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Falsos autónomos
Las plataformas digitales no se regulan, se colectivizan
El proyecto de ley de Yolanda Díaz para cambiar el estatus de los trabajadores de plataforma es conservador: promueve su adaptación a métodos cibernéticos de organización tiránicos y evita imaginar métodos de coordinación social alternativos.
Partamos de aquello que la literatura ortodoxa omite con frecuencia: existe una correlación positiva entre el auge de las plataformas digitales y la crisis financiera de 2008. De un lado, un enorme ejército industrial de reserva flotante ávido de encontrar ingresos adicionales en un momento en el que en España existían más de tres millones de desempleados, la mayor cifra de la historia. De otro, gracias a tasas de interés negativas, la necesidad de los grandes capitales por incrementar la rentabilidad de sus operaciones apostando por start-ups que tuvieran costes laborales reducidos. Junto a la herencia taylorista de alcanzar la máxima eficiencia mediante la organización científica del trabajo y el desarrollo de softwares capaces de cuantificar a cada individuo en base a sus operaciones, el sistema de explotación capitalista ha evolucionado hasta un punto que la izquierda tradicional no es capaz de imaginar y mucho menos ofrecer respuestas progresistas.
La década de 1960 estaba a punto de llegar a su indómito final cuando los primeros sistemas de información basados en ordenadores entraron al espacio de trabajo con el desarrollo de los microchips; los cuales alcanzaron un uso masivo en el momento en que el PSOE firmaba la reforma laboral del 1984. Debido a las propias contradicciones internas del capitalismo, la tendencia a largo plazo de la introducción de estas tecnología en las empresas tuvo como consecuencia una dramática reducción de la plusvalía. Sumidos en una feroz competencia con sus rivales, los capitales individuales respondieron a esta coyuntura con la extensión e intensificación del trabajo. La conclusión parece sencilla: la tecnología, en particular los métodos para ajustar la producción, no desembocaron en la sustitución de la fuerza de trabajo por máquinas o robots, sino en que los capitalistas desplegaran tácticas como la reducción del tiempo de descanso para aumentar la productividad.
Sea encadenados a brazaletes inteligentes en los almacenes logísticos de Amazon o sometidos mediante aplicaciones durante el reparto de mercancías, el conflicto contra el capital al que se enfrenta la fuerza de trabajo en la actualidad es similar al de antaño
Sea encadenados a brazaletes inteligentes en los almacenes logísticos de Amazon o sometidos mediante aplicaciones durante el reparto de mercancías, el conflicto contra el capital al que se enfrenta la fuerza de trabajo en la actualidad es similar al de antaño. O cómo se entiende, si no en el contexto de un conflicto por la distribución plusvalor, la centralización del capital mediante fusiones y adquisiciones en la plataformas de reparto. La autoridades de competencia británicas permitieron recientemente que Amazon se hiciera con Deliveroo, quien al igual que Uber ha iniciado conversaciones para comprar la start-up española Glovo. También los consejos de adminitración de Just Eat y Takeaway.com han llegado a un acuerdo para combinar ambos negocios de entrega de alimentos en Europa. Ambas han tratado de hacerse con Grubhub, la tercera plataforma de reparto más grande de EE UU, la cual Uber también está tratando de adquirir.
Todas estas empresas comparten una máxima, la explotación del trabajo mediante desarrolladas tecnologías digitales. Aquello que los voceros de la industria han llamado “revolución digital” debe ser entendido como un resultado (no una causa) de las relaciones de propiedad capitalista, es decir, de la necesidad de las firmas de aumentar la rentabilidad, en muchos casos para servir a sus accionistas, en un contexto de enorme competencia. Y si existe una novedad, esta hemos de buscarla en la proliferación de sensores intensivos en datos conectadas a Internet, incluidos los integrados en los teléfonos inteligentes que permiten a los capitalistas recopilar todo tipo de datos y vigilar a la fuerza de trabajo mediante sus aplicaciones.
Algunas voces académicas señalan que los sistemas de reputación de estas plataformas colocan al consumidor en el rol del manager, otras van más allá y apuntan que dichos datos actúan como un input en un proceso cibernético de retroalimentación capaz de disciplinar a mano de obra a demanda sin la necesidad de un gerente humano para mejorar su rendimiento laboral. En cualquiera de los casos, la estrategia de las firmas tiene como objetivo último conectar de manera algorítmica el proceso de producción con la demanda del mercado. Ocurre gracias a que el considerable ejército de reserva permite que el salario medio caiga en picado debido a que existen grandes cantidades de individuos dispuestos a asumir la precarización y la flexibilización del trabajo, pero también debido a que las tecnologías digitales promueven conductas laborales que cumplen con reglas previeamente definidas mediante el análisis de datos para reducir al máximo los costes operativos de la firma.
En un contexto marcado por la sofisticación tanto de las tecnologías digitales como de los métodos de control y la organización del trabajo taylorista, la izquierda ha aprovechada su histórica llegada al Gobierno para limitarse a impulsar la agenda tradicional de mejorar los salarios, recuperar derechos laborales y reivindicar la autonomía personal de los trabajadores; una idea a la que el propio Taylor no se oponía de manera directa, pues no era necesariamente contradictoria con el control gerencial que defendía su método. De hecho, en una reunión reciente con representantes de los sindicatos RidersxDerechos y UATAE, la ministra de Trabajo defendió el proyecto de ley que impulsa para que los mensajeros sean considerados asalariados y no autónomos; una propuesta similar a la que ha propuesto Pascal Savoldelli, diputado francés del Partido Comunista.
De acuerdo a este pensamiento unidimensional parece no poder existir ningún mundo distinto al del trabajo. “Soy una defensora de la redefinición de una sociedad basada en el trabajo, y en el trabajo de calidad. Y el trabajo es todo: el trabajo es escribir poemas, el trabajo es ser música, o maestra, o peluquera o limpiadora,” decía Yolanda Díaz en una conversación con este mismo medio. Si las plataformas digitales han sustituido a las fábricas creando un mundo de autónomos, la propuesta de la ministra de IU aboga por lo que en la práctica es emplear los mecanismos del Estado para mejorar ligeramente la condición del trabajador dentro del ejército industrial de reserva, permitiéndole pasar de estancado a flotante entre la población sobrante. ¿Qué pasará si los 20 millones de dólares al mes que Uber destina a tecnologías de autoconducción terminan con los conductores? ¿O si los drones de reparto o los zepelines con los que Amazon testea el reparto de mercancías hacen innecesaria a toda esa mano de obra?
Gobierno de coalición
Yolanda Díaz: “Nuestro país vive una reforma laboral permanente desde el año 84”
Desde el comienzo de la crisis por la pandemia del covid-19, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, tuvo claro que la prioridad era evitar la “flexibilización externa”, es decir, los despidos masivos que siguieron al estallido de la burbuja en 2008. En la entrevista, Díaz está mucho más cómoda hablando de bases de cotización y del modelo productivo que sobre lo que pasa en el Consejo de Ministros.
Al margen de para disciplinar a la fuerza de trabajo, la recolección de datos que llevan a cabo estas empresas sirve para entrenar diariamente a sistemas inteligentes que en el peor de los horizontes tienen como fin sustituir al trabajador. Por eso, incluso si la acción conjunta de la ministra y los sindicatos (¿alguien espera algo de UGT, que ha firmado un acuerdo para formar a sus cuerpos con Google Actívate?) lograran que la monitorización en el puesto de trabajo no desembocara en la discriminación de la fuerza laboral, a duras penas podría evitar que a largo plazo esos datos sirvieran para hacerla prescindible. Además de no tener en cuenta que la rentabilidad es un elemento central en las estrategias empresariales que actúa como elemento de regulación turbulenta de la oferta y demanda, una agenda meramente centrada en el trabajo es incapaz reimaginar las instituciones y aprovechar el desarrollo actual de las tecnologías para ir más allá y empoderar a los trabajadores. ¿Acaso no es una filosofía conservadora tratar que los trabajadores se adapten a este mundo, pero con un salario ligeramente mayor?
Incluso si la acción conjunta de la ministra y los sindicatos lograran que la monitorización en el puesto de trabajo no desembocara en la discriminación de la fuerza laboral, a duras penas podría evitar que a largo plazo esos datos sirvieran para hacerla prescindible
Más que transformar la realidad, esta aproximación aparentemente progresista hacia las plataformas digitales obliga a los trabajadores a cambiarse a sí mismos. La formas de organización de la fuerza de trabajo, asentadas bajo aspectos como la gamificación de los incentivos salariales, los métodos de reputación o gratificación y los sistemas de notificación automáticas que emplean las empresas (todos ellos adaptables a la legislación laborales), modifican el comportamiento de los sujetos a fin de que se ajusten a las racionalidades que las compañías proyectan sobre ellos y a sus estrategias corporativas. Aunque sean asalariados, estas empresas van a seguir empleando la tecnología para medir el sueño, los ingresos, el gasto, cada segundo de trabajo y procesando estos datos a fin de conseguir una enormes masa de trabajadores descualificados que repiten de manera eficiente tareas rutinarias. Al mismo tiempo, ello debilitará su poder de acción colectiva debido a la enorme competencia en el mercado laboral. Además, existen evidencias de que este modelo se está extendiendo a otras áreas, incluidos los servicios de salud, la enseñanza, los servicios legales y una amplia variedad de tareas manuales y de mantenimiento.
En definitiva, la vieja izquierda (representada en todo su esplendor por Díaz) obvia completamente los procesos de retroalimentación que tienen lugar dentro de la plataforma, los cuales establecen una relación de control cibernético basada en la división entre una pila que compone la infraestructura tecnológica (servidores, la nube, red) y la propia aplicación del móvil, que media la división del trabajo entre los ingenieros y los repartidores. Sencillamente, los segundos no pueden estar a disposición de lo que un capitalista encargue a los primeros. Los trabajadores, al igual que los ciudadanos, necesitan controlar el acceso a la infraestructura digital para transformar la realidad actual y el contexto en el que desempeñan su labor.
En general, la izquierda adolece de un problema de imaginación política porque cree que el mundo sigue siendo el mismo al de hace una década o incluso un siglo. En buena medida debido a su delirante inquina con el Estado, no ha dedicado ni un sólo segundo a pensar en cómo emplear las tecnologías para diseñar métodos de coordinación social, cooperación ciudadana e innovación social de una manera distinta a la establecida por las lógicas del mercado. Hasta ahora ha considerado aceptable y legítimo que los estratos más elevados de la clase social empleen estas aplicaciones simplemente para relacionarse con los niveles más bajos de una manera tremendamente injusta y egoísta. Grosso modo, la información que se genera mediante este feedback desemboca en descuentos personalizado en el precio del servicio para la parte superior y en recortes en el salario para la inferior. Desde luego, la solución no es simplemente facilitar una base salarial estable mientras se niegan la importancia de un ingreso mínimo vital.
La izquierda no ha dedicado ni un segundo a pensar en cómo emplear las tecnologías para diseñar métodos de coordinación social, cooperación ciudadana e innovación social de una manera distinta a las lógicas del mercado
Un cambio epistémico está en marcha, lo cual determina notablemente los términos del conflicto político. Si bien las instituciones se encuentran en un proceso de transformación que ha permitido a Podemos alcanzar el poder político, a menos que logre diseñar medios de coordinación distintos al Estado con la ayuda de la tecnología y transmitirselo a los ciudadanos de manera clara sus días estarán contados. Este es el terreno en el que se disputa la lucha contra sectores neoliberales y solucionistas como el que representan Nadia Calviño y Carme Artigas respectivamente.
Desde posiciones conservadoras como la que ambas defienden, al margen de cerrar filas sobre la posible derogación de la reforma laboral, pedir mayor flexibilidad y la “mochila austriaca”, se reclama la digitalización del trabajo mediante la aplicación del análisis de datos a un Portal de empleo de ámbito nacional que incluso podría llegar a ser europeo. A esto se refieren los voceros del BBVA Research, quienes están tratando de sacar partido de la epidemia desatada por el coronavirus para avanzar en la agenda conservadora empresarial, cuando hablan de crear un mercado laboral ‘on demand’ compuesto por trabajadores de cualquier sector al que las empresas puedan acudir a fin de apoyar a su cada vez más reducida masa laboral.
Resulta incomprensible que quienes reivindican a George Lakoff en el Congreso no entiendan que hasta sus movimientos políticos más exitosos forman parte de una estrategia reactiva. La izquierda debe de ver en el lenguaje orwelliano sobre la digitalización una ventana de oportunidad. Se trata de defender que las ganancias en eficiencia que proporcionan los sistemas digitales que ahora controlan al trabajador sin ayuda humana pueden ir más allá de la planificación de los mercados. El desarrollo de la inteligencia artificial como medio para sustituir el trabajo indirecto de gestión y planificación de la producción debe materializarse de manera distinta a la lógica de la producción capitalista. Esta postura es proactiva.
Para ello, al margen de la retórica, la izquierda debe entender que los ingenieros que ahora programan y objetivizan el capital en la máquina deben gozar de un apoyo público prolongado por parte del Estado para desarrollar tecnologías radicales. También que los ciudadanos tienen capacidad para relacionarse políticamente entre sí de una manera más directa de la que posibilitan los partidos políticos o sindicatos. De hecho, llevando un poco más allá esta idea, el Estado debiera limitarse a cuestiones como asegurar una capacidad computacional suficiente que permita aplicar métodos de machine learning a nivel local para fomentar la colaboración entre ciudadanos de manera muy distinta a la que promueve la dicotomía productor-consumidor presente en el reparto a domicilio.
Esta suerte de colectivización de las plataformas digitales no sólo desemboca en relaciones sociales horizontales, en lugar de verticales, sino que facilita soluciones locales, diseñadas a medida de las necesidades sociales, no del gran capital global expresado de manera cultural en la aplicación. Del mismo modo, la retroalimentación cibernética pasaría de perpetuar el sistema capitalistas actual a facilitar su transformación en líneas socialistas mediante la comunicación entre quienes detectan problemas sociales y quienes lo solucionan. Debe iniciarse un enorme debate ideológico en torno a estas cuestiones, y debe ocurrir cuanto antes.
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