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Te descubres las manos. Están ahí, ahí han estado todo este tiempo, al final del antebrazo: dos apéndices mellizos que se pliegan y te permiten el tacto. Te las encuentras: ¡qué sorpresa! Las miras, si fuera posible parece que cuentas los diez deditos, saboreas sus tentáculos. No estás haciendo nada que no hayamos hecho todos a partir de pocos meses de vida.
Descubres esas manos que fueron, qué coincidencia, lo primero que vi de ti: una versión espectral, esperanzada, de deditos en una ecografía. Las manos con las que acariciabas las paredes de tu tumba inversa que era mi vientre y empujabas. Las mismas manos pequeñitas que acaricié en abril y a las que imaginé guantes y que proyectabas al aire como un impulso involuntario cuando llegaba el miedo.
Descubres tus manos: el palmar y el dorso, la posibilidad futura de la pinza atrapacosas, dos miembros que te vinculan al chimpancé y al lémur. Aprendes su mecanismo. Las mueves, las haces girar sobre sus goznes, los cinco lobitos en los que se ha empeñado tanto la abuela, palmas palmitas, el saludo aún ambidiestro, el adiós cuyo significado te resulta aún grande como una galaxia. Las aproximas con empeño a cosas para mí insignificantes: un calcetín, un trozo de servilleta, una hoja caída. Las estudias, las haces girar de nuevo y las miras, con fascinación, como si fueran dos fenómenos de la mecánica.
Te descubres las manos y con ellas (a través de ellas) el mundo. Exploras, fuera las manoplas, en busca de texturas nuevas y colores. Evalúas lo que te rodea con gravedad propia de tu edad, una etapa hecha de primeras veces. Con la huella dactilar mides rugosidades y temperaturas. Los dedos te regalan información que interpretarás quién sabe cómo, con qué hermoso lenguaje o código de sentires, me muero por imaginarlo.
Descubres tus manos: un descubrimiento importante. No son solo cinco dedos enganchados a un engranaje de hueso: con estos hermosos apéndices tocarás una flor, abrirás una carta, abotonarás una camisa. Esas manos zarandearán los sonajeros y hojearán tus primeros libros de texto. Con esas manos te apoyarás tras una caída, te levantarás, te limpiarás las lágrimas que yo no podré evitar, te aferrarás al mango de un autobús y realizarás tus primeros y últimos viajes hacia la noche.
No puedo decirte todas las cosas que harás con esas dos manos que ahora miras casi por primera vez. Te acompañaré en algunas. Trataré de apartarlas en lo posible de las pantallas y sus peligros y avecinarlas a la tierra, al agua y al árbol. En ellas, soñadores, pondremos un violín o un pincel para ver qué hace brotar la larga magia del tiempo. Fíjate qué importancia tienen: son las herramientas que te volverán una posible talladora de madera, pescadora de salmón, tenista, funambulista, obrera o barrendera, emplatadora de dulces. Lo que elijas. Has descubierto las dos puertas que te llevarán a un futuro de todas las posibilidades.
Estas son las manos con las que los humanos exploramos, fabricamos, regalamos sexo. Las manos con las que dicen que los dioses de todas las mitologías hacen el mundo y lo deshacen. Con ellas, Hefesto fabricó en la forja; con ellas Pangu, en la mitología china, separó el cielo de la tierra tras emerger de su huevo cósmico, y creó montañas, ríos y valles. Son las mismas manos con las que Adán y el creador se tocan en el cuadro de Miguel Ángel, con las que la libertad alza la bandera en el de Delacroix para liderar la resistencia, las manos mutadas de Gregor Samsa y del monstruo al que da vida Frankenstein y la mano macabra de Maupassant y las manos manchadas de tierra de Rebeca en Macondo. Símbolos de todo el poder, el hacer, el crear y el destruir de los que somos capaces los humanos.
Tus manos, un río. Tus manos, con las que podrás hacer lo bello y lo terrible. Qué sé yo del futuro en el que van a existir estas manos que ahora son torpes y expedicionarias. Con ellas podrás ayudar a otras manos caídas en el camino; con ellas quizá levantes pancartas que pidan furiosamente otros futuros; tal vez te protejan un día de las bombas que están incubándose en estos mismos momentos, o elijas amasar la tierra o el agua que nos están robando mientras, con el dedo en ristre, señalas a los culpables. Quién sabe. Puede que te unas a causas que no comprendo, que no existen aún, que no soy capaz de predecir, en un futuro que viviréis quienes nacéis hoy y que provoca terror pero que me resisto a imaginar sin esperanza: la esperanza puesta en todas vuestras manos.
En fin. De momento, ahora solo las descubres, tus manos, tus manitas llenas de besos que un día serán decididas, las que cogeré, las que soltaré más tarde para dejarte en vuelo: un futuro de construir y descubrir. Pronto descubrirás tus pies y, con ellos, las rutas posibles, los caminos que cruzan las espaldas del globo terráqueo para pintarlo del terror de las posibilidades que no acaban.