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Culturas
Hitchin' Bitches, fulanas que saben atar
BDSM, deseo, poder y feminismo son algunas de las cuestiones que anudan en sus prácticas las Hitchin’ Bitches Madrid, también conocidas como Fulanas Atadoras.
Proa, Azu, Alikha, Pilar, Miss Cire y Malaquita son seis de las integrantes de Hitchin’ Bitches Madrid, que han quedado para “hacer cuerdas”. A Alikha le gusta que la aten escuchando Madredeus y a alguien le hace gracia. Pero se respetan sus deseos, faltaría más, y se pone.
Se hace el silencio ante lo que va a acontecer. Sentadas en el suelo, Azu abraza a Alikha por la espalda. Alikha le ha dicho “ni tetas, ni boca, ni pelo”, aunque no es la primera vez que Azu la ata y sabe cuáles son las líneas rojas que no puede cruzar.
Hitchin’ Bitches es un espacio horizontal de aprendizaje de cuerdas, que se reúne el tercer sábado del mes en El Garaje, un local de ubicación no conocida públicamente, al que llegarás si estás realmente interesada. “Cuerdas” es la traducción de bondage, la B de las siglas BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo). El primer grupo se crea en Londres, hace unos cinco años, pero han ido proliferando diferentes en muchos sitios alrededor del mundo. Aquí, también funciona otro en Barcelona. En Madrid, Azu y Proa fueron las precursoras.
¿Pero qué hace realmente ese grupo de mujeres cuando quedan? Desde la única perspectiva del sexo vainilla (convencional), cuesta imaginarlo. ¿Se atan y se pegan enfundadas en látex y luego practican sexo? “No es un espacio swinger, de sexo colectivo, pero podría pasar y a nadie le extrañaría. La finalidad es compartir cuerdas, ver maneras de atar y cómo vive las cuerdas cada una”, señala Azu.
Vivir las cuerdas
En Hitchin’ Bitches hay mujeres hetero, lesbianas y bisexuales; no se articulan en torno a la orientación sexual. La razón por la que quieren ser un espacio no mixto viene del hartazgo, estaban cansadas de mansplaining: “Venía a explicar un atador, que lleva un año atando, cómo hacer un nudo cuando tú llevas atando doce. Era una falta de respeto constante, así que pensamos ‘no me gusta tu espacio, no lo destruyo, pero me creo el mío’”, dice Azu.
Pero también, cansadas de que se las molestara, y dieran por supuesto que siempre vas a estar dispuesta, ya seas sumisa o dómina.
Algo parecido cuenta Malaquita: “Tuve una pareja masculina y la primera vez que estuve con él en público, todo el mundo asumió inmediatamente que él era mi dominante, y la gente le pedía permiso como si yo fuera una mascota”. Por eso, además, para muchas es un espacio donde ejercer activismo, ser la china en el zapato y tener presencia propia en la escena BDSM.
Sin embargo, la relación entre el feminismo y el BDSM no es tan fácil, a veces es un camino arduo, que lleva a una contradicción constante: “Yo tuve un cortocircuito cuando me tuve que asumir como cruel y como sádica. A título individual puedo asumirlo, pero a título colectivo, lo personal es político. Siento que como feminista no puedo enseñarlo. Por responsabilidad no puedo”, dice Azu.
Para Proa, el problema empieza, pero ni siquiera acaba, con el BDSM de las parejas hetero en el que él es el dominante y ella, la sumisa: “Yo de entrada siempre las tomo con mucha cautela desde fuera, aunque luego, con el tiempo, creo que es gente que se ha mirado el poder, que está en un plano de igualdad, que se relaciona de otra manera. Pero si no es así, veo que camufla cantidad de violencia de género y que hay una coartada ahí brutal. Historias conocemos todas de chavalas que son sumisas con su amo ‘porque yo elijo’, pero qué elijes y desde dónde... Incluso en el BDSM de hombres sumisos y mujeres dominantes, también hay mucho de género y mucho engaño, mucha manipulación desde abajo, mucho ‘hazme lo que yo quiero’”.
Al rato, reflexiona y añade: “Ahora me he quedado incómoda refiriéndome solo a lo hetero porque en parejas bolleras normativas también puede suceder… La cuestión es que hay que mirarse mucho el poder”.
Mirarse el poder es una expresión que vuelve a salir varias veces esa tarde: analizar si esa relación de poder y de sumisión/dominación termina realmente cuando termina el juego o es solo una prolongación de la relación desigual que se mantiene en la vida real.
Alikha tiene las dos piernas inmovilizadas. Parecía que lloraba, Madredeus no ayuda a imaginar otra cosa. Pero eran gemidos. A veces sonríe, a veces hace una mueca al sentir molestia, a veces simplemente está absorta, con los ojos cerrados. Mientras, Azu sigue con ese “macramé”, como lo llaman irónicamente, cargado de matices y sutilezas que las demás aprecian. Retrocede dos pasos para ver su obra y dice “el pollo listo para meter en el horno”, y nos reímos todas.
“El BDSM es un juego”, argumenta Pilar. A ella le gusta la dimensión pública de atar: “Para mí es importante hacerlas en público, que haya una música, una puesta en escena. Es un espacio donde ‘yo hago’, dentro de la teatralidad. Para mí tiene sentido en la medida en que es un acto social, en la intimidad mis cuerdas son más serenas”.
En cambio, para Miss Cire no tiene ese matiz “de exhibicionismo”: “Yo ato igual en El Garaje que en mi casa, yo las siento (las cuerdas) como una necesidad con la persona a quien quiero atar”.
A Miss Cire la definen como “la más bedesemera”, porque tiene un abanico amplio de gustos. “Tus cuerdas me han parecido muy limpias, muy generosas, dulces pero firmes”, le comenta Pilar. Azu me aclara: “Hace trampling (caminar sobre alguien), yo conozco uno que se acuesta cada noche diciendo ‘qué pies tiene la Miss’… ¡y pega unas hostias como panes!”. “Es que me marcó mucho Gilda”, se defiende ella.
En público o en privado, todas coinciden en que el BDSM “bien entendido” es un espacio de autoconocimiento, de escuchar la pulsión que se lleva dentro y analizar de dónde viene esa violencia, y de encontrar cosas que, en muchas ocasiones, chocan con tu propia ética.
Alikha tiene una mano totalmente amarrada y Azu pasa el cabo de esa cuerda a modo de polea por un mecanismo que hay en el techo y la eleva un poco. Es difícil averiguar dónde acaba el dolor y empieza lo placentero, pero ambas cosas están sucediendo.
Hay palabras de seguridad cuando algo no gusta. Alguna gente lo hace por colores, rojo significaría “deja de hacer eso”. Para Azu, pronunciar su verdadero nombre es señal de parar inmediatamente: “Si tú me dices para, yo voy a cuidarte, voy a ver qué ha pasado y dónde me he equivocado”, aunque no suele ser necesario llegar a eso.
Antes de cada juego, se establece de antemano una playlist con las cosas que una quiere hacer y la otra puntúa qué le apetece o no recibir. Ellas, saliéndose del protocolo, también han tenido momentos de burla. Azu le ha metido el dedo en la nariz a Alikha y ella le ha mordido una teta.
La relación entre compañeras de cuerda, en ocasiones, puede ser simplemente una mecánica pulcra, pero lo normal es que se establezca una unión más o menos intensa, que a veces incluso perdura en el tiempo. Así le sucede a Proa: “Hay una serie de chicas con las que yo tengo una relación de amistad, por supuesto, porque para mí hay un foco muy fuerte en la química que tengo con esa persona... Pero son solo compañeras de cuerdas y a lo mejor no compartimos una genitalidad ni una relación romántica. Pero cuando nos vemos hacemos cuerdas y nos pone y disfrutamos, y hay feeling”.
Azu comienza a desanudar a Alikha, poco a poco, con la sensación de un viaje intensísimo que termina entre dos personas. Libera la pierna por la que empezó a amarrarla y se ven los surcos rojos sobre la piel de Alikha, que parece sin fuerzas y agradecida. Liberada del todo, se abrazan un rato largo. Juntan sus mejillas y sonríen.