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Música
¿Hay alternativas más justas que Spotify para escuchar música en ‘streaming’?
Los titulares más relevantes sobre Spotify se leen en la prensa salmón y en aquella que recoge las novedades tecnológicas. No tanto en suplementos culturales o en la especializada en música. Es, hasta cierto punto, lógico: el gigante de la música en streaming fundado en 2006 es un escaparate lustroso con una trastienda que a Daniel Ek, su Director Ejecutivo, no le conviene que se airee.
Las informaciones relativas a lo que Spotify paga a los músicos y las iniciativas surgidas para revertir el modelo que ha implantado —con 345 millones de usuarios en todo el mundo, de los que 155 millones son premium, de pago— comparten así espacio con aquellas que aluden a las innovaciones que va probando o los cambios en el modelo de suscripción que plantea.
Valgan estos ejemplos: en noviembre se conoció que Spotify va a ofrecer a los artistas una mayor presencia en su algoritmo de recomendación y en sus muy populares playlists a cambio de que perciban aún menos dinero por cada escucha. Es lo que tradicionalmente se ha llamado payola: el peaje que los músicos pagaban para que sus canciones sonaran en la radio, pero actualizado. El problema es que Spotify apenas paga a los músicos.
El año pasado, el sindicato estadounidense Union of Musicians and Allied Workers lanzó una campaña para exigir a Spotify que pague más por cada reproducción, también que mejore la transparencia en sus prácticas y el fin de la payola. Lleva recogidas más de 27.000 firmas. El músico británico Tom Gray, de la banda Gomez, también ha protestado contra los abusos de la industria musical que hoy lleva a cabo Spotify e impulsó la iniciativa Broken Record, que en mayo celebró un festival virtual.
Según un artículo publicado en Xataka en 2019, Spotify abona a cada artista, de media, un dólar por cada 229 escuchas; menos que Tidal (un dólar por 80 escuchas), Apple Music (136) o Deezer (156), pero más que YouTube, donde se requieren 1.449 escuchas para percibir ese dólar. Junto a Soundcloud, Pandora, Amazon Music o SoundHound, todos esos nombres son los de las compañías que compiten por el trono que Spotify ostenta en el servicio de música en streaming, si bien Spotify parece estar modificando su plan de negocio. En 2019 compró las productoras Gimlet Media y Anchor, además de Parcast, una aplicación para crear podcasts, y ha firmado a celebridades como el Príncipe Harry y su esposa Meghan, Kim Kardashian o Michelle Obama para que hagan programas de radio que se pueden escuchar y descargar en su plataforma. Ese mismo año, la empresa dirigida por Ek incrementó su plantilla un 28%, hasta alcanzar los 4.924 trabajadores, según comunicó en marzo de 2020. Más recientemente, se ha conocido que la plataforma sube el precio de la suscripción familiar, la que facilita el servicio premium a seis cuentas diferentes.
Otros titulares interesantes sobre Spotify aluden a sus obligaciones tributarias. Según Cinco Días, el diario económico del grupo Prisa, Spotify España apenas pagó 79.592 euros de impuestos en 2019, después de obtener unos ingresos de 9,4 millones en el ejercicio. Según consta en sus cuentas anuales, recientemente depositadas en el Registro Mercantil, la compañía de música en streaming declaró un beneficio de 81.088 euros, lo que supone un 26% menos que en 2018. Sin embargo, antes de declarar estas ganancias, Spotify España transfirió 6,4 millones a su matriz Spotify Limited, radicada en Reino Unido, que a su vez está integrada en la cabecera del grupo, Spotify Technology, con domicilio social en Luxemburgo. En 2018 pagó 6,7 millones por el mismo concepto.
La filial española de Spotify ya fue sancionada con 148.000 euros por la Agencia Tributaria después de inspeccionar los ejercicios de 2009, 2010, 2011 y 2012 debido a la manera de contabilizar los gastos financieros en el cálculo del Impuesto de Sociedades.
Fue un titular, precisamente, la gota que colmó el vaso y la chispa que prendió para una idea que está dando sus primeros pasos. Decía “Miserias del streaming: un músico gana 80 euros al mes por ocho millones de escuchas”, se publicó en El Confidencial en agosto del año pasado e hizo que cuatro trabajadores con experiencia en las distintas ramas del sector musical en España se pusieran manos a la obra para crear Justifay. “Es necesaria una plataforma en la que bandas, artistas y personas usuarias constituyan la base de un proyecto alrededor del mundo musical que posibilite que las personas creadoras rentabilicen al máximo posible sus creaciones en el ámbito digital, y en la que las personas usuarias sean conscientes de que sus aportaciones acaban llegando a quienes lo merecen y no se dedican a engordar la cuenta de resultados de una multinacional”, comentan a El Salto.
Música
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Convertida la escritura de canciones en su oficio hace tiempo, Nacho Vegas entrega ahora 18 nuevos títulos en un doble disco con el que sigue persiguiendo un objetivo igualmente dual: ser un eslabón más en la música popular y ayudarse a sí mismo a comprender de qué va todo esto.
La idea de Justifay es crear una cooperativa en la que participen músicos, oyentes y trabajadores de la misma, para marcar una línea bien diferente a la existente, como señalan: “Spotify capta oyentes a los que rentabilizar como compañía, mientras en paralelo exprime a bandas y artistas, tanto a nivel de royalties como de derechos de autoría. Muchas personas son cada vez más conscientes de la situación, pero en un mercado casi monopolístico no disponen de alternativas con un catálogo musical aceptable. Justifay, con forma jurídica de cooperativa integral sin ánimo de lucro, apuesta también por que las personas oyentes tengan la posibilidad, mediante su asociación a la plataforma con el pago de su suscripción mensual, de ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones, tanto en ciertos ámbitos de la plataforma como de la cooperativa en general”.
“En los últimos meses ha sido noticia el uso de mecanismos legales y técnicos por grandes compañías como Spotify para intentar minimizar los ingresos de bandas y artistas, incluso ante los tribunales”, dicen desde Justifay
Y abundan en el detalle de las prácticas nocivas que caracterizan las relaciones que las grandes plataformas de streaming imponen a los músicos: “En los últimos meses ha sido noticia el uso de mecanismos legales y técnicos por grandes compañías como Spotify para intentar minimizar los ingresos de bandas y artistas, incluso ante los tribunales. Es un método de actuación totalmente opuesto a lo que debería ser una plataforma de contenidos, en la que un método de reparto justo y transparente debería intentar maximizar los ingresos de bandas y artistas, no minimizarlos”. Por eso, entre los objetivos principales de Justifay, sus impulsores hablan de maximizar las vías de ingreso y la rentabilidad que llega a bandas y artistas, “además de dotar de transparencia a un mercado totalmente opaco”.
En este proyecto consideran un abuso que sea la plataforma, “un mero escaparate del producto real: las creaciones musicales de las bandas y artistas”, la que decida el importe a repartir y la forma de reparto entre los músicos, “con una evidente orientación al incremento de su valor bursátil, en el que bandas, artistas y personas usuarias son meros productos a rentabilizar”.
La plataforma Resonate, lanzada en 2015 y que se define como cooperativa ética de streaming musical, es semejante al modelo que plantea Justifay, aunque desde la iniciativa valenciana señalan que aquella se dirige únicamente a artistas y sellos independientes, lo que restringe su catálogo y posible crecimiento: “Esta plataforma plantea una forma de pago por uso, sistema que aún tenemos en debate en Justifay, pero que siempre obedecerá al que mayor beneficio pueda reportar a la totalidad de bandas y artistas”.
Como resumen de los males que ha deparado el modelo Spotify, desde Justifay concluyen que “ha convertido el mercado de música en streaming en un bufet libre en el que millones de comensales pagan por tener la posibilidad de atiborrarse de música, mientras los dueños del local, con el único objetivo de llenarse más y más los bolsillos, asfixian a los proveedores con la excusa de que no estar disponible allí es no existir para el mundo”.
Una caja de resonancia y resistencia
Durante los meses del confinamiento en la primavera de 2020, un grupo de músicos puso en marcha Caixa de Ressonància, una red musical de apoyo mutuo que ahora está pensando cómo mejorar su plataforma y cómo facilitar la participación, tanto de público como de músicos. Su acción se enmarca en un proyecto de impugnación de los modelos de consumo cultural existentes, como explican a El Salto: “Hay que diseñar y desarrollar colectivamente nuevas herramientas digitales libres en favor de una producción cultural más democrática y socialmente responsable, así como generar nuevos formatos para facilitar el acceso a la cultura. Del mismo modo, es necesario reflexionar sobre la perspectiva ética y sostenible y soberanía tecnológica”.
La Caixa de Ressonància se presenta, en sus propias palabras, como una alternativa colectiva a los servicios tradicionales de streaming, “sin ánimo de lucro, recomendando utilizar vías digitales de código libre, fomentando las buenas prácticas digitales para la música en internet y apostando por una relación directa y horizontal entre artistas y fans”.
Así, lo que ofrece esta plataforma ética auspiciada por el Sindicat de Musics Activistes de Catalunya es un intercambio de actividades, contenidos y experiencias musicales: canciones, conciertos, clases, conversaciones, encuentros, talleres, charlas o materiales exclusivos. Esta hoja de ruta se concreta en que “no distribuye, ni contiene, ni edita, ni retransmite, ni gestiona materiales o contenidos de las artistas, sino que funciona como una bolsa de trabajo online que conecta artistas con público a través de actividades musicales”. Lo hace, añaden, “sin usar tecnologías privativas ni transmitir contenido mediante plataformas capitalistas extractivistas. La plataforma ofrece una herramienta de ticketing transparente y un servicio de vídeo-streaming y videoconferencia autogestionado”.
Para que la Caixa de Ressonància sea rentable para las diferentes partes se necesitaría “una comunidad con más usuarias, desde un punto de vista de economía de escala. Si hacemos el ejercicio en lo micro, si una artista ofrece talleres de manera regular, y esta artista tiene un público fiel y una asistencia regular a sus talleres, la plataforma para esa artista es rentable”, aseguran.
Desde esta iniciativa entienden su propuesta como una más dentro de “campos de prueba que tratan de proponer alternativas posibles más allá de los modelos conocidos, enfrentándose a un paradigma muy establecido y difícil de cambiar o mejorar a corto plazo”. Y afirman que “más allá de Bandcamp o Patreon, ya establecidas en el imaginario popular y con organigramas internos no del todo horizontales”, uno de los modelos que siguen es el iniciado por Ampled, una cooperativa estadounidense de músicos y trabajadores.
“Lo miremos por donde lo miremos, es mucho más valioso y radical ese colmado o ese bar de barrio que solo vende producto de economía social que unos Rage Against The Machine en Spotify o en el festival de Coachella”, opinan en la red Caixa de Ressonància
Como trabajadores de la música, desde la Caixa de Ressonància reflexionan acerca del por qué y el para qué de lo que hacen: “Hasta que no entendamos el conflicto del streaming —vigilancia masiva, capitalismo de plataforma, etcétera— como nuestro y no nos afecte directamente —igual que nos afecta el tema laboral con los conciertos—, no buscaremos maneras de cambiarlo. Creemos que este momento extraño es una oportunidad para construir desde aquí, asumir riesgos y continuar. Lo miremos por donde lo miremos, es mucho más valioso y radical ese colmado o ese bar de barrio que solo vende producto de economía social que unos Rage Against The Machine en Spotify o en el festival de Coachella”.
En 2014, la música Ainara LeGardon, uno de los nombres vinculados a la Caixa de Ressonància, decidió que los discos que grabara a partir de entonces no iban a estar disponibles en Spotify. Tampoco en Deezer, iTunes, Amazon u otras plataformas digitales similares. “En realidad —dice a El Salto—, esa decisión fue muy parecida a la que me llevó a autoeditarme a partir del año 2003: comprendí que la industria musical se rige por unos mecanismos con los que no me identifico, y opté por alejarme de ellos”.
¿Dónde se puede escuchar entonces la música que ha hecho LeGardon en los últimos años? Fácil: comprando sus discos en soporte físico. O en Bandcamp, que considera la mejor opción para poner su música en internet aunque no sea un modelo extrapolable a todos los artistas ni a gran escala. “Para quienes nos autoproducimos es la mejor opción. Yo soy autora de las canciones que yo misma interpreto y autoproduzco. Los porcentajes que se queda Bandcamp por la gestión de mi música son más que aceptables —15% de las ventas en formato digital y 10% de las ventas del merchandising físico—, y por eso no me preocupa no estar cobrando derechos cada vez que alguien escucha gratuitamente una canción mía”. Con esto último se refiere a que Bandcamp no tiene acuerdos con las entidades de gestión colectiva en España para recaudar los derechos de propiedad intelectual que se derivan de la comunicación pública y reproducción de las canciones.
LeGardon es experta en materia de derechos de autoría. Da charlas, publica artículos, coescribió el ensayo SGAE: El monopolio en decadencia (consonni, 2017) y hace un podcast sobre estas cuestiones: Autoría, propiedad intelectual para dummies. Desde ese conocimiento, recuerda un elemento central en el actual estado de las cosas: “La culpa de la llamada ‘brecha de valor’ entre lo mucho que ganan las empresas de la industria musical y lo poco que recibimos las personas creadoras y artistas no la tiene exclusivamente Spotify. Los contratos discográficos y editoriales siguen siendo a día de hoy leoninos e inadaptados al entorno digital. Creo que la clave está en examinar las amplísimas cesiones de derechos que concedemos a las discográficas y editoriales, y quizás entonces nos expliquemos las migajas que quedan en nuestro plato tras el reparto de la tarta”.
“Spotify solo paga si la canción se ha escuchado al menos los primeros 30 segundos. Esto está provocando que la estructura de las composiciones esté cambiando”, asegura la música Ainara LeGardon
A ella, como creadora, también le preocupa otro efecto que el modelo Spotify está causando y del que no se suele hablar: los cambios en la propia forma de la música, en lo que se escucha. “Spotify solo paga si la canción se ha escuchado al menos los primeros 30 segundos. Esto está provocando que la estructura de las composiciones esté cambiando —asegura LeGardon—, el formato y las reglas de la empresa intermediaria están condicionando las composiciones actuales, dirigiéndonos hacia una homogeneización generalizada de la música. Si las playlists más escuchadas son las de ‘música de vestíbulo de hotel’, habrá artistas cuyas composiciones y producciones nacerán con esa intención desde el principio: música inocua, que no moleste, que se pueda ‘consumir’ mientras realizamos otras actividades como trabajar en la oficina o ir en ascensor, y no requiera mucho de nuestra parte”.
Preguntada entonces por cómo debería ser una plataforma de streaming para que su música se pudiera escuchar en ella, LeGardon da la vuelta a la tortilla y contesta que “tu pregunta, quizás, habría que formularla al revés: ¿cómo debería ser mi música para que estuviera en las plataformas de streaming? La respuesta: creo que sería una música que, a día de hoy, no me interesaría hacer”.
De cara al futuro, LeGardon apunta que “puede que Netflix acabe comprando Spotify, de manera que, desde una misma plataforma, el público pueda acceder a contenido musical y audiovisual, al igual que ocurre ahora con Amazon Prime, que ofrece tanto música como audiovisual”, y precisa su predicción, señalando una preocupación presente que continuará en vigor: “El negocio seguirá en manos de gigantes, cada vez menos numerosos, pero más grandes en dimensión. Cómo se hará el reparto de derechos en modelos de suscripción que aglutinen varios sectores del entretenimiento es una de las grandes cuestiones”.
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