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Extrema derecha
El Gobierno de Meloni cumple dos años entre la normalización y la pérdida de derechos
Dos años después de su victoria en las elecciones del 25 de septiembre de 2022, Giorgia Meloni atraviesa el ecuador de su mandato. Su balance, aunque no tan transformador como ella quisiera, ha conseguido algunos logros importantes para la derecha radical italiana. Más allá de los cambios que está consiguiendo implantar en el país, la gran victoria de Meloni hasta la fecha es haber normalizado convivir con la extrema derecha en el poder.
En Italia esta normalización se había producido hace décadas, cuando en los años 90 Silvio Berlusconi se apoyó por primera vez en la Liga Norte y Alianza Nacional para gobernar. Aquel Gobierno de las tres derechas es una réplica del que se sienta hoy en el Palacio Chigi. Con la diferencia de que, esta vez, son los Hermanos de Italia de Meloni, herederos de Alianza Nacional, quienes capitanean el ejecutivo como primera fuerza muy por encima de la Liga de Salvini y la Forza Italia del fallecido Berlusconi.
Más allá de los cambios que está consiguiendo implantar en el país, la gran victoria de Meloni hasta la fecha es haber normalizado convivir con la extrema derecha en el poder
En Italia tener a la extrema derecha sentada en un ejecutivo no es ninguna novedad. De hecho, la propia Meloni ya fue ministra en 2008 —la más joven de la historia de Italia— en el tercer Gobierno de Berlusconi. Pero aún quedaba una fase en la normalización de la derecha radical que ningún otro partido había logrado antes con tanto éxito: Europa.
Aunque dentro de sus fronteras fueran aceptados, la ultraderecha siempre se había visto apartada en las instituciones europeas, donde muchos países seguían viéndoles con malos ojos a pesar de participar en el ejecutivo italiano. Europa también fue la asignatura pendiente de Matteo Salvini cuando codirigió el llamado “Gobierno nacional-populista” con el Movimiento 5 Estrellas en 2018. Entonces Salvini eligió la confrontación con las instituciones comunitarias y asumió la arena internacional como un campo de batalla. Daba igual que fuera un desembarco del Open Arms o la negociación de los presupuestos en Bruselas: todo era una oportunidad para atacar a la UE, los burócratas y las élites europeas.
Meloni ha entendido esto de una manera radicalmente diferente. En términos gramscianos, ha pasado de una guerra de movimientos a una guerra de posiciones. La confrontación directa que aplicaba Salvini ha sido sustituida por una táctica que busca inocular las ideas ultraderechistas en la UE de una manera más lenta, soterrada y de momento efectiva.
La confrontación directa que aplicaba Salvini ha sido sustituida por una táctica que busca inocular las ideas ultraderechistas en la UE de una manera más lenta, soterrada y de momento efectiva
A diferencia de Salvini, Meloni no se ha enfrentado con Bruselas a la hora de negociar los presupuestos, ni ha montado grandes alborotos en sus dos años al frente del Ejecutivo, sino que ha tratado de cultivar una imagen de socia fiable. Y poco a poco, discurso a discurso y reunión a reunión ha ido introduciendo sus ideas en el seno de las instituciones europeas. Desde la cuestión migratoria hasta excluir el aborto de entre los derechos mencionados en el documento final de la última cumbre del G7. Y es que para muchos, las ideas de Meloni ya no suenan a las de una ultrapeligrosa sino a las de un socio del que hay cosas que aprender en temas como la gestión migratoria.
La hegemonía gramsciana hablaba de conquistar el sentido común de la época, y Meloni está consiguiendo que medidas que hace no tanto se consideraban de extrema derecha hoy se entiendan como sensatas y coherentes. Si hace no tanto nos escandalizaba que el agonizante gobierno de Rishi Sunak enviase a Ruanda inmigrantes irregulares que acabasen de llegar a suelo británico, hoy que Meloni firme un acuerdo parecido con Albania no hace saltar las alarmas de nadie en la Unión Europea. Fiel reflejo de ello es la visita de Alberto Núñez Feijóo, que hace apenas dos años, cuando la líder de Hermanos de Italia ganó las elecciones, habría evitado por todos los medios una foto como la que decidió sacarse la semana pasada. La derecha radical de Meloni todavía no tiene la capacidad de conquistar Europa, pero sí está poco a poco conquistando el sentido común de la Unión Europea.
Estabilidad y un proyecto de largo plazo
En cuanto a su desempeño interno, el Gobierno ha tenido más luces y sombras. El Ejecutivo de Meloni se encuentra lejos de aplicar el programa de máximos que prometió en campaña y sus datos económicos son peores que los de sus vecinos del sur de Europa. Sin embargo, ha conseguido algo muy anhelado desde hace tiempo por la población italiana: estabilidad.
El otro gran triunfo de Meloni en sus casi dos años como primera ministra ha sido darle estabilidad a un país que parecía condenado a cambiar de ejecutivo una vez al año. De momento, el Gobierno se ha mantenido sin grandes cambios y el mayor vaivén que ha sufrido ha sido el caso Sangiuliano, una mezcla entre lío de faldas y malversación de fondos públicos que terminó con el cese del ya exministro de Cultura.
Discurso a discurso y reunión a reunión ha ido introduciendo sus ideas en el seno de las instituciones europeas. Desde la cuestión migratoria hasta excluir el aborto de entre los derechos mencionados en el documento final de la última cumbre del G7
La misma estabilidad la encontramos cuando vemos las opiniones de los italianos en los principales sondeos. Desde las elecciones de septiembre de 2022, Meloni ha subido entre tres y cuatro puntos, los mismos que ha perdido la Lega de Matteo Salvini. En el centroizquierda la situación es idéntica, con un Partido Democrático que crece a expensas del Movimiento 5 Estrellas, lo que deja los dos bloques en posiciones parecidas a las de hace dos años.
El contexto de momento es bastante plácido para Meloni, que en estas circunstancias intentará avanzar en su agenda durante la segunda mitad mandato. Hasta la fecha no ha conseguido transformaciones radicales, pero sí le ha impreso al país un giro más conservador. El objetivo de largo plazo es que Italia camine poco a poco hacia el modelo defendido históricamente por el neofascismo italiano. Un país más presidencialista, con un gobierno fuerte, donde la oposición no entorpezca la acción del ejecutivo y donde la religión, la patria y la familia sean los valores fundamentales que estructuren la sociedad.
En esa línea van medidas como el control férreo que ha impuesto sobre la radiotelevisión pública italiana (RAI), las restricciones a las adopciones LGTBI o las medidas contra el aborto como la propuesta de obligar a las mujeres a escuchar el latido del feto o permitir a las asociaciones antiabortistas que accedan a los consultorios donde acuden quienes van a abortar. Y también iría la que, de llevarse a cabo, será la madre de todas las reformas: el Premierato.
La reforma conocida como Premierato supondría una transformación sin precedentes de la institucionalidad italiana, donde hasta la fecha el parlamento ha sido el eje de la vida política del país. Esta reforma, que prevé una elección separada del primer ministro, al que se le otorgaría automáticamente un 55% de los escaños por ganar las elecciones, cambiaría de golpe todo el entramado institucional italiano. De un régimen parlamentario con un sistema electoral mixto, se pasaría a otro mucho más presidencializado y con un sistema electoral mayoritario, aumentando considerablemente los poderes del Primer Ministro. Si consigue llevar a cabo esta reforma en lo que le queda de mandato, la huella de Meloni quedará impresa en la política italiana para las próximas décadas.
El otro gran triunfo de Meloni en sus casi dos años como primera ministra ha sido darle estabilidad a un país que parecía condenado a cambiar de ejecutivo una vez al año
A fecha de hoy, la opinión mayoritaria en Europa sobre la líder italiana es que su llegada a la jefatura de Gobierno de la tercera economía europea “no ha sido para tanto”. Hay quien cree que Meloni se ha moderado o que pertenece a una ultraderecha buena, mientras que los malos son Marine Le Pen, Matteo Salvini o Viktor Orban. Hay analista que incluso defienden que la primera ministra italiana no es de ultraderecha, sino “conservadora”.
Y mientras estos debates se producen entre los que siguen sin ver a Meloni como un socio aceptable y quienes consideran normal pactar con ella y visitar Roma para sacarse fotos en Palacio Chigi, la líder de Hermanos de Italia continúa con su labor a nivel nacional e internacional. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, como ha sido siempre su carrera política, Giorgia Meloni está construyendo una autopista que le permita instaurar un régimen donde el ejecutivo cuente con poderes extraordinarios permanentes en Italia, y establecer unas relaciones en Europa que conviertan a una Italia ultraderechista en un socio aceptable y su gestión migratoria como un referente en la Unión.
Giorgia Meloni pretende instaurar un régimen donde el ejecutivo cuente con poderes extraordinarios permanentes, y establecer unas relaciones en Europa que conviertan a una Italia ultraderechista en un socio aceptable
Un país donde el primer ministro cuente con una mayoría holgada aunque gane por unas décimas, y una Unión Europea que no le reprenda si se salta los derechos humanos. Ese es el horizonte a medio plazo que se plantea Meloni. Italia a final de este mandato no se convertirá en una dictadura fascista, pero se puede convertir en un país con una legislación mucho más conservadora a nivel social, y donde el primer ministro viva en una mayoría absoluta permanente. Un panorama que lo hace mucho más sensible a todo tipo de tentaciones caudillistas.
Aunque la actual correlación de fuerzas internacional no le permita llegar más lejos de donde está llegando, Meloni ya está haciendo mucho más de lo que algunos quieren ver. Está sembrando el terreno para que otros puedan recoger los frutos de su legado. Y es que después de Meloni, ¿por qué no se va a poder gobernar o pactar con gobiernos de ultraderecha, si en Italia pasó y la vida siguió igual?