Cine
Sectas, cofias y rituales crueles: 20 años de ‘Los sin nombre’

Un inicio y un final poderosos catapultaron a Los sin nombre, un thriller desasosegante estrenado por Jaume Balagueró en 1999 que contribuyó a dar un nuevo impulso al cine estatal fantástico y de terror.

Los Sin Nombre
Fotograma de la cinta de terror filmada en 1999 por Jaume Balagueró.
28 dic 2019 06:00

El primer largometraje de Jaume Balagueró comenzaba de manera difícilmente olvidable: con el hallazgo del cadáver de una niña desaparecida, terriblemente deformado hasta el punto de hacer casi imposible su identificación. Tras este prólogo, la trama se propulsaba de manera casi inmediata. Varios años después, la madre de la supuesta víctima recibía una llamada telefónica: “Mamá, soy yo, ven a buscarme”. Alterada, contacta con el policía que se había encargado del caso. Ambos son seres en duelo, golpeados por muertes reales o solo aparentes.

Los sin nombre fue un éxito comercial moderado (quedó lejos del número de entradas que vendió Tesis, por ejemplo) pero muy apreciable. Su autor había comenzado a despuntar en un entorno propicio como el Festival de Sitges, mediante dos cortometrajes de iconografía contundente que remitían al cómic underground o al cine de género en clave confrontativa y provocadora. Alicia y Días sin luz incluían liturgias BDSM y escenas extremas de abuso sexual mezcladas con destellos de imaginería católica.

A través de su primer largo, Balagueró se postuló como un campeón posible de un cine de terror estatal. Si Alejandro Amenábar partía de los géneros cinematográficos pero se mostró capaz de llegar a un público no especializado, el leridano trabajaba estrictamente las convenciones de estos. Y lo hacía con gravedad, sin el humorismo del primer Álex de la Iglesia (El día de la bestia), aunque eso pudiese suponer un peaje limitador en el aspecto comercial.

La demoledora conclusión de su primer largometraje evidenciaba esa sensibilidad: en una versión fílmica de la fábula del escorpión y la rana, el realizador acababa inoculando veneno al público en lugar de escenificar un final tranquilizador. No traslucían las intenciones oscuramente recreativas propias de los revoltosos cuentos crueles de EC Comics, tal y como se han representado habitualmente en Cuentos de la cripta o Creepshow. Balagueró apostaba por un golpe de efecto (o no) de connotaciones fatalistas, que buscaba abatir a la audiencia en lugar de solazarla. O la solazaba de una manera oscura.

En otros aspectos, su debut era posibilista. Se planteaba una intriga de investigación moderadamente desasosegante. El leridano incluía guiños a las iconografías extremas de sus cortos (o los de su compañero de generación Nacho Cerdá, productor de uno de ellos), pero estas pasaban a ser el aderezo de una historia más convencional. Los sin nombre supuso una cierta adaptación a lo mainstream (el resultado encajaba dentro del thriller milenarista propio del audiovisual global del momento), pero mantenía algunas conexiones con referentes autorales (pueden verse vestigios de las atmósferas opresivas de los primeros filmes de Agustí Villaronga o Juanma Bajo Ulloa) y genéricos. Porque, sí, Los sin nombre tenía algo de Seven pero también podía remitir a la tradición del giallo italiano (o italo-español, dado el régimen de coproducción de títulos como Todos los colores de la oscuridad, Trágica ceremonia en Villa Alexander y tantos otros) en su materialización más fríamente quirúrgica, menos coloristamente pop.

La historia como vínculo con lo real

La ausencia de elementos sobrenaturales en la trama de Los sin nombre potenciaba el desasosiego. Los personajes acaban enfrentándose a sociedades secretas que se esconden tras una normalidad solo aparente, y que están formados por seres humanos corrientes (aunque, en varios casos, aparezcan marcados por anomalías físicas).

El mundo visible es como una mesa carcomida desde el interior por termitas que todavía no se pueden ver, como dice el gurú Santini, una víctima de los campos de concentración nazis que se convierte al Reich ocultista.

La asociación con el nazismo remite a Tras el cristal, del mencionado Villaronga. En la posterior Darkness, el pasado de un siniestro culto remite a los tiempos del nacional-catolicismo. Balagueró incorporó la sombra de los totalitarismos europeos en los argumentos de sus dos primeros filmes (en el primero, adaptando una adaptación de una novela preexistente; en el segundo, concibiendo una historia original junto al guionista Fernando de Felipe), convirtiéndolos en motivos históricos con los que apuntalar (y vincular con la realidad) unas historias sin muchas pretensiones políticas. Y carentes, también, del ánimo de provocación frontal de unos cortometrajes donde se trazaban identificaciones entre el catolicismo y unas represiones sexuales con materializaciones indeseables.

A pesar de que la ópera prima de Balagueró partía de una mirada más posibilista, menos apegada a la expresión de malestares virulentos propia del pop alternativo de los cómics para adultos o del cine fantástico extremo, parecía tener algunas huellas (indeseadas) de la dedicación previa a la ficción breve. Su autor parecía haber atendido sobre todo a varias escenas álgidas (a las iniciales, principalmente, las más cuidadas en el aspecto visual), pero no tanto al desarrollo de la obra.

Aun así, podía destacarse el trabajo de localizaciones o una dirección de fotografía que ponía en el mapa a su responsable, Xavi Giménez (Ágora, Luces rojas).

El resultado fue discutido desde el inicio. Se destacó la película, y también se la criticó, por no desentonar demasiado con las maneras del thriller psicológico estadounidense. A la vez, algunas de sus escenas cotidianas no acaban de encajar con las convenciones del terror fílmico global marcado por la lingua franca de Hollywood y sus aledaños. Las posteriores Darkness o Frágiles tendrían algo de borrado de cualquier denominación de origen (e incluso de uso de un impostado acento british) mediante un reparto multinacional de expresión inglesa. REC (o también el telefilme Para entrar a vivir) supondría lo contrario: una trepidante cinta de acción terrorífica con interferencias de 13 Rue del Percebe en pleno auge del cine zombi.

Otra etapa del fanta-terror estatal

Quizá el impacto industrial de Los sin nombre fue más relevante que el artístico. Filmax, coproductora del filme, vio un posible nicho de mercado y comenzó a facturar filmes fantásticos en lengua inglesa. Aunque Álex de la Iglesia fuese decantándose hacia la comedia más o menos ennegrecida, la generación de los José Ramón Larraz (Las hijas de Drácula) o Eugenio Martín (Pánico en el Transiberiano) parecía tener herederos dedicados de manera sostenida al cine fantástico y de terror. Paco Plaza, futuro realizador de Verónica, filmaría El segundo nombre, y Balagueró haría lo propio con Darkness. En ambos casos, las sociedades secretas formaban parte de la trama.

A través de una filial especializada de Filmax, la efímera Fantastic Factory, realizadores como Brian Yuzna (Beyond re-animator, Bajo aguas tranquilas) y Stuart Gordon (Dagon) volverían a trabajar en suelo nacional algunas narraciones del gran creador de cultos inventados de la literatura fantástica: H. P. Lovecraft.

Balagueró, junto al mismo Plaza, acabaría encontrando un nuevo filón llevando el cine de infectados y zombis a terrenos cristianos a través de la trepidante REC. En un aspecto, el realizador completaba un círculo: la imaginería católica que salpicaba Días sin luz, y que hacía acto de presencia casi como un cameo hitchcockiano en Los sin nombre, tomaba el primer plano: no son zombis, son poseídos.

Las películas de Balagueró y Plaza se movieron en unas cifras de asistencia muy respetables, siempre sin llegar al nivel de Los otros y El orfanato: únicamente REC superó el millón de entradas vendidas en salas españolas. El éxito de esta última, junto con una nueva legislación, dio un nuevo impulso a un cine de género estatal bajo el manto protector de las grandes televisiones privadas.

Aunque hayan aflorado periódicamente las ficciones terroríficas (Los ojos de Julia, El secreto de Marrowbone), quizá ha sido el thriller de acción (de No habrá paz para los malvados a Adiós, pasando por Tarde para la ira o Cien años de perdón) el que ha cuajado más en las carteleras y en los planes de explotación de los conglomerados mediáticos. El realizador de Los sin nombre parece haberse adaptado a este contexto: en los próximos meses estrenará su primera película de acción, Way down, producida por Telecinco Cinema.

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