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Derecho a la vivienda
Perder la ciudad: de cómo la gentrificación las está convirtiendo en deslugares
Conocemos como ‘deslugares’ a aquellos espacios que no guardan relación con la comunidad en la que se encuentran situados, es decir, no hay una comunicación entre el lugar y las personas que lo habitan. El ejemplo más común cuando se habla de este tipo de fenómeno son los centros comerciales, grandes superficies que no importa la ciudad o país en el que se encuentre que son exactamente iguales entre sí, esto es: su esencia o composición no se ven alterados o influenciados por los factores sociales, culturales y, por lo tanto, humanos de su entorno.
Este concepto, que hasta la fecha parecía aplicarse prácticamente en exclusiva a esas parcelas concretas de los entornos urbanos, está cobrando mucha importancia en los últimos años, especialmente a raíz de la intensificación de fenómenos como la gentrificación y la turistificación.
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Estos son dos conceptos estrechamente relacionados, de hecho, el segundo de ellos es una aplicación del primero al caso de los efectos del turismo de masas. Se entiende la gentrificación como el proceso mediante el cual la población local u originaria de un lugar se ve desplazada por la transformación y/o renovación del mismo, generalmente respondiendo a tendencias del mercado o dinámicas del tardocapitalismo. Un ejemplo claro, y que todos tenemos en mente, son los barrios que pierden comercio local en pos de tiendas de marcas multinacionales, de espacios orientados a servicios de última generación o de ocio hipermoderno —cuántos bares de barrio han cerrado para que se abra una cafetería de especialidad o un restaurante de smash burguers—.
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El caso de la turistificación es exactamente igual, solo que las transformaciones de los barrios se producen para amoldarse a los gustos o dinámicas de los turistas que visitan la ciudad, en detrimento de las necesidad o inquietudes de los vecinos.
El impacto negativo más conocido de estos dos fenómenos es el que impera sobre el acceso a la vivienda, tanto por el aumento de precios como por la poca disponibilidad. Cuando los barrios han sufrido un proceso de metamorfosis para acoger comercios, ocio y espacios de la máxima actualidad se revalorizan, con el consiguiente aumento de los precios del alquiler, o de consumo habitual —volviendo al café, ahora te tienes que tomar el de tres euros de la cafetería de especialidad, en lugar del de 1,50 euros servido en vaso de tubo—. Además, cuanta más importancia se le da a acoger al turista, por ejemplo, a proporcionarle viviendas de calidad, menos hay disponibles para el vecino de toda la vida.
Cuánto más se transforman los barrios para adaptarse a las modas, a las dinámicas de consumo, a lo que se demanda desde la población visitante, más se van pareciendo todos entre sí
Sin embargo, otros problemas son igual de graves, en tanto afectan a la propia composición y constitución de la ciudad como ente que excede lo meramente físico.
Me explico, cuánto más se transforman los barrios para adaptarse a las modas, a las dinámicas de consumo, a lo que se demanda desde la población visitante, más se van pareciendo todos entre sí, es decir, la ciudad se va convirtiendo en un deslugar, no importa visitar Berlín, París o Londres, porque salvo contados puntos estarás viendo las mismas tiendas, los mismos restaurantes, las mismas librerías, incluso, cuando la planificación urbana se replica entre sí, llegará un punto en que hasta las calles sean indistinguibles unas de otras —como sucede en espacios urbanos de Estados Unidos—.
Cuando la ciudad deje de ser un lugar, cuando su vida y desarrollo deje de estar enraizada con la vida y desarrollo de las personas que la habitan estaremos condenados, porque en ese proceso habremos perdido cosas infinitamente importantes: redes de apoyo vecinal, tejido asociativo y social, tradiciones, costumbres, relatos, narrativas comunes, emociones.
Si las ciudades se convierten en deslugares habremos perdido nuestra esencia, porque nos habremos dejado por el camino todo aquello que nos hace humanos.