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Tribuna
La naturaleza no volverá hasta que bajemos los alquileres

Responsable de Biodiversidad y Territorio en Amigas de la Tierra.
Imagina levantarte y escuchar los pájaros desde tu ventana. Y tal vez piensas, pero ¿cómo voy a escuchar los pájaros si mis oídos se ahogan con el ruido del tráfico?, ¿y acaso queda alguno por aquí? Y si no, ¿tengo tiempo por la mañana para detenerme a escucharlos sin perder el tren? En cualquier caso, da lo mismo: cada día queda menos naturaleza y cada vez nos queda más lejos.
Derecho a la ciudad
DERECHO A LA CIUDAD La mercantilización desenfrenada de los espacios verdes
La expansión de las ciudades, por definición, es a costa de los hábitats que existían previamente. Sin embargo, aun en un entorno completamente modificado, sigue prosperando la vida. Una vida que tiene que abrirse paso a pesar de que los ríos se conviertan en canales y tuberías, los árboles de gran tamaño se talen para ejecutar obras de dudosa necesidad y sus tejidos y órganos estén acumulando día tras día el plomo que sale de los tubos de escape.
Pero esto no va solo de pájaros. Las ciudades nos arrebatan la vida, desde lo más cotidiano, donde los precios de la vivienda hacen que se torne casi imposible permitirnos un hogar, hasta lo más profundo de nuestro cuerpo, ya que también son causantes de gran parte de los daños sobre la salud física y mental de la población. Entre los factores de riesgo vinculados a las enfermedades no transmisibles —cáncer, patologías respiratorias crónicas, cardiovasculares, etc.— están los altos niveles de contaminación atmosférica, que solo en 2021 acabó con la vida de más de 8 millones de personas.
La adaptación al cambio climático es una cuestión prioritaria en un país que va camino de convertirse en un desierto a mitad de siglo y en el que el efecto “isla de calor” eleva la temperatura hasta 8ºC en ciudades como Madrid
El cambio climático amenaza la vida humana debido, entre muchas otras, al incremento de las temperaturas estivales. Hoy, el efecto “isla de calor” de una ciudad como Madrid hace que la temperaturapueda aumentar hasta 8ºC respecto a zonas no urbanizadas. Somos profundamente ecodependientes y la adaptación al cambio climático es una cuestión prioritaria en un país que va camino de convertirse en un desierto a mitad de siglo.
Cada vez hay menos pájaros, cada vez los escuchamos menos y, sorpresa, no todas las personas los escuchamos por igual. Desde los años 70, debido a la reestructuración económica que conocemos como globalización y auge del neoliberalismo, las ciudades han sufrido profundas modificaciones que no han hecho sino profundizar en las desigualdades preexistentes. Si la naturaleza es necesaria y beneficiosa para las personas, todas deberíamos tener acceso a ella, deberíamos tener derecho a la naturaleza.
Sin embargo, la configuración del espacio urbano genera una doble injusticia. Una primera, pasada y presente, en torno a la distribución de las áreas verdes, donde los barrios con menor renta tienen menos cantidad y calidad de las mismas y su mantenimiento es de peor calidad, a pesar de la necesidad de contar con este tipo de espacios. Una segunda, presente y futura, donde el atractivo de vivir cerca de parques, campos y jardines eleva el precio de la vivienda, permitiendo que solo una parte de la población pueda disfrutar de ellos, incluso desplazando a la población que habitaba anteriormente el barrio, en un proceso que llamamos “gentrificación verde”. Qué injusto que quienes han luchado toda la vida por tener barrios habitables se vean expulsados de ellos cuando por fin las condiciones mejoran y nuevamente empiezan a poblar barrios dominados por el gris y sin disponer siquiera de las redes comunitarias que tejieron.
Los refugios climáticos comunitarios escapan de la 'gentrificación verde' y permiten recuperar el espacio para encontrarse e intervenir en los problemas sociales de las vecinas
Es cierto que no toda la naturaleza “gentrifica” igual, y que figuras como los refugios climáticos comunitarios permiten recuperar el espacio sin uso para adaptar el barrio a las olas de calor, a la vez que generan espacios de encuentro para intervenir en los problemas sociales que las vecinas padecen sin que esto tenga un mayor efecto sobre el precio de la vivienda. Pero los refugios no son suficientes. Si queremos llegar a los mínimos establecidos por la Organización Mundial de la Salud, necesitamos una transformación sin precedentes. Y, sobre todo, si queremos devolvernos la vida y no terminar de quitárnosla, necesitamos bajar los precios de alquiler para poder construir hogares y barrios.
Me gustaría confiar en las administraciones públicas, pero ya es tarde para eso. El mercado inmobiliario está dopado y protegido por unas instituciones que responden únicamente a las voluntades de aquellos que consideran que la vivienda es un activo y no un derecho. Alentadas por los abusos de caseros e inmobiliarias que nos roban sistemáticamente la mitad de nuestro sueldo. Coronadas por los fondos y multipropietarios que nos echan de nuestras casas para convertir nuestra ciudad en un parque de atracciones que en vez de norias tiene locales de smash burgers. Se acabó su tiempo.
Se acabó su tiempo porque nos estamos organizando. Organizando para bajar los alquileres a la mitad, para expropiar la vivienda que los fondos buitre tienen secuestrada hasta que no quede nadie sin alternativa habitacional, para que la compra de vivienda se realice para vivir en ella y no con fines especulativos. Nos estamos organizando y el 5 de abril saldremos a las calles en decenas de ciudades de todo el Estado, para lograr una movilización masiva que no solo sea capaz de poner en el centro del debate la legitimidad de una huelga de alquileres, sino que la empiece a construir desde este mismo instante.
El 5 de abril, las militantes ecologistas y climáticas apoyaremos a los sindicatos de inquilinas y asambleas de vivienda para lograr una movilización masiva que empiece a construir una huelga de alquileres
Y ese 5 de abril, ahí estaremos las militantes ecologistas y climáticas, apoyando a los sindicatos de inquilinas y las asambleas de vivienda que han trabajado sin descanso para que esto sea posible, también desde el convencimiento de que para lograr el derecho a la naturaleza hay que poner la vivienda a salvo. Ahí estaremos, conscientes de que los mismos que nos echan de nuestras casas, son los que inundan los pueblos de macrogranjas y minas a cielo abierto, a los que hay que combatir desde cada frente hasta que el territorio sea gestionado de forma colectiva y de manera que nos permita mirar a los ojos sin arrepentimiento a las generaciones futuras y a los habitantes de otros países.
Nos encontraremos con nuestras compañeras mucho más de lo que lo hacíamos hasta ahora, hasta que nuestras luchas se confederen y avancemos codo con codo. Pondremos nuestros cuerpos para construir un movimiento que desafíe lo que parecía imposible y dar el volantazo que necesita la historia. Ahí nos encontraremos. Hasta que la vivienda deje de ser un negocio. Hasta que recuperemos las calles. Hasta que volvamos a escuchar los pájaros.