Madrid
Un espacio seguro para las personas trans en el deporte: “Estoy disfrutando por primera vez en mi vida”

La Liga Gamberra de Baloncesto de Madrid se creó para autogestionar la práctica deportiva y apropiarse de espacios públicos copados por hombres cisheterosexuales. Para varias de las personas trans participantes, ha sido su único recurso para desarrollar su afición por el deporte.

Un partido de baloncesto comienza en una cancha en el barrio de la Guindalera, en Madrid. Es una tarde de otoño en la capital y ningún pitido da comienzo al encuentro en esta liga sin árbitros donde juegan mano a mano personas cis y trans de todos los géneros. Las personas jugadoras de ambos equipos ríen, tiran a canasta con más o menos puntería y se pitan las faltas mutuamente de forma amistosa: es la Liga Gamberra de Baloncesto.

Entre las jugadoras del equipo Guindatrotters está Ana, una mujer transgénero lesbiana (así pide que se la describa) de 45 años. Solía jugar al baloncesto y al fútbol hace años, pero abandonó la práctica deportiva al descubrirse trans; temía que se la malgenerizara o sufrir algún otro tipo de violencia tránsfoba. 

Ahora, gracias a participar en el espacio seguro que supone para ella la Liga Gamberra, está “viviendo un sueño”. “Por primera vez en mi vida estoy disfrutando del deporte de equipo, de las compañeras y de la camaradería”, cuenta la mujer. “Poder ejercitarte en un espacio donde te sientas cómoda debería ser un derecho y no le había dado valor hasta ahora”, añade.

La transfobia presente en los espacios deportivos impide que muchas personas trans, especialmente mujeres o en el espectro femenino de género, puedan desarrollar actividades físicas con normalidad fuera de espacios explícitamente seguros para las personas trans. La Liga Gamberra, que se autodefine transfeminista, nació para crear “un deporte más diverso y politizado”, cuenta Cris, una de las personas que puso en marcha este proyecto. “Queríamos autogestionar el deporte y apropiarnos de los espacios públicos ocupados por hombres cishetero”, explica la jugadora.

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El debate y el deporte

Durante los Juegos Olímpicos de París de este verano, la boxeadora italiana Angela Carini acusó a Imane Khelif de ser un hombre tras perder el combate contra la argelina. Aunque la después ganadora del oro olímpico fuera una mujer cis, la transfobia e interfobia que recibió por no ajustarse a un estricto binarismo sexual es una muestra más del odio que se vierte en los debates sobre la participación de personas trans en el deporte. 

Las polémicas en el Estado español sobre este tema han propiciado la expulsión de las mujeres trans del deporte federado en atletismo, natación o ajedrez, entre otros. Además, la virulencia con la que se trata la cuestión empuja a mujeres trans a abandonar la práctica deportiva por cuestiones de salud mental. “No cuelgo las botas, me las cuelgan”, decía hace dos años Valentina Berr, exjugadora de fútbol del Europa, sobre su salida del club por el acoso tránsfobo que sufría.

La transfobia ha impedido que Arin participe con normalidad en espacios deportivos; ahora juega en la Liga Gamberra gracias a debutar en un equipo no mixto para personas trans

Arin es una mujer trans de 25 años. En septiembre de 2023 enviaron un anuncio por un grupo de apoyo para personas trans del que forma parte: Transket, un equipo de la Gamberra que es solo para gente trans, estaba buscando nueves jugadores. Las malas experiencias previas de esta mujer en espacios deportivos y el clima político de los últimos años con respecto a las mujeres trans en el deporte le hacían desconfiar, pero le dio seguridad el hecho de que en el equipo no hubiera personas cis; no habría contactado si se hubiera tratado de una agrupación mixta, cuenta.

La Liga Gamberra no busca generar un espacio seguro solo para las personas trans, sino para todas las personas que disiden de la masculinidad hegemónica. Toni, que se define como “tipo cis acercándose al no binarismo” asegura que esta liga “te permite mostrarte tal y como eres sabiendo que no vas a recibir violencias o a escuchar los comentarios homófobos o misóginos tan recurrentes en otros espacios”.

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Aislamiento

La historia de Arin con respecto al deporte es una de aislamiento por su identidad trans y neurodivergente. Comenzó en Primaria, cuando sus padres la obligaban a acudir a extraescolares de deportes de equipo, pero la chica no se sentía cómoda en los clubes masculinos y abandonaba la actividad en cuanto podía. Durante la adolescencia, pudo participar en clubes mixtos, pero “seguía habiendo dinámicas de género muy claras”, así que pasó a hacer ejercicio en solitario, como salir a correr.

Esta persona transfemenina siguió evitando las actividades grupales una vez se presentó como mujer al mundo, pero algunos deportes individuales que practicaba, como la natación, se dan en espacios colectivos y tenía que compartir vestuario con otras personas. En estos lugares sufría malas miradas o reproches que la ponían incómoda: “Intento pasar el menor tiempo posible en el vestuario, no miro a nadie y elijo cabina individual si puedo”, relata Arin, que reconoce que “alguna vez” se ha quedado en casa por no verse “con fuerzas para afrontar [la incomodidad] del vestuario”.

Ana: “Mi vocación siempre ha sido el baloncesto, pero veía imposible que yo pudiera acabar en un equipo femenino por todas las noticias [negativas] sobre mujeres trans en el deporte. Ahora me pellizco para confirmar que no estoy soñando”

Ana, la jugadora de Guindatrotters, estuvo tres años en hormonas antes de salir del armario como mujer trans en todas las esferas de su vida. Se la trataba en femenino en el trabajo o haciendo recados, pero temía que si se ponía “pantalón corto y camiseta” y se acercaba a un espacio deportivo pudieran malgenerizarla, así que abandonó las actividades grupales. Antes, cuando socializaba como hombre, no tenía problema en acercarse a una cancha de baloncesto y unirse a quien estuviera jugando, pero después de su transición le daba miedo —a que la identificasen como trans, al prejuicio, cuenta— y se reprimía. 

“Mi vocación siempre ha sido el baloncesto, pero veía imposible que yo pudiera acabar en un equipo femenino por todas las noticias [negativas] sobre mujeres trans en el deporte. Ahora me pellizco para confirmar que no estoy soñando”, dice Ana sobre su participación en la liga transfeminista. Arin se pronuncia en la misma línea: “He llegado a casa”. Las primeras impresiones de esta chica al entrar en el equipo no mixto para personas trans fueron de tranquilidad y seguridad, y vio una oportunidad política para contrarrestar las dinámicas que pretenden excluir a las personas trans del deporte: pensó “se nos ha abierto este resquicio; vamos a agarrarlo”, cuenta Arin.

Evitar la masculinidad tóxica

Dany, un chico trans que hoy tiene 44 años, llegó a España a finales de 2011 y salió del armario a principios del año siguiente. En ese momento estaba cómodo jugando al fútbol americano en un equipo femenino y tenía la misma condición física que sus compañeras porque no se hormonaba. Padecía algunas malas experiencias, sobre todo con el club y equipos rivales, pero tanto sus compañeras como su entrenador le aceptaban y le trataban bien.

Muchas personas trans quieren cambiar de categoría al salir del armario y así jugar con gente del mismo género, pero a Dany no le interesaba porque rechaza el ambiente en equipos masculinos, “sobre todo en deportes de contacto”: “Se refuerzan mucho en su masculinidad tóxica y se insultan con ‘nenaza’ o ‘marica’ cuando entrenan. A mí no me interesa, no practico deporte para que me insulten. No quiero reforzar esa masculinidad porque no es la mía”, cuenta Dany, que especula que jamás le hubieran tratado con respeto en un equipo de hombres al saber que es un chico trans.

Ahora, el hecho de participar en una liga mixta ha permitido que Dany no tenga que escoger entre estar incómodo entre hombres o que algunas compañeras recelen de su identidad. “Entré con toda la confianza del mundo en la Gamberra porque sabía que ni mi identidad ni mi nivel de juego iban a ser un problema”, cuenta el chico.

Aprendiendo

Ana, la jugadora de Guindatrotters, se emociona cuando El Salto le pide que defina qué supone para ella, tras años de exclusión, practicar un deporte de equipo como cualquier otra persona. “Es un sueño” es la frase que más repite, pero también dice “es como volver a nacer” o cuenta una anécdota recurrente: “Me doy con gusto la paliza desde Alcalá de Henares —donde reside, a más de 30 kilómetros de la capital— hasta Madrid para cada partido o entrenamiento y sonrío en el atasco. Soy la persona más feliz del atasco”.

Que la experiencia de Ana esté siendo tan positiva no quita que haya conflictos por temas trans en la liga; la cisnorma está muy integrada en nuestra sociedad y eliminarla lleva esfuerzo. Cris, una de las jugadoras que puso en marcha el proyecto de la Liga Gamberra, reconoce que hay personas que se han sentido “poco reconocidas” y que no siempre se respeta la norma de que, si estás en un partido y no conoces los pronombres de la otra persona, te dirijas a ella en neutro por defecto.

La cisnorma presente en toda la sociedad también lo está en la Liga Gamberra de Baloncesto, pero sus integrantes trabajan por ir mejorando como personas y colectivo

En estos casos, la liga tiene mecanismos para mejorar, explica Cris: hay una comisión de cuidados para solventar estos conflictos y en cada partido se eligen personas que sirvan como referencia por si hiciera falta responder a algún problema durante el juego, relacionado con las disidencias sexogenéricas o no.

“Cuando acudí a la primera asamblea de la liga [en septiembre de 2022] pude ver que la gente que estaba allí ya se había trabajado el tema de la inclusión [de la diversidad en el deporte]”, cuenta Dany. Un equipo era la excepción a esta norma, dice el chico, pero “se dieron cuenta y empezaron a adaptarse”. El buen punto de partida y la disposición a aprender dio a Dany seguridad en esos primeros pasos del proyecto: “Da gusto que exista un espacio así”.

La Liga Gamberra va creciendo: en la temporada de este año se han presentado dos equipos nuevos a participar y no se ha retirado ninguno, cuenta Cris. Aunque tienen pendiente “politizarse de cara afuera y ser un motor de cambio”, explica la jugadora, ya se están expandiendo por otros espacios. Varies integrantes de la Gamberra crearon una liga homóloga y homónima de fútbol que empezó este año. Danger Queer, un equipo creado por personas jugadoras de la Gamberra, está participando en la Liga Cooperativa de Baloncesto desde esta temporada para “normalizar [la disidencia sexogenérica] en otros espacios”, expone Toni, que también disputa partidos en esta agrupación.

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