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Carro de combate
El agua escondida detrás de nuestro consumo
¿Qué tienen en común el aguacate, un filete y unos vaqueros? A primera vista, pocas cosas. Pero si nos paramos a pensar en su proceso de producción, encontramos un elemento compartido: las grandes cantidades de agua que son necesarias para su elaboración. Los datos hablan por sí solos. Hasta 1.900 litros de agua por kilo de aguacates; 15.000 por la misma cantidad de carne de vacuno, y unos 10.000 para un kilo de algodón, componente principal de los vaqueros.
Es la huella hídrica de nuestro consumo, que tiene importantes impactos en el medio ambiente y en las vidas de las comunidades que más directamente dependen del agua para su día a día. Porque del total de agua consumida en el mundo, cerca de un 70% se dedica a la agricultura, un 12% a la industria y el 16% restante al consumo humano de forma directa.
El fenómeno no es nuevo. El concepto de huella hídrica, tampoco. Lo acuñaron hace dos décadas los investigadores Arjen Hoekstra y Ashok Chapagain para referirse al volumen total de agua utilizada para producir los bienes y servicios consumidos por un individuo, un grupo o un país, basándose en la idea de “agua virtual”, aquella necesaria para obtener un producto. Este agua puede ser de tres tipos: verde, azul o gris. La primera es la que se obtiene de la lluvia o las nieves; la azul es la que procede de ríos, acuíferos o lugares de almacenaje como pantanos, y, finalmente, la gris es la que se utiliza en los procesos de producción. La tesis de Hoekstra y Chapagain es que algunos países exportan agua dulce en forma de alimentos u otros productos, sin que ese coste se vea reflejado en los precios de los mismos. Esto es especialmente grave en aquellos países y zonas que sufren una situación de estrés hídrico, y sucede con numerosos productos de uso común, como el chocolate (entre Ghana y Costa de Marfil producen más del 70% mundial); la piña (cuyo origen se sitúa principalmente en Costa Rica, Filipinas, Ecuador y México) o el arroz (producido y exportado mayoritariamente por países asiáticos). El otro nexo común, por lo tanto, es que generalmente se producen en países del sur para alimentar y vestir al Norte Global. Así, un estudio de 2010 estimaba que el “agua escondida” en las importaciones de Reino Unido suponía dos terceras partes de su consumo anual.
En la comarca de Petorca, en Chile, los productores de aguacate consumen tres veces más agua que la establecida para los habitantes de la zona
Los impactos los sufren directamente algunas comunidades, en forma de disminución del agua disponible o contaminación de la existente. Lo saben bien en la comarca de Petorca, en Chile, donde los productores de aguacate consumen tres veces más agua que la establecida para los habitantes de la zona: 50 litros al día desde que comenzaran a notarse los efectos de la megasequía que vive el país desde 2016. A pesar de ello, la producción de aguacate no para de aumentar, y más del 70% se dedica a la exportación.
En el caso de la carne de vacuno, el 98% de su huella hídrica proviene del agua destinada a producir el alimento para los animales —soja y maíz principalmente—, y de la contaminación provocada en el proceso de elaboración. En el caso de la soja, solo tres países —Brasil, Estados Unidos y Argentina— generan el 80% de la producción mundial, y son principalmente los dos sudamericanos quienes dedican la mayor parte de su producción a la exportación. En lo que se refiere al algodón, a las grandes cantidades de agua (verde o azul) necesarias para su cultivo, hay que añadir una parte importante de agua gris utilizada para su transformación en prendas textiles, a través de los procesos de hilado, teñido y acabados de la ropa.
A partir de las investigaciones de Hoekstra y Chapagain se configuró la Water Footprint Network y comenzó a estudiarse y publicarse la huella hídrica de determinados productos. Sin embargo, aunque es cierto que unos consumen más agua que otros, el verdadero problema sigue siendo la existencia de un modelo de producción basado en el uso intensivo de los suelos y el agua, la proliferación del monocultivo, el sobreconsumo y el desperdicio alimentario. No en vano, se calcula que en 2021 se tiraron 931 millones de toneladas de comida —un 61% de ellas proveniente de los hogares—, y esto, también, implica estar tirando agua a la basura. Todo ello a un ritmo que no para de crecer. Según Naciones Unidas, el consumo de agua aumentará entre un 20% y un 30% de aquí a 2050 debido al crecimiento de la población, los cambios en los patrones de consumo —más carne, menos verduras— y la industrialización.
*Carro de Combate es un colectivo de periodistas que investiga los impactos sociales y medioambientales de productos de uso cotidiano.
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De acuerdo por un lado, pero obviamente el agua necesaria para producir un producto no viaja con el producto. O se evapora y vuelve a caer, o se contamina en uno u otro grado (y ahí habría posibilidad de mejorar procesos contaminando menos, y en cualquier caso recuperar parte del agua, si no para potabilizarla, para reutilizarla en los mismos procesos).
¿No es así?
Pues no debe de serlo...porque todo el agua de Doñana o Las Tablas de Daimiel que se usa principalmente en agricultura, no parece que tras "evaporarse" haya vuelto a caer en el mismo sitio. Hay que cambiar de forma radical nuestros consumos, optando por productos adaptados al medio (si estamos en secano, pues de secano), de temporada y de cercanía, y a ser posible de pequeñxs productorxs que huyan de la industrialización del campo. Es complicado pero así lo hacían nuestrxs abuelxs.