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Ayer en el barrio de Lavapiés de Madrid moría asesinado Mame Mbaye, mantero y miembro del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid. Tras una macro-redada a vendedores ambulantes en Sol, Mame intentó huir pero, después de ser perseguido por la policía, cayó desfallecido en la calle del Oso. A las pocas horas, decenas de personas ya estaban concentradas allí en apoyo a la comunidad senegalesa del barrio. No iban a permitir que el asesinato de su compañero quedase impune. El odio y la rabia que se sentían ayer eran la expresión de un pueblo que está cansado de las continuas agresiones impunes por parte de la madera, un sentimiento colectivo que en días como estos es imposible de ocultar. Basta comparar la diferente atención mediática realizada sobre la muerte de un eirtzaintza hace apenas pocas semanas con la de ayer de Mame, para darse cuenta de que ni por esas los que nos joden van a conseguir silenciar este sentir colectivo. Así, los supuestos provocadores de la muerte del eirtzaintza son criminalizados, mientras que la tele y el gobierno cierran filas y defienden la actuación policial de ayer.
En ningún sitio mejor que en los disturbios se conoce al verdadero amigo, y también al verdadero enemigo
Hoy, viernes 16 de marzo, hay convocada otra concentración en Lavapiés y quizá sea momento de empezar a expresar con más frecuencia ese sentimiento común de que nos están jodiendo. Sabemos que esto será mucho menos eficaz si no tiene detrás unos lazos que lo vuelvan sólido y consistente, si no conlleva paralelamente el querer convertirnos en una gran familia, sino hacemos como los senegaleses y priorizamos vínculos y el compartir cotidiano. Porque, en el fondo, estamos sumidos en una gran desafección que no es sino un gran lastre para cuando nos encontramos en el campo de batalla. Además, en ningún sitio mejor que ahí se conoce al verdadero amigo, y también al verdadero enemigo. El rechazo de la comunidad senegalesa a la asistencia del cónsul de Senegal en la concentración de hoy por la mañana en la Plaza Nelson Mandela es otro ejemplo de ello. No les representaba de ninguna forma, no había estado ayer para ayudarles, no tenía ningún tipo de lazo con la comunidad del barrio. Realmente, para ellos no era nadie.
Y es que esta distinción tan clara entre amigos y enemigos estuvo presente durante todos los disturbios. La inmensa mayoría de los daños materiales realizados eran hacia bancos, casas de apuestas o inmobiliarias, los mismos responsables de los desahucios, de que nos conformemos con sueldos de mierda esperando ganar la apuesta del finde o de que los barrios se queden sin vecinos por no poder pagarse el alquiler. También con los guardias estaba clara esta distinción. En este sentido, nada nos parece más evidente que el episodio que se desató entre calle Sombrerete y calle Amparo, media hora después de que adoquines y objetos de todo tipo sobrevolaran las cabezas de los nacionales atrincherados en el lugar del asesinato. Esta vez estaban un par de decenas de blancos liderados por varias docenas de senegaleses. Los primeros se mostraban expectantes, sin tomar la iniciativa, mirando hacia un lado y otro esperando no se sabe muy bien qué, porque en el fondo no se conocían lo suficiente las calles y, desde luego, no había nada que les vinculase entre sí más allá del calor y la rabia del momento. Los senegaleses, que viven juntos y habitan desde hace años Lavapiés, tenían claro qué hacer en cada momento y por dónde podían joder a la policía. Ellos eran la verdadera fuerza del momento, mientras el resto trataba de seguir el paso que marcaba la rabia de toda una comunidad sacudida por la más poderosa de todas las fuerzas: la muerte de uno de sus miembros.
Ayer murió Mame por culpa de la madera, pero su muerte ha producido más vida, un devenir incontrolable con olor a gasolina y contenedores quemados
Realmente, aunque parezca una contradicción, el acto de rabía desatada ayer en Lavapiés por la muerte de un vecino es un acto de querer vivir. Desolados y atomizados en una ciudad construida para los turistas y los ricos, el asesinato de Mame nos ha vuelto a juntar. En la revuelta uno deja de estar solo, pues la revuelta rompe esa atomización que vivimos. Que la muerte siga siendo el gesto absoluto que moviliza en cuestión de horas es, sin duda, un ejemplo de que seguimos vivos y, sobre todo, que reside en nosotros la voluntad de otra manera de vivir. Ayer murió Mame por culpa de la madera, pero su muerte ha producido más vida, un devenir incontrolable con olor a gasolina y contenedores quemados.
Por eso la muerte de Mbaye desbordó Lavapiés y todo Madrid. Los periódicos de hoy nos hablan de violencia, de disturbios, de papeleras quemadas y de cristales rotos, como si así nos fuesen a derrotar. Dicen, además, que no fue un asesinato, sino solo un triste accidente en el que la policía nada tuvo que ver. Por su parte, el "Ayuntamiento del cambio" asume también la versión policial de lo ocurrido, siguiendo en su línea habitual. Pero nosotros no vamos a caer en su juego, pues sabemos que ya les estamos ganando: hoy todo el mundo habla del racismo policial y de lo jodidos que están los manteros. Da igual lo que nos diga El País o Ahora Madrid, ayer vivimos la verdad. Y hoy, también, sabemos que la ciudad es nuestra y por unos instantes hemos vuelto a descubrir que podemos tumbar los muros que nos levantan los que hacen política de despacho.
Ayer, tirando piedras sobre las cabezas de los policías, Lavapiés hizo más política de la que siquiera pueden imaginar. Porque, en el fondo, todos vimos que no hay diálogo posible y que la policía está contra los manteros y contra todos los que estemos con ellos. El fuego de Lavapiés nos reveló esta verdad. Ahora la única respuesta posible ante el asesinato de Mbaye es tomar Lavapiés entre todos, porque ya nadie soporta seguir siendo gobernados así. Esto ya es una lucha sin límites y hoy, de nuevo, tenemos que ser una multitud frente a la policía, tenemos que reencontrarnos en Lavapiés, tenemos que estar sin miramientos con una comunidad a la que la policía jode todos los días.
Hoy toca encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas senegalesas, y con el resto de vecinos de Madrid para hacer del barrio de Lavapiés un barrio ingestionable para los que nos joden
No obstante, el enfrentarnos contra la policía no pueden ser nunca nuestro único objetivo. Hoy por la mañana los compañeros del Sindicato de Manteros y Lateros pedían no entrar en las provocaciones de la policía. Ellos, que son los que han sufrido la muerte de su amigo y vecino. Ellos, que sufren la represión de una policía racista y asesina día tras día. No queda más que acatar. Son conscientes de que unos disturbios son el escenario donde la policía se sabe manejar, ya que, al fin y al cabo, existen para mantener el orden. Y es que el verdadero temor de la policía y el resto de los que nos joden es que las situaciones se vuelvan ingestionables. No tenemos miedo a empezar a asumir prácticas criminales en respuesta a hechos como los de ayer, sobre todo en un mundo donde todo se ha vuelto criminalizable. Pero también tenemos que asumir el dar un paso atrás en luchas que no debemos abanderar. Hoy toca encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas senegalesas, y con el resto de vecinos de Madrid para hacer del barrio de Lavapiés un barrio ingestionable para los que nos joden, para hacer de nuestros barrios espacios seguros y donde se pueda vivir de otra forma, de una vez por todas. Nos vemos a las 18:00 h en la Plaza de Nelson Mandela, hasta que se haga justicia con el asesinato de Mame y con la situación de los vendedores ambulantes, hasta que acabemos con el racismo policial.
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