de Julie Doucet (Montreal, 1965), que vuelve de un retiro autoimpuesto de un cuarto de siglo para ofrecer El río (2022), novela gráfica publicada en nuestro país por la editorial Fulgencio Pimentel.

El río es una recreación dibujada de hechos acaecidos en 1989 y recogidos en su momento por Doucet en su diario íntimo. Con ella, la autora canadiense vuelve a sumergirnos en las emociones abrasivas y en primera persona, así como en una experimentación formal que busca desbordar los límites de la página. Doucet prosigue así sus investigaciones en torno a las posibilidades del cómic como medio expresivo y continúa aplicando una mirada visceralmente feminista sobre sus experiencias y el mundo que le rodea, cualidades que hicieron de ella en los años 90 uno de los nombres clave del cómic indie o alternativo. Con esta entrevista, llevada a cabo en el marco de los encuentros con autores de cómic y otras actividades conexas que promueve en los últimos tiempos el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, recogemos, de hecho, el testigo de la realizada a Doucet en 2018, cuando su obra del período 1986-1993, que incluye títulos tan esenciales en sus modos do it yourself y pospunk como la serie Dirty Plotte, fue recopilada en dos tomos también por Fulgencio Pimentel.

Empecemos por el título original de El río: Time Zone J. Tanto el título original como la versión en castellano hacen referencia al transcurso de un tiempo narrativo, pero de manera diferente.
El editor español me dijo que era complicado encontrar un equivalente a Time Zone J en castellano, por lo que ha adoptado como título El río, que me parece bien porque hace referencia pertinente a una historia, la de mi vida y un momento concreto de la misma, que fluye imparablemente narrada por un coro de voces que son facetas de mí misma, preguntándome en primer lugar por qué volver a dibujar, por qué volver a este mundillo y, después, viéndose arrastrada por la pulsión de dibujar y recordar, de recordar y dibujar una relación significativa para mí y sus consecuencias. El título original, Time Zone J, apela a algo más complicado, husos horarios o estaciones determinadas de la vida. Habéis de tener en cuenta que este cómic nace en un cuaderno japonés de hojas desplegables, y por tanto dibujé sin interrupciones, dejándome llevar por ese formato. Al dividirlo en otro formato, el de páginas, sale, creo, algo parecido a fragmentos temporales. Pero es un experimento, al fin y al cabo. No tienen tanta importancia los títulos como las sensaciones que genera la lectura.

Me gusta que hoy en el mundo del cómic pueda hacerse cualquier cosa, que puedas ser narrativa si quieres o puedas detenerte a pensar a través del dibujo

Hay otros aspectos experimentales en El río.
Sí, decidí que la lectura de los textos, los bocadillos de diálogo, siguieran una dirección de abajo arriba, sin preguntarme tampoco por las razones para ello, me pareció interesante y era práctico, me gusta empezar a dibujar en la parte de abajo de la página; y renuncié a las viñetas, prefería que el flujo de conciencia que me venía a la cabeza se tradujera en un amasijo de rostros, de animales y objetos que se suman al dibujo de improviso, cuando lo requiere la situación…

Me gusta que hoy en el mundo del cómic pueda hacerse cualquier cosa, que puedas ser narrativa si quieres o puedas detenerte a pensar a través del dibujo. En este sentido, mi dedicación durante un tiempo a las artes plásticas o la animación me ha hecho comprender que no toda narrativa requiere de un formato estricto y, al contrario, que el formato del cómic no tiene por qué estar ceñido a lo que se entiende habitualmente por narrativa. Una de las cosas que menos me gustan es la tendencia de los lectores y los críticos a ceñirme en categorías, meterme en una caja u otra, asignarme un papel como autora de cómic, esperar que mis trabajos sean como han sido antes. El río ha sido para mí un nuevo tour de force, una manera de pensar fuera de la caja.

Y, cuando no te has expresado a través del cómic, ¿qué te han aportado esos otros medios a los que has prestado atención?
Me encanta el collage. Creo que, hoy por hoy, como podréis apreciar por su influencia en El río, es una técnica muy interesante para dar voz a pensamientos torrenciales, que se atropellan y establecen dialécticas entre ellos. También adoro escribir y durante un tiempo me sentí muy cómoda en el ámbito de la animación. He realizado hasta 14 cortometrajes de animación, muy abstractos, que me han enseñado mucho sobre el proceso de expresión secuencial y sobre la plasmación simbólica de narrativas como la autobiográfica. He practicado la animación fotograma a fotograma para dar vida a mis dibujos, lo que os puedo asegurar que es agotador, y he probado también a trabajar directamente sobre el celuloide aplicando en su superficie letras de transferencia en seco. No he mostrado públicamente en demasiadas ocasiones estas animaciones; las hice sin ninguna formación especial, hace tiempo que no me dedico a ellas y ahora las veo de modo diferente, pero han sido importantes para mí.

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Doucet antes de la entrevista para EL Salto. David F. Sabadell

Hay dos aspectos que nos interesan especialmente de El río: la cantidad de rostros humanos que puebla sus páginas, y tu mirada desde 2024 a los años 80 y 90, que en los últimos tiempos están siendo objeto de una revisión cultural no siempre precisa.
Vayamos por partes. Los rostros humanos son básicos para mí, El río es un desfile de las personas que han pasado por mi vida, especialmente en 1989, cuando tenía 23 años y me vi envuelta en determinadas circunstancias. Esos rostros se me han quedado en la memoria y el dibujo me ayuda a recuperarlos, en un proceso que complemento con tipos humanos que encuentro en revistas u otros medios y me ayudan a fijar en el papel personajes o, para ser más exacta, caracteres.

En cuanto a mi recuerdo de los años 80-90 y la visión actual de los mismos, no soy una persona nostálgica y cuando vuelvo a mis diarios de entonces y trato de reinterpretarlos a través del dibujo soy muy consciente de que son una época muy antigua, en términos absolutos y para mí personalmente. No participo de la tendencia a recrearlos con un halo de nostalgia o estilo. Hay cosas que para mí tenían mucho encanto, como el envío de fanzines por carta postal y la correspondencia que podía llevar a derivarse de ello con los lectores y otros autores. ¿Lo echo de menos? No lo sé, no estoy segura de que hoy tuviese la energía para dedicar a ello tanto tiempo [risas].

Los jóvenes están empeñados en entrar en las escuelas de arte para que les enseñen a dibujar, mientras que yo en su momento dejé la escuela de arte para poder dibujar a gusto

En relación con eso, los autores y las autoras de cómic alternativos estabais más desamparados que hoy.
Sí, siempre digo que hoy los jóvenes están empeñados en entrar en las escuelas de arte para que les enseñen a dibujar, mientras que yo en su momento dejé la escuela de arte para poder dibujar a gusto [risas]. En parte ir a tu aire estaba bien, porque hoy existe una confusión entre el estilo y la técnica, que se enseñan y se aprenden, son comercializables y te meten en las cajitas asfixiantes que os comentaba, y lo que significa experimentar a un nivel autoral con el cómic, que es algo muy diferente y autoexigente. Pero, en líneas generales, a mí las escuelas de arte no me fueron de gran ayuda porque en los años 80 el dibujo no pintaba nada a nivel artístico, no era tenido en cuenta nada que no fuese el arte conceptual. Y, por otra parte, muchos de mis compañeros de clase no hacían otra cosa que decirme que mi futuro estaba en la ilustración infantil y juvenil, pese a que era obvio que mis dibujos no tenían nada de infantiles [risas]. Era un ambiente muy clasista y lleno de prejuicios hacia las mujeres. No me quedaba otra que probar suerte por mis propios medios, y de ahí mis comienzos en el fanzine y la autoedición.

No puse en práctica un feminismo consciente cuando empecé a hablar en mis cómics sobre la menstruación, mis inseguridades, mis problemas o mi sensación de extrañeza ante muchas cosas que me rodeaban

¿Tu conciencia feminista surge al mismo tiempo, también en esa época?
Cuando yo me inicié en los ámbitos de las artes plásticas y el cómic entre los años 80 y 90, el feminismo había sufrido un fuerte retroceso tras los logros previos del feminismo de segunda ola. De hecho, yo no puse en práctica un feminismo consciente cuando empecé a hablar en mis cómics sobre la menstruación, mis inseguridades, mis problemas o mi sensación de extrañeza ante muchas cosas que me rodeaban. Simplemente tenía ganas de expresar mis ideas y mis emociones al respecto, y resultó que eso no era nada habitual, se consideraba radical. Al mismo tiempo, parece que mucha gente —en especial, claro, las mujeres—, se sintió interpelada por ello y reaccionó con entusiasmo. Pero, insisto, no había en el ambiente una conciencia política sobre estos temas, el feminismo consciente vino mucho después, ya en este siglo. Aquellos años no fueron para nada acogedores ni comprensivos a un nivel mainstream. Hoy todo es muy distinto, afortunadamente.

Me resulta extraña la idea de que no existan originales, dibujos físicos de partida, me aterra pensar lo que podría suceder con mi trabajo si se produjese cualquier fallo eléctrico o electrónico

En relación con tus prácticas artísticas, ¿cómo te llevas con las herramientas digitales?
Los artistas y las obras circulan a una velocidad cada vez más rápida, y creo que eso tiene relación con una producción, distribución y consumo de los trabajos mediados por el paradigma digital. Hay varios motivos por los que soy reacia a abandonarme a las tecnologías y las filosofías implícitas en el digital. Para empezar, tengo problemas de visión, por lo que no puedo permanecer mucho tiempo con los ojos anclados a una pantalla, me es físicamente imposible. Pero, además, me resulta extraña la idea de que no existan originales, dibujos físicos de partida, me aterra pensar lo que podría suceder con mi trabajo si se produjese cualquier fallo eléctrico o electrónico. Para mí, poseer los originales es importante, más allá del valor que puedan adquirir con los años. Son la demostración de que he dedicado una parte de mi vida a un cómic; la relación entre el tiempo y lo matérico, los procesos, son para mí donde se cifra realmente la experiencia artística. Reconozco que, por supuesto, las herramientas digitales te permiten ir más deprisa, al precio eso sí de que unos trazos o unos fondos sean indistinguibles de los que hacen otros artistas; y soy consciente de que en la actualidad existen herramientas maravillosas que pueden simular a la perfección ser un pincel o un lápiz, que producen texturas de forma asombrosa. Pero no son lo que yo necesito cuando hago un cómic. Me gusta el tacto del papel, me gusta el trazo de los lápices y las tintas.

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El río ha supuesto tu regreso al cómic pero eso no quiere decir que vayas a persistir en el medio a corto plazo.
Como tengo urticaria a repetirme, me resulta difícil deciros en este momento si volveré a ponerme con otro cómic próximamente, ni siquiera tengo claro que sea fundamental o determinante para mí insistir en ello. Lo único que tengo en mente ahora mismo como proyecto confirmado es con una editorial estadounidense: voy a colaborar en un libro de relatos de escritoras en activo hace cien años, es decir, en la década de los 20 del pasado siglo. El tema común a todos los relatos es la inquietud feminista de sus autoras. Los ilustraré, posiblemente a razón de una ilustración por relato. Es una propuesta que me apetece mucho y, además, cuenta con el aliciente de que al haber pasado cien años desde la aparición original de los relatos, la editorial no ha de pagar derechos de autoría y le corresponde más dinero a la ilustradora [risas].

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