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Cine
El mejor cine político entre el maremágnum de estrenos durante 2022
¿Se puede hacer balance de un año de cine político en un contexto marcado por la producción desatada de audiovisuales? Incluso si nos restringimos a la minoría de obras que llegan a estrenarse en salas comerciales, sin entrar en unos catálogos de plataformas online donde los títulos se apelotonan como los muertos vivientes de Guerra Mundial Z, la oferta es difícilmente absorbible. Así que cualquier empeño prescriptor está condenado a ser flagrantemente incompleto.
Algunas películas pueden haber quedado fuera por una cierta repetición de cromos (véanse Entre valles, Mi mejor amigo o Suro). Otras, como Alma anciana, porque ya hablamos de ellas. Alguna más, para no perturbar el sosiego navideño de la audiencia (¿Crímenes del futuro es cine político?). Y otras, quizá, porque no las hemos visto. Sea como sea, aquí va una lista con siete obras: dramas sociales thrillerizados, thrillers que se rencauzan hacia el drama social y algún documental. Que lo disfruten.
Cine
Cine ‘Alma anciana’, viaje fílmico a Indonesia (y a los dogmas que nos oprimen)
Vaca, de Andrea Arnold
La realizadora de Red road filmó durante cuatro años este documental que muestra algunos hitos de la vida de Luma, una vaca lechera. La audiencia puede observar escenas de su crecimiento, visitas médicas, embarazos… No parece que la cineasta británica haya buscado un emplazamiento especialmente tétrico para su rodaje: las instalaciones parecen situarse lejos de los peores horrores de la indústria ganadera.
Vaca incita a que nos preguntemos si una película puede ser estrictamente observacional. ¿La empatía o la compasión que puedan sentirse hacia la protagonista no humana del filme nacen de los mismos acontecimientos que se muestran o son estimuladas por las elecciones de encuadre, de montaje y demás? Arnold insiste en retratar la mirada del animal, quizá buscando emociones que podamos reconocer, mientras la vaca parece interpelar a la cámara, en una (in)comprensión recíproca. Puede haber sesgos antropocéntricos en las maneras posibles de ver el resultado desde nuestra experiencia humana, pero las imágenes de nerviosismo de la protagonista a la búsqueda de uno de sus terneros, de quien se la separa por la lógica productivista de la explotación, empujan naturalmente a sentir una especie de solidaridad mamífera.
Tori y Lokita, de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Una chica y un niño, ambos migrantes, han desarrollado una entrañable relación de apego y ternura cultivada en circunstancias dificilísimas. Desde los restos del naufragio de la Europa social, luchan por conseguir papeles para ambos. Ella lo tiene más complicado, así que va introduciéndose en el menudeo de drogas para conseguir dinero y, quizá, papeles falsos.
Como ya sucedió en La chica desconocida, los hermanos Dardenne incorporan ciertas dosis de intriga en su relato de denuncia sobre las experiencias extremas de las personas migrantes y su vulnerabilidad (azuzada institucionalmente) a las redes de tráfico de personas, trata y otras explotaciones humanas. Eso sí, estos veteranos maestros del drama social rehúyen caer en las inercias del thriller sensacionalista y su representación espectacularizada de la violencia.
Matadero, de Santiago Fillol
El documentalista y docente Santiago Fillol (Ich bin Enric Marco) debuta como director de largometrajes de ficción con una estimulante muestra de de cine dentro del cine. Décadas después de su filmación, llega a las pantallas una adaptación exploitation de la novela Matadero que se había convertido en maldita. Partiendo de este marco narrativo, se nos traslada a un rodaje marcado por las disputas y los intereses desiguales de un realizador de shockers, de un grupo de actores politizados que pertenecen a movimientos disidentes y de la joven cineasta que ejerce de nexo entre ambos colectivos y de testigo de los acontecimientos.
Si Argentina 1985 remite al Steven Spielberg de Los archivos secretos del Pentágono o El puente de los espías, Matadero puede remitir al Coppola de La conversación y los tiempos del Nuevo Hollywood. Fillol parte de un cine de género más esquivo y lo elabora de una manera un tanto enigmática y aventurera. El mismo relato incorpora una serie de dudas sobre la manera de hacer políticamente cine político y sobre cómo llevar la violencia a la pantalla.
Regreso a Reims, de Jean-Gabriel Périot
Una voz evocadora recuerda un pasado familiar con ecos colectivos: la de una familia trabajadora que se va alejando de la conciencia obrera tradicional y se acerca a la derecha política a la búsqueda de respuestas o consuelos a su proceso de desclasamiento (o precisamente a causa de este). El realizador Jean-Gabriel Périot (Nuestras derrotas) da una forma a una peculiar adaptación literaria de un texto que combinaba lo sociológico y lo testimonial: la narración en off está ilustrada por filmaciones de espacios vacíos, pero también por el uso de imágenes de archivo extraídas de ficciones, documentales o reportajes.
Cine
Jean-Gabriel Périot: “El cine político comercial de Costa-Gavras o Loach tiene el problema de usar el lenguaje de sus supuestos enemigos”
Nos défaites (Nuestras derrotas) es un filme-debate que muestra la apuesta de su director, Jean-Gabriel Périot, por un cine político que indague formalmente. El resultado ha recibido el premio al mejor largometraje en el festival L’Alternativa y se estrenará en salas comerciales la próxima primavera.
Périot es un hijo de la tradición de la izquierda francesa que asume una tarea crítica un tanto ingrata, y de la que puede reapropiarse el rival ideológico: bucear en las imperfecciones, los desencantos y las transformaciones de quienes integraban las filas del obrerismo o de su traducción electoral en votos para partidos denominados progresistas. El cineasta intenta matizar las idealizaciones posibles del pasado y, también, termina invitando a continuar en las calles o volver a ellas para generar movimiento político.
Costa Brava, Líbano, de Mounia Akal
Un matrimonio con hijos que se autoexilió a una casa rural para huir de la represión política que tenía lugar en el Líbano urbano sufre una especie de asedio cuando se comienza a construir un vertedero en el espacio colindante. La realizadora Mounia Akl ofrece un drama de pareja, un drama familiar y a la vez una especie de obra de denuncia política y de advertencia ecológica. Clara Roquet, que debutó en la dirección de largometrajes con Libertad, ejerce de coguionista de la función. Ambas crean una narración astuta y ágil que matiza su misma dinámica angustiosa y opresiva mediante distensiones de humor, ternura y emotividad.
En buena medida, Costa Brava, Líbano trata sobre la necesidad de poner límites: límites a la devastación humana del medio ambiente, límites al abuso de los poderes económicos y políticos hermanados mediante la corrupción, límites a las renuncias personales que ha asumido la esposa para conservar la unidad familiar sin demasiadas fricciones… El choque entre vida rural y tecnologías contemporáneas puede recordar a lo visto en Alcarràs, aunque la ejecución estética de ambas obras sea bastante diferente: el trabajo de Akl puede remitir a una cierta estética indie o hipster, mientras que Simon parece alejarse de estos convencionalismos a la búsqueda de otra manera de filmar la naturaleza.
Argentina 1985, de Santiago Mitre
El autor de La cordillera se acerca al primer juicio a la dictadura militar argentina, impulsado durante la presidencia de Raúl Alfonsín. Lo hace a través de la figura del fiscal Julio César Strassera, a quien se representa como un héroe imperfecto marcado por unas humanizadoras dosis de miedo a la violencia que puede ejercer el poder castrense. Strassera lidera a un equipo de jóvenes colaboradores que preparan el caso entre amenazas y ruido de sables.
El resultado supone una efectiva aplicación del molde del cine político hollywoodiense, abierta a pequeñas pinceladas de color local. Es un ejemplo, a la vez, de las dificultades de encajar la complejidad de la historia con unas lógicas narrativas que empujan a localizar un protagonista individual y a que este protagonista devenga héroe. Aunque sea alguien poco épico como la persona-personaje que encarna Ricardo Darín. Con todo, algunas escenas basadas en los testimonios de víctimas de torturas pueden tener un valor escalofriamente divulgativo.
Entre dos amaneceres, de Selman Nacar
Un hombre joven está asumiendo responsabilidades en la indústria textil familiar, cuyas riendas ha comenzado a tomar junto con su hermano. Este último proyecta un deseo evidente de maximizar los beneficios de la empresa, mientras que Kadir representa al chico sensible que quiere preservar un supuesto buen clima de confluencia interclasista: propietarios enriquecidos por la buena marcha del negocio y trabajadores complacidos por una ocupación estable y en buenas condiciones. El accidente laboral que sufre un empleado comienza a socavar la imagen idílica que los patrones que tienen de sí mismos. Y todo ello tendrá consecuencias imprevistas en la vida del protagonista.
El debut de Selman Nacar es una elegante y tensa muestra de una cierta tenedencia a la thrillerización del drama social, encarnada en una cierta agitación y también en el gusto por las narrativas contrarreloj al estilo de Dos días, una noche. El retrato de personajes adquiere un cierto componente de advertencia sobre paces sociales que solo son aparentes y sobre una corrosión capitalista del carácter que se manifiesta de formas múltiples. La película también se sitúa en algún lugar incierto del audiovisual turco, ubicado entre el cine personalísimo de Nuri Bilge Ceylan (El peral) y la industria de las teleseries comerciales orientadas a un consumo masivo e internacional.