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Teatro
Un moderno ‘Romeo y Julieta’ llega con ‘Lavapiés’: gentrificación y memoria histórica en el escenario

Una vivienda en herencia. Un barrio carcomido por la gentrificación y la especulación inmobiliaria. Dos familias condenadas a entenderse. Un pasado compartido que unos quieren olvidar y al que otros se aferran para no perder la poca memoria que todavía les une. El director teatral Fernando Ferrer ha encontrado en el Teatro del Barrio su nueva guarida para Lavapiés, la obra mediante la que expone aquellas contradicciones que todavía persiguen a no pocas familias. En esta adaptación libre y contemporánea de un Romeo y Julieta lésbico, los disparos de las pistolas de las partes enfrentadas se entremezclan con los llantos y el desconsuelo de la muerte que llega cuando ya nada hay que hacer.
“Al igual que en la obra de Shakespeare, que no se dice, aquí vemos una especie de enfrentamiento ancestral entre las familias. Siempre quise que la trama tuviera lugar en Madrid, en este barrio, donde vivo mi realidad cotidiana”, introduce Ferrer. Este argentino, como las demás ocho actrices y actores que completan el elenco, no rehúye lo irreconciliable y lo político, aspectos que dota de idiosincrasia propia para jugar un papel determinante a lo largo de la obra.
“Me gusta encontrar siempre una grieta por la que se puedan asomar algunos debates aún candentes y que por miedo no siempre se tratan como se debería”, comenta el director, Eduardo Ferrer
Por un lado, presenta a una familia conservadora, cerrada, olvidadiza del pasado que le precede, que casi le molesta. Por otro, algo parecido a la izquierda, donde todavía hay personas que se interrogan por el tiempo pretérito que sus propios antepasados transitaron. Y en el medio aparece Fran, el personaje redentor y reconciliador que, además, si todo sale bien, se adueñará del inmueble en disputa. “Me gusta encontrar siempre una grieta por la que se puedan asomar algunos debates aún candentes y que por miedo no siempre se tratan como se debería”, comenta Ferrer.
Se refiere a una de las tramas que vertebran su propuesta teatral, en donde Juliana y Guada se prometen amor incondicional, a pesar del enfrentamiento entre las familias que atormenta continuamente su idilio. Entre medias, manipulación sentimental, entuertos que no se quieren resolver, sobremedicación y numerosas alegorías y preguntas que siempre surgen cuando el destino se tambalea entre la vida y la muerte. “Toda la vida quise morirme y ahora que me muero quiero vivir”, dice en un momento la propia Juliana.
Un pasado debajo del hormigón
Ferrer presenta la curiosidad como el elemento desencadenante del conflicto. Una propiedad que tiempos ha sirvió como refugio, vivienda, hogar, ahora se aborda desde un solo prisma: la economía por encima de todo. Solo uno de los personajes es capaz de abrir algunos baúles desvencijados que en ningún momento desaparecen de la escena. Siempre estuvieron presentes, esperando a que alguien se atreviera a reparar en ellos. El día que la memoria despertó, el pasado seguía ahí. Abiertos, de ellos brotan documentos y símbolos, armas incluidas, que remiten a la Segunda República, la Guerra Civil española y el franquismo.
El director de Lavapiés confiere a la trama una nueva mirada, dos nuevos opuestos que desencadenan debates hasta el momento inimaginables en esa familia pero que, como tantas otras veces, seguían latentes en su interior. “Cuando encuentran todas estas cosas comprometidas en los baúles, uno de los personajes rompe el acuerdo. Es el único que se atreve a hacerlo. Se da cuenta de que la otra familia no quiere vender la propiedad para crear pisos turísticos únicamente, sino para enterrar y tapar todo lo que ese lugar conserva”, desarrolla Ferrer.
De esta forma, el dramaturgo saca a la palestra el debate tan enconado en España sobra la memoria histórica y democrática que todavía late a nivel social. “A diferencia de Argentina, en España no se celebró ningún juicio contra ningún dirigente de la dictadura. El franquismo fue algo como tapado desde lo jurídico, algo que todavía no ha tenido ningún reproche penal”, explica el director. Por eso, en Lavapiés planea continuamente la amenaza de la hormigonera que vendrá a sepultar ese pasado conflictivo. “Es esa alegoría que apunta a todas aquellas personas que todavía defienden que lo mejor es enterrar el pasado y seguir disfrutando de nuestra maravillosa y estupenda sociedad de consumo sin haber enfrentado las heridas todavía abiertas”, añade con cierta ironía.
La necesidad que Ferrer tuvo desde el principio del proyecto de explicitar la violencia que acompañaría el desarrollo de la trama aparece materializada en pistolas y disparos. Una suerte de particular guerra civil familiar en la que nadie gana y cuyos resultados son cuerpos inertes y lágrimas que brotan impotentes. Al final de la obra, una cita eclipsa la narración: “No me va a alcanzar la eternidad para pedir perdón”.
“Si en el Romeo y Julieta clásico hay cortes y envenenamientos, aquí hay tiros como esa especie de metáfora que remite a la historia de nuestra civilización en la que nos seguimos matando entre hermanos por un pedazo de tierra o una creencia”, subraya el artífice de la obra. Aun así, también se echan en falta en esta obra elementos que expliciten la pugna política y memorialista que pretende exponer.
Los argentinos vuelven a sus abuelos
Lavapiés está plagado de un acento argentino que brota por los cuatro costados, tanto en la sorna característica del país del mate como en los vocablos hinchados que utilizan a la hora de discutir. “Quería trabajar con este elenco porque ya compartimos unos códigos como grupalidad. Creo que entre nosotros se dio como una especie de fe mezclada con romanticismo que no he encontrado tanto en otras ocasiones”, cuenta Ferrer.
Entre esos códigos, afirma, está el hacer las cosas sin esperar antes a otras. “Nosotros no esperamos a tener una sala en la que actuar para empezar a ensayar. Preferimos armar el proyecto y luego ir viendo cómo salen las cosas”, ilustra. “Compartir esa realidad compleja, poder celebrar un ensayo juntos de un proyecto común, ya es una fiesta para nosotros”, añade.
“Somos como los personajes de la obra, nietos de abuelos españoles que se tuvieron que ir y que de alguna manera, entre comillas, estamos volviendo”, comenta Ferrer
Esta realidad argentina de hermanamiento que ahora echa a volar en el Teatro del Barrio no deja de ser otra forma de manifestar una realidad actual: “Nosotros somos como los personajes de la obra, nietos de abuelos españoles que se tuvieron que ir y que de alguna manera, entre comillas, estamos volviendo. Por eso quería representar esa especie de pujanza de idas y venidas culturales y patrióticas”, describe el director de la obra.
La obra se estrenó el pasado 1 de marzo en el Teatro del Barrio, en pleno corazón de Lavapiés. Durante los sábados de este mes, esta pequeña sala cooperativa albergará la creación de Ferrer. “Lo hemos hecho todo de forma totalmente independiente, pero sí tenemos que agradecer al Teatro su generosidad y sostén”, comenta el director. Después, ya en abril, intentarán que Lavapiés gire por España.