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Migración
¿Quién teme a la migración?
Lo peor es el miedo. Cuando las personas, un colectivo o una sociedad entera caen en sus garras, les atenaza hasta dejarlos inmóviles. Distorsiona su perspectiva, secuestra su futuro y consigue que todo gire alrededor de sí mismo: el miedo a morir, a no cumplir con las expectativas, a no ser aceptados. O a que los desposeídos del mundo nos invadan, movilizados por un oscuro plan orquestado en algún club de élite, con membresía reservada.
Hacerse con ese miedo supone conseguir un capital político excepcional. No gestionarlo, una vez aparece, un suicido en toda regla, si se aspira a estar al frente de los que temen. En estos días hemos visto cómo en Catalunya y en el resto de España se ha puesto encima de la mesa el tema de la migración, con la perspectiva de las elecciones europeas y de una larga campaña electoral en la que, a buen seguro, se reproducirá y aumentará el terror a la migración. Asociar esta a la delincuencia es un recurso muy manido pero siempre efectivo, porque aporta razones y datos a nuestra conveniencia, para seguir construyendo el relato de la amenaza y la deshumanización del otro que alimenta el miedo. Como digo, alguien alimenta esa visión y a continuación coge la bandera y se pone al frente, ofreciendo una soluciones que consolidan ese marco. Hagamos el muro más alto, pongamos más pistolas encima de la mesa. Lo que sea para respirar en paz, cueste lo que cueste.
En los arrabales de Dakar, la mafia migratoria ni está ni se le espera. La mafia, fíjense bien en la palabra y su papel central en el relato que, de manera machacona, los medios nos hacen llegar. Los malos de la película contra los que hay que luchar, la amenaza hecha carne que justifica todas nuestra alambradas y metralletas. Eso es mucho más fácil de explicar que los motivos por los cuales la mayoría de los jóvenes en Pikine tiene en la cabeza pirarse de aquí, más pronto que tarde. Claro que existen las mafias que violan, extorsionan y trafican con personas, a lo largo de todas las rutas que llevan a Europa, pero en absoluto andan por las calles embaucando al personal para que se dirijan hacia al Norte. No, no funciona así. La gente se organiza, en una sociedad comunitaria como esta, que intenta sobrevivir cada día gracias a las redes que sostienen un mundo insostenible: uno consigue la barca, otro la lleva, el otro consigue la pasta en una tontine, el de más allá paga a la policía en Mauritania para que los dejen pasar. En el trayecto, que puede durar años, es fácil caer en manos de esos grupos de delicuentes y asesinos, y todo lo que se haga contra ellos es poco.
Y hacemos menos todavía, por muchos valores europeos que tengamos, en realidad ponemos a la gente que emigra en sus manos. La migración legal es una odisea: conseguir una cita para las embajadas europeas en África y empezar los trámites del visado, puede costar meses. Si pagas a una empresa externa (he oído tarifas entre los 200 y los 600 euros; solo por la cita, sí, ha leído usted bien) a lo mejor las cosas van algo más rápidas. A veces estas consiguen los datos que los demandantes de visa introducen en los formularios de las embajadas, y los emplean para ofrecer lucrativos servicios a esas personas. A lo mejor la mafia no es exactamente como la habíamos pensado y trabaja en un despacho con aire acondicionado, lejos de las arenas del desierto. Por acción u omisión, llegar a nuestra orilla con los papeles en regla y un billete de avión no es para nada evidente. «Que vengan, pero con un orden», decía Aznar décadas atrás. Es tan fácil como pisar la manguera para que no salga agua.
Lo que mueve a este gente es la falta de oportunidades, pero también la desinformación sobre los peligros del camino, con o sin mafias. Algunas ONG como Dunia Kato, Open Arms, Fundació Camins, Microcrédits Solidaris per Àfrica y otras trabajan duro, con el apoyo de la cooperación municipal catalana (Terrassa, Sant Boi, Granollers, Mataró y más), para que por lo menos la decisión de hacer el hatillo sea con todos los elementos en la mano. A veces hay que enseñar las imágenes de lo que queda de los viajeros, devorados por el Sáhara, el Atlántico o el Mediterráneo, o compartir el mensaje de aquellas personas que consiguieron llegar al otro lado. Pero a buen seguro que la tarea principal es construir imágenes de futuro en estos barrios. Ver a tu vecino abrir su propio negocio o conseguir trabajo, gracias al acceso a una formación profesional o de cualquier tipo, da otras perspectiva a la vida. Para eso hay que acompañar, orientar hacia algún lado, financiar las ideas que tiene la gente y que siempre tendrá, más cornás da el hambre. Aquí no hay bancos que te den para poner una panadería, no, pero podría haberlos. Para eso la cooperación tiene que invertir muchísimo más en el Ministerio de Educación o en el de Economía Social, no en el del Interior o el de Defensa. Con aulas que superan los 70 o 80 alumnos, matrículas que pueden suponer el 5-10% de los ingresos de las familias (extensísimas) por cada hijo, falta de profesorado y de centros especializados, el déficit de cuidados y de herramientas para construir un futuro propio es evidente en Senegal y muchos países de África. Pero el tembleque solo nos deja pulsar la opción de Frontex.
Podemos seguir gestionando nuestro miedo y seguir a sus profetas, pero hagan números, mañana será tarde y lo pagaremos caro: es mucho más rentable, y sobre todo justo, invertir en la esperanza de esta juventud y de este continente.