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Opinión
Un 8M antifascista ¿Y ahora qué?
El mapa realizado desde El Salto afirmaba que este 8M cerraba con 1200 convocatorias en todo el Estado Español. En Euskal Herria pudimos encontrar otro centenar de movilizaciones, con sus altibajos según el territorio. Estos encuentros han demostrado una vez más una preocupación social por la opresión y violencia que sufrimos las mujeres trabajadoras en nuestro día a día.
Aun y todo, sería irresponsable e ingenuo, desde una perspectiva de transformación social, terminar de esa manera la valoración de este día de lucha. El Día Internacional de la Mujer Trabajadora debería servir para reforzar la propuesta política que puede acabar con la dominación económica, política y cultural que sufrimos la mayoría de las mujeres en todo el mundo. Además, este año lo hacíamos con una coyuntura aún más urgente por el monstruo del fascismo y de la extrema derecha que ya están en primera línea mediática y política. Lo estamos viendo con gobiernos como el de Italia, Argentina, Polonia o Estados Unidos, entre otros; también en la guerra cultural que se está dando en las redes sociales, como la criminalización que todo ello ha acarreado contra personas migrantes, LGTB, mujeres… a nivel de calle.
8 de marzo
Martxoak 8 “Emakume langile, ez zaitez makurtu” oihukatu du Iruñerriko Itaiak hiriko kaleetan
Por ello, el balance del 8M nos exige un exhaustivo análisis del contexto económico y social, así como una definición de la propuesta táctica y estratégica, junto a una autocrítica, para poder llevar a cabo una lucha fructífera contra el fascismo y el sistema capitalista que nos explota y oprime.
En un momento de crisis económica se está produciendo un fenómeno de polarización social en la distribución de la riqueza, aumentando el número de personas en situación de pobreza. Esto nos afecta de manera particular a las mujeres, que tenemos que sobrellevar condiciones laborales muy precarias, salarios de miseria, despidos… que van de la mano de políticas continuas de recortes en los servicios públicos.
Además, las élites occidentales buscan mantener el orden y proteger sus intereses a costa de la vida y los derechos de los más vulnerables, mediante el uso de ejércitos para matanzas civiles, violencia policial o muertes en las fronteras. Así lo ha demostrado la socialdemocracia española, con un gasto militar de 60.000 millones de euros en 2024. Además, el gobierno de PSOE y Sumar ha dejado clara su adhesión a la OTAN, así como su activa participación en conflictos exteriores, su apoyo logístico y económico a la guerra de Ucrania y la decisión de mantener la compra y venta de armamento a Estados como el de Israel.
Los gobiernos occidentales, con partidos de izquierda y derecha a la cabeza, están empeorando continuamente las condiciones de vida de la clase trabajadora, a la vez que han aceptado el autoritarismo de los estados y la posibilidad de la guerra. De esta manera, los últimos años han servido para demostrar que las instituciones capitalistas tienen límites estructurales para terminar con la opresión de género. De hecho, han sido los mismos partidos de izquierdas los que han terminado administrando el estado y priorizando los intereses de los grandes empresarios.
La ideología reaccionaria nos afecta de manera clara a las mujeres trabajadoras, ya que se está reforzando una imagen sumisa y sexualizada de las mujeres, que nos deshumaniza y ahonda en la creencia de que somos sujetos de segunda
El desmantelamiento de la clase media por un lado, que ya suele mostrar una tendencia objetiva hacia posturas reaccionarias por miedo al empobrecimiento y la perdida de estatus social y por otro lado, la desafección de un gran sector de la población por el desconcierto político y la derrota de la izquierda institucional, han generado un contexto idóneo para el aumento de ideologías de ultraderecha y actitudes reaccionarias.
Así, se ha incrementado el peso de las ideas machistas, racistas y clasistas en todos los ámbitos, canalizando el malestar social hacia respuestas simplistas y polarizadoras en lugar de abordar las causas estructurales de la crisis. Esa ideología reaccionaria nos afecta de manera clara a las mujeres trabajadoras, ya que se está reforzando una imagen sumisa y sexualizada de las mujeres, que nos deshumaniza y ahonda en la creencia de que somos sujetos de segunda.
Los partidos parlamentarios y las instituciones del Estado han demostrado ser parte del problema, por lo que no pueden ser parte de la solución. Esta premisa nos debe servir como base para la autocrítica y eje para la reconfiguración de nuestra propuesta. Y es que la vieja fórmula del mal menor ha abierto la puerta a un mal mayor. Lo único que hace seguir revindicando las instituciones capitalistas como medio para el cambio y las políticas feministas que desde ahí se pueden implementar, es reforzar una política institucional que como mucho pueden sugerir ciertos cambios para las mujeres de clase media, pero que en ningún caso le dan solución a la explotación y violencia que vivimos la mayoría de mujeres proletarias.
El aumento de las políticas autoritarias y la ofensiva económica que estamos sufriendo nos impone una tarea urgente. Pero la alternativa al fascismo y el machismo no son las instituciones del Estado. El fascismo como tendencia inherente al capitalismo en momentos de crisis, exige para su desaparición, la superación del sistema capitalista que reproduce eternamente las opresiones. Y una nueva propuesta de organización social que contraponga a las instituciones burguesas y la rentabilidad económica, un Estado Socialista bajo control obrero. Y las mujeres trabajadoras tenemos que estar en primera línea en la construcción de este proyecto de emancipación.
Frente a las promesas incumplidas de los partidos políticos y las instituciones estatales, es necesario construir un movimiento amplio de mujeres, basado en la lucha por el socialismo, con objetivos claros y definidos. Por un lado, tenemos que expandir la conciencia en contra del machismo y del fascismo en todos los sectores. Para ello, tenemos que hacer un trabajo ideológico mediante campañas y movilizaciones que sirvan como medio agitativo para visibilizar diferentes problemáticas que sufrimos las mujeres en nuestro día a día, y darles respuestas contundentes.
De esta manera buscamos en un sentido, dejar en evidencia la impertinencia de estas agresiones y mandarles un mensaje claro a los agresores, a los empresarios que nos explotan… de que nos tendrán en frente. Y en otro sentido, ir neutralizando poco a poco diferentes formas de opresión mediante procesos de lucha y generar una conciencia socialista en la mayor capa de mujeres posible.
Los espacios de lucha, más allá de denunciar las agresiones, tienen que dar una respuesta colectiva para terminar con el machismo y deben aportar en el proyecto socialista
Por otro lado, y vinculado a lo anterior, tenemos que reforzar las alianzas necesarias, que respondan contra el machismo. Es prioritario ir tejiendo alianzas entre los sectores y colectivos de la clase trabajadora que se posicionan fuera del arco parlamentario. Esos espacios de lucha, más allá de denunciar las agresiones, tienen que dar una respuesta colectiva para terminar con el machismo y deben aportar en el proyecto socialista.
Es importante remarcar en este punto que muchas mujeres se encuentran con dificultades evidentes a la hora de hacer este trabajo político, ya sea por su situación material, por falta de derechos políticos –como puede ser el caso de las mujeres migrantes, o las trabajadoras del sector de los cuidados- o falta de referencias políticas. Es imprescindible que prioricemos la lucha a favor de unas condiciones de vida iguales y de calidad para todas. Y junto a esto, apoyar y luchar codo a codo para que todas tengamos los derechos políticos garantizados.
El contexto actual exige tomar las calles y luchar. La experiencia de los gobiernos de izquierdas de los últimos años, junto a la ofensiva económica, política y cultural que vivimos, tiene que servir para repensar la lucha, ver la incapacidad de la política reformista para darle solución a la opresión que vivimos e impulsar una lucha masiva a nivel de calle que sirva para articular un poder en contra del machismo de manera urgente.