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La plataforma de streaming Apple TV acaba de lanzar la segunda temporada de su serie estrella, Severance. La trama de este producto audiovisual gira en torno al trabajo, lo que viniendo de una multinacional que da la mano a Trump es para tener cautela en cuanto a su enfoque. Pero tras el visionado de la primera temporada, parecía plantear una grieta en el discurso capitalista.
La compañía Lumon, verdadera protagonista de la serie, funciona prácticamente como una secta. Su ideología corporativa en torno al líder Kier, un mesías al que hay que rendir adoración por contrato, deriva mediante la aplicación del I+D en una tecnología que permite la disociación completa entre la vida personal y la laboral. Sus empleados no saben qué ocurre fuera de la oficina y, cuando atraviesan las puertas del ascensor, prácticamente tienen una conciencia y personalidad diferenciadas.
Durante la primera temporada, estos neoesclavos empiezan a desarrollar un extrañamiento respecto al corporativismo, que termina —y cuidado que aquí comienza el mar de spoilers— en un boicot colectivo que alcanza a los cimientos de la compañía y su imagen pública. El final de la temporada deja en suspenso el resultado de esta pequeña revolución sindical, y es al volver la segunda cuando resuelven cómo la empresa decide atajar el fuego con diversas estrategias corporativas, algunas de manual, como comprar a los sindicados, despedirles o incluso recurrir a la infiltración de una directiva que viola a uno de los empleados.
La serie podría continuar con los pormenores de la lucha colectiva, de cómo se reponen del contragolpe empresarial estos empleados disociados o entris, como se denominan en la serie, pero lejos de alimentar aún más el imaginario del conflicto sindical, algo que al propio creador de la serie le inspiró las huelgas de guionistas y actores que hubo en Hollywood, y que retrasó la llegada de esta segunda temporada, la serie baja el ritmo centrándose en historias personales de los protagonistas, y cambia el foco hacia temas más trillados en el imaginario audiovisual como son la pareja, el amor, incluso los límites de la infidelidad entre un entri y la pareja de su fueri.
El resultado es decepcionante: ni las actuaciones dejan espacio a la imaginación mediante las sutilezas de la primera temporada, ni el guión permite respirar entre tanto discurso manido sobre el amor romántico, si es que existe otro tipo de amor
El resultado es decepcionante: ni las actuaciones dejan espacio a la imaginación mediante las sutilezas de la primera temporada, ni el guión permite respirar entre tanto discurso manido sobre el amor romántico, si es que existe otro tipo de amor. ¿Debería el protagonista salvar a su mujer desaparecida o quedarse con el nuevo romance de oficina? ¿Tienen más importancia los intereses del fueri, tutor legal del dentri desdoblado, o debemos posicionarnos en que sus personalidades disociadas tienen derecho a enamorarse y tener una vida dentro del campo de concentración?
El final de la segunda temporada parece resolver estos dilemas con la imagen de dos de los protagonistas escapando hacia dentro de la oficina rodeados de luces rojas y blancas de alerta, cogidos de la mano gracias al amor y no a la liberación sindical. No es la lucha colectiva lo que posibilita el fin de la esclavitud como en el final de la primera temporada, es el deseo lo que nos da una propuesta de esperanza de revolución para la tercera temporada absolutamente descafeinada en comparación con la primera parte de la serie.
Tras este jarro de agua fría, da la sensación de que la era dorada de las series, incluso de las películas de Hollywood, la meca de la propaganda imperialista de Estados Unidos, no tiene nada más que ofrecer. El streaming sirvió de escapatoria en la pandemia a la desazón por el confinamiento, pero fue un destello final ante lo evidente: ni las producciones capitalistas de este país son lo que eran, ni la influencia cultural del imperio es imbatible.
El mayor impacto audiovisual desde EE UU a las pantallas del mundo en la última década ha venido de la mano de las tecnológicas de Silicon Valley, por un lado con las redes sociales apostando por el vídeo corto vertical, copiando las dinámicas de moda de la app china TikTok, o de las Inteligencias Artificiales que, mientras alimentan titulares sobre las posibilidades técnicas de producción de textos, fotos y vídeos, y amenazan con acabar con la mano de obra humana del sector creativo, han visto rota su hegemonía tecnológica con otra aplicación china, Deepseek, que promete hacer lo mismo y con menos recursos.
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El miedo de perder el control del relato mundial es tal que la administración Biden llegó a bloquear el acceso a TikTok en EE UU con la excusa de la protección de datos, algo que sirvió para que miles de usuarios de esta aplicación se pasaran a una app alternativa, RedNote, donde muchos jóvenes del país occidental pudieron conocer e interactuar con jóvenes chinos y descubrir que la propaganda contra el país asiático está llena de mentiras y contradicciones.
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Mientras los estertores del imperio de EE UU abrazan el fascismo de Trump, Musk y demás millonarios que controlan el gobierno, el enésimo producto cultural fallido salido de este país copa titulares de las secciones de entretenimiento sin caer en la cuenta del hundimiento cultural que estamos viviendo y Severance es otra prueba más de esta decadencia.
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Vaya análisis mediocre, este programa y todo lo que lleva detrás es un producto único que ha salido en los últimos años y no cae en historias "trilladas" como mencionas, sigue sosteniendo su esencia, la destrucción a lumon desde sus adentros y que buenos que nos presentan un poco de trasfondo para varios personajes y no simplemente personas actuando sin motivo, que tu no hayas sido capaz de captar esas sutilezas es problema tuyo, está nota nos deja ver la decadencia de los periódicos y medios de comunicación.
Posiblemente la prueba de la decadencia es que la mayoría de productos de TV no alcanzan la calidad de Severance. Profundizar en los personajes fueri/dentri sobre sus deseos y expectativas, sobre sus distintas realidades y relaciones, nada tiene que ver con el "amor romántico". La empresa, Lumon, omnipresente, se sigue revistiendo de sacralidad para ocultar la explotación y la violencia. ¡Ojalá haya una tercera temporada!, mientras tanto, volveré a visionar los pasos de baile del Sr. Milchick. ¡No os la perdáis¡. Aprovecho para reseñar una estupenda serie de animación en Max, "Common Side Effects, cuyo argumento va de hongos, biólogo y presiones del lobby de las farmacéuticas: https://www.imdb.com/es/title/tt28093628/?ref_=nv_sr_srsg_3_tt_6_nm_2_in_0_q_Common%2520