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Coronavirus
Malestar y confinamiento. Cuidar encerradas
¿Cómo no nos va a producir malestar la pérdida de libertades civiles y el no reconocimiento económico y político del trabajo ingente que supone cuidar de menores a cargo en un espacio doméstico confinado? ¿Cómo no vamos a sentir malestar al asistir a la activación de resortes machobélicos que se han activado para el manejo de toda esta crisis sanitaria?
Estamos atravesando un momento extraño, pero más extraño aún para los cuerpos “mujeres” que cuidamos de menores a cargo en un espacio doméstico confinado. Extraño por ser testigas mudas de los resortes machobélicos que se han activado para atajar esta crisis sanitaria, es decir, por todos esos esquemas reaccionarios de manejo de lo colectivo instalados en el imaginario común. No por su probada eficacia sino por algo muy sencillo, porque devenimos de un histórico hecho a partir de la acumulación de decisiones ancladas en el universo del faloparterfamilias, que incluía su particular delirio por la posesión territorial, o esa neurosis enloquecida tan suya de acumular capital.
Malestar por esta disciplina militarizada que coloca a la “familia nuclear” como identidad única de organización social borrando todas las particularidades de cada unidad familiar, parando en seco el movimiento de emancipación en el que estábamos —y en el que seguiremos— las que habíamos decidido formar una unidad familiar a pesar de este páramo social individualista y con ello salir de las estrechezes logísticas y emocionales de este formato familiar extinto (el nuclear), poco compatible con las necesidades de una crianza en condiciones de bienestar. Esas que hacen que el trabajo de criar sea un tránsito gozoso (porque tenemos todo el derecho a que lo sea) como suceden en otros países cercanos que tienen políticas llamadas “maternalistas” de forma peyorativa por el feminismo hegemónico español, pero que para las que criamos serían políticas que reconocen el trabajo que hacemos, básicamente.
Malestar por esta disciplina militarizada que coloca a la “familia nuclear” como identidad única de organización social borrando todas las particularidades de cada unidad familiar
Este movimiento también incluía bajarle la intensidad a las expectativas románticas proyectadas en la pareja y que éstas no condicionaran la durabilidad y compromiso irreversible que supone levantar un proyecto familiar estable (ya que nuestras hijas e hijos no se pueden devolver). En lugar de esto habría que ponerle más fuerza y foco a transformar la familia en una unidad más amplia, con más apoyos, donde a su vez vayamos balanceando entre las necesidades y proyectos vitales propios de las madres o padres o cuerpos sostenedores en diálogo con las necesidades de las criaturas. Todo esto no condicionado por las expectativas románticas, sino más bien, desde una corresponsabilidad emocional entre las adultas y adultos dejando fuera toda la proyección infantilizada de la familia como proyecto blancoburgués IKEA (el cual tiene mucha carga romántica).
Entonces el hecho de ser espectadoras del gesto de autoritarismo del gobierno al establecer un mando único, unas pautas que nos manejan como cuerpo único, y ver como esto refuerzan las estrecheces de las que intentamos salir, esas que nos hacen vivir las maternidades o el trabajos de cuidados en soledad y precariedad, nos produce una fuerte sacudida interna. Un gran malestar.
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Urge pensar en la infancia confinada en condiciones precarias
Necesitamos medidas que tengan en cuenta que para millones de menores que viven en contextos con precariedad socioeconómica o tensión emocional, el hecho de no poder asistir al colegio les va a suponer perder un espacio libre de cargas familiares y una gran pérdida de salud psíquica y bienestar diario.
Tanto por la herida generacional que sentimos ante la desaparición de las familias extendidas y por todo el dolor psíquico acumulado por el confinamiento durante siglos, al ser cuerpos “mujeres”, en los hogares, fábricas, campos de cultivo, cortijos, fincas, pueblos, corralas (…) para limpiar, organizar, sostener, alimentar, saciar demandas sexuales del machopater o tener que romantizar los favores sexuales en virtud del mantenimiento del chiringuito logístico/familiar. Sin olvidar que arrastramos un formateado, fuerte, sobre nuestro inconsciente colonial-capitalístico, como nos dice la maravillosa pensadora, Suely Rolnik, el cual “contribuye a expropiar la productividad del inconsciente para someterlo al teatro de los fantasmas edípicos”.
Esto puede parecer complejo, pero es bastante sencillo. Estos “fantasmas edípico” (a los que tenemos que neutralizar con el moco verde de los Ghostbusters) tienen mucha responsabilidad en un momento como este porque son los que sujetan las erróneas creencias y ficciones del falopatercapitalismo. Son los que justifican y posibilitan todo el macho-lío-patriarcal en el que vivimos zambullidas. Ese lío que nos quiere hacer ahora, durante esta crisis, responsable de sus fallidos actos (actos que no son nuestros).
Y a muchas nos asalta la preguntas: ¿por qué tenemos que seguir siendo los cuerpos “mujeres” madres y todos los demás cuerpos que cuidan los amortiguadores de las atroces decisiones de un sistema socioeconómico en neurosis permanente por seguir acumulando capital?
¿Por qué tenemos que seguir siendo los cuerpos que cuidan los amortiguadores de las atroces decisiones de un sistema socioeconómico en neurosis permanente por seguir acumulando capital?
Además, lo que se espera de nosotras como cuerpos “mujeres” madres durante esta excepcionalidad social es la autocensura. Ser las valedoras de la corrección y contención socioemocional en los grupos de whatsupp, en los tinglaos laborales y en cualquier entorno social con o sin proximidad emocional. Nada de indagar en la trazabilidad de las causas que han generado este desastre. Corrección, contención, aceptación de los macholímites y autodisciplinamiento.
Nada de generar malestar
Y claro, estos esquemas de funcionamiento machobélicos suponen una frenada en las luchas que teníamos en marcha. Luchas para seguir ampliando, ensanchando y poniendo en práctica plena todos nuestros Derechos y Libertades —toda esa letra jurídica que nos tenemos que pelear día a día frente a un machocuerpo que se puede revolcar en sus privilegios sin medio problema, ni medio remordimiento.Darnos cuenta de todo esto nos produce mucho malestar.
Malestar por las jornadas de trabajo dobles y triples donde se solapa el trabajo de cuidado de menores en el hogar con otras obligaciones laborales. Más el trabajo doméstico para tenerlo todo en condiciones de buen vivir (Sumak Kawsay). Más el trabajo educativo. Más trabajo psicoafectivo para compensar este sindios. Más gestiones urgentes que surgen.
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Invisibilidad de la infancia durante el confinamiento
¿Será este el momento para incorporar en las políticas públicas españolas la merecida prestación universal por menor a cargo implementada en casi la totalidad de Europa para reconocer la dimensión monetaria de los trabajos de cuidados invisibles en la cuantificación capitalista?
Malestar por tener que asumir sin rechistar ser los amortiguadores de un desastre social (que acaba de comenzar) sin apoyo económico de ningún tipo. Por todo el curro por hacer hasta que podamos vivir en un andamiaje político hecho desde la diversidad de necesidades contingentes de los cuerpos diversos, cuerpos menores de edad, cuerpos dependientes. Donde esté en el centro cómo posibilitar condiciones de bienestar y justicia para todos los cuerpos que necesitan ser cuidados y para los cuerpos que cuidan. No que los derechos estén sujetos a que te adaptes al falosistema.
En estos momento extraños se hace imprescindible narrar nuestro malestar, movilizar todo el malestar interno desde cada cuerpo, desde cada biografía, desde cada particularidad, desde la absoluta diferencia. Basta ya de hacernos responsables de los delirios y desastres derivados de un turbocapitalismo en neurosis permanente por seguir acumulando capital. Ese que nos expropia cada día el valor social y económico del trabajo de cuidar de nuestras criaturas para poder seguir (él) acumulando.
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