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Cine
Auge y ocaso de ‘Il Cavaliere’
El estreno de Loro, la película de Paolo Sorrentino sobre Silvio Berlusconi, no ha podido ser más oportuno ahora que Italia vuelve a ser depositaria de muchas miradas.
“Para mí, una película es descubrir un misterio, y en Italia los misterios están estrechamente vinculados a la Iglesia, a la política, a la mafia”, ha declarado recientemente Paolo Sorrentino a la BBC. Con Loro (2018), el director italiano cierra un tríptico cinematográfico sobre el poder en Italia iniciado diez años atrás con Il Divo (2008) y del que formaría parte su miniserie para la HBO The Young Pope (2016).
Su estreno no podía ser más oportuno ahora que Italia vuelve a ser depositaria de muchas miradas por el gobierno de coalición gialloverde entre el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga de Matteo Salvini.
Su llegada a las salas españolas invita a revisar las anteriores películas de Sorrentino con voluntad forense, e intentar, así, encontrar en ellas algunas claves que expliquen cómo se ha llegado a la situación actual.
La aparente inclinación a la sátira y la caricatura de Il Divo señalada en su día por algunos críticos no debe llamar a engaño: el predominio de los ambientes cerrados y las escenas nocturnas, su galería de políticos de avanzada edad, encabezada por un Giulio Andreotti que recuerda a un vampiro cuya carrera política avanza y se mantiene a costa de consumir la de otros, transmiten bien la sensación de decrepitud del sistema de partidos italiano de entonces, corrompido hasta el tuétano y que implosionaría definitivamente tras el caso tangentopoli. Sobre ese escenario de ruinas, Silvio Berlusconi construyó su poder político con la fundación de Forza Italia en 1994, cimentando la fama del país como laboratorio político de Europa.
La carrera política de Berlusconi arrancó, pues, hace casi 25 años, el 26 de enero de 1994, cuando anunció en televisión su intención de entrar en política. El hundimiento de los cinco partidos tradicionales —la Democracia Cristiana, el Partido Socialista Italiano (PSI), el Partido Socialista Democrático Itailano (PSDI), el Partido Republicano Italiano (PRI) y el Partido Liberal Italiano (PLI)— dejaron a Forza Italia un considerable espacio para su crecimiento.
El nuevo partido de Berlusconi desplegó una estrategia de polarización frente a la posibilidad de una victoria de la Alianza de Progresistas —una plataforma electoral que incluía desde socialcristianos hasta comunistas— y acusando al poder judicial que había impulsado las investigaciones contra la corrupción de los partidos de no ser independiente y de estar en manos de comunistas.
Forza Italia ganó las elecciones de 1994 con un 21% de los votos. Lo consiguió sin hacerle ascos a sellar una coalición con la Liga Norte de Umberto Bossi en la mitad septentrional del país y otra, en la mitad meridional, con la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, el partido postfascista heredero del Movimiento Social Italiano (MSI) —cuyo logotipo, por cierto, tomó el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen y todavía hoy utiliza, en una forma estilizada—.
La primera andadura de Silvio Berlusconi como primer ministro no duró más de un mes, pero sirvió para dejar plantada la semilla de un proceso de transformación sociopolítica de Italia que lo devolvería al poder en 2001, modificaría por completo la política italiana y, andando el tiempo, la europea, y que ha sido descrito con etiquetas tan variadas como telepolítica o, más en boga estos días, populismo.
Fuck The Pain Away
Loro se centra en el período de 2006 a 2009. Comienza con la derrota electoral de Berlusconi frente a L’Unione de Romano Prodi por 25.224 votos y termina con el terremoto de L’Aquila que acabó con la vida de más de 300 personas y dejó a otras 65.000 sin hogar, ya como primer ministro. En esta ocasión, Sorrentino ha optado por doblar el espejo en la dirección opuesta a la de Il Divo. Estilo y personaje se encuentran en las antípodas.
Il Divo sorprendió hace más de diez años por ser una opera rock —en palabras del propio director— sobre un político tan contenido, modoso y monacal como Andreotti, por lo que del bombástico y venal Berlusconi se podía esperar algo parecido, si no en una dosis superior. La tentación de convertir la película en una ópera bufa con Berlusconi como sátiro persiguiendo a velinas y escorts por los verdes jardines de su villa sarda era grande. Pero Sorrentino y su guionista, Umberto Contarello, escogen todo lo contrario y las expectativas iniciales del espectador quedan frustradas. “El mundo tiene una idea de Berlusconi como persona muy simple, pero estudiándolo uno se da cuenta de que es muy complicado”, explicaba Paolo Sorrentino a la BBC en la entrevista arriba citada. “He querido intentar describir a este personaje complejo”, continuaba, “estoy interesado en el hombre detrás del político, no estoy interesado en los aspectos políticos”.
El Berlusconi de Loro, interpretado por el habitual Toni Servillo, es ciertamente un personaje complejo, en el centro de un triángulo compuesto por política, sexo y negocios, que comienza la cinta cabizbajo y hasta sombrío, y pasa la mayor parte de la película en su soleada villa de Cerdeña intentando reconquistar a su mujer, Veronica Lario (Elena Sofia Ricci), reuniéndose con sus socios comerciales e intrigando para regresar al poder.
Las orgías de Villa Certosa —que un paparazzi italiano capturó y vendió a El País, en unas fotografías que dieron la vuelta al mundo y pusieron también en la picota al ex primer ministro checo Mirek Topolánek—, con las que el político italiano celebra su retorno al cargo de primer ministro mientras su mujer se encuentra de viaje, son, en realidad, y como uno de los personajes se encarga de expresar, deprimentes y horteras (“pizza y champán”).
Con todos sus excesos y derroche de lujo y riqueza, estas bacanales de aspiración tardorromana no sirven para ocultar, y acaso ni siquiera para distraer, el vacío en todos los órdenes —político, moral, sentimental— en torno al que se mueve el protagonista, de una manera no muy diferente a los excesos de Jordan Belfort en El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013), y que el volcán artificial instalado en el jardín, y las expectativas que levanta a lo largo de la cinta, acaba por simbolizar. La erótica del poder es, como todo lo demás en la política de Berlusconi, una farsa.
En este sentido, Sergio Morra (Riccardo Scamarcio), el empresario de Taranto con el que se abre el primer acto de la película y que sirve para introducir la historia misma, sirve como contrapunto al personaje de Berlusconi, siendo, a la vez, un claro hijo de la cultura política de este: un arribista que pretende medrar política y socialmente a través del tráfico de influencias, en la variedad de proxeneta, con el fin de llegar surfeando sobre una ola de cocaína y MDMA y con la ayuda de Tamara (Euridice Axen) hasta el líder del centro-derecha italiano para solicitarle un puesto de eurodiputado en Bruselas.
En el montaje para su distribución internacional, la obra de Sorrentino termina en algo más de dos horas, pero la tragicomedia berlusconiana continuó mientras su figura iba disminuyendo. Posiblemente dentro de unos años veamos como el broche de oro su encuentro, el año pasado, con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. En aquella reunión, se presentó frente a las cámaras a un Berlusconi que, con la piel estirada más allá de lo posible, implantes capilares y varias inyecciones de bótox, parecía ya una máscara de sí mismo, como “el hombre que puede salvar a Italia del populismo”. Sic. Pero era ya demasiado tarde. Así como Berlusconi construyó sobre las ruinas de tangentopoli, otras fuerzas han venido a construir sobre las ruinas del berlusconismo. Quizá las veamos retratadas en la próxima película de Sorrentino.