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Cine
Cuarenta años de ‘Sex mission’, el ‘Futurama’ polaco sobre un futuro de extinción de los hombres
Polonia era la patria de uno de los grandes maestros de la ciencia ficción literaria, Stanislaw Lem (Solaris), pero su cine no había alumbrado muchas películas de este género cuando la comedia futurista Sex mission se convirtió en la película nacional más vista en la historia del país. Era el año 1984, la sociedad polaca salía de una larguísima ley marcial decretada a finales de 1981, y su salida del bloque comunista liderado por la Unión Soviética estaba más próxima. En ese contexto, el realizador Juliusz Machulski presentó una fantasía futurista que entremezclaba el humor burro con la aventura y los dardos políticos.
Literatura
Stanislaw Lem: cartografía de un universo de azar, desconcierto y fantasía
El escritor polaco Stanislaw Lem tomó la ciencia ficción como terreno de referencia, pero también cultivó el género negro, la novela realista o el ensayo. Su obra es un monumento a la sed de conocimiento y a la imposibilidad de alcanzarlo, a la preocupación ética y al pesimismo respecto al presente y futuro del ser humano.
Machulski ya había despuntado con su primer largometraje, Vabank, una comedia sobre ladrones y estafadores justicieros que remitía de manera obvia al clásico hollywoodiense El golpe. Para Sex mission, el realizador continuó mirando hacia Occidente. Algunas imágenes de la película parecen extraídas de obras contemporáneas como Los amos de la noche o, especialmente, la carpenteriana 1997: Rescate en Nueva York.
La propuesta no apabullaba con sus efectos especiales, ni pretendía hacerlo, pero su diseño de producción incluía algunas curiosas excentricidades pop. Los espacios de blancura higienizante, tan propios de las distopías de control social (y sexual), se entrelazaban con las lógicas propias de esa especie de ciberpunk del Pacto de Varsovia donde las fealdades industriales abandonadas y la tecnología en ruinas convivían a veces con la imaginería kafkiana de los archivos infinitos y las pesadillas burocráticas. Machulski reservaba algún golpe chocante: las agentes de seguridad también parecen salidas de Los amos de la noche, o de la distopía de poderes corporativos y deportes violentos Rollerball.
En ‘Sex mission’, dos hombres se someten a un experimento de criogenización por motivos económicos y despiertan en un futuro donde los hombres se han extinguido y las mujeres viven en espacios subterráneos y se reproducen mediante biotecnología
La segunda película del autor de la también exitosísima Vabank partía de una premisa clásica de la ciencia ficción: personas que despiertan en futuros lejanos (véase Cuando el durmiente despierte, de H. G. Wells, o El año 2000, de Edward Bellamy). Seguramente seguía la estela de la reelaboración cómica llevada a cabo por Woody Allen en El dormilón, un guante que también recogería la serie de animación Futurama. En el filme de Machulski, dos hombres se someten a un experimento de criogenización por motivos económicos. Un evento apocalíptico provoca que despierten tras varias décadas en un futuro en que los hombres se han extinguido y las mujeres viven en espacios subterráneos donde se reproducen a través de biotecnología.
Bienvenidos al mundo del futuro (que será como el mundo del pasado)
La odisea de los dos protagonistas no estaba demasiado alejada de las viejas narraciones colonialistas sobre aventureros que se topaban con civilizaciones ginocéntricas. En aquellas historias, se ubicasen en rincones ‘perdidos’ de la Tierra (La Atlántida, Bajo el signo de Ishtar) o en espacios extraterrestres (Cat women of the moon, Abott y Costello van a Marte), el galán de turno se encontraba con una sociedad donde las mujeres mandaban, pero su mera presencia y sex appeal acostumbra a propiciar la restauración del orden ‘natural’. Eran ficciones que caían en aquello que H. G. Wells satirizó en El país de los ciegos (aunque él mismo también cayó en ello, sobre todo en obras tempranas): el sentimiento arraigado de superioridad del colonizador.
Una diferencia evidente de Sex mission respecto a estas historias es que Machulski ridiculiza a sus protagonistas masculinos. Maks (Jerzy Stuhr) es un pícaro, perezoso y con pocos principios, que intenta ligar de manera incansable y penosa con todas las mujeres que ve. Aun así, una académica del futuro se sentirá irremediablemente atraída por él. Pero Maks, como miembro más activo del dueto, termina jugando ese papel más o menos heroico del explorador desafiante. Y, pese a todo, acaba siendo, de alguna manera, alguien admirable que descubre las mentiras en las que fundamenta la utopía-distopía de la ficción. Esta lógica de aparente crítica y absolución final remite a aquella ‘sci-fi’ que critica a la especie humana por sus prácticas destructivas, pero, a la vez, proporciona resoluciones autocomplacientes: somos desastrosos, pero somos así y tenemos que querernos.
La insistencia de los dos héroes ridículos en restaurar “el orden natural de las cosas”, la “normalidad”, puede sonar paródica, pero acaba pareciendo la lógica profunda de un filme que también se basa en la explotación de los desnudos femeninos
Como obra cómica, la película de Machulski incluye balas disparadas en varias direcciones que dificultan las lecturas unívocas. Y la acumulación de giros durante el último tramo del filme (alguno de los cuales podría hacer las delicias de espectadores transfóbicos) no facilita la tarea interpretativa. La insistencia de los dos héroes ridículos en restaurar “el orden natural de las cosas”, la “normalidad”, puede sonar paródica, pero acaba pareciendo la lógica profunda de un filme que también se basa en la explotación de los desnudos femeninos (unos ganchos comerciales que, en el marco de la Polonia católica, podía tener aspectos o apariencias de transgresión de la beatería). Como decía el doctor Malcolm de Parque Jurásico: la vida se abre camino. La vida androcéntrica.
Como en los anteriormente mencionados paseos coloniales por mundos ginocéntricos, Sex mission parece proyectar la confianza en un ‘orden natural’ que siempre termina por restaurarse. Quizá esa confianza fundamental facilita que la película asuma un cierto androcentrismo sin necesidad de alinearse con un machismo explicitísimo o con estridencias misóginas. Y eso la distancia (¿un poco, mucho?) de otras películas de la época que transmitían una reacción alarmada contra la segunda ola feminista, un cierto componente de miedo y dosis aparentemente superiores de inquina, como la felliniana La ciudad de las mujeres.
A lo largo de la trama, aparecen motivos habituales en las fantasías de la Europa bajo influencia soviética (como las falsificaciones de la historia), y otras situaciones que pueden hallarse en distopías de cualquier procedencia (como los dominios basados en engaños). Machulski lanzaría guiños al deseo de transformación democrática de la sociedad polaca que subrayaría en su posterior (y más zafia) comedia fantástica King size. En cuanto al conflicto entre sexos, el continuismo parece mucho más deseable. Como si, desde una perspectiva cómica, asumiese aquello que a menudo han denunciado los feminismos: que pueden alternarse los proyectos políticos y sus liderazgos, pero parece que algunas cosas nunca cambian. O no lo hacen de manera suficiente.