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Filosofía
Marxismo, interseccionalidad y la trampa de la unidad
En la última década se ha ido acentuando la brecha que separa la lucha de clases de las luchas feministas, antirracistas y LGTBI, entre otras. En este debate, se acostumbra a situar la interseccionalidad en el segundo grupo, el de las luchas que se identifican como identitarias, simbólicas e individualistas, frente a las cuestiones de clase que se ven, en cambio, como estructurales, materiales y, por lo tanto, políticamente más relevantes.
Este contexto ha propiciado que se contraponga el marxismo a la interseccionalidad, como si fueran cosas contradictorias y opuestas, a pesar de las innumerables conexiones históricas y contemporáneas entre las dos tradiciones. Como muestra Ashley Bohrer en su libro Marxism and intersectionality. Race, gender, class and sexuality under contemporary capitalism (Transcript, 2019), ambas tradiciones comparten genealogías desde los inicios del desarrollo de la teoría de la interseccionalidad. Angela Davis, Maria Steward o Sojourner Truth son un claro ejemplo. Pero también lo es el Combahee River Collective (CRC), una organización socialista de feministas negras lesbianas de Boston que en los años setenta desarrolló planteamientos interseccionales pioneros, en la medida que interrelacionaban la cuestión de la clase con las de género, raza y orientación sexual. En su manifiesto, basándose en un análisis marxista, afirman: “nos comprometemos activamente con la lucha contra toda opresión racial, sexual, heterosexual y de clase, y consideramos que nuestra tarea fundamental es el desarrollo de un análisis y una práctica integradas, basadas en el hecho de que los principales sistemas de opresión están interrelacionados”.
Si bien es central visibilizar y reforzar las raíces de la teoría interseccional en el feminismo Negro norteamericano en un contexto de blanqueamiento e institucionalización del concepto, desde una perspectiva antiimperialista es también necesario ver que, en otros contextos geográficos, se desarrollaron al mismo tiempo lo que denomino como “pensamiento y acción del tipo interseccional”. Este concepto hace referencia al fenómeno genuino de desarrollo político y teórico sobre la interrelación entre diferentes ejes de opresión, que se dio en diversas partes del mundo por parte de movimientos políticos y que debe entenderse como paralelo al desarrollo de la teoría interseccional en sí misma y no como una copia de esta. Este fenómeno se dio de forma muy concreta en el contexto catalán, vasco y gallego, donde ya en los años setenta se desarrollaba un pensamiento y acción del tipo interseccional que vinculaba cuestiones de clase, nacionales y de género de forma compleja y desde perspectivas también marxistas, como se puede ver en el libro coordinado por Gatamaula Tierra de Nadie. Perspectivas feministas sobre la independencia (Pol·len, 2018).
En este sentido, tanto en la teoría interseccional como en las propuestas políticas más cercanas, las conexiones entre las dos tradiciones han sido múltiples y muy fructíferas. Pero, ¿cuáles son las críticas, los puntos de encuentro y los disensos entre el marxismo y la interseccionalidad?
La interseccionalidad no tiene por qué considerarse como contraria al marxismo, sino como una propuesta que puede (y debería) incluir la perspectiva marxista.
Marxismo e interseccionalidad: encuentros y desencuentros
En primer lugar, desde (ciertas) posiciones marxistas se critica que la interseccionalidad es un proyecto posmoderno con una visión individualista de la identidad. Esta cuestión es como mínimo curiosa porque, dentro de los estudios interseccionales, existen fuertes discusiones sobre si la interseccionalidad puede encajar o no con los presupuestos postestructuralistas. Autoras como Jasbir Puar defienden que ciertas visiones de la interseccionalidad refuerzan las categorías socialmente construidas, ya que desde una perspectiva interseccional, según argumenta la autora, se requiere nombrar y, por tanto, estabilizar la identidad. Pero, como argumentan muchas otras autoras como Kimberlé Crenshaw o Patricia Hill Collins, la interseccionalidad no surgió como propuesta sobre cómo concebir las identidades sino sobre cómo analizar las desigualdades estructurales interrelacionadas y sus efectos en la vida cotidiana de las personas. Es cierto que algunas autoras usan el marco interseccional para referirse a las identidades. Pero siendo fieles a las motivaciones políticas y teóricas que originaron el concepto, la interseccionalidad no trata sobre los procesos de categorización ni subjectivación, sino sobre cómo se configura de forma compleja la discriminación, la violencia y la desigualdad en personas que están posicionadas de forma distinta en las estructuras sociales.
Esta línea de crítica a la interseccionalidad también está relacionada con la idea de que el feminismo, el antirracismo o el movimiento LGTBI son luchas culturales centradas en el ámbito simbólico, en contraposición a las de clase, que tratan sobre las cuestiones materiales. Afirmar que estas luchas se reducen al ámbito de lo simbólico es no haber entendido sobre qué tratan. El racismo, el sexismo y la LGTBIfobia matan, empobrecen y desposeen. Además, como afirma Jule Goikoetxea, la misma distinción entre lo cultural y lo material, la división entre las políticas de reconocimiento y las de redistribución, reproduce la ideología liberal y patriarcal, ya que vincula el género a una diferencia cultural que ha de ser igualada y no a una desigualdad que ha de desaparecer. De la misma manera que los capitalistas explotan a los obreros, los hombres explotan a las mujeres, y no se pide el reconocimiento de una diferencia, sino que se reivindica la desaparición del género, como también la de la clase. La autora también afirma que justamente esta defensa del materialismo en base a un sujeto universal descontextualizado, lleva a despojar al espacio de la subjetividad de su materialidad y corporalidad, es decir, de sus condiciones materiales concretas. Por lo tanto, situar, contextualizar, corporalizar, es también una forma de ir a lo material y de no quedarse en lo abstracto, en este supuesto sujeto universal.
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En segundo lugar, una crítica que se hace también por parte de feministas marxistas es que en estudios sobre interseccionalidad las cuestiones de clase están poco presentes. A parte de que hay numerosos ejemplos de teóricas sobre interseccionalidad, como Sara Salem o Anna Caratathis, que incorporan el análisis de clase y del capitalismo en sus trabajos, creo que esta crítica, en un contexto neoliberal de producción del conocimiento, sería aplicable a la mayoría de conceptos y de los ámbitos de estudio de las ciencias sociales, y no en particular a la interseccionalidad. La clase social no tiene la presencia ni la relevancia que ha tenido en épocas anteriores. Pero no creo que esto se deba a que haya sido sustituida por otros ejes de desigualdad, sino a que las perspectivas neoliberales han prevalecido en la conceptualización de las relaciones económicas; o al hecho de que también ha habido procesos de cooptación e institucionalización de luchas vinculadas a la clase social. De la misma manera, la cooptación del concepto de interseccionalidad, así como el hecho de vaciarlo de su radicalidad y de su potencialidad para tratar la dimensión estructural de las desigualdades, se ha de entender en el marco de una tendencia más amplia en la academia neoliberal y no como un problema derivado del propio concepto.
En tercer lugar, la interseccionalidad también se critica por no poder comprender la naturaleza fundamental de la clase social para explicar la opresión. Es decir, se la critica por no considerar la clase social como una estructura más fundamental que el resto. Considero que este punto sí constituye el tema central del disenso entre algunas posturas de ambas tradiciones, ya que una premisa básica de la interseccionalidad es considerar que no hay una jerarquía predefinida entre ejes. Como afirma Carastathis en “The concept of intersectionality in feminist theory”:
a diferencia de las aproximaciones unitarias o aditivas sobre la teorización de la opresión, que privilegian una categoría fundacional y o bien ignoran o simplemente «añaden» otras, la interseccionalidad insiste en que categorías múltiples y co-constituidas son operativas e igualmente relevantes en la construcción de prácticas institucionalizadas y experiencias vividas.
En este sentido, los ejes no se reducen los unos a los otros ni tampoco son completamente autónomos. Por lo tanto, la cuestión de la no jerarquía entre opresiones o ejes de desigualdad es clave y fundamental para la interseccionalidad, y forma parte de los primeros planteamientos y motivaciones. Audre Lorde, en Sister outsider: essays and speeches (Crossing Press, 1984), por ejemplo, explicaba que “entre las personas que compartimos los objetivos de liberación y de un futuro posible para nuestras criaturas, no puede haber jerarquías entre las opresiones”. Así, a parte de la dimensión conceptual de la premisa de la no jerarquía, hay también una convicción política basada en que la jerarquización de opresiones perpetúa la marginalización de ciertos grupos sociales, que quedan relegados a los puntos ciegos del análisis. Por tanto, una visión marxista que considere la clase social como estructura más fundamental sí que entra en contradicción directa con los supuestos de la interseccionalidad, ya que ésta no reduce la complejidad de la estratificación social a una sola o más fundamental división social.
Creo que es importante ver que ha habido, y hay, muchos puntos de unión entre las dos tradiciones y que la interseccionalidad no tiene por qué considerarse como contraria al marxismo, sino como una propuesta que puede (y debería) incluir la perspectiva marxista. No son las tradiciones en sí mismas, sino ciertas maneras de entenderlas, las que están en contraposición y, además, como afirma Ashley Bohrer, las críticas mutuas entre el marxismo y la interseccionalidad se deben básicamente a un fracaso comunicativo entre las dos. Tanto una como otra son tradiciones diversas, heterogéneas y cambiantes y, por lo tanto, la contraposición entre una y otra es una simplificación que no permite ver ni la riqueza ni las posibilidades de entendimiento entre ellas. La interseccionalidad se puede —y se tendría que— beneficiar del análisis del capitalismo y la clase social bien fundamentados, y el marxismo se puede —y se tendría que— beneficiar de una visión de las desigualdades que incluyese diferentes sistemas de dominación en sus análisis.
El marxismo no puede explicar todas las formas de opresión y dominación: hacen falta otras herramientas como el feminismo, la teoría postcolonial, antirracista, o conceptos como la heteronormatividad, el capacitismo o el poder adulto para comprender cómo se configura la desigualdad.
En este sentido, habría dos niveles diferentes en los que las aproximaciones marxistas podrían incorporar perspectivas interseccionales: en las relaciones de explotación laboral y en la ampliación de los ámbitos en los que se da la desigualdad. En relación con el primero, la perspectiva interseccional puede aportar herramientas para comprender la diversidad de formas en que se configura la clase social o la explotación laboral. De un lado, la forma como se define qué es la clase social suele partir de visiones urbanas, androcéntricas y occidentales que imposibilitan analizar la complejidad en la que se configuran las relaciones de producción en diferentes ámbitos. Del otro, como afirma Pastora Filigrana, “la explotación capitalista y el chantaje de la renta a cambio de la fuerza de trabajo se manifiesta con diferente violencia según el grado de ‘humanidad’ que el sistema otorga a la persona trabajadora a partir de la raza, el género o el territorio donde habita» y son las luchas feministas y antirracistas las que han incluido a la lucha obrera los diferentes sujetos que habían quedado excluidos”.
No se puede entender por qué las mujeres, la juventud o las personas migradas tienen sueldos más bajos o trabajos más precarios si no se incorporan otras perspectivas a la de la clase social. No somos las feministas las que nos hemos inventado el género, ni las antirracistas la raza, ni la juventud la edad. Tradicionalmente, la izquierda ha luchado solo por un tipo de trabajador (un hombre blanco adulto heterosexual), conceptualizando la clase social solo desde la experiencia de este sujeto, solo desde su propia identidad y desde su punto de vista situado y marcado por su privilegio de raza, género, orientación sexual y edad. No tener en cuenta las cuestiones de género, raza o edad en la lucha de clases no supone tener una posición neutral; supone una práctica política identitaria y parcial presentada como propuesta universal. No somos las feministas las que hemos venido a romper la unidad de la clase trabajadora. Ha sido la negación de la diferencia dentro de la clase trabajadora lo que ha roto la unidad de acción. Como afirmaba Audre Lorde, “ciertamente hay diferencias de raza, edad y sexo entre nosotras. Pero no son estas diferencias entre nosotras lo que nos separa. Más bien, lo que nos separa es nuestra negativa a reconocer estas diferencias”. Y esta negativa histórica ha sido la que ha provocado, y continúa provocando, la separación y la fragmentación de las luchas.
El segundo nivel, la ampliación de los ámbitos de desigualdad, podría incluir todo lo que se relaciona con el trabajo no remunerado, como explica Silvia Federici y, además, todos los otros ámbitos en los que se dan relaciones de poder y violencia. El marxismo no puede explicar todas las formas de opresión y dominación, y por eso hacen falta otras herramientas como el feminismo, la teoría postcolonial, antirracista, o conceptos como la heteronormatividad, el capacitismo o el poder adulto para comprender cómo se configura la desigualdad. Como decía Doreen Massey en su artículo de 1991 en Marxism Today, la movilidad de las mujeres en las ciudades no está restringida por el capital sino por los hombres. El miedo que sienten las mujeres en las calles de sus ciudades, y que limita enormemente su acceso al espacio público, no responde a las lógicas del capital sino a las relaciones de poder de género. Desde una óptica de clase no se puede explicar por qué una chica es violada en el baño de una discoteca de un barrio acomodado. Tampoco se entiende solo desde una óptica de clase por qué un hombre negro recibe una paliza en el metro de Barcelona o por qué un adolescente trans sufre violencia, estigmatización y represión por parte de su familia.
Hay cuestiones que el marxismo o las relaciones de producción no pueden explicar, como hay cuestiones que el género no puede explicar o que la raza no puede explicar. Es por esto que la interseccionalidad propone que se tengan en cuenta diversos marcos explicativos para poder entender la compleja configuración de la desigualdad social, que no solo tiene que ver con esta multiplicidad de ejes, sino con las diversas y cambiantes formas en que se relacionan entre ellos y con su configuración variable según el contexto.
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Partiendo de una perspectiva situada de la interseccionalidad, en la que el lugar tiene un papel constitutivo, el debate no es si hay un eje que explica más cosas a nivel global, sino qué ejes son necesarios para comprender una situación de desigualdad concreta. Es decir, en lugar de buscar grandes explicaciones sobre la forma general de interrelación entre ejes, lo importante es analizar las relaciones históricamente contingentes y situadas en un contexto concreto. La necesidad de encontrar una jerarquización general y a priori imposibilita esta mirada interseccional situada e implica también un debate sin sentido.
Una competición por el trofeo al sistema más malvado teóricamente es inviable y es destructora políticamente. ¿Es más importante explicar cómo se genera la plusvalía en el sector bancario que el proceso de heteronormalización en el ámbito familiar? ¿Quién puede determinar qué es más importante? ¿Y más importante para quién y para qué? Creo que es evidente que el capitalismo, el patriarcado o el racismo fundamentan y estructuran nuestra sociedad y causan desigualdades, discriminaciones y violencias profundas, institucionalizadas y normalizadas. Y creo que lo que es más relevante es comprender qué papel juegan en cada situación concreta para poder hacerles frente. Analizar la situación de explotación laboral y de abuso sexual de las recolectoras de fresas de Huelva requiere tener en cuenta tanto la explotación de clase como el patriarcado, el colonialismo, el racismo o cuestiones vinculadas con la religión y la lengua. No se trata de identificar cuál de entre todos estos es el factor más importante, sino de ver cómo la interrelación entre ellos configura la situación de explotación y abuso que sufren para poder encontrar formas de transformar la situación.
La propuesta que planteo es la de utilizar un marco interseccional en el que sea el contexto el que determine qué ejes son necesarios para comprender situaciones concretas de desigualdad y discriminación, en vez de establecer apriorismos abstractos. Una propuesta que pretende contribuir a frenar la competición por el trofeo al sistema más malvado que, al final, es lo que termina siendo la verdadera trampa en la construcción de luchas, solidaridades y alternativas políticas.
- Maria Rodó Zárate es autora del libro Interseccionalidad. Desigualdades, lugares y emociones, Bellaterra, 2021 / Interseccionalitat. Desigualtats, llocs i emocions, Tigre de paper, 2021.
El texto que publicamos resume una de las secciones del libro, titulada “La trampa de la unidad: marxismo y jerarquización de luchas”.
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...Mire... todo muy bien hilado y detallado. Todo muy teórico, prometedor y apriorístico.
A mí me ha servido mucho su artículo, al contrastarlo con la realidad material pasada y presente (no la de las tertulias en despachos universitarios). Como puede observarse en EEUU, el "interseccionalismo" en la praxis ha servido para acallar las cuestiones referentes a Trabajo y Capital, o (dando la vuelta al calcetín) para que los medios y el poder, creadores de ideología, hagan flotar las cuestiones sobre el racismo, derechos LGTBI, y por ahí... que además se vendan más camisetas con arcoiris que con martillos, y lo revolucionario sean el cristianismo de Luther King y una Apple gay-friendly.
Supongo que su propuesta de interseccionalidad es "otra cosa", o podría serlo.
A mí me parece que el Sistema va con piloto automático y es muy hábil, y que las universidades -desgraciadamente- son un engranaje más, dignísimo de sospecha.