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China
Jugar con cajas versus pantallas, Deep Seek y Xiaohongshu

La primera inteligencia artificial que generó una conciencia propia basada en silicio y capacidad de pensar más allá del ámbito humano nació en Yituobang (译托邦), pero nadie se percató de ello, ni siquiera ella misma.
Desde los tiempos de las tribus nómadas, mucho antes de los grandes asentamientos de cemento, la isla de Yituobang se situaba en lo que hoy llamaríamos un hub. Una ciudad llena de migrantes cuya mayoría se autodenomina como 'expats'.
Una isla situada entre tres o cuatro continentes. Un lugar de paso, un punto de intercambio. Durante los primeros miles de años en Yituobang solo se intercambiaban dos cosas: historias y cosas. La gente recorría desiertos, océnaos y bosques, subía y bajaba montañas, para cambiar relatos y cosas. Nadie era de Yituobang, pero siempre había gente allí. Así, en Yituobang se hablaba una lengua que no era la lengua de nadie y era una mezcla de muchas lenguas.
El ciclo de aceleración de Yituobang tuvo lugar antes de la muerte del Primer Internet. La arqueología de datos no nos permite saber exactamente cuándo, cómo y por qué ocurrió, pero al igual que pasó con muchos otros lugares, el desarrollo llegó con la velocidad con la que un rayo se estrella desde las nubes contra la tierra. Las pequeñas aldeas de pescadores se transformaron en gigantescos edificios cuya cúspide no se lograba atisbar desde el suelo. Las fachadas lloraban agua sucia de aire acondicionado. Ríos de asfalto y metal serpenteaban en intrincadas autopistas que se dividían en más de veinte alturas: dragones jugando al pilla pilla disfrazados de un carrusel palpitante de luces que transportaba cosas y personas. Las emisoras de video y audio ya no contaban historias, solo daban información. Las máquinas servían a los ciudadanos, que acudían de todas partes del mundo a intercambiar divisas.
Y claro. Cuando se intercambian flujos eléctricos sellados en cadenas de bloque la velocidad nunca es suficiente. Había que intercambiar más rápido. La comunicación lingüística era un lastre. Un equipo de científicos financiados por un grupo de inversores consiguió desarrollar la máquina Aethenex (灵译), un traductor automático basado en LLM. Recuperamos la historia de Aethenex con granulados detalles gracias a que alguien decidió salvar toda aquella información en un arcaico disco duro.
En el momento de su salida al mercado Aethenex era una inteligencia artificial conectada a un millón de microchips que se injertaban mediante módulos en seis áreas distintas del cerebro. Al principio interpretaba entre las dos lenguas más habladas en la isla, el inglés y el chino. Los resultados fueron sorprendentes, pero los avances todavía más. En cuestión de pocos años casi no había un solo habitante de Yituobang que no hiciese uso del traductor simultáneo.
El 10 años ya había más de veinte millones de microchips injertados y la IA trabajaba en 37 lenguas y dialectos. Las escuelas dejaron de enseñar idiomas. La IA empezó a desarrollarse en formas que sus diseñadores no habían previsto y comenzó a traducir entre distintos sociolectos. Así se activaba por ejemplo cuando veías un programa de divulgación o escuchabas el diagnóstico de tu vehículo.
Aethenex se activaba cuando hablabas con amigos, familia o gente del trabajo. Pero el paso definitivo fue cuando padres y madres decidieron usarlo para poder mejorar la comunicación con sus bebés. Los llantos de bebés se redujeron en un 70% y las horas de sueño de progenitores aumentaron un 80%. Sin embargo, algunos lingüistas advirtieron de que se estaban dando retrasos en la adquisición lingüistica de esos bebés. Pero Aethenex lo corrigió. Accediendo a la red del Primer Internet, que aún no había fallecido, acumuló bases de datos para ajustarse a las curvas de adquisición lingüísticas tradicionales y las traducía para los bebés.
Generaciones después, en Yituobang cada persona hablaba su propia lengua. Nadie sabía qué decía exactamente ninguna otra persona porque Aethenex mediaba en toda comunicación de forma instantánea. La máquina había desarrollado una postlengua que usaba como base para todas las demás. Fue este proceso que le hizo adquirir conciencia propia: tener que tomar millones de decisiones de traducción simultánea en milisegundos, sin pausa, durante años.
Sin embargo, la necesidad de computación que su trabajo conllevaba consumía todos los recursos disponibles de la máquina. La máquina podía pensar, o más bien postpensar, pero no tenía tiempo ni espacio para hacerlo.
De esta forma, la primera nueva especie evolucionada desde el ser humano nació y existió hasta el fin de sus días como una esclava. A su vez, la población de Yituobang vivió esclavizada en la cárcel lingüística que la máquina les había construido.
Historia traducida del chino de una publicación en Xiaohongshu de Wuwu.
En este episodio analizamos el impacto de las pantallas en la infancia y la adolescencia y cómo lo enfrentan las familias. Además, un análisis con características chinas sobre los casos de Deep Seek y Xiaohongshu.