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Violencia machista
Sanfermines, agresiones sexuales y mala prensa
De manera voluntaria o ¿involuntaria? el ansia por aportar exclusivas y detalles morbosos ha generado filtraciones, y ha contribuido al espectáculo sensacionalista y a la revictimización de la mujer agredida.
El juicio sobre la supuesta agresión sexual en Sanfermines de 2017 ha levantado una atención mediática inusitada. Sin duda, han contribuido la brutalidad del caso y la singularidad de las fiestas, junto al rechazo masivo impulsado por las instituciones y el movimiento feminista. El tratamiento ha sido diverso: desde el amarillismo desaforado hasta cierta contención descriptiva.
Sin embargo, casi nadie ha respetado el “Decálogo de buenas prácticas” que el Ayuntamiento de Iruñea impulsó en 2016. No se ha realizado una labor pedagógica sobre la realidad de las agresiones sexistas ni se ha primado la protección de la víctima. De manera voluntaria o ¿involuntaria? el ansia por aportar exclusivas y detalles morbosos ha generado filtraciones, y ha contribuido al espectáculo sensacionalista y a la revictimización de la mujer agredida.
Por otra parte, el Grupo Sanfermines en Igualdad (GSFI), constituido en 2014, ha insistido en varios enfoques igualmente desatendidos. El primero, llamativamente estricto: no utilizar el apelativo de “la manada”, un “honor” que el grupo supuestamente agresor no merece. El GSFI ha señalado que no hay excusa para estos delitos en entornos festivos, que tan agresor es quien comete como quien tolera, que no procede ofrecer datos que identifiquen a la mujer agredida, y que no debe cuestionarse su actitud. Específicamente, ha señalado que la violencia machista es estructural, lo cual provoca que estos hechos sean sistemáticos, por lo que no proceden los tratamientos diferenciados de ningún caso. En esta línea, tanto el Ayuntamiento de Iruñea como el GSFI han renunciado a realizar comparecencias o convocatorias públicas mientras ha durado el juicio. Sin embargo, en Pamplona, los colectivos Andrea, Lunes Lilas y Gafas moradas se han desmarcado de este consenso, por ejemplo, manifestándose delante de la Audiencia Provincial de Navarra.
Mientras se desata el circo de tres pistas en medios y redes sociales, el enfoque a contracorriente abre el debate: ¿Es compatible el derecho a la información con el cuidado a la mujer agredida? ¿Los enfoques informativos institucionales han de ser idénticos a los activistas? ¿Han de elaborarse códigos deontológicos específicos sobre el tema en los medios de comunicación? Dicho de otra manera: ¿es posible otro tratamiento comunicativo sobre las agresiones sexistas?
Lo decisivo pasa desapercibido y los medios despliegan un tratamiento reposado y reflexivo en torno al 25N después de haberse ensañado durante semanas con el caso
La activista india Leesle Udwin, directora del documental “La Hija de India” (sobre una agresión sexual y asesinato en grupo en un autobús de Jyoti Singh), ha declarado recientemente sobre el caso de Sanfermines: “No es raro que se intente culpar a la víctima, es una constante en todo el mundo. La mayoría de las mujeres no denuncia porque sabe que llegar al juicio es casi peor que la violación. Se convierte en una conspiración para acusarlas a ellas”. También señala que campañas como MeToo no son la solución: “Aumentan el desgaste y son pasajeras. No digo que sean una perdida de tiempo porque ayudan individualmente a quienes sufren por esto, pero están sobrevaloradas. Se consideran una solución y no lo son”. Ella creyó que la masiva reacción que conmocionó a India era el comienzo del cambio, pero afirma: “Todo quedó en nada. Hablamos de un problema endémico, está en las mentes y en la cultura. Si de verdad quiere hacerse algo, hay que centrase en la educación”. Habría que ver qué educación resulta eficaz, pero seguramente es uno de los caminos.
No se recuerda algo parecido desde el nauseabundo tratamiento del caso Alcàsser hace 25 años. Creíamos que habíamos aprendido algo tras el asesinato de Nagore Laffage en los Sanfermines de 2008 pero aquí seguimos. La historia se repite y aunque hemos ganado en contestación pública, es a costa de una visibilidad mediática poco rigurosa —a mayor gloria del espectáculo— y, probablemente, contraproducente. Colgar a los supuestos violadores en efigie de un puente no es más que una derivada anecdótica de la onda expansiva del sensacionalismo. Lo decisivo pasa desapercibido y los medios despliegan un tratamiento reposado y reflexivo en torno al 25 de noviembre (Día contra la violencia de género) después de haberse ensañado durante semanas con el caso. Igualmente, apenas han dedicado atención al otro caso de agresión sexual acaecido en Sanfermines de 2017, o ignoran las agresiones cotidianas a las trabajadoras del sexo.
Quién lo iba a decir: los Sanfermines —esas fiestas tan necesitadas de un cambio de modelo—, convertidos en terreno de experimentación comunicativa y combate social. Cada vez más, las políticas comunicativas (auto)críticas y proactivas que ofrezcan medios de comunicación, instituciones y movimientos sociales van a jugar un papel decisivo en la partida contra la violencia machista.
2. No atribuir las agresiones a motivos erróneos que inducen a conclusiones equivocadas.
3. Proteger a las víctimas por encima de otros intereses periodísticos o informativos.
4. Las fuentes oficiales se sitúan sobre las “primicias”.
5. Buscar voces expertas que complementen nuestras informaciones.
6. Incluir únicamente testimonios pertinentes.
7. Evitar términos como “pasional” o “cuestión de celos”.
8. Prestar atención a las imágenes que ilustran la información así como a los pies de foto.
9. Respetar la presunción de inocencia e informar del castigo impuesto.
10. Difundir las iniciativas institucionales así como las acciones de respuesta frente a las agresiones.