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Pequeñas grandes victorias
Colectivo SY
Parecía un hecho menor y circunscrito a algunas actividades, pero pronto se fue extendiendo. Quienes tras intervenir en un encuentro público con música, poesía, argumentos encontraban la actuación o lo dicho en YouTube se negaron a aceptar de hecho lo que no habían aceptado de derecho, esto es, los términos y condiciones de YouTube a la hora de compartir un vídeo.
A veces sí les habían pedido autorización, y la habían firmado pensando en las personas que no podían estar presentes en ese momento del tiempo y del espacio. Pero en la autorización no aparecía el nombre del sitio web donde se colgaría el contenido, ni el de la empresa propietaria del sitio, ni el hecho de que colgarlo ahí significaba dar a la empresa, entre otras cosas, “una licencia mundial, no exclusiva, gratuita y libre de regalías, transferible y con derecho de sublicencia para usar dicho Contenido (incluyendo para reproducirlo, distribuirlo, modificarlo, transformarlo, mostrarlo, comunicarlo al público y representarlo) con el fin de operar, promocionar y mejorar el Servicio”, palabras abstractas que justificaban casi todo. Por otro lado, la empresa adquiría derecho a modificar el contrato y el deber de comunicarlo, pero no a las personas concretas que habían firmado la autorización, sino solo a los intermediarios.
Constituyeron el colectivo SY y empezaron a reclamar que los actos en que participaban no fuesen colgados en YouTube. Algunas fueron más lejos, reclamaron que no fueran filmados
De modo que constituyeron el colectivo SY y empezaron a reclamar que los actos en que participaban no fuesen colgados en YouTube. Algunas fueron más lejos, reclamaron que no fueran filmados. A pequeña escala podía parecer una petición egoísta. A una escala mayor, sin embargo, esperaban que fuese un cambio de enfoque y derivara, tal vez, en un cambio de actitud colectiva. Pues si bien era cierto que bastantes personas dejarían de poder ver lo sucedido en otros lugares y momentos, sí podrían, en cambio, participar en actos libres, donde solo estuvieran la mirada, la voz y la presencia de quienes ahí, juntas, las sostenían en esa coordenada única.
Como de costumbre, cuando un colectivo inicia algo se le suele criticar por la vía de lo general. Y es una trampa. El colectivo amaba lo general, no pretendía renegar de los tutoriales, de los canales con clases y charlas, de la música difundida voluntariamente, no pretendía imponer su propuesta en todos los foros, y entendía la lógica de quienes preferían no sumarse. El colectivo quería que también pudiera existir otra cosa: lo no grabado, lo que no habla para la galería, lo que cifra la responsabilidad en cada acto. Ratos de conversar con vehemencia, con errores, rectificaciones, ratos de actuar, de bailar, sin miedo a la foto o al corte que luego se difundirá, y evocar así lo descrito en estos fragmentos de un poema de Gleyvis Coro:
“Dime que no lo filmas
que no me sacarás una evidencia después
que nos iremos sin más de aquí
como un bólido azul, (...)
dime que nadie tendrá forma
de recoger, con un cuenco,
lo que haremos aquí.
Como nadie tiene forma de recoger
lo que hace el perfume
de las las flores nocturnas con las noches.
Seamos tú y yo a solas
y el ritornello que somos tú y yo a solas sin certezas, sin eternidad”.
El colectivo decía “seamos pues, ustedes y nosotras, las personas que hoy coincidimos aquí, a solas, libres y en secreto”.
El colectivo se ha ido ampliando. Como aquella universidad desconocida, no tiene sede fija. Es posible estar hoy en él, mañana no estarlo y regresar luego, elegir cada vez el momento de vivir a pie. Unirse no significa volver atrás o renegar de lo posible sino, por el contrario, ampliar el campo a un posible distinto, compartido de otro modo.
Un posible sin vigilancia, con la sola respiración de quienes están dentro tomando aliento, preparándose, apoyándose. Construyendo, quizá, puntos de apoyo sólidos que contribuyan a transmitir fuerzas y a generar parte de los desplazamientos que necesitamos, mientras se aspira a evitar que la vigilancia sea, precisamente, propiedad de quienes pueden asesinar y torturar, filmarlo, mostrarlo, y festejarlo sin que pase nada.