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Literatura
Reverberación de la ira
Cuando las teorías cambian y se desmoronan, cuando lo hacen las escuelas y las filosofías, sopla el viento fiero y silencioso, siempre se sigue adelante a trompicones; equivocadamente a veces.
Le preguntan a Madre qué le sucede. De un tiempo a esta parte se comporta diferente, con una violencia inusitada, por qué alza el palo en el pleno de la discusión por el bien común, amenaza a Padre, al tío y a quien se oponga a que la distribución del alimento y la hora de partida hacia el futuro deseado cumplan sus órdenes.
Instaura su organización con toda su energía sostenible para que cada miembro del grupo “haga lo que tenga que hacer”. Tal vez se trate de cierto feminismo de la inteligencia práctica, los pies en la tierra y el corazón generoso, uno que prescindiría del bombo y platillo, actuaría para quien supiera verlo, no acapararía el protagonismo ni luciría etiqueta.
En Las uvas de la ira, John Steinbeck lo detecta en la Madre, sin embargo también este feminismo antiacadémico y decidido practican algunos hombres desde los márgenes, en los alrededores del campamento, difuminados en la penumbra de una roca, al actuar en nombre de la justicia.
Es otra novela del yo al nosotras, de la fuerza unida que trasciende el dolor; palabras que desgranan la ira resultante de la pequeña agricultura desmantelada para reconvertirse y deshumanizarse en connivencia con la industria y la química, en contra de la tierra, cada vez menos fructífera
Es otra novela del yo al nosotras, de la fuerza unida que trasciende el dolor; palabras que desgranan la ira resultante de la pequeña agricultura desmantelada para reconvertirse y deshumanizarse en connivencia con la industria y la química, en contra de la tierra, cada vez menos fructífera. Anchos y profundos párrafos surcados por las afrentas, que el poder concentrado trata de ejercer contra quienes poseen causas tan profundas y simples como un estómago vacío, con su correspondiente hambre de pan, seguridad y rosas; “multiplicado por un millón”, conformaría el ejército de la dignidad.
Al cabo de unos días de soltar el libro de quinientas páginas, treinta capítulos, prosigue el diálogo con la novela que descubrió hace años con excesiva avidez juvenil, ebria de literatura.
Este verano de pandemia se reconoce afortunada, ha podido admirar con calma la grandeza de Steinbeck, ahora sobre todo quisiera destacar la alta precisión de Pilar Vázquez, traductora que se prefirió definir “con un peso colectivo” y “tendente a la invisibilidad”; casi como reflejos del citado feminismo. En Las uvas de la ira, por fidelidad al original, siguiendo la premisa del autor, Vázquez se esforzó en recoger “en una pequeña medida el habla de sus personajes”. Por primera vez en una traducción de esta obra al español, “los personajes no solo emplean expresiones coloquiales, sino que además cometen algunas incorrecciones” tan bien seleccionadas y articuladas que creemos comprender qué les ocurre.
Mientras observa las nubes discontinuas de la tarde urbana pregunta qué nos dice, qué aporta esta novela americana de otro viaje al Oeste a este momento, presente covid, en nuestra geografía ibérica con las brechas sanitaria, laboral, electoral, abriéndose en lugar de subsanarse y cicatrizar. Por toda respuesta reverberan las palabras del autor, de la traductora, de una lectora que se empapó de la misma y otra novela: la tierra no es su análisis, somos algo más que química.
Cuando las teorías cambian y se desmoronan, cuando lo hacen las escuelas y las filosofías, sopla el viento fiero y silencioso, siempre se sigue adelante a trompicones; equivocadamente a veces. Y ese otro pequeño dato que resuena a lo largo de toda la historia: la represión fortalece y concluyen las opresiones.
Cae la noche. La pequeña tiene frío. Mira, aquí tengo una manta. Es de lana. Era de mi madre, tómala. Leed lo que no podréis bombardear. Del “yo” al “nosotras”: ese es el principio.