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Opinión
Vitoria-Gasteiz, una ciudad no tan cool como aparenta
La imagen de Vitoria-Gasteiz como una ciudad ideal para vivir —con su extenso anillo verde, sus centros cívicos, su suculenta gastronomía y coqueto urbanismo…— tiene algo de cierta, pero dista mucho de reflejar la verdadera imagen de una ciudad donde —como en otros muchos sitios— el neoliberalismo ha dejado huella, emborronando los logros sociales y ambientales de la “Capital Green” hasta casi hacerlos desaparecer.
Sin embargo, la imagen de Gasteiz, sobre todo entre los foráneos, pero también entre buena parte de los nativos, no ha cambiado en lo fundamental y se mira a sí misma en un espejo que deforma su imagen. Esta imagen tan positiva de la ciudad, no es para nada nueva, y viene —por lo menos—, desde que, allá por la segunda mitad del siglo XVIII, ciertos nobles ilustrados, agrupados en clubs y asociaciones como la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, impulsaron en el territorio una suerte de despotismo ilustrado, con cierto éxito por lo que parece, si nos atenemos a la denominación de Atenas de Norte que se ganó la capital alavesa, ya en el siglo XIX.
“El neoliberalismo ha dejado huella en Gasteiz, emborronando los logros sociales y ambientales de la “Capital Green” hasta casi hacerlos desaparecer”
Sin duda, aquella imagen tenía cierto respaldo en la realidad y se recuerdan todavía con orgullo instituciones educativas innovadoras como La Escuela de Artes y Oficios (que todavía existe); también La Biblioteca Pública, un edificio, que ya en el siglo XX se convirtió en Instituto Mixto, (ahora acoge al Parlamento Vasco) un centro educativo avanzado en su apuesta pedagógica, en una ciudad que se enorgullecía además de tener tasas de analfabetismo mucho menores que el resto del país.
También se recuerdan instituciones públicas con vocación de “inserción social”, que diríamos ahora, como el hospicio, del que se dijo que era más moderno e innovador incluso que el de San Sulpicio en París, referente de la época. Sabemos también, que algunos vecinos y vecinas de “posibles” (es decir que no tenían que trabajar para vivir) se convertían en “semaneros”, es decir encargados de supervisar semanalmente las instituciones de caridad de la ciudad, si me permiten, pioneros adinerados de nuestras actuales oenegés.
Desde luego, la Atenas del Norte, también tenía cierto componente de autobombo y propaganda —como el actual Green housing— y si escarbamos un poco en aquel maquillaje ilustrado encontramos realidades de desigualdades muy importantes, de casta, clase y género, con un sistema de gobernanza que dejaba fuera a las mujeres y a los pobres, que eran la mayoría de la sociedad, lo mismo que en la Atenas clásica en la que quiso mirarse. Sin embargo, fueron mujeres obreras, lavanderas del casco viejo para más señas, las que protagonizaron la primera manifestación obrera, enarbolando una bandera roja y demandando la jornada de ocho horas. Una tradición de lucha que se mantendría, a pesar de los intentos por acallarla, por lo menos hasta el 3 de marzo de 1976, cuando las mujeres trabajadoras tuvieron un papel protagónico en la lucha obrera de aquella época.
Así, que la ciudad levítica —de curas y militares— tal vez no lo era tanto. Ni tan conservadora en lo político, pues, aunque es verdad que el carlismo y el turnismo monárquico fueron hegemónicos en la política local durante mucho tiempo, recordemos que en el 36 había aquí un alcalde republicano que fue asesinado por la dictadura, ni en lo cultural, donde a principios del siglo pasado hubo cierta efervescencia tanto en literatura como en las bellas artes y la cultura popular brillaba en los carnavales y las canciones.
Tampoco en lo social es del todo real esta imagen conservadora y tranquila de la ciudad, pues aquí se organizó desde muy pronto una incipiente clase obrera, muy sensible a las tendencias liberadoras socialistas y anarquistas de su tiempo, con figuras destacadas como Don Isaac Puente Amestoy, médico precursor de la medicina social e importante teórico anarquista, entre otros militantes anarcosindicalistas y socialistas, que fueron el contrapunto revolucionario de ciertos patronos con ideas paternalistas hacia sus trabajadores, como los Ajuria, que crearon casinos obreros o cooperativas de servicios para sus trabajadores, o Jorge Fernández, industrial alavés que militó en el campo del socialismo y el reformismo social, también asesinado por el franquismo en el 36, al igual que su némesis anarquista: el doctor Puente.
“Las elites capitalistas locales de hoy, con su fe ciega en el capitalismo salvaje, no salen bien paradas si las comparamos con aquellas, que conservaban al menos cierto grado de humanismo”
Las elites capitalistas locales de hoy, con su fe ciega en el capitalismo salvaje, no salen bien paradas si las comparamos con aquellas, que conservaban al menos cierto grado de humanismo, por lo menos algunos de sus empresarios más modernos. Desde luego, si utilizamos la criba del pensamiento decolonial, descubrimos también que parte de esa riqueza, que sirvió para edificar esta ciudad, procedía del tráfico de esclavos y del trabajo esclavo en ultramar, como explica muy bien Gladis Giraldo en su trabajo sobre la familia Zulueta; y antes de eso, del oro y la plata expoliado en las Indias, con el que se sufragaron muchos de los magníficos templos y retablos barrocos que enriquecen el patrimonio monumental de nuestro territorio.
Ya más cerca de nuestro días, el franquismo fue, aquí como en todas partes, un retroceso a todos los niveles: social, cultural, democrático… pero no es menos cierto, que en Gasteiz, la pervivencia de cierta autonomía fiscal ligada a los fueros sirvió de colchón social en comparación con otras provincias españolas, y la Diputación Foral de Álava se ganó una imagen (cierta o no) como entidad que gestionaba los dineros propios con algún rigor. De nuevo, descubrimos ese orgullo autorreferencial, parte de mito y parte de realidad, de tener, por ejemplo, las mejores carreteras de España y las más modernas piscinas; mientras que las élites franquistas hacían grandes fortunas con la corrupción legalizada por el régimen, que favorecía a sus amigos, a menudo pertenecientes a las viejas élites a las que se unían ahora nuevos advenedizos. Mientras, “la sopa boba eclesial” funcionaba de paliativo a la pobreza, una pobreza de andar por casa, por así decir, muy diferente de la actual, una sopa boba que aquí nunca faltó, según dice el mito, y que ahora está empezando a faltar, según parece.
Sin embargo, avanzado el siglo pasado, dentro de esa Iglesia franquista también surgieron corrientes reformadoras, incluso revolucionarias, como los curas obreros, y algunas órdenes religiosas como los jesuitas tuvieron un papel importante en la educación de los obreros especializados alaveses, dejando una herencia que todavía perdura en la importante educación católica concertada, que subsiste hoy en día compitiendo, “dopada”, con la educación pública, contribuyendo a la alarmante situación de segregación escolar que ahora vivimos, con colegios gueto para migrantes. Esa herencia religiosa, con sus luces y sombras, forma parte también de esa autopercepción de la vitoria “solidaria” o “acogedora” que aún subsiste, como veíamos.
Educación
Gasteiz lidera en Europa la segregación escolar
El 92% del alumnado nacido fuera del Estado español y residente en al capital vasca está matriculado en centros escolares públicos de Infantil y Primaria, y suponen el 19% de la red pública frente al 2% de la concertada.
No olvidemos tampoco, que fue en el franquismo cuando surge la idea del vitorianismo, una concepción que tenía buena parte de nostalgia hacia una ciudad que ya no existía y que se veía amenazada con la llegada de trabajadores y trabajadoras de otras zonas del estado español, parecido a lo que sucede ahora con las nuevas migrantes. Una imagen nostálgica de una ciudad que en realidad no existió nunca; como tampoco existió ese vitoriano (o alavés) honrado y trabajador, que vivía en una ciudad tranquila y razonable, donde nunca pasaba nada. En cualquier caso, si hubiera que poner un hito que dio fin a esa autoimagen, sería la masacre de obreros el 3 de marzo de 1976, recién muerto el dictador. No fueron solo los cristales de las claraboyas de la iglesia San Francisco las que estallaron aquél día, también la ilusión de un modelo de ciudad que ya no existía se rompió en añicos en las jornadas de marzo de 1976.
A la etapa posterior la hemos llamado a veces era Cuerda, refiriéndonos a las varias legislaturas encabezadas por el alcalde José Ángel Cuerda, y fue en ese tiempo cuando se fue conformando la nueva realidad de Gasteiz y también, por tanto, la visión que sus vecinas y vecinos, así como los foráneos, tenían de ella.
Otra vez, vemos realidades y mitos en esa visión, que tampoco es unívoca, ni estática, pero que todavía hoy marca la visión autorreferencial que se tiene entre buena parte de la ciudadanía y que se vende desde determinados ámbitos políticos. Es decir, una idea de ciudad verde, solidaria, participativa, con una red de centros cívicos espectacular, inclusiva, con derechos sociales y cierta prosperidad compartida. La pregunta o preguntas que me hago en este artículo son ¿Queda algo todavía de esa ciudad o es ya sólo un mito? ¿Cómo ha afectado la revolución neoliberal a las bases estructurales de esa ciudad que podríamos denominar social demócrata o social cristiana?
La primera consideración para responderlas es que el mito siempre convive con la realidad, y desde luego, la posición desde donde se mire es clave para establecer la percepción que se tiene de la ciudad. No es lo mismo una mirada desde el rico barrio de Armentia, que desde los barrios segregados de los extremos periféricos de Salburua y Zabalgana. Tampoco se trata de idealizar esa ciudad de la era Cuerda, que debe y puede -y de hecho lo fue- ser objeto de crítica; pero, yo creo, que muchas personas de mi generación no podemos evitar sentir malestar por el progresivo desmontaje controlado de algunos de sus aspectos más positivos.
Movimiento obrero
M3ko memoria borrokan jarraitzeko
Nos han quitado las cajas de ahorro, vetusta institución que con sus luces y sus sombras contribuía a cierto grado de control público/político de las finanzas, ahora desatadas y todopoderosas. También la sanidad pública ha dejado de ser lo que era, sobre todo la atención primaria, y hace décadas que los cuidados de las personas mayores o dependientes se privatizan, se feminizan (o se profundiza en su feminización) y se racializan.
La situación de las personas migrantes es muy precaria y no parece haber interés en mejorarla, más allá de cierto maquillaje intercultural que no aborda las causas estructurales de su exclusión. Aumenta la pobreza en nuestras “limpias” calles, donde cada vez deambulan más mendigos y personas sintecho. La segregación en las aulas de esta ciudad ideal, pretendidamente inclusiva, preforma un futuro muy alejado de ese ideal de ciudad. Una segregación solo igualada en el Estado por la Madrid de Ayuso.
Una ciudad donde vemos, con cierto asombro, asentamientos irregulares habitados por personas expulsadas del sistema, donde sus habitantes son criminalizados y expulsados como un cuerpo extraño a la ciudad; una ciudad, por cierto, donde el fenómeno del chabolismo fue muy limitado incluso durante el franquismo, cuando pronto se crearon barrios para obreros pobres, pero dignos; que enseguida rompieron los límites del paternalismo eclesial y tomaron conciencia de clase oprimida.
Por quitarnos nos han quitado hasta las nevadas, tan propias de Gasteiz, porque pase que nos quiten las cajas, la atención primaria, la educación pública… pero que terminen con la costumbre tan arraigada y alavesa de la rebequita a la cintura por si refresca, por ahí no vamos a pasar, si me permiten la broma que quizá no lo sea tanto tal y como viene el cambio climático.
“Podemos recoger del pasado, defender y poner al día, lo que nos sirva para construir futuro en claves de justicia social y derechos para todas las personas, sin idealizar el pasado ni condenándolo al olvido”
Me llamarán nostálgico, y no niego que cierta nostalgia rezuma de mis palabras, pero mi intención no es entonar un lamento por la ciudad perdida, sino recuperar los derechos perdidos, y también reclamar otros nuevos, como los derechos ambientales, o los relativos a la creciente digitalización de la sociedad, o a las nuevas formas de pobreza y discriminación.
También desarrollar otro enfoque de la acción social, que supere el paternalismo que ha impregnado e impregna las políticas sociales, modelo, como veíamos, de larga data, pero no para eliminarlas o laminaras hasta dejarlas irreconocibles, ni para privatizarlas, sino para inscribirlas en un nuevo modelo de derechos, que cuente con la participación de las personas usuarias de esos derechos y del conjunto de la sociedad, recuperando también del pasado —y poniéndolas al día— dinámicas comunitarias, que también han marcado como señas de identidad a esta ciudad y su territorio.
Una larga tradición de utilización de instrumentos como la asamblea de iguales, la autogestión, el apoyo mutuo, los cuidados compartidos… instrumentos sociales utilizados desde antiguo por el rico tejido comunitario de nuestros territorios, a veces injustamente tildado de rémora del pasado; porque cuando el futuro se aparece como un abismo hacia el que nos dirigimos cada vez más deprisa, parar y volver la vista atrás no sólo no es reaccionario sino que es lo más sensato que podemos hacer.
“Este observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Ambientales de Araba, DESCARABA, debería ser altavoz de denuncia y de reconstrucción e innovación de derechos”
Por eso, yo creo, que podemos recoger del pasado, defender y poner al día, lo que nos sirva para construir futuro en claves de justicia social y derechos para todas las personas, sin idealizar el pasado ni condenándolo al olvido. Recuperemos lo mejor de nuestro pasado, desmitificándolo y deconstruyéndolo, desprendiéndonos como de una piel vieja de sus aspectos más casposos, pero sin negar sus elementos más positivos, que nos sirvan de guía para ensayar nuevos caminos no completamente a ciegas.
Este observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Ambientales de Araba, DESCARABA, que acaba de nacer debería ser, además de altavoz de denuncia, también un lugar desde donde llevar a cabo esa tarea, de reconstrucción y a la vez de innovación de derechos, en una ciudad y un territorio todavía asequibles, no del todo desmesurados, ni enloquecidos aún de forma irreversible por el turbocapitalismo neoliberal.