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Análisis
Andrew Tate, señor de la soledad
Cuando le preguntaron en 2023 qué “quieren los hombres de las mujeres”, el notorio influencer, deportista profesional de kick boxing y acusado de tráfico de personas Andrew Tate dio una respuesta predecible: “Nadie va a respetar a un hombre que está con una mujer ultra-promiscua. Nadie va a respetar a un hombre que está con una mujer que habla mal de él a sus espaldas o que le trata mal en público. Nadie va a respetar a un hombre que está con una mujer que claramente no está interesada en él sexualmente”. Lo que un hombre quiere es el respeto de hombres, que una mujer sólo puede transportar, vacía y de manera impersonal, de la misma manera que un electrodo transporta la electricidad. Este tipo de declaraciones incendiarias y nerviosas son las que han convertido a Tate en una figura ineludible de la derecha en redes.
En sus vídeos y mensajes en redes sociales Tate ha alimentado la reacción contra el feminismo repitiendo, una vez y otra, su letanía galopante de fijaciones: la defensa del honor del hombre y el miedo a la libertad sexual de la mujer y la censura social. Andrew Tate se sabe el guion y qué teclas son las más adecuadas para tocar. Lo que resulta chocante, no obstante, es que habiéndose forjado un nombre como influencer —alguien que supuestamente sabe algo sobre la vida, o al menos sobre estilos de vida—, Tate únicamente puede hacer las prescripciones menos creativas y más tímidas para un romance heterosexual.
De acuerdo con las afirmaciones de Tate, una relación de éxito es una en la que una mujer se abstiene de engañar a su pareja, o de portarse mal con él. Es una relación en la que ella no quiere no tener sexo con él. Se trata de una manera de entender el amor narcisista e infantil, en la que no existe el conflicto y una que, como en todas las fantasías juveniles, está consagrada o amenazada por una audiencia imaginaria y poderosa.
En Clown World, un reciente reportaje desde dentro de su hedionda carrera como celebridad de la alt-right, Tate constantemente actúa ante su público. Actúa en Tik Tok, en Fox News y para los dos periodistas, Matt Shea y Jamie Tahsin, que se impusieron la tarea de realizar una crónica de la carrera de Tate. Desde la década pasada, Tate ha perseguido el poder primariamente a través de una serie de arriesgadas jugadas virtuales, que, con la pandemia como catalizador, le han convertido en uno de los portavoces del discurso de odio de la derecha, las conspiraciones antivacunas y la misoginia cruda.
Lo que los hombres y jóvenes aprenden de Tate, en otras palabras, es a cómo optimizar una vida despojada de amor o amistad
Clown World se centra en la War Room [“sala de guerra”, NdT], una costosa red de socios masculinos, accesible sólo por inscripción, a quienes Tate entrena para “alcanzar el pináculo de la masculinidad y la riqueza”. Como muestra el libro, la marca de Tate echa raíces en la promesa estadounidense de que cualquier hombre puede tener el mismo éxito despiadado de Tate mientras siga —esto es, compre— sus enseñanzas.
Ello explica la popularidad de Tate, así como el riesgo que supone. Tate es un hombre que afirma que “nunca ha encontrado a una mujer que no haga lo básico [de lo que él dice]”. Para él, el poder es un vehículo para la admiración, y la admiración es una variación de la intimidad. Ser admirado por alguien es encontrarse siempre a distancia suya, y esto es lo que Tate prefiere de sus parejas.
Lo que los hombres y jóvenes aprenden de Tate, en otras palabras, es a cómo optimizar una vida despojada de amor o amistad. En Clown World, Tate declara que los hombres “nunca deberían ser amigos” de sus hermanas: “Cuando veo a un hermano y a una hermana que son cercanos se me hace raro”. Tate también mantiene que “nunca vivirá solo exclusivamente con una sola mujer”, porque “ahí es cuando los hombres se ablandan”. Las mujeres son accesorios que indican estatus y deben mantenerse fuera del hogar. En este sentido, son como los automóviles deportivos, otra de las obsesiones de Tate.
Esta mezcla de machismo e individualismo difiere mucho del sexismo de la vieja escuela en el que los hombres denigraban a las mujeres, pero exigían su cuidado y su compañía. El patriarcado acostumbraba a posicionar a las mujeres como cuidadoras naturales y dependientes: se encerraba a las mujeres en una esfera doméstica en la que desempeñaban roles necesarios, pero inferiores, canjeando obediencia por seguridad. La misoginia de Tate es mucho más simple y solitaria.
Culturas
El Salto Radio Bienvenidos al MUNDO BRO. En el laboratorio de las nuevas masculinidades reaccionarias
La dicha tensa del hogar compartido brilla por su ausencia en las soluciones aspiracionales de la imagen de influencer de Tate. Las mujeres y las propiedades son vistas simplemente como activos financieros. No hay matrimonio ni romance, por falso y abusivo que sea, en el mundo de Tate, únicamente novias a quienes les permite convivir por “largos períodos de tiempo“.
Clown World comienza como un esfuerzo sociológico para comprender “el nervio que han pinchado Andrew Tate y su War Room en los hombres jóvenes”. Shea y Tahsin se encamaron ellos mismos en el ambiente de Tate, manteniendo bajo mínimos las preguntas incómodas; absorben la automitificación de Tate y se encuentran con los extraños secuaces en su órbita, que se hacen llamar “el piloto del dinero” o “el lobo alfa”. Para ganarse la confianza de Tate, Shea accede a participar en “el test”, una pelea que Tate ha organizado con un luchador profesional de artes marciales mixtas (MMA) que “ha estado entrenando durante las últimas ocho semanas… con la intención de destruir a quien se presente”. (Todos los miembros de la War Room tienen la oportunidad de hacer “el test” si pueden permitirse una cuota de 5.000 dólares). Shea admite que participa en el combate, que pierde rápidamente, no sólo para mantener su acceso periodístico, sino para poner a prueba su masculinidad rebelde.
Al menos tres de las mujeres que conocieron a Tate en esta época le han acusado de violación o violencia de género
En este punto parece que nos hemos adentrado en un territorio gonzo destinado al fracaso: dos periodistas de cuello blanco perdiendo el tiempo con el tipo de salvajismo masculino que han dejado atrás, pero que encuentran oscuramente atractivo. Sin embargo, el libro toma un giro cuando Shea abandona el ring. Cuando comienzan a editar un documental sobre la War Room y el test, los dos periodistas son contactados por varias mujeres que conocieron a Tate cuando todavía era un buscavidas desconocido en Inglaterra.
Aquí la narrativa pivota hacia el sólido historial criminal y de abusos sexuales de Tate, y el libro se vuelve más agudo, más tenaz. Las mujeres a las que oímos hablar en Clown World salieron con Tate en 2015 y 2016 y fueron persuadidas a trabajar en el negocio de webcams que tenía en aquella época. Varias fueron secuestradas en su apartamento y forzadas a trabajar por salarios miserables: Tate se ha vanagloriado de ganar el “cien por cien” de los beneficios de su trabajo sexual. Al menos tres de las mujeres que conocieron a Tate en esta época le han acusado de violación o violencia de género. “Me importa una mierda si llamas a la policía”, supuestamente Tate le dijo a una después de que se encerrase en el baño. “Te voy a meter una paliza”.
Con la suerte en contra, las mujeres decidieron plantar cara. Presentaron denuncias y, como pruebas, las conversaciones en sus teléfonos y revisiones médicas. Después de que la policía y la fiscalía rechazasen llevar sus casos a los tribunales, las mujeres repiten sus historias –de manera devastadora y con retraso– a Shea y Tahsin.
Clown World, que documenta los relatos de estas mujeres en sus detalles y horrores, que coinciden, se convierte el tipo de investigación transparente y robusta que las autoridades británicas nunca hicieron del todo. Como observan Sheah y Tahsin, la misma fiscalía que recibió las denuncias de estas mujeres fue expuesta en 2019 por desestimar casos violación bajo el mandato expreso de mejorar el porcentaje de encarcelamiento. Si la filosofía de ring es una de conquista por la fuerza bruta —“el poder da el derecho”—, Clown World también muestra el poder en su forma burocrática, no menos abominable: como abandono organizado, como violencia ejercida como procedimiento.
Podemos asumir que esta primera negligencia de las autoridades permitió a Tate expandir su negocio de webcams y eventualmente propagarlo como una cepa bacteriana. En 2022 Tate ya promueve cursos en línea que enseñan a otros hombres cómo coaccionar a las mujeres para que hagan webcamming. Sus ofertas pedagógicas incluyen un PhD –Pimpin’ Hoes Degree (Doctorado en ”chulear a zorras", NdT)– que enseña a los estudiantes cómo abordar a las mujeres como conquistas sexuales antes de convertirlas en una oportunidad de negocio. Encuentra una mujer, sal con ella, y entonces la convences para que trabaje para ti por una paga miserable, o, como Tate afirma sin miramientos, “inspira a una chica para que haga dinero y te dé el dinero”.
Shea y Tahsin se reúnen con mujeres que nunca se han encontrado con Tate pero que han sido abusadas por sus estudiantes, un circuito de perpetradores y víctimas que los periodistas concluyen que se trata de “una de las mayores redes de captación de mujeres del mundo”. Una mujer recuerda cómo, después de que su novio la persuadiera para comenzar a producir contenido en OnlyFans para él, le prohibió quedarse “cualquier suma de dinero” y pronto “se volvió violento”.
Otra mujer describe la primera vez que se encontró con un adepto de Tate con el que había estado chateando online: “Tan pronto como llegamos a la habitación del hotel me puso de rodillas y comenzó a tener sexo conmigo… fue bastante horrible”. Como Tate y sus seguidores son tan violentos, y porque son tan estúpidos, la tentación de comparar su misoginia a un reflejo cavernícola, su grosería primaria, es grande. Pero no sería exacto.
Esta fantasía de tratar a los otros como si fuesen partes móviles es el motor de muchas de las creencias reaccionarias que irradian detrás de la presencia de Tate en internet
El ethos de Tate es completamente moderno, ya que magnetiza la violencia sexual hacia el objetivo absoluto de la explotación económica. Bajo el programa de Tate, las mujeres son transformadas en trabajadoras de la economía de plataforma y sujetas al objetivo imperial de obtener beneficios. Al mismo tiempo, sus cuerpos están abiertos a la tortura sexual y física. Son instrumentos de valorización financiera y también objetos mudos para el placer y la dominación masculinas; ambas cosas son tanto los medios como los fines, y el hombre que preside sobre ellas puede tener su goce de ambas maneras: directamente, mediante la violación, o indirectamente, mediante el dinero.
Este doble daño no es inherente al trabajo sexual: el mismo principio motiva al capataz de la fábrica que reduce el salario de sus trabajadoras antes de asaltarlas en la trastienda, o aquellos como Harvey Weinstein, para quien convertirse en un poderoso productor cinematográfico implicaba convertirse en un depredador sexual. El hombre, aquí, alcanza su forma ideal cuando es jefe y violador, cuando una mujer no puede mostrarle, en público o en privado, que es una persona real.
El patriarcado enseña a los hombres a acercarse a las mujeres como objetos sexuales. El capitalismo nos enseña que los objetos que nos rodean son inertes y vacíos de cualquier origen humano. Tate recorre esta cresta tectónica donde estas dos maneras de entender el mundo subyacentes se encuentran: si todo el mundo es una posesión potencial, el sadismo sexual no es un estallido irracional, sino un añadido al dominio del negocio, o una ventaja en el lugar de trabajo. Se puede hacer a la gente obedecer edictos y caprichos porque no son gente en absoluto.
Masculinidades
A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad”
Hoy criticamos el concepto de “nuevas masculinidades”. Y para ello, dejadme que juegue a dos bandas: la de hater y la de comprensivo.
Esta fantasía de tratar a los otros como si fuesen partes móviles es el motor de muchas de las creencias reaccionarias que irradian detrás de la presencia de Tate en internet, quien promueve las técnicas de venta más sensacionalistas y antisociales. Los socios de Tate incluyen a artistas del ligue, que enseñan a otros hombres cómo engañar a las mujeres para tener sexo con ellas, y a hipnotizadores que insisten que lo que están practicando es, de hecho, “reprogramación neurolingüística”. Se ven a sí mismos como expertos en el negocio de los secretos de la seducción, reduciendo a la gente a un simple truco que les sirve para ganarse su confianza total.
Estas estratagemas, que se basan en teorías pop de psicología humana, están investidas de una autoridad científica cuya otra cara de la moneda es la atracción hacia lo oculto. Ceder toda complicación e impredecibilidad a los mecanismos supremos de causa-efecto –si yo hago esto, ella hará esto otro– es entender la ciencia como magia y el mundo como algo sin vida. A un nivel supraindividual, los dominios de Tate —el mercado y el internet de los algoritmos— funcionan a partir de esta misma fe en el automatismo. Pero lo que funciona sistemáticamente está menos asegurado a un nivel interpersonal.
Tate no es una aberración amoral de la sociedad, sino la mutación definitiva de su lógica escapista. Para él, todo se ha enfocado a la dominación fácil
La creencia de que puedes forzar a cualquier persona a hacer lo que quieres requiere de una confianza infantil en las propias capacidades de uno, lo que quizá explica por qué los socios de Tate están tan obsesionados con los iconos fantásticos de la infancia masculina: dragones, mitos y artes marciales son parte de la imaginería y retórica de la War Room.
En Clown World se nos introduce a Miles Sonkin, uno de los “generales de alto rango” de la War Room y uno de los principales moderadores de sus chats online. (“Nunca duerme”, se nos dice, “está en línea todo el tiempo.”) Sonkin, quien aparece en los vídeos promocionales de la War Room disparando bolas de fuego de sus manos, comenzó en el sector comercial antes de pasar a ser un “artista del ligue”. Sonkin cree sinceramente que puede reorganizar los contenidos de la mente de las personas y que las mujeres son incorregiblemente malvadas. Su agenda es “hacerse con el mundo.” Habiendo diversificado su negocio en varios servicios y redes online, Tate ha desarrollado una empresa superficialmente sofisticada en términos de productos y alcance. Que sea sofisticada no quiere decir que sus ideas básicas no sean estúpidas. Y que sean estúpidas no quiere decir que no sean terribles.
Hace ochenta años, Theodor Adorno y Max Horkheimer nos recordaron que la barbarie no es incompatible con la razón moderna: en Dialéctica de la Ilustración describen un orden social en el que el hombre “está aislado por completo del resto de seres humanos, que se le aparecen… solamente en formas alienadas, como enemigos o como aliados, pero siempre como instrumentos, como cosas”.
En otras palabras, Tate no es una aberración amoral de la sociedad, sino la mutación definitiva de su lógica escapista. Para él, todo —desde la gente que conoce hasta sus perspectivas de negocio y sus canales en las redes sociales— se ha enfocado a la dominación fácil. “La seducción, el sexo y las mujeres”, declara Sonkin, no “son más que herramientas para ser utilizadas para construir la riqueza de un hombre”.
En este mundo, el último refugio de la burguesía patriarcal del control del mercado —el hogar doméstico— ha sido aniquilado, su contenido, evacuado a las redes de la administración. Lo más importante es “saber las reglas del juego”. Adorno y Horkheimer argumentaron que los hombres llegan a dominar la naturaleza y que, en el proceso, sucumbían ellos mismos a la “total esquematización de los hombres”. Las estratagemas del hombre moderno para controlar siempre le exceden y lo devoran; así pues, Tate también es un peón en el juego ordenado que ha aprendido.
Antes de su arresto por tráfico de personas en 2022, el imperio de Tate estaba menos basado en su propio negocio de webcam que en enseñar a otros hombres a cómo replicar su modelo. Sus cursos online prometían que la fuerza y la riqueza eren el resultado de métodos que cualquiera podía aplicar. Es una ironía que no puede pasarse por alto: en el proceso de publicitar su propia masculinidad como algo que se podía enseñar, y en consecuencia vender, Tate ha perdido su estatus de conquistador especial. No es más que otro participante en un sistema en el que sucede que él sabe más que el resto, pero que le supera de todos modos. El maestro es amaestrado.
Habiendo promovido ruidosa y triunfantemente sus prácticas empresariales ilegales, y dejando así un rastro público de pruebas paras las autoridades, Tate aguarda ahora ser juzgado en Rumanía, acusado de tráfico de personas y violación, así como otros procedimientos civiles en Reino Unido. Con todo, millones de hombres siguen adorándolo y escuchando sus enseñanzas.
Shea y Tahsin observan que, de acuerdo a una encuesta, la Generación Z puede que sea “la generación más antifeminista de la historia”. El atractivo de la ideología de Tate ha quedado demostrado después de la reelección de Donald Trump, que llevará a la administración múltiples —y a menudo incompatibles— corrientes de misoginia. Mientras J.D. Vance grazna sobre su adhesión a roles de género más tradicionales, el futuro gabinete de Trump está repleto de desvergonzados depredadores sexuales.
El propio Trump ha hecho una gira entre los mismos influencers y podcasters que socializan y trabajan con Tate. La nueva iniciativa del criptomoneda del presidente está dirigida por Zachary Folkman, un artista del ligue que fundó una empresa llamada Date Hotter Girls LLC. Hay quien ha sugerido que los hombres jóvenes se sienten atraídos por Tate porque sufren una “epidemia de soledad”. Por lo que parece, Tate también lo cree, y ha ridiculizado a las mujeres en sus vídeos por no comprender el aislamiento interpersonal que experimentan los hombres.
Pero debería decirse que los hombres que acuden a Tate no alivian su soledad, sino que la intensifican, convirtiéndola en un sinónimo de fuerza. Aceptan la premisa de que la vida enfrenta al fuerte al débil, que el antagonismo social es una condición universal. Renuncian a un reconocimiento mutuo o a la vulnerabilidad en sus relaciones, que en su lugar se forman y ordenan para sacar el máximo valor y potencial extractivo. En la cima uno está solo. Se está solo en todas partes.
¿Qué deberíamos hacer nosotros, desde la izquierda, sobre estos hombres jóvenes descontentos, todos estos furiosos cryptobros y troles “que han tomado la pastilla”, estos misóginos ortodoxos y heterodoxos? Tanto si uno cree que los seguidores de Tate son estafadores o han sufrido ellos mismos una estafa de dimensiones sectarias, se hace difícil olvidar su precipitada deserción hacia el odio.
En el debate post-electoral sobre la masculinidad contemporánea y la derecha, algunos comentadores han descrito la ideología de Tate como una defensa psicológica, si no lógica, de aquellos hombres cuya estabilidad en la sociedad se ha visto sacudida por el capitalismo tardío y las protestas feministas. En pocas palabras, los hombres acaban buscando a Tate y Trump porque han sido marginados en unos Estados Unidos cambiantes. Solamente se están protegiendo a ellos mismos.
A la luz de ello merece la pena recordar que otras maneras de defenderse fueron hace tiempo la norma. Stuart Hall describió las antiguas culturas de clase obrera en Reino Unido como bastiones contra la sociedad burguesa que los explotaba. Esta cultura, con sus valores de cooperación, comunalismo y abnegación, ascendió hasta convertirse en “una serie de defensas” contra un orden económico que los deshumanizaba; su solidaridad cotidiana “sostenía a los hombres y a las mujeres a través de los terrores en un período de instrumentalización”.
Raymond Williams también observó que la solidaridad de clase obrera a menudo era una “actitud defensiva, una mentalidad natural de largo asedio.” La solidaridad funcionaba como una barricada callejera, erigida para protegerse, pero con el efecto de unir a una comunidad como si fuese una sola persona. Deberíamos preguntarnos por qué los estadounidenses ya no sienten relevante este tipo de defensa, por qué tantos hombres se aferran a una postura defensiva que deshumaniza a los otros, se recrea en la competición bruta y glorifica la voluntad individual.
¿Qué nueva cultura de defensa puede la izquierda concitar como alternativa? Si la izquierda puede ofrecer a los hombres una defensa razonable contra las fuerzas desestabilizantes y aisladoras del capitalismo, entonces los hombres se sentirán más próximos a aceptar programas positivos para derrocar ese sistema. Una cultura así debe de ir más allá de nuevos podcasts o muestras de contenido en línea. Cualquier defensa valiosa tendrá sus raíces en el sentimiento personal y la participación personal, encontrará su afirmación diaria en las instituciones, en las relaciones sostenidas, en lo que Hall denominó “un centenar de hábitos compartidos”.
En Dialéctica de la Ilustración, Adorno y Horkheimer escribieron que “en sociedad, el aislamiento se produce a sí mismo en una escala más amplia”. No podemos decir que no se nos haya advertido. Hoy nuestros enemigos son más oscuros, nuestros intereses compartidos más difíciles de nombrar. El desafío es enorme. Se empieza por los unos con los otros. Si es que somos de ver tan lejos.