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Derecho a la ciudad
La mercantilización desenfrenada de los espacios verdes
Durante el primer fin de semana de junio, sentado a la sombra en la Plaza de Europa en Gijón, no puedo evitar escuchar la conversación que mantienen dos madres, en el banco contiguo al mío, mientras los pequeños juegan:
“- El próximo puente de la Constitución nos vamos Madrid con los niños y unos amigos. Iremos al museo del Bernabéu, a ver un musical y a la Naturaleza Encendida. Los vuelos nos han salido a 55€ por persona ida y vuelta y además nos alojaremos en un piso por Airbnb que está en Villaverde, al lado del Cercanías. Superbarato.
- Os lo vais a pasar genial. Nosotras estuvimos el año pasado y aunque había mucha gente a los niños les encantó, sobre todo la iluminación de las setas. Pero prepara la tarjeta porque las bebidas y las comidas no son nada baratas. También fuimos a lo de la Casa de Campo, Articus. Fue un poco desastre, había muchísima gente y las colas parecían las de Eurodisney. La verdad que al final ni reclamamos… pero bueno, con lo baratos que están los vuelos nos ponen muy fácil hacer de vez en cuando una escapada a donde sea…”
En el año 2023 llegaron más de 85 millones de turistas internacionales a España. Por ciudades, incluyendo también viajeros nacionales, Madrid superó los 10,5 millones visitantes; Barcelona, dependiendo de la fuente, los 15 millones; Sevilla los 3 millones; Córdoba casi un millón; Tenerife los 6,5 millones; Málaga 1,6 millones, etc.
El concejal de turismo de Málaga comentó a los medios en el pasado febrero: “La masificación turística de Málaga es más alarma que una realidad… Málaga tiene capacidad para sumar medio millón más de turistas al año... la estacionalidad prácticamente no existe en Málaga.
Luz y sonido por tierra, mar y aire
Durante los últimos años son numerosos los espectáculos de luces y sonidos que se apropian de parques y jardines botánicos durante semanas: la franquicia Naturaleza Encendida se expande por los Reales Alcázares de Sevilla, por el parque Güell de Barcelona, por el parque Tierno Galván de Madrid, incluso por el jardín botánico de Tenerife. El Manantial de los Sueños ocupa el Botánico de la Universidad Complutense de Madrid. El mega show navideño Articus genera un enorme caos en la Casa de Campo. El Jardín Botánico de Málaga acoge el espectáculo Angelical.
Festivales y conciertos que se apoderan de parques por todo el estado e impiden que las vecinas disfruten libremente de dichos espacios, siendo especialmente indignante en lo más cálido del verano. Algunos ejemplos son: en Sevilla el Icónica Fest se instala por cuarta edición en la Plaza de España con 29 conciertos; las Noches del Botánico en Madrid acaparan el jardín botánico de la Complutense durante 2 meses por octava ocasión; el Brunch Electronik, que se multiplica en dos sedes, en el Parc del Forum en Barcelona y en el Parque Lineal del Manzanares en Madrid; el Alma festival, similar al anterior y también con dos sedes, una en el Poble Espanyol de Barcelona (ocupado durante 27 días) y otra en el Parque Tierno Galván de Madrid (bloqueado durante 18 días); el festival de Música Raíces que se celebró desde 2004 hasta 2023 en el Jardín Botánico de Córdoba; el festival O son do camiño, que se instala en el Monte do Gozo de Santiago de Compostela desde 2018; el ciclo Serialparc (merece la pena pararse en el nombre) que se viene celebrando para “poner en valor” los distintos parques de Valencia; etc.
A lo que hay que añadir eventos de otro tipo: desfiles de moda de Louis Vuitton en el masificado Parque Güell para promocionar la elitista regata Copa América 2024 o en el sevillano Parque Maria Luisa. A otro nivel, los circuitos urbanos de Fórmula 1 en Barcelona y Madrid, reeditando los viejos éxitos de la Fórmula 1 valenciana.
Desde que Francis Bacon estableciera que la naturaleza debe ser dominada por la ciencia han pasado siglos. El sistema capitalista se ha ido desplegando sobre todos los ámbitos de la vida y de la Tierra apoyado en el desarrollo científico y tecnológico.
Hoy en día, la combinación de rapidez los medios de transporte, junto con la eficiencia de los servicios digitales que comercializan alojamientos, espectáculos y restauración, añadido al conocimiento y condicionamiento de nuestros gustos a través de las plataformas tecnológicas, permite ensamblar cada instante de tiempo con un lugar y un cliente potencial a través de la pantalla del móvil de manera que absolutamente ningún ámbito espacio temporal se quede fuera del mercado.
La biodiversidad está más dañada que nunca, los espacios salvajes se reducen implacablemente, los fondos de inversión hacen negocio con cualquier concepto que se les ocurra: semillas, minería de tierras raras, acuíferos, vivienda pública, etc. Aunque gran parte de la población tiene sensibilidad medioambiental, también se ve empujada a consumir y disfrutar por la presión social y la necesidad de autoafirmarse, con ese punto narcisista que se refuerza en las redes sociales. Primero como civilización hemos reducido, fragmentado y domesticado la naturaleza, y en una segunda vuelta de tuerca, se pretende, una vez sometida, volver a exprimirla para cubrir esas carencias de conexión con lo natural que sentimos los seres humanos.
Los ayuntamientos buscan financiación e impulsan la colaboración “público-privada”, los “emprendedores” que revolotean a su alrededor se reinventan ante cualquier oportunidad de negocio. Todo ello converge en el éxito que se tiene a la hora de ofrecer espectáculos de todo tipo en zonas verdes urbanas. Vivimos la repetición como farsa de la tragedia de los comunes. Se explotan sin límite los parques públicos de las ciudades. Los visitantes, turistas, clientes… llegan y obtienen a cambio de su entrada-circuito la experiencia que buscan, sin importar el daño que se cause a la fauna y flora de los parques, las molestias a los vecinos, la presión gentrificadora, etc.
El patrón es claro
Los espacios públicos durante determinados períodos de tiempo (cada vez mayores) dejan de serlo. Se impide el libre acceso a las vecinas a los mismos. Se asigna la gestión de esos lugares a distintas iniciativas privadas para que obtengan beneficios de su explotación: beneficios directos previo pago de entradas y/o indirectos como prestigio de marca. Alrededor de los mismos, por su relación con los valores de la naturaleza, grandes empresas asocian su nombre para conseguir un efecto de greenwashing.
Ningún ayuntamiento quiere quedarse atrás en esta carrera por la explotación de cualquier espacio. El resultado es un sinnúmero de experiencias intercambiables que difuminan las diferencias entre las ciudades, que proporcionan una sensación de franquicias homogénea allá donde vayas. Que convierten a los habitantes de cada lugar en molestos figurantes frente a la explotación económica de cada nicho. Que dañan plantas, raíces, árboles. Que espantan aves y mamíferos. Que dificulta la polinización de los insectos. Pero que paradójicamente pretenden cubrir con un barniz de color verde a visitantes, a patrocinadores y administraciones, lavando conciencias y ofreciendo una cierta reconexión con una naturaleza sojuzgada previo paso por caja.
Necesitamos volver a unir los roles en los que nos hemos dispersado y reconstruir los vínculos comunitarios para no dejarnos llevar por el consumo fácil que nos ofrece el algoritmo y huir de experiencias superficiales por las que en muchas ocasiones vamos a lugares recambiables a realizar actividades similares para traernos recuerdos digitales y dejar un rastro de residuos medioambientales y sociales. Y con nuestra movilización conseguir que los gestores de los espacios promuevan otros usos que beneficien la salud y la habitabilidad de nuestras ciudades.