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“I tell you what freedom means to me: No fear.”
Entrevista a Nina Simone, 1968
Uno de los cánticos que se escuchan en las concentraciones y manifestaciones del incipiente movimiento climático juvenil del Estado Español es “¡Tengo miedo! ¡Se derrite el hielo!”. Más allá del pareado y de la dramática devastación ecológica con la que las jóvenes nos encontramos, expresa lo que podríamos denominar como una constante generacional.
La juventud actual, en un sentido amplio del término, somos una generación criada en la crisis económica y consciente de que no vamos a salir de ella. Este hecho, cientos de veces repetido, tiene unas consecuencias concretas a la hora de transitar nuestras vidas y sociedades. Somos las hijas de la contrarreforma neoliberal y asistimos a su envejecimiento destructivo. Las dificultades que tiene el sistema para mantener los niveles de beneficio y acumulación a los que estaba acostumbrado se muestran cada vez de forma más clara. La privatización y mercantilización se extiende a cada vez más sectores de nuestras vidas. El horizonte de progreso parece quedar totalmente relegado a los libros de unas décadas y un siglo que jamás conocimos. Nos ha tocado vivir capitalismo tardío, modernidad líquida o turbo-capitalismo gripado que no es capaz de prometernos una mínima estabilidad mientras observamos ciertos retrocesos en conquistas de luchas pasadas.
Una buena forma de comprobar esto es atender a las propias afirmaciones del sistema. Por un lado, tenemos la famosa frase de Margaret Thatcher que decía “Un joven que pasados los 26 años se encuentra que aún va en autobús puede considerarse un fracasado”. Un alegato en favor del vehículo privado individual, que choca frontalmente contra los límites biofísicos de nuestro planeta pero expresa el sentir de una época. Los inicios del neoliberalismo se asientan sobre este principio de propiedad individual. Se trata de un momento en el que el sistema se esforzaba por crear estos horizontes de satisfacción material, al mismo tiempo que libraba una batalla por destruir la posibilidad de alcanzarlos colectivamente.
Frente a esto, cuando estos días usamos YouTube nos encontramos de vez en cuando con la campaña publicitaria de las galletas Fripozo que hace un alegato amable en favor compartir. Compartir, piso, transporte y alojamiento: “Somos una generación que se ve obligada a compartir, y ahora lo hacemos porque nos gusta”. Este es el mensaje que se nos lanza a las jóvenes: no vais a ser capaces de obtener las bases materiales de generaciones anteriores, así que acostumbraros a disfrutar de la precariedad. Los marcos de satisfacción que el propio sistema es capaz de proyectar se han visto fuertemente afectados. Una imagen que lo sintetiza es la de un rider sin derechos laborales pero que se puede permitir Spotify Premium y una buena tarifa de datos.
Tampoco caigamos en un malentendido, gran parte de dichas bases materiales eran imposibles de mantenerse. Pero no por ciclos económicos, sino por ciclos metabólicos de nuestro ecosistema. Sin embargo, la ruptura que se produce entre la afirmación de Thatcher y el alegato de Fripozo no tiene lugar por una comprensión y asimilación de los límites naturales, sino por un reconocimiento honesto de las migajas menguantes que este sistema nos escupe. Hace un tiempo un compañero afirmaba en Twitter que cada vez que veía una serie se preguntaba ¿cómo podrán permitirse un piso así? Y, es que, ya nos parece prácticamente una fantasía el poder alquiler un piso entero para nosotras solas. Alquilar una habitación pequeña en un piso compartido y confiar en que no te suban el alquiler porque el barrio se está poniendo de moda es lo que nos ha tocado.
La precariedad, inestabilidad y temporalidad se encuentran con una crisis generalizada de muchas facetas ante la que el miedo y la inseguridad son respuestas lógicas. No es casualidad que los trastornos de ansiedad estén en auge y con una tendencia hacia edades cada vez más tempranas. Se trata de cuestión generacional cada vez más presente y que encuentra sus causas en la presión y continua inseguridad vital. De un modo similar, es normal tener miedo en los tiempos que nos ha tocado vivir. Miedo a la precariedad, miedo a sufrir una agresión por tu género u orientación sexual, miedo a ser expulsado del país por no tener un papel que te ampare, miedo al cambio climático y a un futuro ecológicamente devastado. Quizás, la mejor idea es aceptar ese miedo, reconocerlo y construir colectivamente desde ahí. Justamente reconociendo nuestra debilidad, nuestra interdependencia con las personas que nos rodean y nuestra ecodependencia con la naturaleza podremos avanzar.
Los horizontes de progreso y satisfacción material que vendía Margaret Thatcher son falsos. Pero la resignación a compartir y competir por migajas esconde a quién se está comiendo el pastel completo destruyendo unas mínimas posibilidades de supervivencia futura. Frente a ello, debemos acercar distancias, comprender a la compañera que tenemos al lado, expresar nuestros temores y empezar a tejer desde nuestra fuerza colectiva. Convertir el miedo en militancia, no por fetichismo ni nostalgia histórica, sino porque nos va la vida en ello.
Uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos como revolucionarias es construir espacios y comunidades fuertes desde los que atrevernos a proyectar horizontes de emancipación. Como jóvenes, nos toca impugnar la basura publicitaria neoliberal en la que nos ahogan: coger el paquete de galletas entero, pasarnos por el Sindicato de Inquilinas cuando nos suban el alquiler, defender el transporte público y a sus trabajadores, y denunciar al Airbnb ilegal de 4ºD.
Por nuestra parte, trabajamos cada día para construir estos espacios y comunidades. En julio tomaremos un respiro del trabajo diario y avanzaremos en discusiones políticas a largo plazo en los Campamentos Internacionales de Jóvenes Revolucionarias. Entre el 21 y 27 de julio, más de 300 jóvenes de más de 10 países nos juntaremos en un ciclo de talleres, formaciones y espacios de ocio desmercantilizado. Un programa político de seis días temáticos, diferentes espacios permanentes y comisiones de trabajo. Una gran oportunidad para compartir experiencias de lucha y construcción con compañeras de todo el mundo. Debatir y aprender colectivamente sobre nuevos ciclos de movilizaciones.
Gran parte de los conflictos a los que nos enfrentamos tienen un carácter internacional. Nuestra organización, reflexión y respuesta no puede ser menos. Construir comunidades fuertes por la base y redes amplias que las conecten. De esta forma podremos empezar a convertir el reconocimiento de nuestro miedo en un objetivo común que se sintetiza en palabras de Rosa Luxemburgo
“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.”
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