Tribuna
Revolución ecosocial contra un Occidente en decadencia y sus alternativas distópicas

No estamos muy lejos de un ecofascismo aceleracionista del verdadero colapso, con sus ejércitos en las calles, con su consumismo controlado y con su apartheid hacia los sectores de la sociedad que no les gusten a los poderosos. En el famoso “socialismo o barbarie” estamos más cerca de lo segundo que de lo primero.
Muro fronterizo Estados Unidos-México
Tijuana, frontera entre México y Estados Unidos. Álvaro Minguito

Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero a nosotros no nos dan miedo las ruinas porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y ese mundo está creciendo en este instante.

Durruti

En los últimos años se habla bastante sobre la decadencia de Occidente. En parte es por la crisis de 2008, que ha afectado profundamente su autoconfianza como bloque histórico. Y en parte es por los errores geopolíticos y estratégicos que las potencias occidentales han cometido al seguir ciegamente la inepta dirección de Estados Unidos (Serbia, Somalia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria, Ucrania… y ahora en Gaza y Yemen). ¿Alguien recuerda la narrativa de Bush de que la “guerra contra el terrorismo” duraría décadas?

Los grandes estados que se oponen al poder de Occidente se han organizado y hoy presentan un bloque cada día más homogéneo, que comienza a mejorar la vida de su ciudadanía muy notablemente, a pesar de su orientación antiliberal (ahora voy con eso). Ya tiene la capacidad de desafiar la hegemonía occidental. 

Que se esté terminando la era estadounidense, en principio, es una buena noticia. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se erigió como el ejército protector del capitalismo. Por consiguiente, se embarcó incondicionalmente en el proyecto de destruir el comunismo allá donde surgiese, utilizando todos los medios posibles —incluso la guerra nuclear, si hiciera falta—. Se metieron en docenas de guerras y nunca han dudado en invadir un país si se atreve a mirarlos mal. 

Al fin y al cabo, Estados Unidos está gobernado por el “complejo militar-industrial”, que es el que determina sus políticas de Defensa y Exteriores. Paradójicamente, el único presidente que siguió otra línea estratégica distinta fue Donald Trump. 

Gracias a ese poderío militar, se impusieron en medio mundo los valores de la superpotencia: el liberalismo político con su democracia representativa, con su individualismo, con su consumismo exacerbado… que resultó en la liquidación de la comunidad, de la lucha obrera y la uniformización de las sociedades a escala mundial. 

Paradójicamente, Asia se ha industrializado porque Occidente desmanteló parte de su propia industria y siguió con su nivel consumismo desaforado

Los intelectuales de izquierda —y cualquiera que siga las noticias internacionales— entienden que se está conformando un bloque alternativo (pongamos que se llama BRICS, pero no sólo es eso), que defiende un mundo multipolar. Es decir, un mundo formado por varias grandes potencias que crean entre ellas un equilibrio de fuerzas. Por ahora, le están yendo bien las cosas. Paradójicamente, Asia se ha industrializado porque Occidente desmanteló parte de su propia industria y siguió con su nivel consumismo desaforado. Todo el mundo le vende mercancías a Occidente. Ponga una Zona de Libre Comercio en su vida y le industrializarán el país. 

Derivado de lo anterior, está la guerra cultural actual. Esas potencias “alternativas” son igual de capitalistas que Occidente, pero han encontrado el lugar idóneo para atacar: el sistema de valores y creencias. Al crear el concepto de “democracia iliberal” (al estilo de Orban, Erdogan, Putin y compañía) sus think tank se centraron en la difusión de un “hombre de paja”, argumentativo según el cual el feminismo, la inmigración masiva y el movimiento LGTBI es lo que destruirá Occidente desde dentro. Según su punto de vista, cosas terribles como Hollywood, Wall Street, la ONU o el Vaticano son de izquierdas. 

Sus think tank se centraron en la difusión de un “hombre de paja”, argumentativo según el cual el feminismo, la inmigración masiva y el movimiento LGTBI es lo que destruirá Occidente desde dentro

Dejando a un lado su reaccionarismo moral, en realidad, su punto de vista está respaldado por una cuestión muy sencilla, pero importante. A nadie se le escapa que Europa no tiene soberanía política respecto a la política exterior estadounidense. Nuestros estados y nuestros pueblos son meros peones —sacrificables— en esta guerra eterna. Y justo quien más ruido mete para reivindicar la soberanía nacional es la ultraderecha. 

Esa derecha se ha centrado en marcar esta agenda desde mediados de los 2000 y ha tenido como resultado el movimiento alt-right y la nueva extrema derecha populista que ya es la tercera fuerza política a nivel europeo desplazando a liberales, verdes y post-comunistas. El covid y la Guerra de Ucrania han mejorado mucho sus posiciones y es probable que, con la victoria rusa en Ucrania y el posible triunfo electoral de Trump en Estados Unidos, todavía las mejoren más. Incluso se está jugando la carta de la izquierda rojiparda (de origen post-estalinista, que ha encontrado su papel en este mundo) como alternativa a la nueva derecha. 

La pregunta es si el ecofascismo nos lo impondrá el liberalismo imperante en Occidente o un gobierno “iliberal” semi-fascista

No estamos muy lejos de un ecofascismo aceleracionista del verdadero colapso, con sus ejércitos en las calles, con su consumismo controlado y con su aparheid hacia los sectores de la sociedad que no les gusten a los poderosos. La pregunta es si el ecofascismo nos lo impondrá el liberalismo imperante en Occidente o un gobierno “iliberal” semi-fascista. 

Y sin embargo hay luz

El mundo está en un momento clave. 

Seamos conscientes de que se puede reaccionar y darle una vuelta a nuestra forma de vida. No vamos a convertirnos en criptobros millonarios del bitcoin. No vamos a poder mantener una industrialización a gran escala de forma indefinida. No se van a poder industrializar esos países que ahora lo están haciendo. El planeta muestra signos evidentes de colapso ambiental. Nos va la vida reaccionar y vemos con impotencia como se destruye Gaza sin que nadie haga nada. En el famoso “socialismo o barbarie” estamos más cerca de lo segundo que de lo primero. 

Sin embargo, hay millones de personas que no están de acuerdo en que nuestras sociedades caigan bajo la influencia moral de Rusia, de China, de Arabia Saudí o de Irán. O que no quieren que les gobierne la AfD, Le Pen o Meloni (ya gobierna)… ni tampoco Milei o Abascal. 

Se vota a la socialdemocracia y al progresismo, como fórmula meramente defensiva. Pero no es suficiente

Por ahora el consenso es defender el “estado del bienestar” que se está cargando el turbocapitalismo neoliberal y defender las conquistas de derechos sociales y civiles ganados en las últimas décadas, realmente en peligro hoy en día. Por eso se vota a la socialdemocracia y al progresismo, como fórmula meramente defensiva. Pero no es suficiente. 

No nos gusta

Ante este panorama tan oscuro, el movimiento obrero y popular tiene algo que decir. Ni nos gusta el turbocapitalismo occidental, que nos vende a un fondo buitre y nos echa del trabajo o de nuestro hogar mientras nos vende basura y datos, ni nos gusta la alternativa autoritaria y moralista reaccionaria (multipolar, eso sí) que se nos viene encima ni tampoco nos convence la alternativa progresista de dejarlo todo igual, pero en plan guay, verde y sostenible. 

Hay un gran “no” que debemos gritar bien alto. No a todo lo anterior. Impugnación total. Es la distopía. 

Pero hay muchos otros síes que podemos construir: sí a la vida, sí a la libertad, sí a la socialización de la riqueza y, en definitiva, sí a vivir en un planeta al que respetemos, cuidemos y reparemos. 

La alternativa comunalista tiene este punto de vista, de montar unas sociedades “al margen”, que puedan resistir el hundimiento de la civilización

Entonces nos encontramos con dos alternativas: 

La arqueología está llegando a la conclusión de que no pocos pueblos indígenas de las Américas son descendientes del colapso de civilizaciones pasadas. La alternativa comunalista tiene este punto de vista, de montar unas sociedades “al margen”, que puedan resistir el hundimiento de la civilización. El “Go Croatan” del que hablaba Hakim Bey tiene sentido. Son sociedades de naturaleza reducida, comunitaria y generalmente horizontales. Seguramente este es el modelo preferido por el ecologismo social y de buena parte del activismo de los movimientos sociales. 

La segunda alternativa es el decrecimiento bajo el ecosocialismo

La segunda alternativa es el decrecimiento bajo el ecosocialismo. Para no irnos al garete hay que tener el control de los medios de producción y ponerlos a funcionar bajo un plan general que tenga en cuenta los recursos menguantes y la escasez. Vale, genial, pero igual para que esto se dé hace falta un poquito de soberanía y no depender de un gobierno de chupatintas.

Quienes conocemos la teoría del decrecimiento, entendemos que los estados en los que vivimos irán abandonando sus funciones y dejarán de prestar servicio a nuestras comunidades más humildes. Mucha gente quedará completamente a su suerte. Además, en ese escenario de liquidación del “estado del bienestar”, la economía privada tendrá serios problemas para sobrevivir.

Desde el anarcosindicalismo, como el de CNT, se entiende que nuestra tarea es preparar los sindicatos para la autogestión de las empresas

Desde el anarcosindicalismo, como el de CNT, se entiende que nuestra tarea es preparar los sindicatos para la autogestión de las empresas. Esta autogestión en muchos casos implica reconversión hacia una producción acorde con las necesidades colectivas. Por otro lado, también los sindicatos son espacio de socialización y creación de comunidad. Pueden ser los lugares en los que se articulen nuevos proyectos (escuelas, cooperativas, comedores populares, centros organizativos de jóvenes, de mujeres o de gente mayor, espacios culturales, de apoyo mutuo, etc.). Tened en cuenta que todo eso y mucho más ya se puede hacer desde el sindicalismo, sin tener que montar colectivos específicos aparte. 

Evidentemente una sociedad articulada así, constituye un “Pueblo Fuerte”, que podrá resistir el ecofascismo. Es lo que tendremos enfrente. Ni siquiera nos libraremos de ello incluso aunque nos gobierne la supuesta socialdemocracia o el social-liberalismo. Nuestra fuerza provocará su respuesta. Matemática pura. 

Y es que, lo queramos o no, la única alternativa que tenemos es la revolución. Esta revolución se debe hacer por nuestro futuro y por el del planeta. Como anarquistas y sindicalistas no podemos dejar en la estacada nuestra gente. La revolución es responsabilidad. Por ello hay que superar la apatía y la impotencia y ponerse a construir el futuro: desde tu comunidad, desde tu barrio, desde tu sindicato. 

Recuerda: una clase trabajadora organizada y unida hará que tiemble el mundo. 

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