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México
El umbral hacia el fin

El pasado 2 de diciembre de 2024, el expresidente de México Felipe Calderón Hinojosa se reunió en un evento con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Al enterarnos, la noticia retumbó fuerte, se manifestó de nuevo como un dolor muy cercano. Cual herida abierta que continua punzante no solo por la impunidad, sino por la continua legitimación de una política que desde 2006, no deja de sembrar muerte y desolación.
Durante su mandato presidencial (2006-2012), a través de la llamada “guerra contra el narcotráfico”, Calderón cimentó un aparato necropolítico basado en la militarización cuya estela se ha constituido por cientos de miles de asesinatos y desapariciones forzadas que aún no tienen fin en el país. Este legado no le ha impedido -e incluso le ha permitid- abrirse las puertas de las universidades más prestigiosas del imperio estadounidense y gozar de una vida libre de rendir cuentas por los crímenes cometidos bajo su administración.
Después de vivir unos años en Estados Unidos, Calderón llegó a España en 2022, país que también acoge a Enrique Peña Nieto, expresidente de México (2012-2018) investigado por corrupción, lavado de dinero, el genocidio en Tlatlaya y la desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa y repetidamente condenado por la sociedad civil como asesino y violador de los derechos humanos. Ambos disfrutan de visados dorados, protección oficial y todos los beneficios necesarios para eludir la extradición y enfrentar los juicios pendientes en instancias internacionales.
Frente a este panorama, en el que ambos expresidentes se escurren y amparan entre los pasadizos de las cúpulas del poder global, y particularmente, en el que Calderón y Ayuso se reúnen cínica y públicamente para hablar del futuro de las relaciones México-España, nos preguntamos ¿cómo abordar esta situación? Al reflexionar, no solo revivimos la tragedia de nuestro país, sino que reconocemos un dolor más profundo y compartido: el de las vidas presentes y ausentes en México. Más de cien millones de historias marcadas, interrumpidas y destruidas por políticas que nunca debieron ser.
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Y entonces repasábamos las cifras y años y números y 121 mil 683 homicidios (cifra oficial) en su sexenio y la narcomanta con cuerpos sin cabeza anunciando su afiliación y la del ejército a un cartel. Y cada noticia, cada cifra, cada recuerdo era como usar una navaja para reabrir todas esas heridas que parecían cerradas pero que en verdad nunca habían sanado y no sanarán hasta que haya justicia.
Así que decidimos acudir colectivamente a la memoria como una práctica de resistencia y quehacer político compartido. Nos inmiscuimos en el ejercicio de recordar: ¿cómo nos acordamos de ese sexenio desde nuestras posiciones diversas? ¿qué significaron esos años? Nos surge la necesidad de validar nuestras experiencias, que, aunque distintas y enmarcadas por nuestras historias, cuerpos y lugares geográficos particulares, son también, compartidas. Y decidimos plantear cinco preguntas a mujeres mexicanas de distintas partes del país y ver qué contestaban por escrito.
Encontramos más útil el dar voz a nuestros recuerdos y tratar de reconocernos en el proceso, por qué (dicen por allí), que si no miramos la raíz del problema no podemos solucionarlo y/o sanarlo
Tres personas nos enviaron sus respuestas casi inmediatamente y junto con nuestras propias respuestas, decidimos tratar de articular todo lo escrito, lo cual no resultó un proceso sencillo, ya que cada vez que se tocaba este texto, las lágrimas saltaban al releer algunos párrafos. Entendimos que no queríamos escribir un artículo con simples “datos duros” y estadísticas, los números de muertos y de desaparecidxs, la cantidad de armas que entran al país anualmente, etcétera. Al contrario, encontramos más útil el dar voz a nuestros recuerdos y tratar de reconocernos en el proceso, por qué al parecer (dicen por allí), que si no miramos la raíz del problema no podemos solucionarlo y/o sanarlo. Además de que lo que nuestra dictadura ha buscado hasta el momento, es, deshumanizar lo humano, convertirnos en cifras, quitarnos los rostros, intentar que nos olvidemos y que nos olviden. Así, convenimos en dar voz a nuestro dolor en estas líneas.
Una adolescente en Ciudad Juárez, Cynthia, invoca sus recuerdos del sexenio de Calderón bien encarnados. Ella fue testigo de la violencia en “carne propia”, ahí, bien de cerca, “militares en Juárez, la ciudad vacía, gente colgada con narcomensajes, cuerpos en bolsas en la calle, gritos de mujeres pidiendo ayuda en las noches al ser arrebatadas por coches, acribillados por todo mi barrio.”
Para las que estábamos en Mérida y en el entonces Distrito Federal, los militares, las narcomantas, y esas bolsas negras que cubrían los cadáveres era algo que más bien se vivía a través de las noticias y los rumores de lo que pasaba “allá en el norte”, en los estados fronterizos; mientras tanto en el D.F, algunas de nosotras vivíamos un proceso diferente al tener un gobierno “más progresista” y mientras se aprobaba el aborto y nos hacían creer que avanzábamos en derechos, el resto del país vivía una transformación que marcaría un antes y un después en nuestras vidas colectivas, consecuencias que no veríamos desde la ciudad hasta tiempo después.
Chistes y caricaturas del entonces presidente –botella de tequila en mano, nariz roja abultada y con ese saco militar varias tallas más grandes– se convirtieron en refugios de nuestra tristeza, nuestra desesperación y nuestro enojo
Las primeras planas de los periódicos cada vez más sangrientas, un recuento de asesinatos que subía día tras día; en lo que fue tomando forma como un abismo real de violencia cuyo saldo sigue siendo incalculable, nos acompañaban en nuestras memorias las denuncias a través de la burla y la sátira política. Chistes y caricaturas del entonces presidente –botella de tequila en mano, nariz roja abultada y con ese saco militar varias tallas más grandes– se convirtieron en refugios de nuestra tristeza, nuestra desesperación y nuestro enojo. Estos vestigios de un dolor que buscaba formas para reposarse.
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A tan solo unos días de asumir el poder, Felipe Calderón oficializó la llamada “guerra contra las drogas”, una declaración que pronto mutó en el discurso popular a “la guerra contra el narco”. Es por estos tiempos que la propaganda del narco, deja claro algo escalofriante, lo que Cynthia describe como “algo que se sabía en la zona”, esto era la pertenencia de Felipe Calderón al cartel del Chapo Guzmán. Este conocimiento se convirtió en un referente compartido, en algo que todas fuimos reconociendo como parte de nuestra realidad.
Como se hace evidente, al invocar a la memoria, las temporalidades acuerpadas no suelen seguir un orden cronológico ni tienen líneas claras que demarquen inicio y fin. Esta guerra no se insertó en nuestros cuerpos bien definida ni repentinamente; “se amanecía cada día con muerte.” Las palabras de Frida, nos ayudan a entender que esta guerra se nos fue pegando poco a poco y fue transformando la cotidianidad mexicana hasta convertirse en un referente ineludible y omnipresente, que hoy lo impregna todo.
Lo ha impregnado todo. ¿Cómo? Para nosotras, las consecuencias han sido la migración, los traumas psicológicos, las muertes de personas cercanas. El sobrino de Frida, quedó huérfano y tuvo que regresar al pueblo de sus abuelos “uno de esos donde entraban los narcos y se llevaban a los niños para entrenarlos cómo halcones o sicarios.” Ella y su familia no saben nada de ellos desde hace años. Cynthia, tuvo que migrar a El Paso, Texas por la violencia en Ciudad Juárez. Ni Esther en Mérida, ni nosotras en Ciudad de México tuvimos que migrar. Al contrario, nuestras ciudades se convirtieron en refugios para personas de otras zonas más violentas del país, como Michoacán, Tamaulipas, o Chihuahua.
Cynthia, que vivió este sexenio en Ciudad Juárez, nos confiesa “no la paso muy bien. . . sigo viva de pura casualidad”. La queremos sostener
Sin embargo, la inseguridad ya siempre presente también la sentimos aumentar. Por ejemplo, Esther recuerda cada vez más asesinatos en Mérida. En particular a doce personas asesinadas que encontraron sin cabeza en dicho municipio, “fue un crimen horrible que quedó impune al ser un pleito entre bandas de narcos.” En Ciudad de México, los asaltos en los camiones, cada vez más frecuentes, cada vez más violentos. En todas nosotras, cada vez más, la depresión, la militarización, el miedo a la policía. La vida se fue haciendo más oscura. En Cynthia, que vivió este sexenio en Ciudad Juárez, la guerra se ha impregnado en su cuerpo dejándole delirios de persecución y trastorno de estrés postraumático. Nos confiesa “no la paso muy bien. . . sigo viva de pura casualidad”. La queremos sostener.
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Nos preguntamos si se puede sanar, si el tejido colectivo en México puede recuperarse y si este sentimiento de no tener esperanza algún día cambiará; en realidad, no sabemos cómo sostener el dolor provocado por la situación de violencia desmedida en México. Pero sí podemos pensarnos y repensarnos colectivamente, porque entendemos, que no estamos dispuestas a aceptar que se siga solapando y legitimando, desde los lobbies fascistas, la necropolítica que impera en nuestro país, y que sigue beneficiando a los mismos de siempre.
Y también sabemos que las reuniones entre Ayuso y Felipe Calderón, no son casualidad y sí, un claro síntoma de un cáncer que se está propagando con mucha fuerza y rapidez a través de distintos lugares. Es por esto que desde nuestra obligación militante, nos urge a no quedarnos calladas y hablar de cómo esas decisiones de la extrema derecha han tocado nuestras vidas y han dejado esas heridas, que las tenemos más punzantes que nunca, que ojalá no nos permitan olvidar ni perdonar a los asesinos, para que nuestra palabra y nuestra voz sigan exigiendo justicia y reparación.
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Excelente y necesario recordatorio. Además de los ex-presidentes Calderón y Peña Nieto, también Salinas de Gortari, que regaló empresas públicas y permitió que el narco se adentrara en todos los estados de México, se pasea por Madrid, ciudad cuyas instituciones desde el final de la guerra civil, siempre acogió a dictadores y criminales. Gracias por este necesario artículo