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Cine
El destino oscuro de Terminator: cuando los héroes no aspiran a ganar el futuro sino a gestionar sus ruinas
La nueva película de la saga fílmica creada por James Cameron es un ejercicio de equilibrismo entre el aliento nostálgico y el guiño a nuevos espectadores y nuevas tendencias. Sus responsables la conectan con la segunda parte de la saga, pero asumen el discurso fatalista de entregas posteriores.
En El hombre superfluo, el narrador y ensayista Ilija Trojanow identificaba la hegemonía de las ficciones utópicas y distópicas con contextos socio-políticos progresistas y derechistas, respectivamente. Para el búlgaro, los sistemas progresistas tienden a imaginar futuros más alentadores. La premisa es discutible (una de las obras fundamentales de la tradición antiutópica occidental, Nosotros, emanó de aquella Unión Soviética que derivaba de los sueños de la revolución rusa), pero el caso es que la industria audiovisual no deja de producir imágenes del apocalipsis en nuestro presente de hegemonía neoliberal.
Tiene algo de paradójico este bombardeo de pesimismo sobre el futuro de la especie humana, mientras se nos fuerza al optimismo respecto al porvenir propio. Ese “querer es poder” de los discursos autosuperadores nos hace promesas individuales... mientras legitima un estado de las cosas (el ascensor social sigue ahí, elevando a quien quiera tomarlo) que se autoretrata como abocado a la perdición. Si muchos autores ciberpunk dibujaban mañanas ruinosos para criticar las políticas de las administraciones Reagan o Thatcher, ahora es el propio neoliberalismo el que asume la narrativa del desastre a golpe de pánico securitario o crac financiero.
Podemos imaginar que el auge del audiovisual futurista está notablemente vinculado con la posibilidad de generarlo digitalmente, y con el auge comercial de la acción fantástica y la ciencia ficción tanto en el cine blockbuster como en la oferta de plataformas como Netflix o Hulu. A la vez, podemos preguntarnos los motivos por los cuales ese deseo industrial de vender futuros, y esa posibilidad técnica de ejecutarlos en forma de imágenes, toma el camino recurrente del desafuero distópico. Tanta exposición a escenarios de desastre nos puede dejar, como decía una canción del grupo de rock Ilegales (o un ensayo del escritor y editor Servando Rocha), agotados de esperar el fin. Y extenuados tras resistir mil materializaciones ficticias de doctrinas del shock muy reales.
Un hijo cibernético del miedo atómico
Terminator se originó en un momento de pánico al holocausto nuclear. La beligerante política exterior reaganista azuzaba el miedo, y con él, la existencia de obras como El día después, Testamento final o la neozelandesa El único superviviente. Todas ellas eran narraciones agonísticas que actualizaban con mayor realismo las ficciones fifties de supervivientes de una guerra atómica como Cinco, El mundo, la carne y el diablo y La última mujer sobre la Tierra.
El filme de Cameron se podía vincular con las pesadillas del fin del mundo propias de la Guerra Fría, y también con el cuestionamiento de los sistemas armamentísticos que custodiaban una paz basada en la capacidad de destrucción mutua. Al fin y al cabo, trataba de dos viajeros del tiempo que provenían de un futuro posterior a unos ataques nucleares llevados a cabo por Skynet, un sistema de defensa automatizado que adquiría consciencia de sí mismo y señalaba a la humanidad como el enemigo a erradicar. Como sucedía en Juegos de guerra, Cameron (futuro director de la militarizante Aliens) incrustaba el miedo a la automatización en las historias de terror al botón rojo que podía dar inicio a la guerra nuclear.
Treinta y cinco años después del estreno de Terminator, parece que hemos dejado atrás (con una cierta irracionalidad) el miedo a las armas atómicas. La inquietud que provocan los avances en materia de inteligencia artificial, en cambio, es uno de los hilos temáticos repetidos de la ciencia ficción reciente.
Terminator: Destino oscuro busca su lugar ignorando las tres entregas previas de la saga para reconectarse con Terminator 2. Lo hace con un cierto ánimo de equilibrar los caramelos destinados a las audiencias más veteranas con los guiños a nuevos espectadores y a diversas sensibilidades (desde los feminismos pop a los críticos del trumpismo).
Schwarzenegger reaparece en esta ocasión como un terminator redirigido espontáneamente al humanismo. También se recupera a Linda Hamilton en el papel de Sarah Connor, aquella dama en apuros reconvertida en belicosa madre del líder de la resistencia contra Skynet
Arnold Schwarzenegger reaparece en esta ocasión como un terminator redirigido espontáneamente al humanismo. También se recupera a Linda Hamilton en el papel de Sarah Connor, aquella dama en apuros reconvertida en belicosa madre del líder de la resistencia contra Skynet. Simultáneamente, la franquicia se rejuvenece con dos nuevas heroínas: Mackenzie Davis interpreta a una nueva protectora venida del futuro, y Natalia Reyes a la figura a la que proteger.
Esta confluencia de generaciones dota de un inusual enfoque coral a la película: una nueva máquina de matar debe enfrentarse a su objetivo y a tres figuras protectoras que representan lo humano, lo maquinal y su estado intermedio cíborg. Los guionistas del filme aportan un matiz feminizador y grupal al relato del héroe individual casi mesiánico. El futuro depende directamente de una mujer y no solo lo hará por la capacidad que tiene de dar a luz a salvadores: ella misma será la salvadora. Al reconocimiento implícito de las diversidades raciales y sexuales se le une, además, una visión más bien optimista de un horizonte de difuminación (o extensión) del concepto de lo que es una persona.
Asumir la catástrofe
El nuevo filme de Tim Miller (Deadpool) ignora narrativamente las tres secuelas posteriores al díptico original para trasladarnos a un futuro cercanísimo (2022) que implica la superación de aquel holocausto nuclear señalado para 1997. Como ya sucedía en Terminator 3, había que diseñar una nueva linea temporal si se quería ambientar la película en una fecha más o menos contemporánea.
A pesar de que los responsables de Terminator: Destino oscuro desechen los acontecimientos mostrados en la tercera parte, sí reproducen algunas de las soluciones narrativas que se empleaban en esta. Y, sobre todo, asumen su idea de fondo: el futuro de una especie humana diezmada en una lucha contra inteligencias artificiales es inevitable y solo se puede aplazar.
Terminator 2 trascendía el planteamiento del original. Ya no se trataba solo de proteger el resurgir posterior a su catástrofe, sino que los protagonistas aspiraban a reescribir la historia para ganar un futuro mejor. El personaje de Linda Hamilton grababa en una mesa un lema transformador: “No hay destino”. En Terminator 3 se escenificaba una victoria pírrica, en forma de gestión precaria de un futuro catastrófico. Terminator: Genisys abundaba en la mutabilidad de Skynet, en la idea de que las gestas de los héroes solo servían para retrasar su nacimiento y su posterior ataque.
Dentro de la lógica de secuela-remake instaurada a través de Terminator 2, reproducida con Terminator 3 y llevada al extremo mediante el doble salto temporal de Terminator: Genisys, la nueva película parece un remake de la primera entrega en lo que se refiere a los objetivos de los personajes. El cuarteto protagonista adopta un papel puramente defensivo: preservar la vida de una mujer destinada a ser líder militar en un futuro resistencial. La misión del héroe de Terminator, en cambio, suponía la defensa de una futura victoria total: Skynet estaba a punto de ser derrotada y por ese motivo trasladaba el campo de batalla hasta el pasado. Los protagonistas del nuevo filme, por su parte, asumen el fatalismo de las tres entregas previas y viven la aventura más resignada de la serie. Ya no se trata de cambiar el futuro, ni siquiera de preservar una victoria lejana que tiene lugar tras una masacre, sino de defender la posibilidad de luchar.
Terminator 2 ya incluía un destello de esa visión triste del futuro. El protector cibernético interpretado por Arnold Schwarzenegger afirmaba que destruirse es la naturaleza del ser humano, pero una Sarah Connor tan endurecida como desestabilizada psicológicamente decidía negar cualquier determinismo. En esta nueva misión, pasamos del “no hay destino” a la resilencia, a preservar el futuro que puede emerger de las ruinas del “no future”. Estarán a punto de aniquilarnos, pero resurgiremos gracias a una mujer mexicana. Ese destino oscuro al que alude el título de la película resulta inevitable, pero nos cobramos una victoria en forma de dardo al trumpismo.
Entre el flujo inagotable de hecatombes que nos ofrece el audiovisual global, Terminator: Destino oscuro puede servir de símbolo de la asunción de la resistencia como único horizonte vital
Entre el flujo inagotable de hecatombes que nos ofrece el audiovisual global, Terminator: Destino oscuro puede servir de símbolo de la asunción de la resistencia como único horizonte vital. Los héroes no cambian el estado de las cosas ni aspiran a hacerlo, al menos hasta que una hipotética séptima entrega reformule la misión de reescritura de la historia de Terminator 2. El desencanto de la saga Terminator en el siglo XXI, su apuesta por la inevitabilidad de la catástrofe, puede servir de reflejo de un presente de pesimismo respecto a los tiempos por venir. Un ciclo histórico de apisonadora discursiva que clama la imposibilidad de vivir o gobernar(se) de maneras alternativas parece interferir en nuestra capacidad de imaginar otros futuros. Y mantiene ocupados en la evitación del desastre inminente incluso a los héroes de nuestras ficciones.
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Excelente película!! Recomendó verla para sacar sus propias conclusiones ..
y ha sido un fracaso en taquilla... Por culpa del feminismo inclusivo, y sobre todo por cargarse el personaje principal y mensaje de las dos principales entregas Terminator 1 y 2: John Connor....