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Cine
Nicolás Pereda, el Hong Sang-soo mexicano que habla de clases y desigualdad con humor (extraño)
El cine mexicano que llega a los circuitos internacionales a través de los festivales especializados o de la distribución comercial suele estar marcado por las violencias del país, sea la violencia relacionada con el narcotráfico o la violencia machista. También abundan las miradas alrededor de las desigualdades socioeconómicas extremas y de los ejercicios de poder y humillación que se pueden derivar. El realizador Nicolás Pereda también nos habla de este México de la violencia (lo hizo en su anterior largometraje, Fauna), pero se fija especialmente en el clasismo del país. Ha tratado de empleadas domésticas, de personas desplazadas de su pequeña parcela de tierra. Y lo ha hecho mediante formas muy alejadas de la convenciones del drama social que podemos ver en los cines multisalas.
Pereda rueda películas de duraciones variables con equipos mínimos, incluso minimísimos, como ha sucedido con su último largo, Lázaro de noche, que se ha presentado en L’Alternativa, Festival Internacional de Cinema Independent de Barcelona (que le homenajea con una retrospectiva). Quizá lo más característico de su filmografía es la presencia habitual del humor y del sentido del juego alrededor de la realidad y la ficción. Abundan los personajes que son actores, la persona y el personaje se entremezclan... “Cuando los actores se ponen una máscara, revelan algo de ellos mismos que no se revelaban cuando les intentaba desnudar, se permiten una vulnerabilidad precisamente porque están cubiertos, y eso me permite llegar a la verdad desde otro lugar”, afirma el director.
Pereda ha desarrollado a menudo narrativas con varios planos de ficción, con historias dentro de historias. Sus obras, en todo caso, acaban conectando con el mundo real
Pereda ha desarrollado a menudo narrativas con varios planos de ficción, con historias dentro de historias. Sus obras, en todo caso, acaban conectando con el mundo real. El humor no se repliega en la referencialidad y corta amarras con la vida, sino que continúa relacionándose con esta aunque sea de una manera inusual. El cineasta trabaja una comicidad lacónica y contenida. Incluye estampas de (¿satírico?) retrato social, pero no apela a las emociones viscerales, no pretende generar compasiones o indignaciones básicas.
“Para mí también es importante apelar a una cierta emotividad”, matiza el realizador, quien sí pretende alejarse de un cine supuestamente político “que te plantea un problema, te emociona ante un problema, y te genera la sensación de que ya has participado en la solución del problema solo por haber visto la película”. El autor de Lázaro de noche quiere evitar esos planteamientos con puntos de vista nítidos y fácilmente compartibles, que proporciona al público “una catársis después de la cual ya se pueden ir al restaurante. Es como si la realidad sobre la que hubiese que operar fuese el espectador, en lugar de las problemáticas sociales que se abordan mediante las películas. Es algo problemático que los espectadores salgan reconfortados, pensando que ellos son los ‘buenos’ y que los ‘malos’ están en otro lugar”.
“Me parece interesante no cumplir las expectativas. Ofrecer una película que es divertida y que, poco a poco, se hace menos divertida y te estimula a replantearte lo que habías visto solo unos minutos antes”, explica Nicolás Pereda
Pereda aclara que no hace un cine brechtiano, que no quiere “alienar” al público. A la vez, cree que un cine político tiene que “costar algún trabajo, por una u otra razón. Porque sea incómodo, porque te aburra a ratos…”. Muchos de sus filmes toman ramificaciones y desvíos, cambian sobre la marcha. “Me parece interesante no cumplir las expectativas. Ofrecer una película que es divertida y que, poco a poco, se hace menos divertida y te estimula a replantearte lo que habías visto solo unos minutos antes”, explica.
No es país para actores pobres
Lázaro de noche nació de una serie de experiencias personales. Años atrás, Pereda impartió talleres en en periferias geográficas o simbólicas de la gran metrópolis mexicana. Su autor recuerda que lo hacía “con una sensación de que eso cambiaba algo en el mundo, pero esa era una manera de justificar mi lugar social. Hacer los talleres me beneficiaba más a mí, porque quería dedicarme a la docencia, que a los participantes”.
El filme trata del triángulo amistoso y amoroso de personas que coincidieron, años atrás, en un curso sobre cine. Han dejado atrás la juventud, pero aspiran a participar como actores en el nuevo filme del cineasta que ejerció de tallerista. Pereda emplea su mirada distante para generar un cierto humor triste alrededor de estos personajes que hacen otro intento más de conectar con su vocación. La premisa parte de sus recuerdos: “Conocí a personas que querían hacer cine con mucho entusiasmo, mientras yo veía imposible que se dedicasen a ello por su situación de vida. En Mexico, y en el tercer mundo en general, hay una práctica imposibilidad de moverse de clase social. Sé que es algo que pasa también en el primer mundo, pero no de una manera tan acusada”.
Pereda fabuló sobre qué pasaría veinte años después si esos jóvenes, ya cuarentones, continuasen queriendo actuar. La premisa se fue adaptando a la corte de intérpretes-amigos habitual de Pereda. El artefacto resultante transmite precisión. Se escenifican situaciones incómodamente cómicas mediante planos bastante estáticos, mediante movimientos de cámara y cortes de montaje mesurados. “Mis dos últimos largometrajes, Fauna y Lázaro de noche, no son películas de carcajada, pero son claramente comedias. Y las anteriores también lo son de una manera menos evidente”, afirma el realizador, que trabaja con las conductas ridículas de la vida cotidiana, de las máscaras sociales, de nuestras pequeñas fatuidades, mezquindades e inseguridades.
Lázaro de noche es otro ejemplo de una mezcla curiosa de quietismo y agilidad. Las viñetas narrativas tienen un ritmo interior pausado, pero el guionista y director plantea un buen número de situaciones en apenas 80 minutos. Ese no-vodevil amoroso donde el (escaso) conflicto no tiene que ver con la infidelidad en sí sino con la manera de gestionarla. En paralelo, aparecen varias escenas relacionadas con las audiciones de un cineasta que pertenece a un mundo social notoriamente diferente al habitado por el trío de actores amateur. Y luego llega un tramo final de escenificación del cuento de Aladino, inspirado en una conferencia del escritor César Aira: El realismo.
Aira reflexionaba sobre la imaginación en un contexto precapitalista. Pereda habla de los anhelos de Aladino después de haber tratado del deseo de esos aspirantes a intérpretes. Desde la visión del mundo neoliberal, el personaje del cuento sería culpable de su pobreza: repetidamente, solo quiere comida con la que saciar sus necesidades. Su frugalidad y falta de avaricia resultarían indeseables porque denotarían falta de ambición. Al autor de Fauna le parece extraño que la ambición se vea como algo positivo: “Ser ambicioso me suena como algo que evitar, o algo que manejar con cuidado. En cambio, en el presente capitalista, se identifica como una vía para el disfrute y el placer”.
Entre las contradicciones del mundo
El cine de Pereda puede recordar al del realizador surcoreano Hong Sang-soo. Ambos trabajan de manera recurrente con intérpretes de su confianza. Ambos acostumbran a filmar películas breves con equipos reducidos o reducidísimos. Y ambos buscan una especie de depuración. El mexicano considera que “las comparaciones con artistas tan buenos son problemáticas. Al lado de este tipo de autores, te quedas corto. Pero Hong es alguien que me me ha influenciado, y creo que se nota en mi obra. Hace la comedia que más me gusta del cine contemporáneo”.
Una de las diferencias fundamentales entre las filmografías de ambos realizadores es que las películas de Hong reflejan un mundo fílmico que puede recordar a la obra de Éric Rohmer (Cuento de verano): la gente habla del arte y del amor sin trabajar mucho ni tener problemas de acceso al dinero o de control del tiempo. El cine de Pereda es diferente y eso parece nacer de su biografía. “Desde muy chico siento una incomodidad de pertenecer a una clase social privilegiada. Es algo que me he beneficiado muchísimo, y a la vez me incomoda muchísimo”. La desigualdad dentro del trabajo cultural se refleja en alguna escena de Lázaro de noche que retrata ejercicios humillantes del poder. “En México, el control de la cultura recae en ciertas clases sociales que hacen una especie de toma de las escuelas de arte. Yo formo parte de esta gente. Y quienes están en los márgenes de eso nos miran con un desprecio y un odio que está completamente justificado”, considera el autor de Los ausentes.
El realizador no deja de ver múltiples contradicciones en su trabajo y en su vida. Dice que no es un activista, que siente una culpa “pero esa culpa no se convierte en un motor para cambiar mi vida. En vez de eso, hago películas que acaban en las manos de una élite cultural de México y de los festivales”. Como cuando hacía talleres supuestamente destinados a facilitar la práctica artística a jóvenes de ‘periferias’, las intenciones no terminan de tener el impacto deseable: “Hay como una distancia entre el posible compromiso social que yo puedo trabajar con las películas y lo que estas películas generan dentro del mundo”.
Aun así, Pereda continua creando. Se gana la vida como profesor universitario y filma porque le gusta rodar y, cada vez más, escribir guiones: “Desde un punto de vista capitalista, no tiene sentido que continúe haciendo películas porque no me dan dinero”. Pero es consciente de que sus obras le han proporcionado algo, un capital simbólico, que ha hecho más fácil su vida: “Si no las hubiese hecho, no tendría el empleo que tengo”.