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Teatro
‘Vulva’, la obra que afronta el acoso a una mujer a la que han violado su intimidad
No pretende juzgar, ni ser moralista, tampoco culpabilizar a nadie. Sí quiere enseñar una realidad demasiado escondida, plantear preguntas comunes al común, recrear el eterno debate entre la culpa y la responsabilidad, inmiscuirse en el miedo del tabú al sexo, a la masturbación femenina, a lo que muchas veces hasta su pronunciación está vedada: “vulva”. Así se titula la creación teatral con la que Irene Herrero Miguel se estrena como directora y dramaturga y en la que, desde una única protagonista acompañada por cinco personajes más, consigue hablar de todo un proceso de acoso que desemboca en el peor de los finales, como si este tipo de situaciones fueran un círculo infinito del que es imposible escapar, que se repite una y otra vez. ¿Hasta cuándo?
En mayo de 2019, un vídeo íntimo filmado por una trabajadora de la planta de Iveco en San Fernando de Henares se hizo viral. El primer envío procedió de uno de sus propios compañeros de fábrica. Esa experiencia es el espejo de Vulva, donde una profesora en un colegio se ve envuelta en un acoso que nadie puede llegar a controlar. Todos y todas, porque nadie está educado para hacer frente a una situación así, dan su pequeño empujoncito a la protagonista, que acaba igual que empieza: inmóvil en el suelo.
“A medida que se sucede la obra, esas sonrisas se congelan porque desde fuera todo el mundo tiene muy claro qué es ir demasiado lejos”, dice la dramaturga Irene Herrero Miguel
“Cuando vi lo sucedido en Iveco me removió mucho el caso. Cómo la culpa se puede llegar a apoderar de un momento de placer y diversión, y marcharse y ensuciarse hasta volverse en tu contra de esa manera”, reflexiona la dramaturga. Ella, consciente del teatro como una herramienta para compartir preguntas más que de buscar las respuestas, ha logrado que la escenografía planteada llegue a ser un acto colectivo. Amigos y amigas, el jefe sin recursos, la hermana feminista, el marido, los policías, el antiguo ligue. Todos cumplen su misión dentro de Vulva, como si el corolario de voces consiguiera acercar al espectador a su propia imagen: “Tiene hasta cierto humor porque la gente se siente identificada con algunas frases de los personajes, como si las pudieran haber dicho ellos en un momento así. A medida que se sucede la obra, esas sonrisas se congelan porque desde fuera todo el mundo tiene muy claro qué es ir demasiado lejos”, se explaya la dramaturga cuya obra se puede ver actualmente en el Teatro del Barrio, en Madrid.
Responsabilidad culpable
Así pues, Herrero logra acercar una historia personal, política, construida a través del entorno, en base a las propias contradicciones que a ella le asaltaron al ver lo ocurrido en Iveco. Al fin y al cabo, es un guion perfectamente compuesto de brocha fina y gorda que crea el personaje, a su vez configurado mediante la psicología de los demás intérpretes. El resultado: una obra infinita en la que todos tenemos algo que decir. En ella, uno de los principales binomios que la vertebran corresponde con el de la responsabilidad y la culpa. Según Herrero, “desde la dirección ha sido el principal reto, así como para el elenco, el trabajar los personajes sin juzgarlos ni culparlos. El reto era decir que esta gente tenía su parte de responsabilidad en el fatal desenlace pero no es que fueran esencialmente malos, es que quizá todos somos un poco así y no nos damos cuenta”.
“Se dan muchos casos de suicidios como consecuencia de esta vulneración de la intimidad en la mujer y no estamos sabiendo resolverlos”, explica la directora
Y es que la representación explora las vías para escapar de una situación de acoso provocada a raíz de vulnerar la intimidad de una mujer que lo único que hace es mostrar cómo se masturba, goza, disfruta de su cuerpo, y lo comparte. “Desde fuera puedes decir que sí, que hay recursos, instituciones y entidades, pero tenemos que ir más allá porque se dan muchos casos de suicidios como consecuencia de esta vulneración de la intimidad en la mujer y no estamos sabiendo resolverlos”, explica la directora. Porque el problema es social, porque todo se reduce a cómo el hecho de que una mujer que disfruta de su vida sexual de forma libre y activa se puede llegar a convertir en arma arrojadiza, algo criticable cuando forma parte de la propia naturaleza humana y que todas las personas, en mayor o menor grado, lo hacen en su vida privada.
El nombre elegido, Vulva, marca la puerta de entrada al mundo de la curiosidad, el morbo y el rechazo. Todo lo que produce esa palabra simbólica y que, al mismo tiempo, es lo que denota el sexo y placer femenino: “Es esencial saber nombrarnos, verbalizar las partes de nuestro cuerpo. Es fundamental para ir al médico, hablar con una pareja o denunciar una agresión, porque poner nombre a nuestro cuerpo genera realidades que si no, no existirían”, expresa Herrero. Pero el rechazo sigue ahí, incluso por algunas salas que se han negado a programar la representación, dice la directora de la misma: “Hemos puesto un título que nos abre y cierra puertas”.
Cada uno crea su relato
Abrir aún más y empezar a entornar las puertas cerradas es lo que consigue la propuesta escénica, guionizada en algunas ocasiones por fragmentos de texto sacados de noticias de prensa y declaraciones de famosos sobre lo sucedido en Iveco. “No es lo mismo el relato del marido que se convence de que ha sido una infidelidad y justifica su drama personal sin escuchar realmente a la víctima del acoso, o el relato de sus amistades, o el del director del colegio. Ni siquiera como espectadores vemos el relato completo porque quedan algunas lagunas buscadas para que cada uno se configure el suyo propio”, describe Herrero.
Ella misma se vale de la parte más onírica para mostrar el miedo a denunciar. Unos policías cabareteros empujan, como todos los demás, a la protagonista: “Yo no pretendo explicar ni justificar los motivos que llevan una persona al suicidio, pero estos momentos de ensoñación permiten llegar a la psicología del personaje de una forma mucho más emocional”, arguye. Y su crítica no se queda ahí, sino que transita hasta el feminismo en el que ella se ubica: “Añadí, posteriormente, el personaje que encarna el feminismo porque sentía la necesidad de la autocrítica, de que ni siquiera en el feminismo muchas veces tenemos las herramientas para resolver casos así de forma adecuada”.
La escena, asimismo, se erige como campo de baile. La danza se comporta como otra herramienta más a través de la coreografía bajo la dirección de Mercè Grané. En este sentido, Herrero sabe la importancia del cuerpo en una historia así. “La representación pivota sobre el espacio que le damos al cuerpo en la sociedad, así que tenía que estar presente”, agrega. Todo ello forma parte de un conjunto que, pincelada a pincelada, convoca los elementos correctos en su justa medida. Ni son moralistas, ni quieren dar lecciones, ni hacer culpable a nadie. Ya lo saben: tan solo plantear preguntas, compartir las dudas.
A eso es a lo que se quieren dedicar por un tiempo a partir de ahora. “Trabajamos con la distribuidora porque nos gustaría salir de Madrid. Lo mejor de esta obra es que después todo el mundo se queda a debatir y hablar sobre el tema. Nos encantaría moverlo por España y poder hacer encuentros con el público”, añade Herrero. También aspira a moverse por institutos, donde las generaciones jóvenes están mucho más acostumbradas a las redes y compartir contenido personal. La realidad es innegable: las redes cada vez se usan más, por lo que será esencial enseñar y aprender a manejarlas. “Cuando ha venido gente joven al espectáculo lo han visto todo como algo muy natural y algunas personas del público sabían de otras compañeras que se habían visto en un lío por haber mandado una foto”, ilustra la directora. La realidad, aunque innegable, ya está empezando a cambiar.