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Sindicalismo social
Riders on the storm
Reproducimos a continuación algunos fragmentos del capítulo 2 del libro “Riders on the storm. Trabajadores de plataformas de delivery en lucha” de libre descarga aquí. Desde Cuadernos de Trabajo agradecemos enormemente a la Laboratoria y a Nuria Soto las facilidades que han puesto para publicar este capítulo, así como los aprendizajes para construir un nuevo sindicalismo de base capaz de transformarlo todo.
Para lograr que las movilizaciones cuajaran, fue necesario lograr coordinarse en un contexto laboral en el que las posibilidades de contacto eran mínimas. Todo empezaba en un punto de encuentro, un centroide al que el resto de zonas habíamos acordado acudir. El momento en el que estábamos esperando en uno de esos centroides y veíamos llegar en masa a los compañeros de otro centroide era realmente mágico; aunque muchos repartidores apenas nos conocíamos, enseguida nos fundíamos en un solo grupo. Aquellas escenas tan tremendamente humanas, fruto de la presencialidad, la coordinación y la cooperación, nos «sanaban» de los efectos de ser reducidos a simples números por un entorno de trabajo impersonal y puramente digital.
Consciente o inconscientemente, estábamos venciendo al recurrir a unas armas que en cualquier lucha anterior venían dadas de antemano pero nosotros debíamos imaginar cómo propiciarlas. Así, la presencialidad y el contacto personal lograban triunfar sobre la despersonalización que el entorno digital imponía. Nos conocíamos, compartíamos, nos coordinábamos, y los vínculos resultantes de todo ello sobrepasaban al miedo. Corríamos el riesgo de quedarnos sin trabajo, pero juntos ese riesgo se tornaba asumible. Gracias a los canales de Telegram y la coordinación interna de cada centroide, empezamos a establecer vínculos con los compañeros de otros centroides, algunos de los cuales conocíamos debido a que puntualmente la empresa nos cambiaba las zonas de reparto. Mientras todo esto ocurría en Barcelona, casi en paralelo, empezó a suceder lo mismo en ciudades como Madrid o Valencia. Telegram y las redes sociales favorecieron una coordinación estatal que, gracias a la fuerza que adquirían las movilizaciones y al respaldo de la cobertura mediática, pronto se tornó presencial.
Surgieron los primeros encuentros de la plataforma Riders X Derechos, que a su vez fortalecieron las movilizaciones, en ese momento ya estatales. Se convirtió así en plataforma sindical, constituida por distintos sindicatos alternativos de diferentes ciudades; al principio encabezada por las grandes urbes, como Madrid, Barcelona o Valencia (donde la presencia y el impacto de las plataformas fue mayor y más temprano), pero pronto se sumaron otras ciudades de menor tamaño. Durante aquellos meses de verano, la euforia, la angustia, el estrés y el miedo se mezclaban día a día. Pasábamos algunas noches de fiesta después de terminar el turno, ansiosos por compartir nuestros sentimientos con los vínculos que habíamos establecido. Aprovechábamos para pensar los lemas de las pancartas que hacíamos juntos con el material que comprábamos con la ayuda del sindicato. Después de unas semanas agitadas, llegamos a una manifestación tras una larga noche de fiesta y nos dirigimos a las oficinas con los altavoces en la mano. «¡Y si no cobramos, no rodamos!», gritábamos al unísono. Entonces alguien puso el mítico tema Riders on the storm, que desde entonces se convirtió en la banda sonora que acompañaba nuestras movilizaciones frente a las oficinas de Deliveroo.
Riders on the storm.
Riders on the storm.
Into this house we’re born.
Into this world we’re thrown like a dog without a bone, an actor out on loan.
Riders on the storm…
Obviamente, desde un primer momento sabíamos cómo iban a terminar todas estas movilizaciones —muchas de las cuales recuerdo con especial cariño—. El 8 de agosto de 2017 varios compañeros fundadores de la plataforma Riders X Derechos y yo recibimos un correo en el que se nos informaba del «cese de colaboración». Fuimos, en su idioma, desconectados. A partir de ese momento, la empresa empezó a pagar a todo el mundo por pedido sin garantizar un mínimo. También aprovechó para eliminar todos los grupos de Telegram que antes había habilitado como soporte —mediante los que habíamos contactado con los repartidores de otras zonas— y suprimió los centroides a los que teníamos que regresar al terminar un pedido —porque los habíamos convertido en nuestros puntos de encuentro.
Habíamos asumido un riesgo que había tenido sus consecuencias, y ahora tocaba seguir la lucha desde otro lugar, sin trabajo y sin derecho a paro. Tocaba inventarnos cómo seguir organizándonos sin canales de Telegram, sin puntos de encuentro, y con un montón de trabajadores nuevos —que se incorporaban en cantidades cada vez mayores— y otros más antiguos que habían visto cómo las movilizaciones ya habían tenido consecuencias para algunas de nosotras. La empresa, por su parte, empezó a dar menos pedidos a los más antiguos, consciente de que muchos habían estado involucrados en las movilizaciones y todos habían conocido el funcionamiento empresarial anterior.
Tocaba inventarnos cómo seguir organizándonos sin canales de Telegram, sin puntos de encuentro, y con un montón de trabajadores nuevos
De esta manera, fueron cayendo quienes llevaban más tiempo trabajando, a la vez que entraban muchos otros trabajadores nuevos que ya solo conocían las nuevas condiciones impuestas por la empresa. Empezaba así una nueva etapa más definitoria en las plataformas. Discurso neoliberal, uso del miedo, falta de centros de trabajo y puntos de encuentro, crecimiento exponencial. El pago por pedido ya no permitía —sobre todo en horas de baja demanda— aprovechar ratos libres para conversar con los compañeros, porque estabas forzado a dar vueltas por la ciudad solo, a ver si con suerte, por proximidad a algún punto fuerte de demanda, el algoritmo hacía su magia y caía algún pedido. Como ya no había pago garantizado por hora, te veías abocado a un esfuerzo constante por reducir —en vez de alargar— el tiempo de espera entre pedidos. Ya no éramos trescientos riders, sino miles. De este modo, la posibilidad de crear vínculos se tornaba aún más difícil. En consecuencia, la autoorganización se enfrentaba a grandes obstáculos y recaía cada vez más en redes sociales como Whatsapp o Telegram, y menos en la presencia física.
Los retos del nuevo sindicalismo
Trabajadores que no son reconocidos como tales, empresas que reducen la comunicación con los trabajadores a mensajes telemáticos, plataformas digitales sin centros de trabajo, trabajadores sin más contacto que un canal de Telegram, la gestión laboral en manos de algoritmos… Este es el nuevo contexto laboral que imponen las economías de plataforma. Entonces, la pregunta que deviene necesaria es: ¿se encuentra el sindicalismo de siempre capacitado para enfrentar una transformación laboral como la que la uberización plantea? A lo largo de nuestras movilizaciones y en los encuentros transnacionales en los que hemos participado, hemos compartido con los compañeros nuestra preocupación por que el repertorio de estrategias sindicales existentes —basadas en concepciones más clásicas del trabajo— no se adaptaba bien a las nuevas realidades que caracterizan a los sectores uberizados. Tampoco es un secreto que, por lo general, los sindicatos destinan pocos recursos a los trabajadores de plataforma, con un menor nivel de afiliaciones que los sectores más tradicionales —compuestos por grandes empresas y centros de trabajo pertenecientes a la industria, la administración o empresas de servicios—, que con sus cuotas sustentan la actividad de esos sindicatos. Quizá por eso no sea raro ver, a escala nacional e internacional, el surgimiento de algunos sindicatos de trabajadores de plataforma nuevos e independientes, fruto de la autoorganización de los propios trabajadores, que no se han visto representados por esos sindicatos tradicionales.
¿Se encuentra el sindicalismo de siempre capacitado para enfrentar una transformación laboral como la que la uberización plantea?
La economía de plataforma va conquistando paulatinamente más sectores laborales y, aunque el sector del delivery se haya significado por el fraude laboral que suponen la figura del falso autónomo o la subcontratación o cesión ilegal de trabajadores, cada vez hay más aplicaciones que fomentan y operan en la informalidad. Apps que ni siquiera te exigen que estés dado de alta como autónomo. Apps de profesores particulares, otras para fotógrafos, fisioterapeutas, psicólogos, cuidados en el hogar, trabajo sexual, etcétera. En las plataformas de delivery, además es frecuente que varias personas compartan una misma cuenta o que el propietario de una cuenta se la alquile a personas sin papeles.
El cruce de la desregulación laboral con la precarización que la ley de extranjería impone sobre las personas migrantes es otro reto que el sindicalismo debe afrontar. Cada vez son más las personas sin documentación que encuentran en las apps el único modo de subsistencia posible, el único para aquellos a quienes los derechos más básicos les son negados. Junto a esto, las demandas que se focalizan en el acceso al algoritmo y la regulación de la inteligencia artificial en el trabajo son claves en el nuevo escenario de las economías de plataforma. No en vano es a través de algoritmos que se gestiona, define y organiza nuestro trabajo. Pero no solo. Trabajamos atravesados por los parámetros opacos de los algoritmos, a la par que los nutrimos constantemente, generando con nuestro trabajo un conjunto nada desdeñable de datos (acerca de nuestro desempeño, nuestra movilidad, el sustrato social de los clientes, el pago medio de ciertos pedidos y un larguísimo etcétera) de los que se apropia la empresa, es decir, generamos una plusvalía extra en forma de datos durante nuestras jornadas laborales que no se reconoce y por la que no se nos compensa.
Desconocemos los datos que generamos, su valor, la forma en la que determinan nuestras condiciones laborales y los parámetros a través de los cuales se controla, gestiona y organiza nuestro trabajo. La lucha de Riders X Derechos permitió que la ley rider abriera paso a las auditorías algorítmicas y estableció que los comités de empresa pudiesen solicitar a las empresas información sobre los algoritmos que emplean. Si bien cuando se promulgó la ley no se concretaba qué información se podía solicitar a las empresas ni bajo qué procedimientos, en verano de 2022 el Ministerio de Trabajo elaboró finalmente una guía donde se detallaba la información que la empresa debe proporcionar a los representantes de los trabajadores y a los propios empleados.
No conviene olvidar que los sectores laborales a los que la uberización apunta son sobre todo los más vulnerables y precarizados, los que más dificultades para la acción colectiva presentan y aquellos que más retos plantean a la organización sindical
Como hemos apuntado ya, gracias a este desarrollo varios sindicatos han comenzado a demandar esta información a algunas empresas, si bien la mayoría coincide en afirmar que se abre ante nosotros un nuevo escenario de lucha y judicialización para averiguar si la información conseguida es la correcta. En este sentido, parte de nuestras expectativas están puestas en la nueva directiva europea en ciernes, que parece que abordará de manera más efectiva y contundente el acceso al algoritmo. En todo caso, no conviene olvidar que los sectores laborales a los que la uberización apunta son sobre todo los más vulnerables y precarizados, los que más dificultades para la acción colectiva presentan y aquellos que más retos plantean a la organización sindical. El camino para enfrentar los nuevos desafíos que vayan apareciendo fruto de la uberización de la economía debe partir de un sindicalismo de base y feminista, dispuesto a una imaginación y capacidad de mutación constante para construir respuestas y herramientas colectivas que cortocircuiten los mecanismos de desposesión que las economías de plataforma expanden.