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Cine
La maestría de ‘Drive my car’: tiempo fílmico para conjurar algo parecido a la vida
La ruleta de la fortuna y la fantasía, el anterior largometraje de Ryûsuke Hamaguchi, ya fue destacado como uno de los mejores filmes estrenados en 2021 en múltiples listas, además de recibir el gran premio del jurado en el festival de Berlín. La siguiente obra del realizador, Drive my car, está superando los registros: decenas y decenas de galardones, entre los cuales hay premios en Cannes (mejor guion y, según el jurado de la crítica internacional, mejor película) y en los Globos de Oro (mejor filme en lengua no inglesa).
Con todo, las convenciones del disfrute de la exhibición cinematográfica facilitan que la película levante algún temor. Al fin y al cabo se trata de un drama de tres horas de duración que no cultiva la lengua franca de esa peculiar concepción del realismo hecho en Hollywood. El resultado es susceptible de arrastrar al espectador con una fluidez remarcable, sin que sea necesario que su autor use los aditivos que se emplean habitualmente para dotar de dinamismo a las ficciones audiovisuales: ni cortes de montaje constantes ni cámaras en movimiento perpetuo.
Drive my car trata de temas abordados por los grandes maestros del cine y la literatura de todos los tiempos, como los límites de la comunicación y del conocimiento entre las personas o la culpa. La principal fuente de inspiración del filme es el relato homónimo de su compatriota escritor Haruki Murakami, incluido en el recopilatorio Hombres sin mujeres. Hamaguchi declara a El Salto que la historia original le interesó “por los personajes que aparecen y por las conversaciones que mantienen en un espacio cerrado como un coche, donde tienes que comunicarte sí o sí”. El resultado tiene algo de atípica road movie. Los silencios y los diálogos que tienen lugar dentro de un automóvil son una parte central del filme, pero no estamos ante una película de carretera al uso organizada alrededor de un gran viaje: con una excepción final, se retratan trayectos diarios que no suelen ser demasiado largos.
“También me atrajo mucho que el protagonista fuese un actor”, añade Hamaguchi. El eje de la película es Yûsuke, un intérprete y director teatral casado con una guionista de series televisivas. Ella tiene un particular método creativo: cuenta las historias a su marido durante o después de mantener relaciones sexuales. Rápidamente, se propinan dos golpes dramáticos sorpresivos a la audiencia. La mujer fallece, por ejemplo. Después de eso, Yûsuke sigue apegado a rutinas como ensayar sus diálogos del clásico de Antón Chéjov Tío Vania empleando una cinta de casete que la esposa muerta grabó con su voz. Porque el filme trata de personajes que siguen adelante, pero que no parecen capaces (y quizá tampoco deseosos) de dejar atrás un pasado que les tortura.
Las cicatrices metafóricas y literales abundan en esta historia de amor y duelo. Su autor opta por observar a sus criaturas con una comprensión implícita, sin subrayados de empatía, también cuando emergen sus facetas más oscuras
Hamaguchi parte de ese artista que recuerda una y otra vez a la mujer desaparecida, no siempre de la manera tierna y limpia que resultaría cómoda de experimentar y comunicar. Además, el realizador abre la narración a las relaciones que este mantiene con otros personajes, especialmente con la joven que trabaja como su chófer, pero también con un joven e impulsivo intérprete. Las cicatrices metafóricas y literales abundan en esta historia de amor y duelo. Su autor opta por observar a sus criaturas con una comprensión implícita, sin subrayados de empatía, también cuando emergen sus facetas más oscuras.
La obligación (¿moral?) de seguir viviendo
Drive my car parece un ejercicio artístico de calmosa excavación de verdades. Su protagonista encarna el espíritu de la película: se muestra lacónico y reflexivo, pero termina explicándose a sí mismo de una manera inusualmente profunda, penetrante, conflictiva. Esta excavación requiere tiempo. El metraje va más allá de los 100 o 120 minutos de duración estándar de los largometrajes comerciales y ronda las tres horas. Se incluyen algunos diálogos inusualmente extensos donde los personajes profundizan en quiénes creen que son, qué han vivido y cómo se sienten. Aun así, quedan aspectos por esclarecer. El personaje principal seguirá teniendo dudas sobre algunos aspectos relevantes de su matrimonio. Y uno de los protagonistas declara no saber si su madre tenía una personalidad escindida o solo lo fingía para comunicarse con ella.
“Tú no puedes conocer a alguien al 100% en la vida, así que tampoco puedes conocerlos al 100% en la película. Si la película explicase todo totalmente, hubiese sido un fracaso, porque lo que intento es reflejar la vida real”, asegura el director
El público tampoco recibirá una información privilegiada que le aclare todas sus dudas. Hamaguchi deja preguntas posibles sin respuesta por un motivo muy sencillo: “Tú no puedes conocer a alguien al 100% en la vida, así que tampoco puedes conocerlos al 100% en la película. Si la película explicase todo totalmente, hubiese sido un fracaso, porque lo que intento es reflejar la vida real”. Su autor defiende que resulta normal dejar espacio para algún misterio a la audiencia.
En Drive my car se oscila entre la calma aparente de los silencios, de las palabras no dichas, y los estallidos de expresividad intensa, a veces socavados por irrupciones del azar. La irrupción de un frisbee descontrolado interrumpe un momento emotivo. Un hombre tomando una fotografía interfiere en un diálogo introspectivo. Hamaguchi trabaja desde su personalidad artística y sus coordenadas culturales estas oscilaciones entre contención y expresividad que también están en Tío Vania. “Me interesaba darle importancia a esa obra de Chéjov. Sus personajes son personas muy contenidas que van acumulando sentimientos hasta que un día explotan”, resume el cineasta. La introspección de un proceso creativo facilita que emerjan algunos de esos sentimientos o secretos enterrados, pero Hamaguchi nos recuerda que cualquier práctica tiene una historia. Incluido cómo aprendió a conducir la joven chófer de Yûsuke.
El autor consigue integrar dentro del flujo narrativo, y con destacable armonía y extraña naturalidad, algunas situaciones inusuales que podrían considerarse propias del cine de género más sensacionalistas. Se produce un homicidio. Y emerge el recuerdo de algo que se le parece. Aun así, sigue imponiéndose la vida cotidiana, sus conflictos interiores acallados o no por la cortesía y el pudor. Varios personajes tienen que lidiar con culpas susceptibles de aplastar una psique, una vida. Con todo, se abre paso una conclusión: a pesar del dolor de vivir, añorar y arrepentirse, a pesar del sentimiento de culpa fundamentado o no tanto, hay que seguir. Como en el final de Tío Vania, esa especie de obligación (¿moral?) de continuar parece alinearse con un cierto sentido trágico de la vida.
La constante aparición de diálogos pertenecientes a la obra de Chéjov provoca que Drive my car parezca alinearse con esta visión trágica. Con todo, la película termina con imágenes de una carretera abierta al futuro que transmiten una cierta placidez y buen ánimo. Hamaguchi declara no sentirse “ni proclive a la tragedia ni especialmente esperanzado; en la vida encuentras ambas cosas”. También dimensiona las ambivalencias de la obra de Chéjov y su desenlace porque “la relación de Vania con Sonia es positiva para ellos, aunque el resultado sea trágico”.
El año Hamaguchi
La antepenúltima película del realizador, Asako I & II, ya fue muy bien recibida por la crítica. Y sus dos últimos filmes han sido repetidamente situados entre los mejores del año en selecciones confeccionadas alrededor del mundo. A la pregunta de si piensa que puede estar viviendo el mejor momento de su carrera en cuanto a la recepción de sus obras, si piensa en algún momento que los elogios se pueden tornar en comparaciones desfavorables, Hamaguchi explica que estos meses le están pareciendo “irreales”. “No esperaba nada parecido. La gente me dice que 2021 es el año de Hamaguchi, porque he recibido distintos premios en los tres principales festivales internacionales. Que supere algo así en los próximos años es impensable”, explica. El autor afirma que da por acabado este año Hamaguchi y anuncia, en tono de humor, que vivirá lo que le queda de vida “haciendo trabajitos y lo que me guste”.
‘Drive my car’ exige tiempo al espectador. Y muestra a personajes que pueden merodear y dar paseos, algo que resulta cada vez más difícil en un presente apresurado donde las obligaciones laborales invaden más y más parcelas de la vida
Drive my car exige tiempo al espectador. Y muestra a personajes que pueden merodear y dar paseos, algo que resulta cada vez más difícil en un presente apresurado donde las obligaciones laborales invaden más y más parcelas de la vida. El anterior y también excelente largometraje del realizador, La ruleta de la fortuna y la fantasía, podía tener algo de las tragicomedias sentimentales del realizador francés Eric Rohmer (Pauline en la playa), marcadas por las conversaciones sobre amores y azares que mantienen sus (¿ociosos?) personajes. Hamaguchi explica que no es precisamente rápido en su trabajo: “Para encontrar el camino correcto necesito tiempo”, afirma. Los éxitos que está viviendo y el estatus profesional que está cosechando pueden ayudarle con esta necesidad. “De aquí adelante me tomaré mi tiempo para hacer nuevas películas”, anticipa.
Este año Hamaguchi ha tenido otras ramificaciones. También en 2021 se estrenó en España La mujer del espía, una calmosa y exquisita intriga que tiene lugar en tiempos de la II Guerra Mundial. Su director es Kiyoshi Kurosawa (Pulse, Cure), un tótem del cine fantástico, pero el director de Drive my car coescribió el guion. El tema de la obra podía resultar incómodo para algunos de sus compatriotas porque no se centraba en los ataques nucleares o incendiarios sufridos por Japón durante la contienda, sino en los horrores cometidos por el mismo imperio nipón. Kurosawa declaró en su momento que le gustaría que el filme levantase algo de controversia, pero que no lo esperaba “porque no parece haber una inclinación a revisar el pasado en mi país”. Mas de un año después, Hamaguchi confirma que “no ha habido demasiadas críticas a la película”. Y especula con un posible motivo que habría influido en ello: “Kurosawa tiene una manera de trabajar que hace que La mujer del espía no parezca un largometraje político, crítico con el gobierno japonés durante la II Guerra Mundial, sino que se reciba como una obra de entretenimiento”.