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Pensamiento
Un final carente de principios
1. Un final carente de principios
2. Colapso
3. Este relato no tiene nada de singular. De hecho, llama la atención que con tantas experiencias compartidas e historias comunes no hayamos tirado del freno de mano de esta historia a ninguna parte. Maldita inercia.
4. Es como ver la misma película, una y otra vez, con la esperanza de que suceda ese cambio necesario que produzca un desenlace diferente. ¡Que no bajé esa escalera, por dios!, nos decimos inútilmente.
5. Cuando nacemos y durante los primeros meses de vida, las personas adultas que nos rodean y nos cuidan se sorprenden y sobrestiman cada movimiento, cada sonido, cada hazaña que nuestros pequeños y vulnerables cuerpos desarrollan necesariamente y para las cuales están naturalmente preparados. Durante la infancia, a medida que crecemos, la cosa va cambiando y esas necesidades tienen una representación distinta bajo la mirada adulta. La estructura que predispone a las criaturas a aprender y su motivación para ello, continúa su curso natural imparable. Sin embargo, de pronto, las personas adultas alrededor ya no consideran ese impulso natural algo tan importante y adorable. Por el contrario, las acciones que acompañan los intereses naturales de las niñas y niños se ven como un incordio que obstaculiza el desarrollo de nuestras atareadas vidas. Paulatinamente, vamos inhibiendo, (cuando no reprimiendo) esa curiosidad innata bajo el pretexto de que hay que aprender otras cosas. Así pues, las personas adultas nos ponemos un disfraz que no da la talla y nos atribuimos la tarea de enseñar, que no ayudar a aprender. En este sentido, las criaturas aprenden (o mejor dicho les enseñamos) por obligación lo que algunas personas denominan “preparación para la vida adulta”.
A regañadientes, llegamos a la ansiada edad adulta, no sin antes haber sufrido algunas ansiedades en la etapa del desarrollo anterior. Aquí, quienes tengamos la suerte de vernos en el incomodo y doloroso espejo de lo que somos con lo que hacemos de lo que hicieron de nosotras/os, ocuparemos buena parte de nuestro tiempo y dinero a la empresa de reparar nuestras infancias, retrocediendo frecuentemente a una etapa anterior malamente concluida, al tiempo que a enfrentar las exigencias y presiones de nuestra etapa presente que, entre condiciones de vida precarias e inestables a todos los niveles nos ofrece una supervivencia maquillada de libertad. Con todo esto, no debemos olvidar que hemos de prepararnos para una etapa posterior, nuestra lejana e incierta jubilación. ¡Elige tu plan en la barra libre de la libertad!.
Con suerte, llegaremos a la tercera edad y, supuestamente, si hemos hecho las cosas debidamente, es decir, como dios manda, la cultura dice y las leyes dictan, al fin podremos ser libres y disfrutar de la vida. Pero… Lo más probable es que precisamente por ello, por hacer las cosas como dios, la cultura y las leyes mandan, lleguemos sin fuerzas, exhaustas, enfermas, sin ideas, adormilados, sin sueños, sin ganas, sin...
Este relato no tiene nada de singular. De hecho, llama la atención que con tantas experiencias compartidas e historias comunes no hayamos tirado del freno de mano de esta historia a ninguna parte. Maldita inercia. Generación tras generación hasta la degeneración. Sería un buen lema para una campaña que anuncia el colapso de esta nuestra civilización. Es como ver la misma película, una y otra vez, con la esperanza de que suceda ese cambio necesario que produzca un desenlace diferente. ¡Que no bajé esa escalera, por dios!, nos decimos inútilmente.
Resulta un buen símil para comprender nuestro comportamiento bajo la redacción, dirección y producción del capitalismo. Y es que, llevamos viendo la misma película durante tanto tiempo que hemos terminado por creer que somos fieles y expertos espectadores de un drama, cuando en realidad somos protagonistas de las inevitables desdichas intrínsecas al guión. Eso sí, con una buena dosis de optimismo, esperanza e ingenuidad, creyendo en la posibilidad de que, si realizamos ese pequeño cambio de acción, quizás produzcamos un desenlace diferente que cambie nuestra suerte. En verdad, esto no tiene nada de divertido cuando nos va la vida, más cuando por nuestra actitud acrítica, arrastramos a otras vidas a la misma suerte. La historia no se repite por sí misma. La historia la producimos y la reproducimos las personas. No basta con imaginar un posible cambio de acción, ni si quiera realizarlo para producir cambios suficientes o deseables. Quizás es hora de romper el guión de esta historia que lleva implícita un trágico y previsible final carente de principios.