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Desde hace algunos años, el terror que llega a nuestras pantallas comerciales suele proyectar una visión del mundo donde la familia nuclear es el centro y, a menudo, el único lugar seguro en un mundo repleto de amenazas. En filmes como Expediente Warren: el caso Enfield, Insidious 3 o la española Verónica, la ausencia o muerte de un progenitor abría una puerta de entrada para fantasmas y demonios de diversa calaña.
La moraleja, consciente o inconsciente, resulta fuertemente conservadora: la familia nuclear convencional, con dos cónyuges heterosexuales, es la única estructura relacional segura y alejada del Mal con mayúsculas.
El terror nipón de los tiempos de The ring o Dark water, cuya apuesta por las apariciones fantasmales y la creación de atmósferas puede encontrarse en los exitosos trenes de la bruja ideados por James Wan, ya había proyectado algo parecido. En el japanese horror de protagonistas adultos abundaban las mujeres divorciadas o viudas, y sus hijos correspondientes, asediadas por fantasmas. La convención tenía ecos de advertencia nostálgica del orden patriarcal más estricto. Evidentemente, no se trataba de un discurso monolítico sino de una inercia narrativa en fricción o contradicción con otras. Al fin y al cabo, los espíritus airados de La maldición habían sido asesinados por el padre de familia.
A pesar de que el terror de multisalas reciente resulta mucho menos plural que las creaciones más ajenas al gran público, siempre hay excepciones a esta concepción de la familia nuclear como único refugio posible. En Hereditary, por ejemplo, la destrucción de la mayoría de los protagonistas se derivaba del papel jugado por un pariente. El filme, en todo caso, se distanciaba también de otra tendencia: fantasías más o menos terroríficas con comentario socio-político claro.
El fenómeno del terror con consciencia política no es nuevo en absoluto (véanse, sin ir más lejos, las ficciones sobre zombis de George Romero), pero ha tenido más visibilidad por el éxito de algunos de sus exponentes contemporáneos. La noche de las bestias (quizá más conocida por su título original, The purge), de James DeMonaco, o Déjame salir, de Jordan Peele, podrían ser sus ejemplos más paradigmáticos.
Atípico thriller de invasión doméstica
El mismo Peele firma ahora Nosotros, una película que viene a sacudir, a golpe de imaginería perturbadora, socarronería y enigmas, algunas inercias reaccionarias del thriller de invasión doméstica donde la familia mata unida a enemigos detestables y a menudo sin rostro.
Adelaide, Gabriel y sus dos hijos llegan a su casa de veraneo. Son una familia convencional: un marido vacilón que compra una barca para presumir, un niño tímido y una adolescente parapetada tras unos auriculares y pendiente de su teléfono móvil. La esposa, en cambio, esconde un temor cuyo origen se va revelando a través de sus propias palabras y de flashbacks intercalados en la narración.
En Nosotros, el realizador inocula humor e itinerancia al género. Y lo hermana más explícitamente con uno de sus posibles trasfondos: el enfrentamiento entre familias ‘tradicionales’ y versiones distorsionadas de esta, sean familias en un sentido sanguíneo (Las colinas tienen ojos escenificaba guerras culturales con su trama de urbanitas fuera de lugar que luchan contra monstruos, literales o metafóricos, de la América interior) o no (sirve de ejemplo la ‘familia Manson’ de Wolves in the dark y el eco de esta que aparece en The strangers).
La rotura del orden toma inicialmente las formas ya tópicas empleadas en títulos como la mencionada The strangers. Unas figuras merodean la casa de los protagonistas, ocultas entre las sombras, hasta que tiene lugar la irrupción violenta. Adelaide y compañía lucharán para evitar una amenaza que no toma la forma del asesino en serie. Como en la gélida The broken, se nos presenta una pesadilla de connotaciones paranoicas: los antagonistas son dobles (casi) idénticos de los protagonistas, doppelgänger surgidos de algún lugar. Peele vuelve a incorporar cuerpos extraños en el cine de terror con aliento político. Ya lo había hecho en el tramo final de Dejadme salir, cuando apretaba el acelerador de lo esperpéntico y pulp con ese científico loco que aunaba el modelo de negocio capitalista con la convicción de la supremacía racial aria.
En esta ocasión, el cineasta enrarece el thriller con imaginería potencialmente sobrenatural que da más sabor a la narración y le confiere un ligero aire a abstracción lynchiana. A medida que Nosotros avanza, puede aflorar en la memoria del público una de las múltiples historias y fragmentos de historias que contiene la torrencial Inlandempire de David Lynch. En el tramo inicial de la película, el personaje interpretado por Grace Zabriskie explicaba un microcuento de tintes paranoicos que identificaba el reflejo, la sombra, con lo malvado. Lo interesante del planteamiento de Nosotros es que no queda tan claro que el enemigo sea un Otro.
Heridas de la historia
El film de Peele es juguetón en sus referencias y oscilaciones tonales, en sus significados posibles. A grandes rasgos, parece optar por el maquillaje fantástico para decorar una advertencia obvia: muchas veces el Otro a quien denostamos (por xenófobo, por violento) puede ser la misma persona que vemos reflejada cuando nos miramos al espejo. Quizá no hay un enemigo exterior al que perseguir, sino un ‘nosotros’ que depurar de intolerancias y pasiones oscuras. Porque, al fin y al cabo, fueron los votantes quienes hicieron presidente a alguien como Donald Trump.
El resultado se antoja como una La invasión de los ladrones de cuerpos en estos tiempos de miedo a la inseguridad y auge de la ultraderecha. De políticos que ganan presencia parlamentaria e incluso sillones presidenciales azuzando los bajos instintos y apostando por premiar la violencia, desde el presidente filipino Rodrigo Duterte al españolísimo candidato Santiago Abascal. El choque violento entre los dos grupos de la película es inevitable, pero los protagonistas en huida ejercen tanta violencia como los antagonistas. En este sentido Peele también converte el reduccionista “nosotros o ellos” en algo parecido a un “nosotros o nosotros”.
Probablemente, Nosotros también trata sobre las heridas del pasado nacional. Que el enemigo provenga de unos túneles conjuga la metáfora posible del soterramiento de lo peor de nosotros mismos con un apunte, de mayor o menor consciencia histórica, sobre la realidad de aterradores experimentos científicos como el proyecto MKUltra.
De alguna manera, la película puede servir para trazar una línea de continuidad entre momentos especialmente reaccionarios de la historia contemporánea estadounidense. Su talante de pesadilla paranoica remite a La invasión de los ladrones de cuerpos y la era macartista, su prólogo se sitúa en el Hollywood reaganista que no solo producía Los Goonies sino también Rambo o Desaparecido en combate, y Peele también parece señalar a la América trumpiana.
El perturbador viaje concluye con el ofrecimento de algunas respuestas, en algún caso muy vagas, que pueden resultar estimulantes o insatisfactorias. Quizá es algo saludable en tiempos de certezas y cerrazones absolutas.
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Me gustó mucho la crírtica. Solo un pero: cuando en el cine japonés se oprime a las mujeres divorciadas o solas, no es tanto una añoranza al pasado patriarcal como una denuncia de una situación presente. La tasa de divorcios en Japón es muy baja y suele estigmatizarse a las mujeres si un matrimonio se devorcia.
La concepción de la película y los componentes sociopolíticos son muy buenos, es frase de los desligados cuando les preguntan qué son: "Somos americanos" es demoledora.
Pero el desarrollo está un par de escalones por debajo de Déjame salir, en esta, el humor a veces parece fuera de lugar, no hay sensación de peligro o de urgencia respecto de los protagonistas, alguna que otra escena anticlimática y una resolución final un tanto forzada y previsible. Ignoro si puede ser un deseo expreso del director para enfatizar la sensación de extrañeza (recordemos que es el padrino de la nueva Twiligth Zone a la que la película rinde homenaje) pero en términos estéticos parece que ha sido demasiado ambicioso para poder cabalgar ese proyecto sin caerse de la montura.