Ucrania
Claves del conflicto ruso-ucraniano: posibles escenarios futuros y propuestas para una desescalada

Rusia manda 100.000 soldados a la frontera ucraniana y realiza maniobras militares en Bielorrusia. EEUU responde con 600 millones de dólares en armamento militar para Ucrania. Lo que se disputa detrás de esta crisis es el papel que deben jugar los países exaliados del Pacto de Varsovia y del espacio postsoviético: si deben aliarse con la OTAN, Rusia o permanecer neutrales.
Guardia Nacional de Ucrania
Unidades de la Guardia Nacional de Ucrania realizan ejercicios cerca de la frontera con Rusia en enero de 2022. Foto cortesía del Ministerio del Interior de Ucrania

La crisis ruso-ucraniana alcanzó una nueva dimensión el 17 de diciembre después de que Rusia enviara dos borradores de acuerdo a EE UU en los que Moscú exige detener la expansión de la OTAN hacia Europa del Este (incluyendo Ucrania y Georgia), devolver a las fuerzas armadas de la Alianza al lugar donde estaban estacionadas en 1997 y el compromiso de que ni EE UU ni Rusia desplieguen misiles de corto o medio alcances fuera de sus territorios. Tanto para Washington como para la OTAN, las demandas rusas son “inaceptables”.

Rusia no quiere que más países de la órbita postsoviética ingresen en una alianza militar contraria a sus intereses geopolíticos y exige que los países bálticos y de los Balcanes, algunos de ellos exaliados del Pacto de Varsovia, salgan de la Alianza. Mijaíl Gorbachov asegura que recibió garantías de que esa expansión no se iba a producir (un acuerdo no plasmado por escrito) y ahora Putin reclama que esas garantías se firmen en sendos documentos.

Sin embargo, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, defiende que la organización “nunca ha prometido no expandirse” en torno a Rusia, y cita su texto fundacional en el que se establece que todos los Estados europeos pueden convertirse en miembros. Pese a ello, Rusia se siente amenazada y para hacer creíble su misiva; Putin incluso ha anunciado que negociará con Cuba y Venezuela la instalación de bases militares en dichos territorios. EE UU se ha comprometido a responder por escrito esta semana a las exigencias rusas.

Escalada de tensión

Durante los últimos dos meses, Rusia ha ido acumulando hasta 100.000 soldados en la frontera ucraniana, lo cual ha desatado el temor de Kiev, que recuerda el antecedente de 2014, cuando el Kremlin anexionó a su territorio la península de Crimea. Como respuesta, EE UU ha mandado en los últimos días armamento militar y de defensa por valor de 600 millones de dólares.

España también se ha sumado a la estrategia de Washington, con el envío de un cazabombarderos del Ejército del Aire a Bulgaria y la incorporación de la fragata Blas de Lezo a la flota de la OTAN que navegará por el mar Negro. Por su parte, el presidente Joe Biden acusa a Rusia de querer llevar a cabo algún tipo de ataque o invasión sobre el país ucraniano de manera inminente. Putin niega todas las acusaciones. En caso de que ocurriera, Washington, Londres y Bruselas amenazan con sanciones internacionales sin precedentes sobre Rusia y que, según El País, podrían abarcar desde la suspensión de cualquier tipo de cooperación económica con Moscú a un drástico recorte de las relaciones comerciales, incluida la importación de gas y petróleo ruso. Sin embargo, ninguno de los expertos y expertas consultados por El Salto cree que vaya a producirse una guerra en territorio europeo.

Posibles escenarios futuros

“Si Rusia se anexiona Donetsk y Lugansk, dos regiones del este de Ucrania relativamente pobres [aunque Donetsk sí que tiene algo más de riqueza por la industria del carbón y del acero], la comunidad internacional va a aplicar sanciones internacionales muy duras a Rusia y, de manera indudable, va a inclinar la balanza de Ucrania hacia el lado pro-occidental”, apunta a El Salto Fernando Arancón, director de El Orden Mundial. Además, según el analista, Suecia y Finlandia ya se están planteando entrar en la OTAN y, un nuevo enfrentamiento entre Ucrania y Rusia, podría empujarles definitivamente.

En palabras de Arancón, es una jugada poco rentable, pues el coste por conseguir dos regiones pequeñas y de poco valor, sería “inmenso”. Por eso, Arancón cree que Rusia no va a entrar, pero que si lo hace, tiene que tener una estrategia muy clara y definida, para que la victoria sea arrolladora. “Si entran, no ocupan toda Ucrania sino que llegan hasta el río Dniéper”, que es la zona, con muchos matices, “rusófila” del país, quedando a las puertas de Kiev.

Para el analista Fernando Arancón, la única manera de  reducir la tensión del conflicto es dejar a un lado las posiciones maximalistas y negociar una solución asumible para Moscú, Kiev y la OTAN

Según esta hipótesis, por la dificultad de llevar a cabo una operación de semejante magnitud y que contaría con una gran resistencia por parte de Ucrania, la UE y EE UU, llegados a este punto, Rusia podría aprovechar esta posición para retirarse de la zona y negociar. “Si te pasas y luego cedes, tu planteamiento parece mucho más razonable. Me retiro del Dniéper si me dejáis quedarme con Donetsk y Lugansk”, plantea Arancón.

No obstante, las condiciones no parecen precisamente favorables a una invasión. Habría que tomar ciudades importantes y Rusia podría quedarse estancada en un asedio grande, prosigue Arancón. “Llegar a Kiev podría llevar medio año, Occidente daría armas a Ucrania y estos a lo mejor lanzarían un contraataque. Y en medio del verano, Rusia igual no ha llegado todavía a la capital, mientras mueren soldados suyos. Por eso, si entran, “lo tienen que tener clarísimo”, continúa Arancón, que apunta entre otros inconvenientes el hecho de que Ucrania no tiene buenas infraestructuras, hay muchos caminos de tierra y, a partir de marzo, el hielo se va a fundir, filtrándose y volviéndose barro.

Pese a la superioridad militar rusa, Arancón se plantea también la hipótesis de qué pasaría con las unidades pesadas y blindadas en caso de deshielo y barro y lanza un recordatorio: además de la insurgencia contraria a la invasión, Ucrania no es Georgia ni Chechenia. Así que la única manera de  reducir la tensión del conflicto, considera Arancón, es dejar a un lado las posiciones maximalistas y negociar una solución asumible para Moscú, Kiev y la OTAN.

La corresponsal Pilar Bonet considera que Putin necesita, de cara a las elecciones de 2024, una nueva victoria, que podría ser zamparse un trozo de Ucrania “en nombre de la reunificación de las tierras rusas”, creando un corredor entre Crimea y Donbás

Presión con las tropas

“No creo que nadie quiera la guerra, tampoco creo que la quiera Putin. Pero nadie renuncia tampoco a sus objetivos y ese es el problema”, explica a El Salto Pilar Bonet, corresponsal de El País durante 34 años en la URSS, Rusia y el espacio postsoviético, quien define el texto enviado por Rusia a EEUU en el que exige a la OTAN volver a sus fronteras de 1997 como “un ultimátum”. Cuando se le pregunta sobre cómo desescalar en el conflicto, se muestra frustrada. Sin embargo, el movimiento de tropas en la frontera ucraniana y el interior de Bielorrusia no necesariamente significa que Rusia vaya a invadir territorio ucraniano. “Es un elemento de presión y negociación, un constante mantenimiento de la tensión”, asevera. Entre las opciones: renunciar al Donbás (algo que cree que no puede hacer porque su electorado se le pondría en contra), declararlo independiente o anexionárselo, “lo que es una apuesta política arriesgada”. Cree que Putin necesita, de cara a las elecciones de 2024, una nueva victoria, que podría ser zamparse un trozo de Ucrania “en nombre de la reunificación de las tierras rusas”, creando un corredor entre Crimea y Donbás. El movimiento de tropas podría indicar eso, pero, “si lo hará o no, no lo sabemos”, insiste.

Después de la anexión de Crimea, Putin tuvo mucho apoyo popular en Rusia, pero Bonet no tiene claro que ahora sucediera lo mismo. Define a Rusia como un país con “una conciencia nacional muy clara que se pliega muy bien a las estructuras autoritarias”, y en este sentido, al frente del Estado ruso hay una élite con “mentalidad perversa”, que aprovechará “cualquier error” de Ucrania para “aplastar” al país. Sobre Crimea, Bonet explica que “no se puede discutir con un ruso que Crimea no es Rusia”. Sin embargo, recuerda, la península fue conquistada durante la Rusia zarista por Catalina La Grande en 1783. A día de hoy, la población local es mayoritariamente favorable a tender lazos con Rusia, sin embargo, insiste Bonet, eso no significa que Crimea sea rusa.  “La población es mayoritariamente prorrusa porque ahí están todos los jubilados de la flota del Mar Negro. Es una enorme población de carácter militar. El interior agrícola, en cambio, siempre ha estado ocupado por los ucranianos, que cultivaban la tierra”, concluye.

Bonet define a Rusia como un país con “una conciencia nacional muy clara que se pliega muy bien a las estructuras autoritarias”

Limitación de los derechos lingüísticos

Por otro lado, critica con dureza al gobierno ucraniano, “tan ineficaz como el anterior o más”. Uno de los asuntos en los que el gobierno ucraniano comete errores es en su política lingüística. Partiendo de concepciones diferentes, Bonet ve ciertas similitudes en la política lingüística de Rusia y de Ucrania. En el caso ruso, “parte de la desconfianza y temor de las pequeñas lenguas nacionales de las repúblicas, que tenían estatus oficial en sus respectivos territorios”. Es decir, es un miedo que viene de “los fantasmas del separatismo” que rondan la cabeza de los dirigentes del Kremlin, pese a que, aclara Bonet, el ruso como idioma no tiene nada que temer. En el caso ucraniano, “parte de la necesidad de asentar y hacer arraigar un idioma que no está lo suficientemente arraigado, lo que se traduce en una política lingüística que conculca los derechos de las minorías reconocidos por el Consejo de Europa”, explica. 

Ucrania, sigue explicando Bonet, es un país con muchísima diversidad y muchas comunidades culturales, pero al igual que Rusia aunque en menor medida, en lugar de integrarlas, cercena sus derechos. “Los Estados que son débiles tienen problemas para aceptar la diversidad y el federalismo y tienden hacia un Estado unitario, porque piensan que así tendrán más controlada la situación. Hay que tener en cuenta también las diferencias entre Oeste y Este, por sus diferentes trayectorias históricas”, sostiene.

Estas tensiones empeoraron con dos hechos. Primero, la derogación de la ley de 2012, que declaraba oficial el ruso en las regiones donde el idioma formara parte de más de un 10% de los habitantes. “Turchínov (presidente ucraniano en febrero del 2014) abolió una ley que era bastante equilibrada y eso fue aprovechado por Rusia. Después de su abolición, no solo los rusos, otras muchas minorías se cabrearon, entre ellos los húngaros y los rumanos”, sostiene Bonet. Segundo, con la aprobación en el Parlamento ucraniano en abril de 2019 de una ley que convertía al ucraniano en el único idioma estatal y de uso obligatorio para los funcionarios del Gobierno.

En abril de 2019, el Parlamento ucraniano aprobó una ley que convertía al ucraniano en el único idioma estatal y de uso obligatorio para los funcionarios del Gobierno

Entre otros problemas que han acentuado el conflicto, Bonet critica fuertemente el bloqueo comercial que inició Ucrania en 2017 para impedir el tráfico de mercancías entre las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL, que ocupan un tercio de las provincias) y el resto de Ucrania. “La gente que está en el poder en Ucrania no necesita la zona del Donbás (Donetsk y Lugansk) porque no les votan. Por tanto, no tienen ningún interés. Pero Rusia tampoco”, aclara. El Donbás es una zona con mucha cultura minera e industrial venida a menos que, según Bonet, necesita una reconversión industrial importante, que es muy costosa. Para destensar la situación, cree que Kiev debería intentar facilitar la vida de los ciudadanos del Donbás. Y pone un ejemplo. Hay familias de la región de Donetsk y Lugansk en las cuales parte de la familia vive en la zona ucraniana y otra parte en la rusa. Para cobrar la pensión, los jubilados ucranianos que viven en la zona rusa tienen que pasar al otro lado de la frontera, pero tardan mucho tiempo en hacerlo porque la frontera se ha endurecido todavía más con la crisis del covid.

En cuanto a una posible intervención rusa en la zona, Bonet considera que no necesitan tener tropas en el Donbás, solo controlar la situación y si se descontrolara, ya intervendrían. Por tanto, subraya, es muy importante que Ucrania actúe “con la máxima transparencia posible” y que haya “testigos y observadores” en la zona. Asimismo, recuerda los errores “garrafales” que Georgia cometió en 2008 y que condujeron a que Rusia reconociera como Estados independientes Osetia del Sur y Absajia.

“Este conflicto tiene una complejidad enorme, con intereses económicos muy concretos, entre ellos tener acceso a mayor cantidad de recursos y materias primas. No tendría ningún sentido que se embarcaran en un enfrentamiento militar en el sentido tradicional”, explica Jordi Calvo

Expansión de la OTAN al Este

Cuando se disuelve la URSS, la OTAN, aprovechando la debilidad del presidente ruso Boris Yeltsin, fue incorporando países de Europa del Este a su Alianza, remarca Jordi Calvo, investigador del Centre Delàs d'Estudis per la Pau. “Esto durante muchos años no ha sido un problema, pero ahora es uno de los elementos que está usando Putin, que simplemente quiere legitimar su liderazgo y conseguir apoyo popular para ganar las elecciones (de 2024)”, asegura. Para un personaje político como Putin, el nacionalismo y la identificación de un enemigo externo como la OTAN ayudan mucho, aunque no se puede perder de vista que en 1989 la OTAN estaba en un punto y en 2022 está en otro muy diferente.

“De una manera u otra, lo que está pasando también viene animado por una OTAN que no ha mirado de buscar soluciones que no pasen por una lógica militar”, argumenta. Y en el otro lado está la Organización de Cooperación de Shanghái (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India, Irán y Pakistán), que podría dar apoyo militar a Rusia en caso de conflicto. Sin embargo, Calvo descarta esta confrontación. “Este conflicto tiene una complejidad enorme, con intereses económicos muy concretos, entre ellos tener acceso a mayor cantidad de recursos y materias primas. No tendría ningún sentido que se embarcaran en un enfrentamiento militar en el sentido tradicional”, explica y puntualiza, que lo que sí que se está produciendo es el enfrentamiento en otros ámbitos, como en las fake news, influir a través de medios de comunicación e internet, desestabilizar la democracia o utilizar Bielorrusia para provocar una crisis migratoria en Polonia, sabiendo que estos acontecimientos crearán confrontación e inestabilidad entre los países de la UE. Del aspecto de las fake news alerta Bonet constantemente. “Uno de los grandes problemas de Ucrania es que la narrativa rusa cala muchísimo en Occidente”, advierte. Calvo coincide con Arancón y Bonet en que Rusia no puede aceptar perder el control del Donbás porque eso le sirve a Putin para mantener su discurso de la “Gran Rusia”, que tiene con todos los países del espacio postsoviético. Eso no quiere decir, aclara, que se anexione el territorio oficialmente.

Calvo coincide con Arancón y Bonet en que Rusia no puede aceptar perder el control del Donbás porque eso le sirve a Putin para mantener su discurso de la “Gran Rusia”, que tiene con todos los países del espacio postsoviético

Alemania, el gasoducto ruso y la posición europea

Otro de los elementos que juega un papel clave en esta crisis es el gasoducto Nord Stream II que conecta Rusia con Alemania sin pasar por Ucrania, pero que no ha entrado en funcionamiento todavía, a la espera de recibir las certificaciones para poder operar. Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, avisó hace unas semanas: “No se puede imaginar que, por un lado, pensamos en imponer sanciones y, por otro lado, abrir una infraestructura (Nord Stream II). Está ciertamente ligado a la situación militar de Ucrania”, advirtió. Un proyecto que estaría operado por el gigante gasístico estatal ruso Gazprom, y que Alemania necesita por su dependencia energética, pese a que no gusta a EE UU ni a los países del Este.

“Creo que puede ser una ventana de oportunidad para dejar de hablar de enfrentamiento militar y empezar a hablar más de intereses, de dependencia. Crear espacios de paz es generar interdependencia”, analiza Calvo. Cortar el gasoducto, argumenta, no interesa a nadie y es una postura que no durará mucho. Tal vez, detrás de todo este conflicto, también se esté negociando un acuerdo en torno a los precios del gas que satisfagan a todo el mundo. La política exterior alemana respecto a Rusia es diferente, sostiene Calvo, debido a esta dependencia energética y a la historia reciente, la Segunda Guerra Mundial y el Muro de Berlín.

Otros analistas, en cambio, creen que Rusia tiene poder con los gasoductos especialmente en invierno, pero cuando llega marzo empieza a hacer buen tiempo y los precios de la energía se empiezan a reequilibrar. “Evidentemente, puede afectar, pero Europa tiene otras herramientas que puede utilizar. A malas, Alemania puede poner en funcionamiento las centrales de carbón. Contaminan, pero al menos no das dinero a Rusia, si decide invadir Ucrania”, opina Arancón.

Calvo cree que detrás de la retórica de la UE de tener más autonomía estratégica respecto a la OTAN y fijar sus propias posiciones, está “crear el consentimiento en la población de que es necesario tener un ejército europeo o una defensa europea reforzada”

Por otro lado, Calvo cree que detrás de la retórica de la UE de tener más autonomía estratégica respecto a la OTAN y fijar sus propias posiciones, está “crear el consentimiento en la población de que es necesario tener un ejército europeo o una defensa europea reforzada”, que estaría controlado básicamente por Alemania y Francia. De este modo, Europa duplicaría esfuerzos y recursos destinados a la militarización, no solo a las Fuerzas Armadas, sino a la producción de armamento. “La industria armamentística europea es la que está detrás de este cambio de mentalidad”, asegura Calvo. A esta idea del hard power Calvo contrapone volver al soft power que hasta hace una década imperaba en la UE, es decir, conseguir sus objetivos de otra manera: crear una unión con avances democráticos, libertad de movimientos, ser un ejemplo en cuanto al respeto de los Derechos Humanos y promover la paz y el diálogo. Tanto Calvo como Bonet lamentan que la retórica belicista que estamos presenciando se parece demasiado al clima que había antes de la Primera Guerra Mundial. “La carrera armamentística, las capacidades militares, los presupuestos de defensa y las exportaciones de armamento están aumentando”, advierte Calvo.

Los meses del Maidán

El 21 de noviembre del 2013 comenzaron una serie de protestas en la Plaza de la Independencia de Kiev (Maidán), un día después de que el Gobierno ucraniano bajo el mando del presidente rusófilo Víktor Yanukóvich, suspendiera la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la UE. Las protestas, iniciadas por grupos de estudiantes universitarios a los que se fueron uniendo diferentes sectores de la población, empezaron siendo pacíficas. Sin embargo, en enero, grupos ultranacionalistas ucranianos y de extrema derecha empezaron a instigar a los disturbios y la violencia callejera. Entre estos grupos estaba el partido Pravy Sektor (Sector Derecho), ultra-nacionalista ucraniano y de extrema derecha y el partido parlamentario Svoboda (Libertad), ideológicamente similar, englobado en el ultranacionalismo ucraniano y la extrema derecha.

Como consecuencia de los disturbios y los enfrentamientos entre la policía, la oposición y los grupos paramilitares, el 22 de enero murieron cinco personas, que se empezaron a contar por decenas en las siguientes semanas. La noche del 19 al 20 de febrero hubo un intento de alto el fuego entre el Gobierno ucraniano y la oposición que se rompió a las pocas horas. El 20 de febrero fue considerado el día más violento de los disturbios, con más de 60 fallecidos. Un día después, Yanukóvich y la oposición llegan a un acuerdo, con la mediación de tres ministros de Exteriores de la UE (Radosław Sikorski, de Polonia, Laurent Fabius de Francia y Frank-Walter Steinmeier de Alemania) para formar un gobierno de coalición, elecciones anticipadas y volver a la Constitución de 2004 para frenar la violencia. Sin embargo, Yanukóvich no ratificó los acuerdos y huyó del el país.

La mañana del 22 de febrero los opositores ocuparon las principales instituciones de Kiev. La oposición acusa a Yanukóvich de dejación de sus funciones presidenciales y el Parlamento aprobó su destitución con una mayoría aplastante, haciendo presidente a Turchínov. Estos hechos crearon controversia, porque como describió Pilar Bonet en su crónica de El País de aquel día, desde el punto de vista constitucional, “la destitución del presidente es más que cuestionable, ya que, además de una mayoría de dos tercios de la cámara (450 diputados), se requiere también la formación de una comisión investigadora de los motivos por los que se pretende destituirlo. A todo eso se superponía la ambigüedad sobre el marco jurídico, entre la constitución de 2010 y la constitución de 2004, a la que Ucrania retorna en función de un acuerdo firmado la víspera entre los jefes del la oposición parlamentaria y Yanukóvich”. Rusia y el propio Yanukóvich denuncian un golpe de Estado, pero Turchínov cogió el cargo como presidente interino de un gobierno provisional. Meses después se celebraron elecciones en las que resultó ganador Petró Poroshenko, quien podría enfrentarse a 15 años de cárcel por “alta traición”, después de haber sido acusado por la fiscalía ucraniana el pasado 20 de diciembre. ¿La razón? Comprar carbón en los territorios de las repúblicas autónomas de Donetsk y Lugansk. Con esa compra, Ucrania sostiene que Poroshenko ha financiado la lucha de los rebeldes prorrusos.

“Y ellos, como se conciben a sí mismos como un imperio, con todo el esplendor y el orgullo que conlleva, ven una posible entrada en Europa como una cuestión absolutamente deshonrosa”, aclara Arancón

Contexto histórico del conflicto

“Son dos visiones (OTAN-Rusia) antagónicas, pero tienen una razón para ambos. El Imperio Ruso y la Unión Soviética después fueron un conglomerado multiétnico, incluyendo la zona este de Europa”, explica Arancón. El asunto es bien complejo y tiene muchos matices. Cuando se disuelve la URSS en 1991, todas las nacionalidades que estaban integradas en ella, y que no eran étnica y lingüísticamente rusos, quisieron formar sus propios Estados. Para conseguir su independencia, continúa Arancón, necesitaban aliados que les permitieran defenderse de las conquistas que habían sufrido históricamente por parte del Imperio ruso y, durante la Segunda Guerra Mundial, por la ocupación nazi-fascista. “Esa organización defensiva que les proteja, pensaron, es la OTAN”, añade Arancón. Así, entraron a formar parte de ella Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. No todos ellos formaban parte de la URSS, pero todos ellos formaban parte del espacio de influencia soviética, que llegaba hasta Alemania Oriental (República Democrática Alemana). Por este motivo, a Rusia no le gusta que esos países se estén alineando con Occidente, expone Arancón. “Confían en esa Rusia como un ente multiétnico: no es una cuestión de que los ucranianos tengan que ser rusos, sino que los lituanos, bielorrusos, letones, kazajos, tienen cabida dentro de Rusia”, prosigue. Según la cosmovisión rusa, su origen nacional es la Rus de Kiev (Estado que existió desde el año 882 —conquista de Kiev— hasta el año 1240 —invasión de los mongoles—), que comprendía territorios de Bielorrusia, Ucrania y Rusia.

En la cosmovisión rusa, tener líderes fuertes equivale a esplendor de Rusia. “Da igual que sea Pedro El Grande, Catalina La Grande, Stalin o Putin. Es cuando el país ha sido respetado internacionalmente. Y cuando el líder ha sido débil, como Yeltsin, el país ha sido un cachondeo”, sostiene Arancón. Si Ucrania o Bielorrusia empujan hacia Europa, ya solo quedarían ellos. “Y ellos, como se conciben a sí mismos como un imperio, con todo el esplendor y el orgullo que conlleva, ven una posible entrada en Europa como una cuestión absolutamente deshonrosa”, aclara Arancón.

Este conflicto se mantuvo, sin solución, durante el siglo XX y continuó después del colapso de la URSS, con periodos más pacíficos y otros más conflictivos. “La Ucrania más proeuropea, que tiene centros cosmopolitas como Kiev, intenta decantar la balanza hacia la UE y el este del país, más rusófilo, se decanta más hacia Rusia”, argumenta Arancón. Una inestabilidad que, concluye, continuó en el siglo XXI con la Revolución Naranja, una serie de protestas que tuvieron lugar en Ucrania desde finales de noviembre de 2004 hasta enero de 2005, en el contexto de las elecciones presidenciales, en las que hubo acusaciones de corrupción, intimidación y fraude electoral directo y en las que se impuso Víktor Yanukóvich, conservador-rusófilo, sobre Víktor Yúshchenko, conservador-europeísta. Después de una serie de manifestaciones y huelgas que tuvieron en Kiev su foco principal, el Tribunal Supremo de Ucrania ordenó convocar nuevas elecciones el 26 de diciembre 2004, dando la victoria al candidato pro-europeísta. Seis años después, Yanukóvich se convirtió en el sucesor de Yúshchenko, en unas elecciones que fueron calificadas como justas por las autoridades ucranianas y los observadores internacionales. 

Sobre el asunto de la corrupción, es interesante consultar el índice de percepción que elabora Transparency International. El último, que data del año 2020, sitúa a Ucrania en el puesto 117 y a Rusia en el 129.

Acuerdos de Minsk

El 11 de febrero de 2015 se celebró una cumbre en Minsk entre Ucrania, Rusia, Francia y Alemania, con la supervisión de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), para firmar un acuerdo que aliviara la guerra ruso-ucraniana en Donetsk y Lugansk. Todos los analistas consultados por El Salto coinciden en que no ha habido voluntad por parte de Rusia y Ucrania de respetar los acuerdos.

Entre otras medidas, el acuerdo plantea dotar de cierta autonomía a las regiones del Donbás por parte de Ucrania y la retirada de todas las formaciones armadas extranjeras, equipo militar, mercenarios y desarme de todos los grupos ilegales, bajo la supervisión de la OSCE. “Para conseguir esa autonomía hay que abrir un proceso constitucional en Ucrania y Ucrania no quiere”, apunta Arancón. Del mismo modo, prosigue, Rusia debería retirar tropas pero no quiere hacerlo, quiere proteger sus zonas de influencia del Donbás porque “teme que Ucrania incumpla como intentó hacer Georgia en el año 2008 invadiendo Osetia del Sur”. Es decir, que si Rusia se retira a su frontera y deja esas tropas de protección que disuaden a Ucrania de atacar a los paramilitares de las repúblicas populares autónomas de Donetsk y Lugansk, cree que los ucranianos podrían aprovechar para recuperar el control que está bajo dominio ruso. Por tanto, ninguna de las dos partes da un paso para que el otro pueda avanzar, debido a la desconfianza mutua.

“Estaba claro desde el primer día que no se iban a cumplir porque, ¿qué va primero, elecciones de acuerdo a los estándares de la OSCE o retirada de las tropas rusas de la frontera?”, plantea Bonet. Las partes llevan años discutiendo el texto, pero los acuerdos no se cumplen, tampoco el alto el fuego. Las direcciones políticas lo han aceptado debido a las presiones internacionales, pero sobre el terreno se da una dinámica de fronteras. En opinión de Calvo, los acuerdos son “papel mojado” porque Rusia no quiere renunciar a su influencia en los antiguos territorios de la URSS y en los países exaliados del Pacto de Varsovia.

Las negociaciones continuarán

Las negociaciones para evitar un conflicto de mayor gravedad en Ucrania continúan. La guerra de baja intensidad en el Donbás, también. Y en caso de que se agrave, los principales afectados serán los ucranianos. Entre los asuntos que los ucranianos consideran más importantes, un 45% señala la corrupción en las instituciones públicas; un 34% la inflación; un 31% el incremento de los precios de la energía; un 30% el desempleo; un 20% el conflicto militar del Donbás y otro 20% señala a su gobierno como incompetente, según recoge un estudio reciente elaborado por el Sociological Group “Rating” junto al Center for Insights and Survey Research (CISR) y el International Republican Institute (IRI). El estudio arroja otro dato muy importante: en los últimos diez años, el apoyo de los ucranianos a ingresar en la UE ha subido 22 puntos: pasando de un 36 a un 58%. En la misma medida, 22 puntos, ha caído el apoyo a establecer relaciones con Rusia: solo un 21 por ciento apoya una unión aduanera con Rusia, Bielorrusia y Kazajistán. Una ocupación en el país podría decantar definitivamente la balanza ucraniana en el lado europeo.

Como dice Pilar Bonet, de momento hablan, por lo tanto, “lo militar es un elemento más que forma parte de un conjunto presidido por la diplomacia”. Arancón asegura que la solución pasa por encontrar una postura asumible para Rusia, Ucrania y la OTAN. Y Calvo, opina que “para crear espacios de paz debemos generar interdependencia”. Esperemos que esa deseada diplomacia se imponga.

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SaintJust
27/1/2022 14:16

Ecelente y racional descripcion del conflicto

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25/1/2022 20:45

"Juegos" y estrategias entre potencias. Las guerras "clásicas" en este siglo XXI se hacen en países y zonas, nivel 3 en el tablero geopolítico y económico. Mientras tanto, el sistema, orden establecido, y economía del capital, continúa...

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Pedroperez
25/1/2022 13:21

Este artículo no es más que una sarta de mentiras puestas una detrás de otra.
Pediría a la dirección de El Salto que tengan más cuidado para ver quien se les cuela entre sus articulistas para que sigan siendo un medio creíble de izquierdas, y no una sucursal de el panfleto OTAnista El País.

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Dana y vivienda “La crisis de vivienda multiplicada por mil”: la dana evidencia el fracaso de las políticas del PP en València
La dana ha dejado a miles de familias sin hogar. Ante la inacción de las instituciones, han sido las redes familiares las que han asumido el peso de la ayuda. La Generalitat, tras décadas de mala gestión, solo ha podido ofrecer 314 pisos públicos.