Literatura
Narrar el barrio lejos de idealismos

Los escritores Kiko Amat, Pablo Gutiérrez y Agustín Márquez son tres autores que en sus novelas han tratado de abordar el barrio lejos de imágenes idealizadas.

El barrio es un espacio difícil de narrar desde la sinceridad. Por la carga emocional que lleva aparejado, por lo que representa, son muchos los escritores que a lo largo de los años han caído en el idealismo a la hora de abordarlo. Sin embargo, son de sobra conocidas las muchas realidades crudas que allí se suceden. Entonces, ¿por qué a día de hoy se sigue escribiendo de ellos desde esa generosidad?

Mucho de este idealismo tiene su procedencia en las novelas didácticas del siglo XIX, a través de las cuales más que narrar la realidad que en los barrios se vivía, lo que se intentaba era ilustrar un ideal. De esta forma, dejaban de lado los problemas económicos, sociales, personales que se vivían en estos espacios para mostrar a las masas cómo sería el ejemplo perfecto de clase social de izquierdas y emancipada. Kiko Amat, autor de Antes del huracán (Anagrama, 2018), libro en el que desmonta este idealismo, apunta que ve “una buena voluntad en esta mirada de los escritores pasados, pero tiende a alejarse de la realidad y a idealizar la muchas veces vida de mierda de los barrios”.

Ahora bien, se trata de una forma de narrar los barrios que han mantenido muchos escritores hasta nuestros días y que es algo que, para él, “ya no es tan bien intencionada, ya que lo mira con la curiosidad de que fueran animales domésticos”. Y finaliza, mordaz: “Y aunque esa mirada quizá no es malévola, sí que es irritante. Sería como una mirada que se realiza sobre un mono con platos que baila. Ese tipo de libros muestran una mirada muy alejada de la realidad y de lo que muchos de mi clase vivimos”.

Aparte de esa mirada que proviene del pasado, otro elemento que cobra fuerza es la nostalgia. El barrio es ese primer lugar en el que muchos empezaron sus andanzas más allá de la familia; es el lugar en el que se criaron. Por ello, no es extraño que dejen de lado todo lo feo que tuvo su pasado y resalten lo positivo. Así lo cree Pablo Gutiérrez, autor de Los libros repentinos (Six Barral, 2015) y quizá el escritor actual que más se ha centrado en los barrios. Para él, ese idealismo no tiene tanto que ver con el espacio físico, sino con “el sentimiento de nostalgia: eso es lo que se idealiza, la juventud en la que vivimos nuestras primeras experiencias con el amor, el alcohol, los amigos… echamos de menos eso”.

Por último, para Agustín Márquez, autor del libro La última vez que fue ayer (Candaya, 2019), este idealismo viene del reflejo del sueño americano. “Los que nacimos en los años 70-80 hemos crecido con las series y películas americanas donde está muy presente el sueño americano. El pobre o el obrero que tiene muy poco y se convierte en alguien con dinero y prestigio. Ese reflejo de gente pobre de barrio, yo creo que lo hemos trasladado a nuestros barrios”.

Apropiarse de la narración del barrio

Otra de las respuestas a este idealismo en la literatura, con el que los tres escritores están de acuerdo, es el dejar narrar el barrio a los que nunca han pertenecido a él. Kiko Amat lo argumenta como una consecución de sus anteriores palabras, ya que en “determinados círculos, mayormente de izquierdas, se prefiere obviar una realidad que se aleja del obrero anticapitalista, tolerante con las minorías, feminista… Evidentemente, es más atractivo pintarlo así. Y, por tanto, se deja en manos de gente que escribe panfletos adoctrinarios escribirlo. Así suena más moderno”.

“Es banal y perverso hacer ver que la clase obrera solo sea la depositaria de las bondades de la tierra. Aquí entran las inquinas de clase, el rollo aspiracional, el racismo”, opina Kiko Amat

Y continúa: “Pero en esos panfletos faltan muchas cosas. Todos los polis son de clase obrera. Y digo esto sin ningún tipo de visión moral: en la clase obrera se ven un montón de cosas. Es banal y perverso hacer ver que la clase obrera solo sea la depositaria de las bondades de la tierra. Aquí entran las inquinas de clase, el rollo aspiracional, el racismo… No todas las historias se pueden resolver de manera maniquea. Desde luego que el capitalismo está creado para engañar a la gente, pero luego cada uno toma sus decisiones. No solo la opresión de clase explica todo lo que pasa en el mundo. Creo que nuestro objetivo como escritores es mostrar un aspecto negativo del mundo, como decía Flannery O’connor. Evidentemente que la parte buena existe, pero yo pinto la menos atractiva y a alguna gente no le gusta oírla”. Amat cierra, a modo de resumen: “Yo desde luego que estoy en ese lado de la zanja. Pero pretender que es todo idílico me parece falso”.

“Hay algunas experiencias que, si no las has vivido, es muy probable que se caiga en tópicos. No creo que esté mal, pero se van a perder muchos matices interesantes por el camino”, advierte Agustín Márquez

Para Agustín Márquez, la razón recae en que contar el barrio es algo que siempre ha tenido mucha aceptación en el arte. Un atractivo que llama la atención para los de fuera, pero que resulta difícil de contar de manera real si no se ha vivido en primera persona. “Para mí, sería difícil contar la historia de una familia rica y eso que no creo que todo lo que se cuente tiene que haberse vivido. Pero sí que hay algunas experiencias que, si no las has vivido, es muy probable que se caiga en tópicos. No creo que esté mal, pero se van a perder muchos matices interesantes por el camino”.

Y recalca que, igual que muchos autores caen en el idealismo, también hay otros que pecan de lo contrario. “También hay otra realidad que existe: que se desidealizan los barrios. En estos lugares no siempre se habla a tacos, hay gente con carreras, con educación, con cultura… Los que estamos acostumbrados a leer mucha literatura norteamericana, como a Bukowski, parece que en los barrios continuamente están bebiendo, drogándose, soltando insultos”.

Una línea que también defiende Pablo Gutiérrez desde su experiencia. “Cuando yo he intentado narrar el barrio en el que viví, que era de clase media y no especialmente marginal, me han salido verdaderas escenas monstruosas que tenía en mi memoria y que afloraban”.

“La plaza donde jugábamos se convertía por la noche en una hoguera y en los sitios que frecuentábamos había gente esnifando pegamento. No son lugares para nada ideales, ni espacios en los que querría que mi hijo se criara”, recuerda Pablo Gutiérrez

Por ello, a la hora de reconstruirlo, “lo importante es ser honesto y alejarse del sentimiento de nostalgia, un sentimiento que creo que es muy nocivo para la literatura. Si se consigue esa distancia es cuando aparecen esos monstruos y realidades. Entonces es cuando te das cuenta de que no caíste en tantas adicciones y malos rollos casi por casualidad, porque te rodeaban continuamente. La plaza donde jugábamos se convertía por la noche en una hoguera y en los sitios que frecuentábamos había gente esnifando pegamento. No son lugares para nada ideales, ni espacios en los que querría que mi hijo se criara”.

Y explica su uso de la literatura para narrar cómo los barrios son una herencia de desigualdad. “Por ejemplo, en la barriada de Torreblanca en Sevilla. Esta barriada, hoy marcada por el narcotráfico y el tiroteo, surgió para albergar a las familias de los presos que construyeron el canal del bajo Guadalquivir. Esa obra empezó en la ciudad de Sevilla y llegó hasta la desembocadura del río. A medida que avanzaban, iban asentándose en distintos lugares para ir completando la obra. Uno de los asentamientos fue el de Torreblanca, donde muchos presos construyeron allí su casa. A día de hoy es uno de los lugares más complicados de España, algo que no es casualidad. Con mi literatura quiero abrir los ojos e investigar, ya que creo que muchos barrios no son ingenuos y están muy lejos del ideal romántico”.

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