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Salud mental
Salud mental: trabajos sostenibles para no deshumanizarnos del todo
Hay quien se transforma cuando llega al trabajo, su cuerpo toma la forma del uniforme, la bata que viste o quizás la mochila que lleva en la espalda. También los hay utópicos como Marsha Sinetar, autora del libro Haz lo que amas, el dinero te seguirá. Hay quien se deja el trauma, el duelo y hasta el alma en casa cuando va a trabajar, preguntádselo a Carmy Bezatto (protagonista de The Bear), pero no hemos de olvidar que el ser humano no es una máquina automatizada y que, por fortuna, el trabajo todavía no ha llegado a deshumanizarnos del todo.
Si bien hay una mayor concienciación a nivel mundial de la importancia de defender la salud mental, la lógica de consumo capitalista impulsada por las redes sociales y la gentrificación han hecho que normalicemos buscar la validación a cualquier precio, exigiéndonos constantemente a nosotros mismos, no sólo ya en la vida personal, sino también en el terreno laboral.
“El trabajo deprime el espíritu y, lejos de aumentar la autoestima, se experimenta como un obstáculo y como una necesidad negativa” afirmó en su momento la activista y visionaria Bell Hooks, quien ya se cuestionaba hace más de dos décadas nuestra relación tóxica con el trabajo. Aunque la situación parece haber mejorado, todavía son muchos los trabajadores que hoy en día se sienten infelices o insatisfechos con su trabajo.
Según el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) desde 2016 se han duplicado las bajas médicas por salud mental en el trabajo.
Según el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) desde 2016 se han duplicado las bajas médicas por salud mental en el trabajo. No hace falta haber visto The Bear para reconocer la ansiedad o el estrés en el entorno laboral, muchos hemos pasado por ahí. Carmy, quien trabaja como chef en un restaurante situado en un barrio marginal de Chicago, no tiene un momento de calma en todo su día, le vemos pocas veces fuera del restaurante, si sale de las cocinas es únicamente con la excusa de fumarse un cigarro y respirar aire fresco. El resto del tiempo lo pasa en los fogones, cuadrando las cuentas del restaurante o discutiendo con sus compañeros a grito pelado.
El ritmo acelerado en el que vivimos actualmente nos empuja a tomar decisiones sin tener el tiempo necesario para meditarlas, como Carmy con su restaurante. Pero, ¿qué hay de malo en parar un rato? ¿Existe un horror más grande que ese? Si bien el aprender a trabajar bajo presión hace que desarrollemos la capacidad de adaptación, también nos provoca ansiedad y estrés a largo plazo.
Creo que no soy la única a quien la serie ha fascinado, aunque haya sentido una profunda decepción con la segunda temporada (no voy a hacer spoiler). Lo cierto es que The Bear, a pesar de sus defectos y estereotipos, ha conseguido que reflexionemos sobre la autoexigencia, la ansiedad y el estrés en el trabajo. No obstante, esta cuestión ha sido recurrente a lo largo de los últimos años. Sin ir más lejos, en su ensayo Todo sobre el amor: nuevas perspectivas, Bell Hooks afirma que el trabajo socava la autoestima porque obliga al individuo a demostrar su valor una y otra vez.
Esta activista estadounidense, fallecida hace casi dos años, cuenta en su libro que tuvo muchos trabajos nada agradables para disponer de los medios y el tiempo para hacer el trabajo que sí le gustaba realmente: escribir.
Según Hooks, no todo el mundo puede trabajar en lo que le gustaría, pues necesitan cubrir unas necesidades o, incluso, han descubierto que haciendo lo que verdaderamente les apasiona no obtienen la remuneración necesaria y que esto les genera una profunda decepción. Esta perspectiva contradice la idea que tanto defiende la autora Marsha Sinetar, quien invita a elegir el trabajo que más guste (quizás su tesis funcione, pero sólo en un entorno privilegiado).
Para que un trabajo pueda considerarse útil no tiene por qué estar relacionado con lo que hayamos estudiado o lo que nos apasione hacer, también puede tener una utilidad económica para seguir haciendo lo que nos gusta
En definitiva, según la feminista Hooks, para que un trabajo pueda considerarse útil no tiene por qué estar relacionado con lo que hayamos estudiado o lo que nos apasione hacer, también puede tener una utilidad económica para seguir haciendo lo que nos gusta, teniendo cubiertas nuestras necesidades. Para el poeta Kentucky Wendel, a quien Books mencionó en más de una ocasión “el trabajo debe ser bueno, satisfactorio y digno para quienes lo realizan, además de ser verdaderamente útil y aceptable para quien lo hace”.
Puede que a Carmy Berzatto le apasione la cocina, pero su relación con el trabajo no es sana, ni satisfactoria. Podría decirse que es otra víctima del síndrome del trabajador quemado (cuando el trabajo deja totalmente agotadas a las personas que lo ejercen física y mentalmente).
Como Carmy, son muchos los que están al borde del colapso, o ya han colapsado y se encuentran en periodo de recuperación, gracias a tratamientos psicofarmacológicos y a bajas médicas. Lo cierto es que se trata de soluciones que pueden ayudar al trabajador a corto plazo, pero no acaban con el verdadero problema.
La realidad es que, como sociedad, urge la necesidad de centrarnos en erradicar los trabajos imposibles de sostener o corremos el peligro de deshumanizarnos del todo. Al fin y al cabo, el trabajo no dignifica, sino que somos nosotros mismos los que nos definimos como personas. En resumen, si algo está claro, es que no podemos defender la salud mental, sin antes poner límites al trabajo.
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