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Violencia machista
Las activistas africanas reclaman un internet libre de violencia contra las mujeres
El entorno digital se mueve entre un nuevo espacio para que las mujeres reclamen sus derechos o un lugar en el que se reproducen las viejas discriminaciones.
Un estudio de la ONG Internet Sans Frontières (ISF) revela que más del 45% de las usuarias de internet en África central y occidental se han tenido que enfrentar a alguna forma de violencia mientras utilizaban las redes sociales. La misma encuesta va un paso más allá y pone de manifiesto que, en casi un tercio de los casos, esas experiencias han supuesto un impacto negativo en la forma de usar Facebook o Twitter. Frente a esta evidencia, algunas ciberactivistas, defensoras de los derechos de las mujeres en las redes, recuerdan que internet puede servir para conquistar nuevos espacios de reivindicación, pero también para replicar algunas formas de discriminación recurrentes en el mundo presencial.
“Algunas mujeres nos han explicado que no usan internet porque lo consideraban un entorno peligroso, no suficientemente seguro para ellas; que habían tenido alguna mala experiencia que les había disuadido. Hay una relación directa entre la sensación de seguridad y las ganas que podemos tener de usar herramientas como las redes sociales”, explica Julie Owono, abogada y activista camerunesa que dirige la organización Internet Sans Frontières. Otras mujeres de todo el continente africano que destacan por su defensa de los derechos de las mujeres y por su actividad en las redes comparten esa experiencia y coinciden en que las diferentes manifestaciones digitales de esa violencia desmotivan a las mujeres y les alejan de una herramienta que podría aumentar su poder. “Para mi, internet es una herramienta”, señala la senegambiana Aisha Dabó, miembro destacada de la red de ciberactivistas Africtivistes. “Si no eres libre para explorar una herramienta, porque no sabes a qué nivel de violencia te vas a tener que enfrentar, entonces las capacidades y las posibilidades que tú podrías tener quedan limitadas”, añade.
Según los datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU, por sus siglas en inglés), África subsahariana es la única región del mundo en donde la brecha digital de género se ha incrementado desde 2013 y en la actualidad las mujeres usuarias de internet son un 25% menos numerosas que los hombres. World Wide Web Foundation realizó en 2016 una auditoría sobre esa brecha de género en diez países, cinco de los cuales estaban situados en África subsahariana, para conocer más detalles sobre esta forma de discriminación y alcanzó conclusiones importantes respecto a las causas: “La investigación también mostró las causas fundamentales de esta división de género: los altos costos, la falta de conocimientos técnicos, la escasez de contenido relevante y empoderador para las mujeres, y las barreras que impiden que las mujeres puedan hablar libremente y de manera privada en línea”. Como alertan las activistas, un internet hostil desmotiva a las mujeres y eso se traduce en que “las mujeres tienen la mitad de probabilidades que los hombres para acceder al servicio en línea y entre un 30% y un 50% menos probabilidades de usar internet para el empoderamiento económico y político”, según el mismo estudio.
Esa agresividad tiene múltiples caras. Desde Ciudad del Cabo, Ingrid Brudvig, responsable de Políticas de Género de la fundación de Tim Berners-Lee, creador de la web, hace un breve repertorio de la violencia de género digital: “Expresiones de odio, amenazas directas de violencia física o sexual, hostigamiento y acoso, difusión de información falsa con fines de difamación o doxxing [difusión pública de información privada], entre otros actos de violencia”. Julie Owono explica la macabra intencionalidad de esta última modalidad de acoso: “Hay grupos que de manera organizada extraen de internet los datos personales de una víctima y coordinadamente los utilizan para llamarle o escribirle amenazándola, o incluso haciendo públicos en las redes datos como la dirección, por ejemplo, para que otros se sumen a la campaña o que los puedan utilizar para hacerle daño”. Otras activistas coinciden en añadir a esta lista el “porno de venganza”, que, por ejemplo, la activista beninesa conocida como Mylène Flicka considera creciente. “Se trata de situaciones en las que antiguas parejas con las que se han compartido fotos de desnudos las publican en las redes cuando la relación se ha acabado para ofender; o amigos o amigas que han tenido acceso a esos contenidos y los difunden para humillar a la protagonista”, detalla Dabó.
Esta forma de acoso digital se hace especialmente visible cuando afecta a personas conocidas y salta a los medios de comunicación convencionales. Ocurrió en los casos de la modelo Judith Heard y de la cantante Desire Luzinda, ambas ugandesas. La primera fue incluso detenida por difusión de pornografía cuando unas fotos íntimas fueron compartidas sin su consentimiento. O en el de Abiba una popular concursante de un reality marfileño. El colmo de la discriminación es que, como denuncia una investigación sobre Uganda y Malawi, en muchos países la pornografía está penada, pero no el “porno de venganza”, por lo que, además de humillada, la víctima es perseguida legalmente. Ante el aumento del fenómeno, en Sudáfrica, por ejemplo, se intentan arbitrar mecanismos legales.
Las activistas también recuerdan que, además de generar la inseguridad que desanima a las mujeres a “armarse” digitalmente, a menudo estos mecanismos de violencia son utilizados para silenciar voces críticas. “Los ataques en línea, a menudo, se dirigen a personas que están rompiendo los estereotipos de género y que son activos en la vida pública”, señala Brudvig. Owono comenta que la experiencia de ISF muestra que los objetivos de los ataques más coordinados y organizados acostumbran a ser “mujeres que tienen una voz pública, por ejemplo, periodistas o investigadoras”. “Cuando una mujer muestra opiniones rotundas, sobre todo opiniones políticas o que cuestionan ciertos principios socialmente aceptados, se puede encontrar con que otros usuarios le hostiguen, que le insulten, que le contesten con ataques personales”, completa Dabó.
Para la activista Twasiima Patricia Bigirwa, la voluntad que motiva toda esta hostilidad está muy clara: “Muchas de estas formas de violencia están relacionadas con la idea de 'recordar o de enseñar a las mujeres cuál es su lugar', así que reproducen la violencia que enfrentan las mujeres en el mundo que está fuera de Internet y reflejan los países misóginos en los que vivimos”. Para esta feminista ugandesa, el entorno digital agrava el clima de violencia hacia las mujeres “por la sensación de distancia y anonimato que tienen las personas cuando están en las redes”.
Precisamente ese es el riesgo para la mayor parte de estas activistas. Que Internet, en vez de ser una herramienta de reivindicación para las mujeres africanas, reproduzca las dinámicas de otros espacios de discriminación. “Lo que nuestras investigaciones muestran es que las opiniones patriarcales que se imponen en la sociedad se están traduciendo en el entorno digital. Si no se aborda esta deriva, corremos el riesgo de que la tecnología alimente la desigualdad de género del sistema”, advierte Brudvig.
Ellas mismas reclaman diferentes formas de hacer frente a esa amenaza. A través de legislación que acabe con la impunidad y castigue esos comportamientos violentos, por supuesto, pero las activistas apuntan a otras formas más diversas de atacar el problema. “Los gobiernos deben fortalecer los derechos digitales de los ciudadanos mediante leyes de privacidad y protección de datos más estrictas”, apunta Brudvig, quien matiza que, en algunos lugares en los que hay legislación, no hay mecanismos para ejecutarla. Por ello precisa que las autoridades deben “defender su responsabilidad ante los derechos de las mujeres asegurando que las leyes existentes sobre la violencia de género se apliquen efectivamente en contextos digitales, entendidos como lugares en los que la violencia se comete a través de la tecnología”. Y, finalmente, señala que “los gobiernos deben comprometerse a capacitar a los funcionarios y líderes comunitarios para responder a la violencia de género en línea e invertir en campañas nacionales a gran escala sobre la ciudadanía digital”.
Mylène Flicka también apuesta por combinar la legislación y los mecanismos para aplicarla con la sensibilización, pero menciona igualmente la responsabilidad de las plataformas de redes sociales. “A menudo, su reacción a las ciberviolencias es muy lenta. Tienen que ofrecer otras soluciones más directas que la posibilidad de bloquear a un usuario, tienen que identificar a los autores de esa violencia. En este sentido, su intervención ahora mismo es insuficiente”, señala la activista beninesa. Y Owono precisa esta misma responsabilidad de las empresas que hay detrás de las redes sociales. “No quiere decir que Internet Sans Frontières esté a favor del final del anonimato, pero es necesario que haya mecanismos para que el anonimato pueda levantarse con garantías de respeto de los derechos, a través de autoridades judiciales independientes”, señala esta abogada camerunesa. La directora de ISF reclama a esas plataformas más proactividad: “Que no estén siempre en la reacción cuando el problema se plantea. De la misma manera que invierten mucho dinero en el diseño de la experiencia de usuario, que entiendan que dentro de esa experiencia de usuario también esta la sensación de seguridad frente a la violencia contra las mujeres. Que inviertan en fórmulas para impedir que el acoso sea la norma o para evitar que los usuarios, concretamente las mujeres, puedan ser víctimas de cualquier tipo de violencia de género”.
E, igualmente, hay otra línea de trabajo que apela a la solidaridad y el apoyo mutuo. La misma Owono la apunta cuando reivindica el papel de la sociedad civil para sensibilizar y garantizar la conciencia de la protección de la intimidad y los datos personales. Aisha Dabó apunta la posibilidad de trabajar en la creación de herramientas digitales que faciliten esa solidaridad: “Puede hacerse de diferentes maneras, pero sería posible construir redes de mujeres, e incluso de hombres, que ayuden a defender a las usuarias que sufren ese acoso, que respondan con diferentes formas de contraataques, pero también que ofrezcan a las víctimas la posibilidad de lanzar alertas y recibir consejos sobre cómo actuar ante esa violencia”. Dabó también recuerda que, cuando se asiste a uno de esos ataques en las redes, es necesario intervenir “aunque te arriesgues a que los insultos giren hacia ti”. La activista ugandesa Twasiima Patricia Bigirwa lo aborda de forma directa cuando recuerda que “es más difícil intentar avergonzar o acosar a una mujer cuando otra mujer está dispuesta a ayudarla a defenderse y a luchar con ella”. Y aunque se muestra algo reticente insiste en que “es necesario continuar empujando, porque últimamente muchas más actitudes se han vuelto inaceptables, así que es importante mantener esa línea”.
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