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Fiscalidad
La Curva de Laffer, en el congelador
Las políticas económicas de facilidades de gasto y subvenciones, impuestas en su momento por la pandemia y ahora por la guerra de Ucrania, no van ni pueden cambiar sustancialmente en el corto ni, probablemente, medio plazo. La mayoría de análisis económicos, bien de organismos multilaterales, bien del ámbito privado, anticipan bajo crecimiento o incluso recesión e inflación para los próximos dos años.
Con ese incierto panorama, es imposible pensar en Estados económicamente absentistas. Los más afectados serán, indudablemente, los sectores más vulnerables: familias trabajadoras, dependientes, pequeños empresarios, colectivos… Todos ellos, carentes de ingresos y rentas suficientes como para afrontar la crisis. En el otro extremo, los más pudientes están sorteando el trance crítico, además de con ingresos propios, con su patrimonio y las rentas financieras de los capitales.
Todas las estadísticas verifican que hay más pobreza, al tiempo que aumenta la cantidad de milmillonarios. Solo en España, el número de superricos creció un 12% en 2021. Esta disparidad del bienestar social es la expresión, sin duda, de las consecuencias de las políticas económicas que se aplican. Independientemente del signo político de la actual gobernanza mundial y nacional, la desigualdad social no ha dejado de aumentar en los últimos años.
Sin embargo, en términos muy generales, mientras la izquierda hace hincapié en políticas de gasto público para la provisión de bienes comunes y servicios sociales directos; la derecha, sin renunciar a garantías en forma de subvenciones al negocio empresarial y capitalista, reclama insistentemente la prioridad del equilibrio presupuestario en las cuentas públicas, por encima de los compromisos sociales con el bienestar material de los ciudadanos. ¿Por qué? Responden rápidamente. Porque el bienestar vendrá dado por la mano invisible del mercado, mágica, a través de los precios que escalarán ordenadamente las preferencias de la economía, de la producción, del capital, del trabajo, de la oferta, de la demanda, del crecimiento y, finalmente, traerá la satisfacción de cada cual.
La curva de Laffer, argumento falaz que esconde una fiscalidad regresiva
Para darle altura intelectual a esta forma de razonar, las políticas económicas, en especial sobre cuentas públicas saneadas, a menudo “sacan a pasear” la curva de Laffer: gráfica que relaciona impuestos y recaudación fiscal para ilustrarnos, según sus defensores, de que incrementar las tasas tributarias frena la recaudación y el crecimiento de la actividad económica, al desanimar el consumo y la inversión privada.
Ni en Estados Unidos, donde se formuló la idea, ni en España, donde el Partido Popular la defiende, hay confirmación empírica evidente de que bajar impuestos impulse la actividad económica
Se ha demostrado, reiteradamente, la falsedad de los argumentos. Ni en Estados Unidos, donde se formuló la idea, ni en España, donde el Partido Popular la defiende, hay confirmación empírica evidente de que bajar impuestos impulse la actividad económica y, como resultado, incremente la recaudación de impuestos.
Seguramente, la anécdota, originaria de 1974, de Arthur Laffer dibujando en una servilleta el gráfico de la curva a Dick Cheney y Donald Rumsfeld, Vicepresidente y Secretario de Estado de Estados Unidos respectivamente, fue la excusa necesaria para que el Presidente Gerald Ford aprobara una bajada de impuestos. Sucedió entonces, casualmente cuando el capitalismo de posguerra se agotaba y el neoliberalismo requería de fundamentos académicos para justificar liberalizar las políticas económicas, entre otras, las fiscales, que gravaban con altos tipos el beneficio de las empresas y las rentas personales más altas.
Con todo, había poca academia. La formalización económica en curvas y gráficos sirve muchas veces para engañar a la gente y aplicar políticas públicas reaccionarias. La curva famosa describe algunas obviedades sin sentido y deja de explicar lo más importante. Veamos: si correlaciono en un gráfico de coordenadas los ingresos fiscales (eje vertical) y los tipos impositivos (eje horizontal), resulta que el Estado no ingresa nada cuando no se pagan impuestos (tipo 0% - ingreso 0%), y que nada se podría recaudar cuando la renta o ingreso de la economía se dedica en su totalidad (tipos al 100%) a pagar impuestos.
El segundo supuesto exige más retórica que el gráfico de la curva, pero es muy sencillo: si los impuestos retienen toda la renta de la economía, esta se colapsa, porque no habría dinero para gastar en la demanda de bienes y servicios. Y, si no hay demanda, nada se produce. Entre estas dos posiciones extremas, que son verdades de Perogrullo, hay una tercera, que no lo es. Y es el gran recorrido de la curva, que recoge, sin discriminar por nivel de renta, la relación entre impuestos y recaudación.
Para llegar a conclusiones fiscales, no solo importa la recaudación total, sino cómo se hace, a quién beneficia, a quién castiga y para qué
Nunca se puede plantear pagar el 100 % de la renta en impuestos. Pero sí que los grandes niveles de renta paguen mucho. En los años 40, el Presidente Roosevelt llevó al 90% la tarifa sobre renta para los tramos más altos de ingreso y mantuvo, para los colectivos más bajos, tasas impositivas menores. La curva de ingresos totales se incrementó, mejoró la financiación de gastos públicos y la economía no colapsó. ¿Qué pasó? Que un porcentaje minoritario de la población, la más pudiente, la que acapara una parte más que proporcional de la riqueza y el ingreso nacional de la economía, aumentó su participación en la tributación de impuestos y, como suponían un mínimo de los habitantes totales, el consumo y la inversión no se resintieron. Es decir, para llegar a conclusiones fiscales, no solo importa la recaudación total, sino cómo se hace, a quién beneficia, a quién castiga y para qué.
Cuando hablamos de impuestos, importan los adjetivos que lo acompañan: justos, progresivos y suficientes. La relación de causalidad importa. Quiénes los pagan, cómo lo hacen y para qué. La curva de Laffer no informa de ello. Más fácil aún: el 20% de impuestos, para quien ingresa diez mil euros al año, supone dejar de consumir algún producto básico. Pero, para otra persona que tenga una renta de diez millones al año, el 20% supone dos millones, que no causa ninguna mella en su vida.
Es decir, la curva de Laffer no explica lo importante de los impuestos: la progresividad y la funcionalidad. Es un ardid intelectual, aunque confuso, para el amparo de políticas de agresión a la equidad social. Ya lo dijo el economista J. K. Galbraith:
“Es evidente que nadie en su sano juicio se tomó en serio la curva y las conclusiones del profesor Laffer. Hay que otorgarle, sin embargo, el mérito de haber demostrado que una manipulación justificativa, aunque evidente, podía ser de gran utilidad práctica”.
Lo fue allí, en Estados Unidos, y quiere serlo aquí, en España. La derecha política española está con el mantra de que el mejor sitio para el dinero es el bolsillo de la gente. Una alumna aventajada de Laffer es nuestra ínclita Isabel Díaz Ayuso, “renunciando” a recaudar 700 millones de euros anuales de ingresos públicos, rebajando tipos fiscales, echando al personal sanitario, transfiriendo con subvenciones la atención hospitalaria a lo privado, entregando dinero a la educación concertada y privada, becando a hijos de familias ricas y un largo etcétera de atrocidades al bien común.
La economía inglesa reta a los negacionistas fiscales
La academia lafferiana conservadora acaba de recibir un correctivo, un suspenso desde sus propias filas en Reino Unido, al hacer renunciar, en apenas 45 días, a toda una primera ministra. El gobierno de la democracia liberal más longeva y sólida de la historia se disolvió como un azucarillo.
La patria del thatcherismo, escuela avanzada del reaganismo y el trumpismo, sucumbió a la presión del capital financiero, de los fondos de Inversión, quizá el rostro más auténtico y patético del neoliberalismo económico. Le dijeron un NO más que rotundo a rebajar los impuestos. No fue el del trabajo, el sindical, ni los partidos de izquierda, fue el mundo del capital el que clamó contra la bajada de impuestos.
¿El mundo al revés? ¿Renegaron de la curva de Laffer? No. Es que no servía para fundamentar la pérdida de valor de las carteras de inversión. Implicaría la subida del tipo de interés de los bonos públicos a emitir para cubrir la merma de ingresos del Estado. Era la sentencia rotunda de las finanzas a la caída de la recaudación de impuestos del plan económico del gobierno. La explicación de Laffer no ayudaba a formular una propuesta.
En definitiva, la rebelión de las finanzas inglesas contra los impuestos fue por estabilidad presupuestaria , no en defensa de un gasto social suficiente con una fiscalidad justa y progresiva, pese a que la batalla se materializó contra la decisión de bajar los impuestos por parte del nuevo gobierno de Sunak. Sin embargo, situó en extrema debilidad el discurso neoliberal en todo el mundo, incluido nuestro país, en lo que respecta al eslogan machacón de bajar impuestos.
Europa anticipa políticas de ajuste presupuestario: ¿bajar impuestos?
Con idéntica preocupación por la estabilidad presupuestaria, comienza a expresarse la Unión Europea, que duda sobre mantener suspendidas las tres reglas fundamentales del Pacto de Estabilidad del año 2000: deuda, déficit público e inflación.
Las ofensivas para aplicar políticas convergentes hacia su reposición y regenerar el discurso del ajuste ya están en marcha. La primera es el dictamen del Banco Central Europeo sobre la imposición de gravámenes temporales a determinadas entidades de crédito. La segunda es la intención de Bruselas de otorgar más poder real a las llamadas Autoridades Independientes de Responsabilidad Fiscal de los países para la supervisión comunitaria de los planes de ajustes presupuestarios. Esto es, que las AIReF sean decisivas para vetar propuestas de ingreso y gastos fiscales.
La crisis en Reino Unido y las advertencias de la UE presagian ajustes tradicionales, que en políticas fiscales de gasto se manifiestan en recortes en educación, dependencia, infraestructuras comunes, etc.
La crisis en Reino Unido y las advertencias de la UE presagian ajustes tradicionales, que en políticas fiscales de gasto se manifiestan en recortes en educación, dependencia, infraestructuras comunes, etc. El argumento concurrente a estas propuestas de austeridad en el dispendio público es aminorar la presión fiscal.
El mercado financiero, en particular el de deuda pública, alcanzó cifras formidables, derivadas de los déficits originados en las políticas de gastos expansivas que los gobiernos asumieron para afrontar la parálisis económica en la pandemia y la guerra. Esta última fracturó el mercado mundial, la globalización del comercio, en particular, el de materias primas energéticas y alimenticias, que no están ordenadamente distribuidas en la geografía planetaria y con una parte más que importante en poder de países en conflicto. Además, la distribución y comercialización de la energía y los alimentos está bajo el control de oligopolios que manipulan los mecanismos de precios a su favor. Todo explica la inflación en curso y obliga los gobiernos a aplicar más medidas de gasto público para ayudar a los sectores afectados por la subida descontrolada de los precios.
En definitiva, que la curva de Laffer, las contorsiones políticas de Reino Unido y las advertencias disciplinarias de la Unión Europea no nos confundan. “Más impuestos justos, suficientes y progresivos” sigue siendo la consigna.