Italia
El colapso del centro-izquierda italiano: análisis de un derrumbe necesario

El Partido Democrático no ha logrado crear un nuevo horizonte: sólo ha afirmado que el camino indicado por Meloni, Salvini y el resurgido Cavaliere (Silvio Berlusconi) no es el correcto sin ofrecer alternativas.
Elly Schlein PD
Elly Schlein Secretaria General del Partito Democratico. Foto: PD
Analista político
11 mar 2023 06:29

El ribaltone en la carrera hacia la secretaría del Partido Democrático es, con buena probabilidad, la noticia más relevante para la política italiana en este primer tramo de 2023. La candidata outisder a la Secretaría General del partido, Elly Schlein, ha ganado contra el aparato, que apostaba fuertemente por Bonaccini, representante de la continuidad de trabajo de los anteriores secretarios. Si en el primer turno —abierto sólo a los inscritos con tessera del PD— la victoria de Bonaccini fue aplastante (54% de los votos, frente al 36% de Schlein), el resultado en la segunda vuelta (abierta a todos los electores italianos mayores de edad) ha sido volcado por completo (54% Schlein, 46% Bonaccini) debido al aporte fundamental de los que no votan por el PD o que, como mucho, lo hacen tapándose la nariz. Schlein representa una sorpresa con la que hay que contar y que abre escenarios ciertamente más interesantes y movidos. Y quizás, esta “derrota interna” era casi necesaria (aquí entendida como “consecuencia obvia, fatal”, de las decisiones tomadas por el PD). Para reconstruir el partido, hay que entender cuáles fueron los errores capitales cometidos a lo largo de los años, considerando que nunca se adimitieron —y detectaron— los fallos. Nunca se ha declarado mea culpa —incluso después del peor resultado de su historia— echando la culpa de su fracaso al líder de otro partido (Giuseppe Conte, del Movimiento 5 Estrellas).

Esta implosión —y el consecuente vuelco— se vincula con el desapego definitivo entre la base electoral y la dirección del partido. Promover una línea continuista después del peor resultado —en términos de votos absolutos— en la historia del Partido Democrático, significaba rendirse a la mediocridad de un partido cuya única función iba a ser el atrincheramiento en el centro exacto del tablero político, buscando ser el trait d'union entre el centro liberal y la izquierda más socialdemócrata. Un “centro centrista” cobarde, incapaz de tomar posición y de posicionarse, excepto a través de afirmaciones instrumentales como “ser el último dique contra las derechas y el fascismo”.

La primera lección de esta implosión, relacionada con la estrategia de comunicación, es la necesidad de tener un discurso connotado por la proactividad, por la construcción

Si esta narrativa no funcionó en las elecciones de septiembre de 2022, hay que descartarla, dejarla de lado. La estrategia de optar por una narrativa de puro contraste no resultó ganadora. Agitar el espectro del fascismo —más allá de los riesgos reales o imaginarios— conllevaba tan sólo una cosa: jugar en el terreno comunicativo del otro, con sus términos y sus conceptos. El Partido Democrático no ha logrado crear un nuevo horizonte: sólo ha afirmado que el camino indicado por Meloni, Salvini y el resurgido Cavaliere (Silvio Berlusconi) no es el correcto. Pero si no se ofrecen alternativas —y no se trabaja en ellas— se está tratando de disuadir de hacer o creer en algo, nada más. No hubo una acción de persuasión, de creación de una nueva imaginaria, sino sólo un débil intento de destruir las propuestas de otros. Para aquellos que no sienten la urgencia de empuñar el fusil (o agarrar el lápiz en el secreto de una cabina electoral) para luchar contra el fascismo del siglo XXI, ese discurso no sólo no tuvo ningún efecto positivo, sino que también alejó a un potencial votante llevándolo hacia el Movimiento 5 Estrellas (que ocupó el espacio reservado a la izquierda social) y al Partido de la Abstención (primera fuerza política en Italia).

La primera lección de esta implosión, relacionada con la estrategia de comunicación, es la necesidad de tener un discurso connotado por la proactividad, por la construcción. Destacar las diferencias con el adversario es útil siempre y cuando se aclare “quién es uno mismo”, y hasta que no se demonice al electorado del color opuesto. En el caso de las últimas elecciones, la derecha optó por un discurso centrado en el miedo (la emoción predominante) pero ofrecía respuestas —aunque falaces— a esas mismas preocupaciones que alimentaba. El caso más evidente es el de la seguridad y la inmigración, que se entrelazan gracias a la figura del invasor clandestino. Hay una emergencia de seguridad y la respuesta que ofrecen es el cierre de los puertos. El marco narrativo se ajustaba dentro de una visión clara del país: un Estado fuerte, independiente y capaz de utilizar la violencia.

Para reconstruir y pasar del análisis de la derrota al brindis de la victoria no sólo hay que reconocer los propios errores, sino que es necesario admitir la habilidad de los adversarios también

El Partido Democrático de Enrico Letta llevó a cabo una campaña basada en la afirmación del otro, recordando constantemente que “ellos existen” y “quiénes son”, y que representan una amenaza real. Esto fue un elemento central y poco analizado: al recordar a la ciudadanía constantemente que “esos” son antidemocráticos y quieren romper con Occidente para abrazar a Orban y Putin, resultó que quienes eran escépticos terminaron creyéndolo de verdad y optaron por lo que consideraban la opción soberanista. El proceso de reconocimiento del adversario fue tan denso, extremo y casi caricaturesco que generó un efecto boomerang (y quizás algunos podrían ver similitudes entre las últimas elecciones italianas y lo que pasó en 2016 en Estados Unidos con la victoria de Donald Trump).

Para reconstruir y pasar del análisis de la derrota al brindis de la victoria no sólo hay que reconocer los propios errores, sino que es necesario admitir la habilidad de los adversarios también. Por ello, otro elemento descuidado tiene que ver con la cercanía del líder y de la dirigencia con los votantes. Una cercanía no solo en el tratamiento de los temas, sino también en el modo de hablar, de actuar, de vestir. En general, de comunicar y comunicarse. En 2018, el líder de la Liga, Matteo Salvini, hizo escuela gracias a su presencia masiva en las redes sociales y su estilo popular inconfundible, con una sudadera personalizada para cada ciudad visitada. Después de Salvini, llegó el turno de Giorgia Meloni. Quizás más respetada (o mejor dicho, temida), pero aun así objeto de burlas por su marcado acento romano, por esa forma de exponerse y presentarse (intencionalmente) popular. Dos líderes populares que hablaron al corazón y al estómago de las personas, con una estrategia básica minimalista, dirigida a lanzar y sedimentar pocos mensajes pero extremadamente funcionales. Por otro lado, el Partido Democrático trató de ser un partido mayoritario mientras hablaba con un lenguaje minoritario, de élite. No sorprende, por lo tanto, que el Movimiento 5 Estrellas, que nace precisamente como un magnífico experimento de comunicación, involucramiento y convencimiento a nivel nacional, haya logrado capturar una gran parte del electorado desilusionado por los “demócratas”.

Si el Partido Democrático “es la casa de todos” (atención: frase utilizada por algunos fundadores del PD como por la nueva secretaria Schlein), significa que es un hotel. Y allí no se construyen comunidades, simplemente se está de paso

Por último, la elección misma de los temas “centrales”, de las propuestas clave, resultó fallida, ya que se dirigía a una minoría (ya sea por el contenido, ya sea por la forma). La gran agenda social, la que habla de trabajo, progresividad fiscal, defensa de la sanidad y de la educación pública, solo se tocó marginalmente, tanto para las elecciones de marzo de 2018 como para las de septiembre de 2022. Si para los comicios de 2018 parece algo natural, considerando el liderazgo de Matteo Renzi en esa época (actual líder del centro liberal en Italia y lobista por Arabia Saudita), no vale lo mismo para las últimas elecciones, donde simplemente se dibujó una estrategia perdedora. En la parte propositiva, el PD se posicionaba en un camino intermedio en cuanto al salario mínimo (y el M5E y Sinistra Italiana-Verdi estaban mejor posicionados) y titubeaba en la progresividad fiscal. El uso del término “patrimonial” ha seguido siendo un tabú, incluso cuando las desigualdades económicas y sociales aumentaban exponencialmente debido a la pandemia, la guerra y la inflación. Los temas en los que el Partido Democrático tenía dominio eran ciertamente importantes (un fuerte progreso en materia de derechos civiles) pero absolutamente insuficientes ya que eran temas determinantes para una minoría estrecha. En concreto, la legalización de la eutanasia y las leyes contra la homotransfobia son un gran paso adelante en términos de civilización, pero tienen poco impacto en la vida del ciudadano promedio. Esto no significa descuidarlos, faltaría más, sino volver a incluir estas luchas en un marco que coloque la salud (física y mental) y el trabajo (digno) en primer lugar.

En resumen, los factores endógenos que llevaron al colapso del Partido Democrático y a la “derrota interna” están relacionados con la incapacidad o falta de voluntad para establecer una identidad claramente definida. Una posición cómoda que, a largo plazo, inevitablemente conduce a resultados mediocres. Se podría decir que si el Partido Democrático “es la casa de todos” (atención: frase utilizada por algunos fundadores del PD como por la nueva secretaria Schlein), significa que es un hotel. Y allí no se construyen comunidades, simplemente se está de paso. Uno está allí por conveniencia y necesidad. Durante muchos años, faltó el coraje de tomar posición y descontentar a algunos visitantes que pasaban por la Vía del Nazareno en Roma (sede del Partido). Ahora son sus propios votantes, y potenciales votantes, quienes han lanzado un mensaje fuerte y preciso: las reglas de la casa deben ser reescritas. Y dicen claramente que no, esta casa no es un hotel.

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