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Fronteras
Del paraíso del Caribe al infierno de las deportaciones: Punta Cana se resiste a la caza de personas migrantes
Estamos a menos de cinco kilómetros del aeropuerto de Punta Cana. A siete kilómetros de alguna de las playas caribeñas y azulísimas que presentan el ensueño de unas vacaciones de lujo y resort a ritmo de pulsera all included. A diez kilómetros de Playa Bávaro con todos sus hoteles más populares, muchos de ellos españoles, donde tanta gente va cada año a desconectar del mundo y a no conectar con nada fuera de ese hotel y del entusiasmo turístico.
En ese sitio vive y habla Yomaris. Está en un pequeño, muy pequeño cuarto donde vive con sus tres hijos. Cuenta que no puede dormir, que lleva semanas en vela. Aunque no dijese nada, su cara muestra una gran preocupación, estrés. Explica que su marido fue deportado a Haití y que ella no se atreve a salir de casa por si le pasa lo mismo.
Qué sería de sus hijos si se la llevan también a ella al país vecino y quedaran aquí solos. Sin su marido, la familia no ingresa ni un peso y ella, como le está pasando a muchas personas haitianas en República Dominicana, ya no se atreve a salir en busca de trabajo por no correr la misma suerte que su pareja.
Migración
Fronteras 2024, otro año de guerra contra las personas que migran
El 2 de octubre de 2024, el gobierno de República Dominicana anunció un plan para deportar a Haití a 10.000 personas migrantes por semana y no se ha hecho esperar para ponerlo en marcha. En el país hay más de medio millón de haitianos viviendo y la mayoría están sin documentación que regule su situación.
Punta Cana es un sitio crucial en todo esto porque muchísimas son las personas originarias de Haití que aquí llevan décadas: es una región con mucho empleo, llena de dinero del turismo y en constante crecimiento. Un crecimiento que necesita la mano de obra barata de quienes no tienen derechos laborales. Mano de obra para construir los edificios y para limpiar casas y hoteles.
La dificultad de regularizar la situación para los migrantes haitianos
Al mismo tiempo, muy pocos son los haitianos que tienen papeles en República Dominicana por la casi imposibilidad de conseguirlos: hay un laberinto de trabas burocráticas y normas que llevan a personas a pasar décadas en el país sin poder tener nunca esos documentos.
Incluso hay muchas personas que han nacido en República Dominicana, pero se mantienen en el colectivo de ser migrantes haitianos, sin haber pisado nunca Haití, sin haber migrado en su vida. Son, básicamente, personas apátridas que, eventualmente también podrían ser agarradas por la policía en la calle, y transportados a la fuerza a Haití, sin conocer ese país. Al mismo tiempo, muchas personas desde Villa Playwood se quejan de que no solo República Dominicana los maltrata. Sino que el gobierno haitiano no hace nada por ellas, ni siquiera facilitarles hacer unos documentos que permitan a la gente dejar de ser apátridas en un mundo regulado por las diferencias entre naciones.
Ese sitio, tan cerca de algunas de las mejores playas de los resorts all included, está lleno de familias como la de Yomaris. En muchos cuartos, convertidos en casas de familias, viven mujeres “recién paridas”, como ellas mismas explicarán, contando su situación con bebés recién nacidos. Explicarán que han visto que el padre de la criatura que estaba creciendo en sus cuerpos, fue atrapado con violencia por la calle en las últimas semanas, y deportado al país vecino, del que volver es muy complicado.
La policía de migración agarra a las personas cuando pasean por la calle, cuando vuelven de trabajar o cuando van, si salen a comprar a la tienda… incluso se cuela en sus casas por la noche
La policía de migración agarra a las personas cuando pasean por la calle, cuando vuelven de trabajar o cuando van, si salen a comprar a la tienda… incluso se cuela en sus casas por la noche, cuando duermen para que sea más complicado escapar. Lo relatan muchas voces desde Villa Playwood, en los estrechísimos pasillos que separan unos cuartos de otros.
“Acabo de ver a una mujer gritando mucho. La policía migratoria la quería atrapar y meterla al furgón y ella suplicaba que no lo hicieran que sus hijos estaban en la escuela y que no tenían a nadie más para cuidarlos”, explica Frisien, un hombre que llegó hace 20 años de Haití y que sí cumple los requisitos para poder llegar a regular su situación, pero no tiene cita hasta dentro de muchos meses para ello, lo que también le deja en una situación de vulnerabilidad, mientras tanto.
Y en este contexto, aparecen tres mujeres llenas de energía: son Mildre, Elena y María. Tres mujeres unidas, de forma espontánea, por sus caracteres, sus iniciativas, sus “no saber ver las injusticias y quedarse quietas”... que han ido conformando en este momento de emergencia un Comité de Protección en Villa Playwood para ir aliviando el hambre de estas mujeres con hijos que tienen a sus maridos deportados; o de las personas atrapadas por la policía, a la fuerza por las calles y encerradas durante horas en camiones al sol.
La unión de Mildre, Elena y María
Mildre Vargas es trabajadora social experta en migraciones. Tras años trabajando en la frontera de República Dominicana y Haití lleva ahora un tiempo gestionando un proyecto en Punta Cana contra la trata de mujeres, como parte de Save The Children. Si la prostitución es un problema en el mundo que ataca la libertad de miles de mujeres, lo que llaman el ‘turismo sexual’ es una lacra que afecta a muchos países del mundo y resulta que República Dominicana es uno de los países del mundo que más visitantes reciben que tienen este objetivo en su viaje, tal y como han alertado muchos organismos internacionales como el World Economic Forum. También el gobierno dominicano ha puesto la mira en este problema.
Para acceder a Villa Playwood y contar con la confianza de las familias, para que se atrevan a denunciar casos de tráfico sexual (que, en muchas ocasiones, utiliza a menores de edad), Vargas tiene varias bazas. Por un lado, da charlas de sensibilización en centros educativos para que los y sobre todo las jóvenes, sepan identificar si están siendo víctimas de trata sexual o alguien que les ronda está intentando que tenga una relación con un hombre por este motivo. Y también se valió de dos mujeres que llevan tiempo ayudando en el barrio: María y Elena.
María Isabel Leonardo, por su parte, lleva casi dos décadas gestionando una escuela en el barrio de Villa Playwood. La única escuela que hay en la zona y en donde todo el mundo tiene acceso a estudiar. Esto se traduce a que los niños y niñas de origen haitiano, cuyos derechos básicos están atacados por el hecho de ser originarios del país vecino (o porque han nacido con los derechos arrebatados porque sus padres sean de Haití), no tengan acceso a escuelas públicas cerca de su casa. Solo la escuela de María da esa oportunidad.
Opinión
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María fue elegida líder comunitaria hace 20 años. Dice que ella no quería pero está claro que sus vecinos y vecinas le vieron madera de la líder que necesitaban para afrontar los problemas de esas calles polvorientas tan cerca de resorts lujosos. Y ella asumió ese cargo con toda la responsabilidad que conlleva. Tanto que desde que es líder comunitaria ha estudiado dos carreras universitarias.
Cuando en 2006 ella arrancó esta tarea de líder, como vecina se dio cuenta que un gran problema era que muchos menores no estaban escolarizados y convirtió la educación en una prioridad. Más tarde, comentará Elena, hablando de esta escuela que, “en los tiempos en los que vivimos, donde la comunicación se basa en gran parte en la lectura y en la escritura, no saber leer, ser analfabeto es como tener una discapacidad que impide a las personas resolverse en la vida por sí solos”.
María cuenta su historia en el patio de la escuela que recibe en total a 280 niñas y niños. Mientras lo cuenta, se escucha todo el bullicio de las varias aulas donde hasta 40 alumnos por clase se aglutinan para aprender las lecciones de las maestras.
“Varias de las maestras tienen otro trabajo en escuelas donde ganan su dinero y luego, cuando acaban, vienen aquí donde podemos pagarles un sueldo muy escaso, pero ellas quieren colaborar y ayudar en la alfabetización de las niñas y niños del barrio”, explica María que está cubriendo un hueco esencial que el estado se ha negado a respetar: el del acceso a la educación de todas las personas.
Por su parte, Elena Etienne tiene una pequeña tienda en Villa Playwood donde vende ropa, bisutería y calzado. Ella es haitiana pero sí ha logrado regularizar su situación, por lo que vive en el país de forma legal. Ese privilegio que ella tiene frente a la mayoría de habitantes de Villa Playwood lo ha usado para ayudar a sus compatriotas. Gracias a saber bien el idioma creole y a que pasa las horas en su tienda, puede comprender a fondo las realidades del barrio y conocer las necesidades y ahí ha sido de gran ayuda a Mildre para identificar posibles casos de trata.
En los últimos dos meses, la presencia en Villa Playwood de estas tres mujeres tan activas ha sido esencial para poder conocer cómo las deportaciones constantes marcan la vida de la gente. Cómo estas deportaciones destruyen familias. Y también para poder identificar qué familias son las más vulnerables y las más necesitadas de ayuda.
Qué hace el comité de protección de Villa Playwood
Varios son los frentes que encuentra este Comité de Protección (donde más personas están dando apoyo con diversas formas, que las tres mujeres mencionadas) en una situación de emergencia que ha surgido tras el anuncio del gobierno el pasado mes de octubre.
Varias veces a la semana la policía de migración se adentra en los barrios de mayoría haitiana para, literalmente, atrapar a las personas, meterlas en camiones, y tras varias horas, deportarlas al país vecino. Es común que lleguen avisos a menudo explicando que la policía migratoria está atrapando gente, o mujeres que cuentan que se han llevado a su marido recientemente.
El Comité de Protección de Villa Playwood se ha organizado en tiempo récord para hacer lo que puedan con las pocas manos que tienen. Han llevado la información más allá, informado a colectivos ubicados en Santo Domingo y conseguido apoyos de instituciones reconocidas. Los apoyos son pequeños por ahora pero han tenido un gran impacto. Solo entre el 27 de noviembre hasta el 2 de diciembre, lograron llevar alimentos nutritivos y vitaminas a unas 150 personas. El 18 de diciembre Mildre vuelve a compartir feliz que han recibido más kits alimenticios para repartir de nuevo. Quienes están recibiendo el apoyo son familias sin ingresos, la mayoría de mujeres, muchas de esas mujeres con bebés recién nacidos.
Varias veces a la semana la policía de migración se adentra en los barrios de mayoría haitiana para, literalmente, atrapar a las personas, meterlas en camiones, y tras varias horas, deportarlas
Al mismo tiempo, otra de las iniciativas que llevan a cabo cuando consiguen los recursos para ello es proveer de agua y “galleticas” a las personas atrapadas en los camiones durante horas, con este calor. Piden permiso a los policías para, por las rendijas de las camionetas donde la gente aguarda a ser deportada, repartir agua y alimento. La espera puede ser de horas. Horas bajo el sol que, en esta región del mundo casi nunca se cansa de brillar. Con su ayuda intentan que esa espera sea menos tortuosa.
Del proceso, lo que llama la atención son las formas. Como explica Mildre Vargas, que es la coordinadora del proyecto y también trabaja para Save the children, República Dominicana es un país soberano y tiene derecho, por su legislación, a deportar a personas cuando están indocumentadas. Sin embargo, cada una de esas deportaciones incumplen con los derechos humanos y otras leyes, como las que protegen a los menores, en diferentes formas.