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Inteligencia artificial
“No somos robots”: las empresas entregan la gestión de la mano de obra a las máquinas
El día anterior había recibido un correo en el que el algoritmo le advertía que sus “niveles de servicio” habían bajado. ¿Será por algún pedido rechazado? ¿Porque tardó algunos minutos más en entregar la comida o llegó fría? Al igual que otros riders, Nuria no sabía qué es lo que había llevado al algoritmo a bajarle la puntuación. Lo que sí sabía, como saben todos los riders, es que si baja la puntuación bajan los pedidos y, si no consigue remontar, un día el algoritmo la iba a desconectar.
Por eso Nuria no había soltado sus horas en aquella noche de tormenta en Barcelona y salió con el chubasquero a cumplir su “misión”. Cuando llueve, los pedidos aumentan: lo último que necesitaba es que el algoritmo le quitara puntos por no repartir en alta demanda. Después de subirle la cena a un cliente, la aplicación dejó de funcionar. El móvil estaba empapado y no podía decirle al algoritmo que el pedido estaba entregado, los minutos pasaban y su puntuación caía a cada minuto. No había, por supuesto, ningún número al que llamar. Tenía que volver a casa, secar el móvil y marcar el pedido como entregado. Pedaleaba a toda velocidad a pesar de que no se veía nada a dos metros de distancia. A punto estuvo de tener un accidente con un coche. Al final, entre la angustia, la ansiedad, la tensión y el susto, consiguió marcar el pedido.
“Lo que vemos no es un ejército de robots, sino un ejército de trabajadores precarios, esclavos y sin derechos dirigidos por algoritmos”
Han pasado unos cuantos años desde entonces, pero ese día de tormenta sigue estando muy presente en la vida de Nuria Soto, una de las fundadoras de Riders X Derechos y autora del libro Riders on the Storm (2023), un trabajo realizado en el marco de una investigación de La Laboratoria sobre la uberización de la economía y de la vida.
“Me preocupé más por los tiempos del pedido que por mi propia seguridad. Hasta ese nivel me había penetrado el algoritmo”, sostiene esta activista e investigadora. La experiencia de la tormenta condensa mejor que cualquier tratado los cambios experimentados en el mundo del trabajo en la última década, una revolución que ha comenzado a entregar la gestión del trabajo humano a los algoritmos con un único objetivo, afirma Soto: “Llevar a una persona al máximo de su rendimiento, sin importar nada más”.
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Pero el algoritmo que convierte a cada trabajador en un “número” no tiene alma, dice esta investigadora, solo es un complejo armazón matemático de tareas que permite resolver problemas y conseguir objetivos definidos, todo ello según el diseño de la empresa. Desde las plataformas más básicas de gestión del trabajo a las aplicaciones que incluyen inteligencia artificial y aprendizaje automático, la economía del algoritmo ha llegado para quedarse. La contratación, la gestión de la productividad, incluso los despidos, son algunas de las tareas asumidas progresivamente por algoritmos.
“Me preocupé más por los tiempos del pedido que por mi propia seguridad. Hasta ese nivel me había penetrado el algoritmo”
Estos cambios no afectan solo a los riders. La revolución de los algoritmos está transformando cada vez más sectores: desde hace años se ha hecho con el comercio electrónico (Amazon, Alibaba), con el transporte de pasajeros (Uber, Cabify, Bolt) y con el alquiler de viviendas turísticas (Airbnb). También ha entrado de lleno en la moderación de contenidos y otras microtareas digitales (Meta, Amazon Mechanical Turk), en la limpieza, en los cuidados de mayores y de niños (Webel, Doméstico24, Cuideo), en tareas de bricolaje (Task Rabbit), en los trabajos profesionales independientes (Freelancer, Fiverr, Upwork), en las clases particulares, en la psicología, la fisioterapia y los cuidados médicos, en los servicios de camareros, guías turísticos, cocina, fontanería, incluso en el trabajo sexual. Sin olvidar, por supuesto, a los generadores de contenido en webs especializadas, redes sociales y plataformas como Spotify, entre tantos otros que cobran por visualizaciones o reproducciones condicionadas por los caprichos del algoritmo.
El trabajo a través de las plataformas digitales no ha dejado de crecer en los últimos años. Según la Comisión Europea, en 2025 habrá 43 millones de personas en la región que trabajen a través de estas aplicaciones. Con una definición más amplia, hasta el 22% de la población de Estados Unidos en edad de trabajar ha ofrecido algún tipo de mercancía o prestación de un servicio a través de una plataforma digital, según la OIT.
Pese a los augurios y previsiones, por ahora no hay drones llevando los pedidos a domicilio ni se ha experimentado todavía una gran pérdida de empleo por la sustitución tecnológica. Lo que sí se ha producido, y parece imparable, es la utilización de los algoritmos, el big data y la IA para “incrementar las condiciones de explotación de los trabajadores”, subraya Josefina L. Martínez, autora de Amazon por dentro (CTXT, 2024). “Lo que vemos no es un ejército de robots, sino un ejército de trabajadores precarios, esclavos y sin derechos dirigidos por algoritmos”, afina.
“Cuesta dimensionarlo”, dice Felipe Díez, otro de los históricos de Riders X Derechos y autor de la tesis Mi cuerpo es mi empresa (2022), pero ya existen sectores completos del mundo del trabajo y la economía que “están organizados por algoritmos, por jefes programados para cumplir sus funciones de manera eficaz y con los que no se puede conversar, ya que no entienden de regulación laboral, problemas personales, enfermedades, contratiempos ni responsabilidades familiares”.
En el nuevo mundo de las plataformas, las palabras “salario”, “baja”, “vacaciones”, “horario laboral”, “horas extra”, “convenio colectivo” o incluso “despido” han dejado de tener sentido
La revolución de los algoritmos, de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático está comenzando a hacer realidad uno de los grandes sueños del gran capital: desligar del trabajo todas las palabras que antes estaban íntimamente unidas a él. En el nuevo mundo de los algoritmos y plataformas digitales, las palabras “salario”, “baja”, “vacaciones”, “horario laboral”, “horas extra”, “convenio colectivo” o incluso “despido” han dejado de tener el mismo sentido o han dejado de tenerlo en absoluto.
El secreto del éxito
Pese a lo que le habían dicho, M. trabajaba diez horas diarias para la ETT Quality, una de las subcontratas que utiliza Amazon en España. Cada jornada comienza cuando enciende la app. Lo que pase antes, incluida la media hora que necesita para llenar la furgoneta de paquetes, no cuenta. El algoritmo le va marcando la ruta y las cien paradas que debe realizar al día para entregar 150 paquetes de media, siempre con la presión de que podría perder el trabajo si no cumple con el algoritmo. Sin posibilidad de parar ni media hora a descansar o para comer y haciendo malabarismo para hacer sus necesidades —no puede mear en una botella como hacen muchos de sus compañeros—, debe conducir mientras habla con los clientes y hacer caso a lo que le dice el algoritmo. Las multas de tráfico, habituales en esas condiciones de trabajo, se llevan el 20% de su sueldo. Después de terminar su contrato de 11 meses, se va un mes “a casita” y, a la vuelta de las “no vacaciones”, le espera un nuevo contrato.
Con todo, tiene más suerte que los 3.688 trabajadores que Amazon no reconoce como suyos en España, pero que dedican toda su jornada a seguir las directrices del algoritmo de Amazon y a repartir cientos de paquetes con el logo de la sonrisa, eso sí, utilizando su propio coche y pagando su propia seguridad social. Todo ello bajo el estatus de “falsos autónomos”, tal como dictaminó la justicia española en dos macrojuicios perdidos por Amazon, el último en enero de este año.
La revolución de los algoritmos, de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático está comenzando a hacer realidad uno de los grandes sueños del gran capital
Y la situación en los almacenes no es mucho mejor. El algoritmo registra y controla hasta el último detalle y comportamiento de los empleados, cuánto tardan en realizar cada tarea asignada, cada descanso o microparada, cada pausa para ir al baño o para comer. El control se realiza a través de los escáneres, encargados de conectar el mundo físico con el digital. Con estos datos, el algoritmo genera métricas de rendimiento y avisos en tiempo real sobre escaneados de paquetes demasiado rápidos o demasiado lentos o tiempos de inactividad mayores a diez minutos, cuenta Josefina L. Martínez. En enero de este año, la Justicia francesa condenó a Amazon por un “excesivo control” de la mano de obra y le obligó a pagar una multa de 32 millones de euros.
Inteligencia artificial
Panorama Tecnología del futuro, explotación del pasado
El secreto del éxito del modelo laboral de Amazon, explica esta periodista, es la combinación entre la precariedad de la que se nutre el trabajo en los almacenes, muchas veces migrante, y el control tecnológico de la mano de obra para llevar al máximo el rendimiento, una combinación que les permite bajar los precios para acabar con la competencia y después actuar como monopolios. “No somos robots” se convirtió en el lema del movimiento sindical dentro de Amazon en Reino Unido, que denunciaba turnos de hasta 60 horas semanales, con cuerpos extenuados por el esfuerzo físico, con pies y espaldas destrozadas.
En enero de este año, la Justicia francesa condenó a Amazon por un “excesivo control” de la mano de obra y le obligó a pagar una multa de 32 millones de euros
La posibilidad de perder el trabajo si bajan las métricas lleva a una autoexplotación constante donde el periodo de prueba nunca se termina. “Tres informes negativos y ya te marcan para ser desechado”, cuenta Martínez. El hecho de que la mitad de los contratos en los almacenes de Amazon sean temporales —muchos aprovechándose de la modalidad de fijo-discontinuo— influye en esta precariedad supervisada por el algoritmo hasta el último detalle. “Los trabajadores salen rotos después de un tiempo en Amazon, no solo mentalmente, sino físicamente”, señala. Y todo esto por poco más de 1.300 euros brutos mensuales de media.
Unas cifras que podrían parecer incluso altas para otros empleos en plataformas digitales de trabajo. Según un estudio de la Universidad de València de enero de 2023, la mayoría de las personas que trabajan en este tipo de empresas cobran menos del salario mínimo.
Este estudio, que investigó las condiciones laborales en Uber, Glovo, Upwork, Freelancer, Fiverr y TaskRabbit, encontró “indicios de infrarremuneración, horarios y jornadas poco deseables, así como la exclusividad con la plataforma de trabajo, la existencia de horas de espera no remuneradas y la práctica de pagar para trabajar”.
Estas condiciones son especialmente duras en el sector del reparto a domicilio, donde más del 74% de los trabajadores cobran menos del salario mínimo y las jornadas se pueden extender a más de 12 horas diarias. “El límite de ocho horas que fija nuestra legislación laboral no existe en el mundo de las plataformas”, asegura Nuria Soto. Según Felipe Díez, también ex rider, la remuneración media de los repartidores es de tres euros por pedido. A eso habría que descontar los gastos de actividad asumidos por el trabajador: la cuota de autónomos, los gastos asociados al móvil, a la bicicleta y sus reparaciones y el pago inicial de 60 euros por la bolsa con el logo de la compañía.
Cuidado con lo que deseas
A mediados de marzo, una subcontrata de Meta en Barcelona —Telus, con 70.000 personas empleadas en todo el mundo— ofrecía decenas de puestos para moderar contenidos en Facebook. A primera vista, parecía un trabajo más que deseable: contrato indefinido en un local moderno equipado con Play Station, mesa de ping pong, espacios para yoga o meditación guiada, “entrega periódica de fruta”, entre otras ventajas y posibles bonificaciones y ascensos. La única pega, el trabajo. Los moderadores de contenidos de Facebook describen desquiciantes jornadas de visualización de vídeos que incluyen violaciones, decapitaciones, pornografía infantil, tortura o suicidios en directo. El algoritmo hace un primer barrido y elimina contenidos que infringen las normas de Meta gracias a la utilización de la inteligencia artificial y modelos de aprendizaje automático. Otros contenidos, “los más perjudiciales para los usuarios de Facebook”, dicen desde Meta, son remitidos a un ejército de moderadores humanos “para que los analicen en detalle y tomen una decisión sobre ellos”.
Un estudio de la Universidad de València investigó las condiciones laborales en Uber, Glovo, Upwork, Freelancer, Fiverr y TaskRabbit, y encontró “indicios de infrarremuneración, horarios y jornadas poco deseables”
El algoritmo va surtiendo las imágenes al puro estilo de La Naranja mecánica y, tras la visualización completa, los moderadores deben calificarlos. “Mi familia ha cambiado. El estrés que siento es enorme”, “Las personas se rompen”, “No sabía de qué eran capaces los humanos”, “Ya no puedo funcionar con normalidad”, “En mi cabeza ahora solo hay muerte” son algunas de las frases incluidas en las denuncias públicas de trabajadores contra Facebook. Estas tareas han provocado casos de depresión, ansiedad, estrés, entre una larga lista de trastornos en la salud mental. Algunos de estos han acabado en juicios contra Meta, como el que ganó un antiguo moderador en enero de 2024 contra esta subcontrata.
Lo que parecía una gran oportunidad de promoción y estabilidad se convierte para muchas personas empleadas en tortura. En la empresa de Jeff Bezos, cuenta la autora de Amazon por dentro, las consignas de los primeros días, donde los empleados son parte de la familia, “casi socios de la empresa”, se olvidan pronto. Los contratos basura y temporales por horas o estacionales se presentan, según la propia compañía, como oportunidades para cuidar a la familia o descansar con unas buenas vacaciones. “Te presentamos a Shahab y trabaja unas horas porque su principal ocupación es mimar a sus nietos”, “Ella es Lisa y trabaja solo en invierno porque en verano busca las mejores olas”, dicen los vídeos que captan operarios temporales de almacén.
Es también lo que le ocurrió a Nuria Soto cuando comenzó a trabajar como rider para Deliveroo en 2017. Al igual que otras plataformas, hablaban del trabajo como “un hobby orientado a estudiantes y gente joven que le gusta montar en bici”, personas que buscan una actividad complementaria y flexible para generar ingresos. “¿Quién hubiera podido imaginar que, en el fondo, las grandes plataformas no iban a ofrecerte un hobby con algo de paguita sino un nuevo modelo económico y laboral que ha venido para quedarse?”, reflexiona Soto en Riders on the Storm.
El primer choque con la realidad llegó cuando tuvo que darse de alta de autónoma, paso imprescindible para activar la app. Unos 50 euros al mes los primeros seis meses de tarifa plana se convirtieron rápido en una carga de 300 euros. “Éramos, en definitiva, falsos autónomos —dice—, una fórmula que ocultaba toda una estrategia para pasar por encima de nuestros derechos laborales”, con una batería interminable de obligaciones por parte de los trabajadores y ninguna obligación por parte de la empresa: “La app estructuraba todo nuestro trabajo hasta el detalle más ínfimo —franjas, turnos, horas, pedidos, zonas—, fijando de manera unidireccional las condiciones en las que teníamos que repartir”.
A Nuria le tocó vivir la transformación de las empresas de reparto a domicilio a medida que el negocio crecía de forma exponencial. De un día para otro, ya no había un mínimo de ocho euros la hora sino que se pagaba a destajo, es decir, “todo el mundo debía cruzar los dedos para que saltara un pedido” y competir con los otros repartidores para cazar horas sueltas que otros repartidores no podían asumir. También desaparecieron los centroides, zonas de descanso donde los riders confraternizaban, ponían en común sus miserias y organizaban la resistencia contra las grandes plataformas. No se trataba solo de aumentar el beneficio, sino también de desarmar los puntos de encuentro y de cooperación entre trabajadores, que en esos años empezaban a dar problemas a las plataformas. Todos los líderes de Riders X Derechos, incluidos Nuria Soto y Felipe Díez, fueron desconectados en estos tiempos de mutación de las plataformas.
Todos los líderes de Riders X Derechos, incluidos Nuria Soto y Felipe Díez, fueron desconectados en estos tiempos de mutación de las plataformas
Mientras estas empresas crecían a toda velocidad —precisamente “gracias a este modelo de coste cero en contrataciones y pagos por pedido”—, las plataformas dejaron de presentar el trabajo como un “hobby para estudiantes”. Los repartidores se convirtieron en “emprendedores que se subían a la bici para convertirse en protagonistas de su propia empresa”.
En pocos años ya no quedaban casi estudiantes ni jóvenes interesados en tener un ingreso complementario en estas plataformas de reparto, cuenta Soto. La enorme mayoría de los repartidores desde entonces son migrantes precarios, la gran parte de origen latinoamericano, con una gran presencia de población venezolana, que trabaja como rider a tiempo completo.
El algoritmo te quiere (desconectar)
Cada vez son más las empresas que utilizan los algoritmos y la IA para la selección de mano de obra, para disciplinarla y para despedirla. Es el caso de Amazon, que lleva trabajando desde 2014 en tecnología de selección automática en recursos humanos. Aunque abandonó temporalmente el proyecto después de que trascendiera que el algoritmo solo contrataba hombres, este ha sido retomado, según un documento confidencial de Amazon de 2021. El sistema, llamado Evaluación Automatizada de Solicitantes, utiliza tecnología de aprendizaje automático para predecir el éxito de las personas candidatas en los diferentes puestos ofrecidos. Aunque la selección final la realiza un equipo humano, la propia compañía reconoce que este grupo se basa en la selección previa realizada por el algoritmo.
El disciplinamiento, las penalizaciones y los procesos de despido son otros terrenos donde las empresas han aupado al algoritmo como nuevo gerente. El escándalo saltó en 2019 cuando se supo que 300 empleados de Amazon en EE UU, el 10% de la plantilla de un almacén, habían sido despedidos por “falta de productividad”. Lo curioso del tema es que la decisión había sido tomada sin intervención humana. Según el medio The Verge, cuando el algoritmo detecta que un empleado procesa menos paquetes de los que debería según sus variables, “genera automáticamente advertencias e incluso procesa automáticamente despidos, sin la intervención de los supervisores”.
El disciplinamiento, las penalizaciones y los procesos de despido son otros terrenos donde las empresas han aupado al algoritmo como nuevo gerente
También ocurrió en 2021, cuando el dictamen de un algoritmo de Xsolla, la filial rusa de una empresa estadounidense de software y videojuegos, decidió el despido de un tercio de su plantilla en Perm y Moscú, 150 empleados “improductivos” y “poco comprometidos” con los objetivos de la empresa. El CEO de la compañía dijo no estar de acuerdo, pero se escudó en los protocolos internos que teóricamente lo obligaban a obedecer el fallo del algoritmo.
Los despidos en las plataformas de reparto, de transporte de pasajeros o cualquiera donde reina el modelo de falso autónomo, son todavía más expeditivos al no existir una relación laboral reconocida. Los sistemas de reputación, apunta el antiguo rider e investigador Felipe Díaz, son la vía que utiliza la empresa para medir el rendimiento de cada trabajador, presionarlo para que se esfuerce más y para decidir el momento de su desconexión.
La reputación es la clave del control que ejerce la empresa sobre el empleado o “colaborador”, como prefieren llamarlo las plataformas. Esa puntuación es la parte más visible del algoritmo y la que determina el número de pedidos que recibe un rider, la franja horaria a la que puede optar o si finalmente es desconectado por la app.
Esta puntuación mide el grado de cumplimiento de las decenas de obligaciones y directrices que imponen las plataformas. Si no se trabaja en horas de alta demanda o fin de semana, si se tarda más en recoger un pedido del restaurante o en entregarlo al cliente, si hay una queja de cualquiera de ellos, si no se tiene el móvil bien cargado, si no se estaba en la zona indicada, la puntuación cae. “Estaba claro que resultaba mucho más fácil perder puntos que recuperarlos”, cuenta Nuria Soto. “Supuestamente éramos nuestros jefes y nunca me he sentido tan vigilada en un trabajo”, dice. Pese a que la Ley Rider obliga a hacer públicos los algoritmos, todavía está muy lejos de hacerse realidad. “Muchas personas, antes de entender el algoritmo, lo sufrimos”, resume.